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Representaciones del viaje

Metáforas, imágenes, textos

by Barbara Fraticelli (Volume editor)
©2020 Edited Collection 436 Pages

Summary

Este libro reúne contribuciones de numerosos especialistas nacionales e internacionales cuyo eje principal es la indagación sobre el viaje y sus escrituras. El espacio literario y la aventura del viajero-escritor, a través de diferentes épocas y diferentes modelos sociales y culturales, son objeto del análisis de los capítulos que lo configuran. Todos ellos abordan cuestiones tan fascinantes como el sentido del viaje entre tradición y modernidad; el viaje como aventura de iniciación, el viaje como metáfora, el viaje a las islas, el viaje a un espacio urbano que hay que leer e interpretar, en definitiva, la relación que se establece entre el ser humano y el espacio que habita o por el que transita, en perspectiva comparatista e interdisciplinar. Este trabajo es la culminación de la actividad científica del Grupo de investigación Complutense dirigido por Eugenia Popeanga ‘La aventura de viajar y sus escrituras.

Table Of Contents

  • Cobertura
  • Título
  • Copyright
  • Sobre o autor
  • Sobre o livro
  • Este eBook pode ser citado
  • Índice
  • Presentación
  • Introducción. El viaje y sus escrituras (Eugenia POPEANGA CHELARU)
  • EL RELATO DE VIAJE MEDIEVAL
  • Escrituras del viaje: del relato maravilloso al viaje metaliterario (Juan PAREDES NÚÑEZ)
  • El viaje innovador de Adam de la Halle en las Literaturas Románicas (Antonia MARTÍNEZ PÉREZ)
  • La novedad de la representación del espacio del más allá en el viaje de Dante (Chiara CAPPUCCIO)
  • ESCRITURAS MODERNAS (SIGLOS XVIII Y XIX)
  • La representación de los territorios rumanos a comienzos del XVIII en los Voyages de Aubry de la Mottraye (Diego MUÑOZ CARROBLES)
  • La visión ¿romántica? de Lisboa bajo el prisma de Juan Antonio de la Corte y Ruano-Calderón, viajero español (María Victoria NAVAS SÁNCHEZ-ÉLEZ)
  • El Gran Palimpsesto de Charles Dickens (Eduardo VALLS OYARZUN)
  • Los relatos de viajes de Benito Pérez Galdós y las nuevas formas de viajar (Rocío PEÑALTA CATALÁN)
  • PARADIGMAS CONTEMPORÁNEOS
  • «A che ti serve, allora, tanto viaggiare?». Motivaciones para la salida del viajero (Mirella MAROTTA PERAMOS)
  • Breves reflexiones sobre Puñal de claveles y Bodas de sangre. Un viaje andaluz hacia el amor y la muerte. (Elisa MARTÍNEZ GARRIDO)
  • Ambigüedad en el teatro de la ocupación alemana de Francia: Les mouches de J. P. Sartre (Fernando CARMONA FERNÁNDEZ)
  • Los viajes a Venecia de Paul Morand (Pilar ANDRADE BOUÉ)
  • Los viajes de Marguerite Yourcenar (Jean-Pierre CASTELLANI)
  • Josep Pla, ¿tan solo un passavolant continental? (Juan M. RIBERA LLOPIS)
  • Martina Aragay (1920-2010) y Humbert Pardellans (1914-1968): viajes paralelos, diversas escrituras (Óscar FERNÁNDEZ POZA y Juan M. RIBERA LLOPIS)
  • El camino de Santiago: un viaje imprescindible (Paula COUSILLAS PENA y Carmen MEJÍA RUIZ)
  • El doble viaje de Primo Levi. La tregua (1963) y el camino hacia la escritura y la vida (Elios MENDIETA RODRÍGUEZ)
  • Pasolini en Oriente Medio: el fecundo aprendizaje de un viaje frustrado (Leonardo VILEI)
  • Escala en Rusia en la poesía de Álvaro Mutis: representación del propio viaje a través de la tribulación ajena (María ÁLVAREZ DE LA CRUZ)
  • Contra la ficción del viaje: Trawl, de B. S. Johnson (Rodrigo GUIJARRO LASHERAS)
  • El viaje a la utopía: Lanzarote en dos obras de Michel Houellebecq (Javier RIVERO GRANDOSO)
  • “Ohne anzukommen”: el viaje filosófico de Ernesto Grassi a Iberoamérica. (Marco CARMELLO)
  • Desde el no lugar hasta el espacio interior: el viaje en Hoteles, de Maximiliano Barrientos (Alba DIZ VILLANUEVA)
  • De cerros y perros. Imágenes del Santiago LGBTIQ+ en la literatura y el cine chilenos del siglo XXI (Lemebel – Simonetti – Fuguet – Lelio) (Dieter INGENSCHAY)
  • Estórias de Mozambique, de Norte a Sur (Barbara FRATICELLI)
  • LOS AUTORES
  • Obras publicadas na série

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Presentación

La indagación sobre el espacio literario, su capacidad para asumir un papel dominante en las geografías ficcionales desde la Edad Media hasta nuestros días, y su transformación en pura metáfora a partir de unos significantes que pertenecen al imaginario colectivo son, desde hace tres décadas, el objeto de estudio del Grupo de Investigación “La aventura de viajar y sus escrituras” (GILAVE), cuya dirección desde el principio ha corrido a cargo de la profesora Eugenia Popeanga, Catedrática de Filología Románica de la Universidad Complutense de Madrid. En este Grupo, formado por profesores e investigadores experimentados, al igual que por jóvenes investigadores y doctorandos en literaturas comparadas, la actividad científica ha girado siempre en torno a dos ejes fundamentales: la investigación de los temas y motivos que han permeado los libros de viaje como género híbrido, y la imagen de la ciudad en la literatura y las artes, en perspectiva comparatista e interdisciplinar. Fruto de este trabajo son las numerosas publicaciones, individuales y colectivas, de los miembros del Grupo, financiadas a través de los sucesivos programas de Proyectos de Excelencia I+D+i del Ministerio de Ciencia e Innovación y del Ministerio de Economía y Competitividad, o a través de las convocatorias propias del Vicerrectorado de Investigación de la Universidad Complutense de Madrid, como es el caso del presente volumen.

Representaciones del viaje: metáforas, imágenes, textos representa la culminación de un amplio y complejo proyecto investigador empezado en el año 1991 con la publicación del primer Anejo de la Revista de Filología Románica de la Universidad Complutense, titulado Los libros de viajes en el mundo románico. Siguieron otros Anejos, como La aventura de viajar y sus escrituras (2006), Escrituras del exilio (2011) y Metáforas y espacios del erotismo (2011). Asimismo, y siempre bajo la batuta de la profesora Popeanga, han visto la luz numerosas tesis doctorales y varios estudios monográficos dedicados a ciudades literarias, como Bucarest, Lisboa, Nápoles o Buenos Aires, para citar solo algunos, o volúmenes en los que los espacios, urbanos o rurales, ←9 | 10→reales o fantásticos, asumen un protagonismo literario indiscutible, como es el caso de Historia y poética de la ciudad (2002), La ciudad como escritura (2006), Ciudades imaginadas en la literatura y en las artes (2008), Ciudad en obras. Metáforas de lo urbano en la literatura y en las artes (2010), Ciudades Mito. Modelos urbanos culturales en la literatura de viajes y en la ficción (2012), Reflejos de la ciudad. Representaciones literarias del imaginario urbano (2014), La ciudad hostil: imágenes en la literatura (2015), La ciudad como espacio plural en la literatura: convivencia y hostilidad (2017) y Un viaje literario por las islas (2019).

Los tres bloques temáticos en los que se divide el libro que el lector tiene entre las manos corresponden a otras tantas épocas (la medieval, la moderna y la contemporánea) en las que el viaje literario se configura según unos parámetros definidos y responde a las inquietudes —individuales o colectivas— que han motivado su comienzo. Así, junto a obras y autores consagrados por el gran público, otras plumas y otras personalidades nos descubren los entresijos de un género literario que no parece dar signos de agotamiento y que, aún en tiempos de extrema acumulación de información y de todo tipo de facilidades para el viajero, se reserva el derecho a plasmar espacios donde se confunden las fronteras entre lo interior y lo exterior, entre lo real y lo imaginado, y entre lo propio y lo ajeno.

Sirva este volumen monográfico, en cuya elaboración han contribuido profesores e investigadores nacionales e internacionales, como reconocimiento a una trayectoria docente e investigadora, la de Eugenia Popeanga, extraordinaria e irrepetible.

Barbara FRATICELLI y Marta ITURMENDI
Madrid, 2020

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Introducción

Eugenia Popeanga Chelaru

El viaje y sus escrituras

Hoy en día todo el mundo viaja. El viaje se ha convertido en una actividad cotidiana al alcance de multitudes, ha perdido su aura de misterio, de algo extraordinario; ha desaparecido el sentido de “la lejanía”. Basta una tarjeta de crédito para que el planeta se ponga a los pies del aspirante, cada vez más turista en realidad, integrado en la manada organizada. Grandes cruceros surcan los mares, pero sus participantes apenas ven el mar desde una altura de cinco o seis cubiertas, y apenas saben si las estrellas han cambiado de posición, ocupados en las actividades “gratuitas” que ofrece el barco. África se ha convertido en destino predilecto en los viajes de luna de miel, así como la subida al Everest semeja la cola de los grandes almacenes el primer día de rebajas. Ya se programan y organizan viajes interespaciales, con lista de espera para ir a la Luna. La Tierra se ha quedado pequeña, por lo que hay que conocer nuevos espacios.

Escribir y contar este tipo de viajes es tarea farragosa en un mundo cada vez más plagado de imágenes, por lo que la fotografía y el vídeo representan y recuerdan cada momento del viaje, mientras que la palabra escrita parece obsoleta, tanto como las desaparecidas postales de colores que antaño se coleccionaban. Sin embargo, aún hay viajeros, distinguibles del vulgar turista, que entienden el viaje como un eje existencial, una aventura de descubrimiento, a veces de conquista y siempre de iniciación. Son estos viajeros que aún con sus diarios, relatos o recuerdos nos permiten acompañarlos en sus caminatas, travesías, y vivir sus peripecias con el consiguiente disfrute de las aventuras tanto venturosas como peligrosas. También nos encontramos con viajeros ←11 | 12→sedentarios, de sillón, lectores de relatos de otros viajeros, que imaginarán, a través de la escritura, sus propias aventuras. Y, cómo no, el viaje ha sido y sigue siendo un eje temático importante para la literatura de ficción. En las novelas, en los poemas, y hasta en obras dramáticas se utiliza el viaje como elemento estructural de la historia; los protagonistas realizan desplazamientos, descubren nuevos territorios y, a lo largo de una serie notable de aventuras y experiencias, sufren transformaciones, algunas de rango transcendental. A manera de ejemplo, podemos remontarnos al ingenioso Odiseo, en su azaroso retorno a Ítaca, así como a los viajes de los caballeros medievales que afrontan su aventura en el bosque peligroso, a los pícaros que se ganan la vida por distintos ambientes y lugares, a los grandes viajes de Gulliver y Robinson Crusoe, hasta llegar a los atormentados personajes románticos que convierten sus viajes en componente básico de su existencia. Basta recordar a Lord Byron, Gérard de Nerval, Victor Hugo, Théophile Gautier, Stendhal, etc., ellos también viajeros que cuentan su experiencia personal, creadores de héroes literarios, enfermos de “lejanía”, en busca de lo exótico, que a veces abandonan la dimensión espacial para hallar en lo temporal nuevos mundos por explorar. Los saltos temporales y el buceo en el pasado o el futuro, permiten la ruptura de la coherencia narrativa y nos remiten a una literatura de tipo fantástico, que utiliza el viaje como herramienta de construcción. El siglo XIX descubre con Jules Verne las posibilidades de un viaje en submarino, en globo, o medios diversos para dar la vuelta al mundo en 80 días, surcar los mares a la búsqueda del capitán Grant, pero también un viaje a la Luna o al centro de la Tierra. Se vive en el mundo de las “islas del tesoro”, de las aventuras de piratas y del gran viaje hacia la muerte en lucha con ballenas asesinas, como Moby Dick. Con la literatura realista descubrimos el viaje por las ciudades en proceso de cambio, viajes menos espectaculares igualmente plagados de peligros y aventuras. El mundo moderno utiliza el viaje en todas sus dimensiones y le añade, a través de la experiencia fílmica, con la presencia de la imagen, nuevas dimensiones y un continuo juego de espacio y tiempo. Sin embargo, y pese a la riqueza creativa que encierra el concepto, esta literatura utiliza el viaje como elemento de construcción de ficciones. En cambio, la literatura de viajes se articula precisamente, desde la experiencia de un viaje real, vivido por el narrador, experiencia que sirve de modelo a otros viajeros, produciendo ←12 | 13→relatos diferentes de novela o de poema. Habrá que distinguir entre la simple narración de un viaje y la confección de un discurso complejo que, aparte de los ingredientes básicos que caracterizan la literatura de viajes, encierra notables cualidades literarias.

Viajar es una actividad libre y al alcance de cualquiera, llevada a cabo desde siempre, ya que el deseo del conocimiento y ampliación del espacio forma parte esencial del ser humano. Sin embargo, no todos los viajeros nos dan testimonio de sus aventuras, aunque muchos de ellos cuentan sus peripecias con afán de transmitir su experiencia y ampliar los conocimientos históricos, geográficos, antropológicos, incluso gastronómicos de sus congéneres. En la mayoría de los casos, el viajero es un marinero, un comerciante, un diplomático, un monje misionero, un peregrino o un explorador, que viaja con una misión concreta: abrir nuevas rutas comerciales y marítimas, desplegar relaciones diplomáticas, llevar la fe de Cristo hasta los rincones más remotos y peligrosos, o bien peregrinar en busca de la salvación del alma. Los relatos de estos viajeros, si bien interesantes por la información que aportan, carecen a menudo de todo valor literario. Hay, empero, excepciones de viajeros que saben describir las nuevas tierras que visitan, acopiando leyendas e historias de sus habitantes. A veces, especialmente en la Edad Media, adornan sus textos con una sarta de milagros y maravillas que embelesan al público y ensalzan el valor del relato. Aparte de quienes viajan con una misión determinada, a finales del siglo XV surgen los viajeros que emprenden su periplo por el puro placer de viajar, de conocer sitios y gentes nuevas, con su curiosa forma de vida. Su discurso se va acercando más al literario, y se permiten la libertad de contar anécdotas, de utilizar la autoficción, su propia introspección ante la aventura, logrando incluso a veces alguna nota irónica o el desarrollo del registro cómico. En forma de diarios, cartas o recuerdos, estos viajeros, sin llegar a escritores ni manejar técnicas literarias, alcanzan un notable nivel artístico.

Finalmente, la escritura más importante, que convierte un significativo libro de viajes en verdadera literatura, se debe a los escritores viajeros. Uno de los primeros que nos deja su Diario es Michel de Montaigne; ello no obstante, se trata de un diario de autoría relativa, pues se supone que el ilustre ensayista lo dictaba a su secretario, que, como es de suponer, habría intervenido en la redacción. A partir de los siglos ←13 | 14→XVII y XVIII, mas ante todo en el XIX, abundan los escritores viajeros, que ponen las bases de una escritura compleja que, si bien mantiene un viaje real como elemento principal, se aleja notablemente de los escuetos y didácticos relatos anteriores. El gusto por lo exótico, la atracción que ejercía el Oriente, el interés por la escritura del “yo”, convierten sus diarios, sus cartas y, la mayoría de las veces, sus relatos construidos a base de recuerdos, en auténticas obras literarias. Es cierto que se mantienen los datos históricos y geográficos, la descripción de las costumbres de gentes nuevas, si bien este discurso, propio de todo tipo de viajes, se mezcla con la impresión personal y subjetiva. Los autores prestan atención al desarrollo de sí mismos, entendiendo el viaje como una aventura de descubrimiento de sus propias vivencias; la descripción de nuevos paisajes, el interés por la naturaleza, propio de la estética romántica, se mezcla con la reflexión de tipo literario y filosófico. La época del “gran tour” mueve a jóvenes ingleses y alemanes a descubrir y amar “el país donde florece el limonero”, creando una atracción hacia el sur que marca los goethianos “años de peregrinaje”. Para los viajeros franceses e ingleses, España asimismo se convierte en tierra de aventura, donde conviven matadores de toros con seductoras cigarreras y peligrosos bandoleros. La realidad es bien distinta, de modo que los viajeros que no encuentran ni a Carmen ni a don Quijote, para no desengañar a sus lectores, se inventan un mundo exótico cuajado de aventuras, mezclando sus impresiones con elementos de ficción y practicando una considerable intertextualidad literaria. Théophile Gautier nos deja magníficas estampas de la vida cotidiana en el Madrid de mediados del XIX, así como descripciones de la naturaleza salvaje, que ha de atravesar en su viaje por España. No faltan los detalles gastronómicos, que ponen el punto de humor también en el relato epistolar que nos deja Alexandre Dumas, quien carga tanto las tintas en la representación de una España negra, que su libro De París a Cádiz llega a ser ferozmente contestado y replicado en el mundo literario español. Vemos, pues, cómo el relato de viajes se convierte, gracias al uso intenso de los recursos literarios y estilísticos, a las anécdotas reales y ficticias, al uso del diálogo, en un discurso mixto, donde la formación enciclopédica se funde con el discurso literario, de tal forma que el lector se sumerge en el texto como si fuese una novela.

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A partir de mediados del siglo pasado, la escritura de viajes cambia de rumbo, merced a la figura del periodista, que emprende el viaje por motivos profesionales, debiendo transmitir sus experiencias de forma escueta a un público que espera la crónica diaria. La carta decimonónica es reemplazada por nuevas formas literarias que mantienen la relación inmediata espacio-temporal, pero manteniendo la intencionalidad y las formas del discurso. La descripción del paisaje natural disminuye, cediendo lugar a la imagen fotográfica, y el periodista viajero se centra en el descubrimiento del paisaje humano, con las implicaciones sociales y políticas que se observan en el país visitado, con ocasión, la mayoría de las veces, de un acontecimiento dramático, tales como una guerra, una catástrofe natural, o una revolución. Periodistas como Manuel Leguineche construyen sus libros a base de notas tomadas a lo largo del viaje, más tarde ensambladas para formar un texto global en el que el recuerdo y la reflexión sobre lo visto se convierten en un testimonio de la historia viva del país visitado. La descripción de la naturaleza está relacionada con la guerra, la erupción de un volcán, o un tifón devastador; los únicos datos de tipo sociológico van acompañados de pinceladas humorísticas, si bien el fin de la escritura reside en poner en evidencia la relación con el otro en situación de desamparo, violencia o pobreza. En nuestros tiempos muchos viajeros toman postura frente al mundo que descubren y describen; lo ameno de la escritura de viajes se torna amarga y a veces dolorosa, de tal modo que el lector pueda asumir las inquietudes sociales y políticas del autor. Sin embargo, hoy en día un libro como El río del olvido, de Julio Llamazares, que cuenta un viaje real y a la vez imaginario, recreando paisajes y gentes a través del recuerdo, le queda lejano al lector. La imagen y las redes sociales, en las que cualquier turista puede contar su viaje y subir sus fotografías, desvirtúan la literatura de viajes, que queda minusvalorada para el gusto de los nostálgicos del texto literario tradicional.

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Juan Paredes NÚÑEZ

Escrituras del viaje: del relato maravilloso al viaje metaliterario

El viaje es tan antiguo como la literatura y se configura como elemento inherente a la propia naturaleza humana. A lo largo de su historia, el hombre ha concebido el viaje como un medio ideal de mitos y ensoñaciones. Da igual el grado de «realidad» que el relato comporte. La diferencia entre realidad y ficción se polariza en la contraposición entre la propia realidad de la historia y la capacidad de novelación a partir de esa misma realidad, aunque la literatura trasciende a veces el límite para denotar el hecho literario con una particular significación.

Los libros de viajes, reales o imaginarios, responden a la propia naturaleza del hombre. De ahí, tal vez, la inconsustancialidad desde esta perspectiva de la diferenciación, aunque mantenga su significado con fines prácticos, entre el «libro de viajes», resultado de un viaje «real», y la «literatura de viajes», más acorde con el mundo de la imaginación. Porque, como señala Todorov (1978: 22), «Y a-t-il une différence radicale dans le systematicité du texte entre un récit de voyage réel et un récit de voyage imaginaire (alors que l’un est fictionnel, l’autre non?)». Todo viaje, real o imaginario, entraña siempre un cierto grado de inquietud, misterio y ensoñación. Es consustancial a su naturaleza semántico-simbólica, aunque el sustrato mítico-simbólico está más vinculado al mundo «maravilloso», mientras las historias «reales» corresponden, de manera natural, a un código histórico-cultural. En cualquier caso, resulta absolutamente necesario definir los distintos modelos semánticos y los propios conceptos de fantasía y realidad aplicados a la época medieval (Le Goff, 1985: 9–17). Y redefinir la propia conceptualización de lo mítico, de acuerdo con la mentalidad simbólica medieval.

Porque, frente a la mentalidad «científica» moderna, el hombre medieval tiene una mentalidad «simbólica», una manera particular de concebir la naturaleza y el cosmos, el tiempo y la historia, la vida y la muerte, lo efímero y la eternidad. Aplica unas categorías ←19 | 20→espacio-temporales completamente diferentes, como son diferentes su sistema de creencias y su manera de captar la realidad. Piensa que está vinculado a una serie de fuerzas externas, sobrenaturales, que no puede dominar. Su mundo, es un mundo de amenazas, maravillas y misterios; un universo intemporal cuyos fundamentos se asientan en lo mítico. Por eso, resulta fundamental comprender y aplicar el sentido del concepto godmanniano de «visión del mundo» y, sobre todo, desarrollar una auténtica poética de la imaginación si no queremos correr el riesgo de quedarnos en la pura materialidad del texto medieval.

Hay que entender lo «fantástico» y lo «maravilloso» como respuesta a una necesidad oculta del hombre. Porque, cuando en la evolución de la conciencia humana, en el proceso de interiorización de los mitos que el hombre ha venido realizando precisamente para desmitificar la realidad, muere una creencia, renace en un nivel superior en forma estética. La creencia, una vez que desaparece el elemento racionalizado que la sustentaba, ya no puede aceptarse como tal, pero sobrevive el elemento del que había surgido, y este elemento necesita revestirse de una forma nueva, cuya apariencia no pueda ser negada por la ciencia, y ese nuevo ropaje es precisamente lo «fantástico». Como señala Roger Caillois (1966), el cuento fantástico, maravilloso, pone de manifiesto la ingenua posición del hombre frente a una naturaleza que no sabe ni puede dominar; el de terror, refleja el miedo de ver cómo el equilibrio del mundo, establecido por la investigación rigurosa de la ciencia experimental, se rompe ante el asalto de fuerzas nocturnas, diabólicas; los relatos de ciencia-ficción, la angustia de una época a la que el progreso científico en lugar de proteger contra lo inimaginable, lo precipita hacia él. Los temas, los motivos, la casuística del relato, deriva siempre de las propias preocupaciones de la época. Son un reflejo del imaginario colectivo, que busca, para exorcizar sus propios miedos, una forma de expresión. Lo fantástico, lo maravilloso, los relatos de terror y ciencia ficción, con sus distintas modulaciones, trascienden en el ámbito literario su propia naturaleza. Traicionan la tensión entre lo que el hombre puede y desearía poder hacer, entre lo que sabe y lo que quisiera, o le está prohibido, saber. Con una semiótica diferente, con su juego de imágenes y símbolos, estos relatos intentan ocultar, o al menos disimular, los miedos, anhelos y nostalgias que el hombre ha ido decantando y consolidando a lo largo de su historia. Por eso, la descodificación de ←20 | 21→estos textos requiere un particular esfuerzo. El texto construido como «maravilloso» no puede ser descodificado como una realidad objetiva, por muchos elementos objetivables que contenga, como ocurre con numerosos libros de viajes, porque como texto, que a su vez implica una encrucijada de textos, remite a un contenido no codificado previamente, al mundo de lo fantástico, de lo inimaginable, al mundo de lo desconocido. El nivel cognitivo desaparece, por muy patente que aparezca el mensaje informativo, para centrarse en el mundo de ficción. El trasfondo mítico-simbólico emerge así de una manera sorprendente. La aventura del descubrimiento importa como simple aventura. Poco importa ya si lo contado es verdadero o falso (Popeanga, 1991: 26).

Porque, además, la misma percepción del concepto de lo fantástico y maravilloso del hombre de la Edad Media no se compadece con las categorías teoréticas establecidas al respecto. Como señala Daniel Poirion (1982) el juicio de un lector moderno puede no coincidir exactamente con el de un público cuya cultura se fundaba en creencias y definiciones de lo «normal» y «natural» distintas de la nuestra. Por eso las definiciones de lo maravilloso como «sobrenatural normalmente aceptado» que proponen buena parte de los teóricos modernos no ayudan a esclarecer el problema.

Las aproximaciones a lo fantástico y maravilloso parten generalmente de la definición de Todorov (1970), según la cual lo fantástico ocuparía el momento de la incertidumbre ante un acontecimiento aparentemente sobrenatural, y de manera particular por la diferenciación conceptual que establece entre lo extraño y lo maravilloso en el sentido de que el primero puede tener una explicación natural, aprehensible por el pensamiento, mientras que el segundo, aunque intente explicarse, conserva siempre un reducto sobrenatural. Lo fantástico se establece en ese espacio concreto entre el acontecimiento y su posible conceptualización. La presencia obligada de un lector implícito, que puede aceptar la explicación natural o inclinarse por lo sobrenatural, invalida la posibilidad de aplicar la definición a lo maravilloso medieval (Zumthor, 1972: 137), sencillamente porque esta presencia es inexistente. Lo fantástico de la Edad Media reside precisamente en la falta de conceptualización de lo fantástico, en la falta de delimitación entre lo maravilloso y lo real. No se trata, pues, de un juego con el terror (Caillois, 1958a y 1958b), ni es el tiempo de la duda entre una explicación racional o ←21 | 22→sobrenatural, ni una manifestación gratuita de lo maravilloso. Es una protesta contra un mundo real en el que estamos inmersos y del que queremos escapar.

Como señala Jurgis Baltrusaitis:

La edad Media gótica no evoluciona, pues, solamente hacia el orden de la vida, el realismo y Occidente, sino que presenta también su componente surrealista, sus artificios y exotismos. Una Edad Media más atormentada, poblada de monstruos y prodigios se restaura y desarrolla dentro del Medioevo evangélico y humanista. Sus sobresaltos e inquietudes en los espíritus y en las formas no dejan de incrementarse hasta su ocaso. Este fondo sobrenatural se consolida sobre un terreno complejo. En él encontramos, si bien trasladada a una realidad más fuerte, la teratología de los siglos anteriores así como obsesiones y fantasmagorías creadas por la imaginación. Se ensancha incesantemente extendiéndose a campos nuevos y evoluciona de manera discontinua: más singular y maravilloso hasta el final del siglo XV, más dramático en los siglos XV y XVI.

Muchos libros de viajes se articulan como visión del mundo, como parte de una cosmogonía, aunque frecuentemente este modelo se suele combinar con el diario o descripción de lo visto y vivido.

Details

Pages
436
Year
2020
ISBN (PDF)
9783034341684
ISBN (ePUB)
9783034341691
ISBN (MOBI)
9783034341707
ISBN (Softcover)
9783034338806
DOI
10.3726/b17450
Language
Spanish; Castilian
Publication date
2020 (August)
Published
Bern, Berlin, Bruxelles, New York, Oxford, Warszawa, Wien, 2020. 436 p., 3 il. blanco/negro.

Biographical notes

Barbara Fraticelli (Volume editor)

EUGENIA POPEANGA CHELARU es Catedrática de Filología Románica de la Universidad Complutense de Madrid. Es la Directora del Grupo de investigación ‘La aventura de viajar y sus escrituras’, que durante años ha aglutinado la investigación en torno a las escrituras del viaje y la imagen de la ciudad en la literatura y las artes en la Universidad Complutense. Ha sido Coordinadora del Máster en Estudios Literarios y del programa de Doctorado en Estudios Literarios en la UCM. Es autora de varios volúmenes monográficos sobre viajeros medievales, así como de numerosas publicaciones científicas centradas en las literaturas románicas comparadas, desde la Edad Media hasta la Época Contemporánea

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