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En la estela del Quijote

Cambio lingüístico, normas y tradiciones discursivas en el siglo XVII

by Marta Fernández Alcaide (Volume editor) Elena Leal Abad (Volume editor) Álvaro S. Octavio de Toledo y Huerta (Volume editor)
©2016 Edited Collection 406 Pages
Series: Studia Romanica et Linguistica, Volume 47

Summary

Este volumen cubre lagunas en la investigación lingüística sobre el español del siglo XVII, ceñido hasta ahora fundamentalmente a obras literarias y autores prestigiosos, en conjunción con el XVI. Tomando como eje transversal a Cervantes y su legado, estos trabajos comparten la idea de la existencia de un modelo lingüístico distinto, que va transformándose, no solo en el plano morfosintáctico, sino también en el discursivo, y desemboca en el "español moderno". La lengua de este periodo se analiza desde perspectivas de análisis diferentes y una gran variedad de corpus, que logran aproximar al lector a la complejidad del espacio variacional de la época a ambos lados del Atlántico y a las concepciones teóricas sobre la lengua del XVII, subyacentes a la codificación normativa.

Table Of Contents

  • Cubierta
  • Título
  • Copyright
  • Sobre el autor
  • Sobre el libro
  • Esta edición en formato eBook puede ser citada
  • Índice
  • El mal considerado siglo nuestro: problemas poco atendidos y fenómenos poco explorados en el español del siglo XVII
  • La lengua de los documentos notariales en la literatura del siglo XVII: recreaciones, ecos e influencias
  • Sobre las fuentes no literarias del Diccionario de autoridades, con especial atención a la “Pragmática de tasas” de 1680
  • Nuevos textos, nuevos discursos en la época de Cervantes
  • ¿Codificaciones como crisoles del setecientos? El caso de un diccionario mixto y precientífico para dar cuenta del léxico áureo
  • Hacia un “mapa variacional” de documentos no literarios de los Siglos de Oro (1581–1620)
  • El diálogo erasmiano en el siglo XVII: la traducción del Charon por Juan de Aguilar Villaquirán. Algunas calas en la expresión de las relaciones inter- y extraoracionales
  • América vs. España: contrastes gramaticales y léxicos en documentación del siglo XVII
  • La segmentación lingüística del discurso en la prosa de la segunda mitad del siglo XVII
  • De la literatura a la Gramática:El recibimiento de Cervantes en los libros de gramática (1611–1917)
  • “Rasgos discursivos en dos momentos de la medicina dieciochesca”
  • Antonio de Solís y Rivadeneyra y su Historia de la conquista de México (1684): Transformaciones discursivas en la Crónica Mayor de Indias entre lengua y discurso
  • “Lo mismo que te quiero te quisiera”. Formación de la locución comparativa lo mismo que en el español clásico.
  • La expresión de la ponderación en documentos no literarios: tratamiento discursivo de la enfermedad en las relaciones de sucesos del siglo XVII catalogadas en el Fondo antiguo de la Universidad de Sevilla
  • Fuentes manuscritas del siglo XVII e Historia de la Lengua
  • Resúmenes y palabras claves

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Marta Fernández Alcaide, Elena Leal Abad y Álvaro S. Octavio de Toledo y Huerta

El mal considerado siglo nuestro: problemas poco atendidos y fenómenos poco explorados en el español del siglo XVII

La cita que da título a esta introducción procede del libro VI de La Galatea, donde figura, en boca del anciano sabio Telesio, justo a continuación del famoso “Canto de Calíope”. Forma parte del lamento por el desprecio que príncipes y vulgo hacen de la poesía en España, sin duda “porque no merece el mundo ni el mal considerado siglo nuestro gozar de manjares al alma tan gustosos”. Naturalmente, Cervantes escribe aquí siglo por ‘tiempo, época’, no por ‘centuria’, y mal considerado vale ‘desconsiderado, ingrato’, con sentido activo. Hacemos, pues, abuso (esperamos que no enteramente intolerable) del sintagma cervantino, jugando del vocablo, para referirnos en lo que sigue a un siglo de cien años, el XVII, que se nos antoja mal considerado en su lectura pasiva, esto es, ‘insuficientemente atendido’ desde un punto de vista lingüístico aún a día de hoy. El presente volumen aspira a colmar algunas de las lagunas teóricas y descriptivas que afectan a la consideración de dicho lapso temporal como objeto (potencial) de la historia de la lengua: tal es la tarea propuesta a los autores, todos ellos participantes en la sección congresual que, con el mismo título de este volumen, tuvimos el placer de coordinar durante el XX Congreso de la Asociación Alemana de Hispanistas (Heidelberg, 18–22 de marzo de 2015). Dada la palmaria maestría de sus aportaciones, a los editores nos corresponderá apenas, en esta introducción, dar cuenta de los motivos que, sobre el trasfondo del actual panorama de estudios acerca de la lengua del Seiscientos, nos incitaron a convocar aquella sección y a promover este libro. Un primer apartado esbozará (de modo necesariamente muy esquemático) algunos dilemas generales que plantea el periodo considerado; en una segunda parte nos acercaremos a los asuntos particulares suscitados en los trabajos aquí reunidos; terminaremos, claro está, con los oportunos agradecimientos, por no hacernos mal considerados en el prístino sentido cervantino.

1.  El siglo hendido (Álvaro S. Octavio de Toledo y Huerta)

Según acabamos de decir, nos interesa aquí la noción de siglo como periodo convencional de diez décadas que transcurre, en este caso, de 1601 a 1700. Probablemente, ← 9 | 10 → sin embargo, nuestra tarea (y la de los autores) hubiera sido más sencilla de haber adoptado la noción del pasaje cervantino. En efecto, no resulta fácil decidir cuál sería el siglo del mismo Cervantes en el primer sentido (¿el XVI?, ¿el XVII?), mientras que se hace sencillísimo, en cambio, asignarle una época histórica a caballo entre ambas centurias: el siglo de Cervantes en el segundo sentido es, sin duda, el Siglo de Oro, en cuyo centro nocional (y, con frecuencia, cronológico) cabe situar justamente la obra del alcalaíno, con independencia de los criterios que se empleen para definirlo y los límites precisos que se sugieran para acotarlo temporalmente. Claro está que el Siglo de Oro no es una realidad preexistente, sino un constructo de la historiografía, en particular de la literaria;1 constructo cambiante, puesto que ha ido modulándose para incluir a la mayoría de los autores canónicos del siglo XVII español, hasta Gracián y el último Calderón,2 pero de tal ascendiente sobre la historia ← 10 | 11 → de la lengua que motiva, en Menéndez Pidal, el fracaso más evidente de su método habitual de emparejamiento de las tendencias evolutivas generales (es decir, “lo común, lo colectivo, las tradiciones que conforman la historia idiomática general”, en formulación de Cano 2005a: 51) con las manifestaciones literarias de cualquier periodo dado, pues la conciencia de que en el XVII, por vez primera, “[s]e olvida toda norma local del lenguaje para sustituirla por una norma literaria de grandes individuaciones estilísticas” (Menéndez Pidal 1933: 63) convierte su exposición del Seiscientos en “un estudio de sus grandes autores, de sus creaciones lingüísticas y de sus seguidores: un capítulo, pues, de historia puramente literaria”, a la que en vano se trata de hacer corresponder la emergencia de un “habla común cortesana”, pues para caracterizarla “en ningún momento sale Pidal del círculo cerrado de la lengua literaria” (Cano 2005a: 50–51). Así, aunque tanto Pidal como ‒en su estela‒ Lapesa perciben (y operan) en general con nitidez la diferencia entre la lengua literaria y la lengua historiable, mucho más amplia y compleja que aquella,3 esa distinción se diluye, en el caso del siglo XVII, bajo el efecto disolvente del prestigio escritural de los grandes estilos individuales.

Las consecuencias que esta metonimia historiográfica, por la que el conjunto de la lengua de buena parte del Seiscientos (la primera mitad o incluso los dos primeros tercios) queda suplantada por una pequeña porción de la producción libresca que se toma por representativa de las principales corrientes de estilo, ha tenido sobre la elaboración de la historia lingüística de este tiempo (esto es, sobre el estudio de los fenómenos lingüísticos particulares) se dejan sentir hasta nuestros días. Si se consultan, por ejemplo, las fuentes de los siglos XVI y XVII empleadas en los trabajos que integran la sección de morfología y sintaxis históricas de las actas de los siete primeros congresos (1988–2008) de la Asociación de Historia de la Lengua Española, cuya relación desglosada por clases textuales y ← 11 | 12 → autores u obras figura a continuación,4 se aprecia con claridad un contraste entre ambas centurias que no puede ser casual: las obras del Quinientos, para empezar, se emplean con frecuencia significativamente mayor (157 menciones, en torno a un 45% más que las 107 del siglo siguiente); pero, sobre todo, el número de autores diferentes mencionados es el doble para el siglo XVI que para el XVII, lo que implica que este no solo se estudia bastante menos, sino a partir de una nómina de fuentes mucho más limitada.5 Y esa nómina es marcadamente canónica: apenas dos autores, Cervantes y Quevedo (cuyas obras en prosa se emplean con tal frecuencia que hemos juzgado oportuno listarlas por separado), acumulan la mitad (45/91) de las menciones de obras del Seiscientos en esta muestra, proporción que aumenta hasta el 70% (65/91) si se les añade otro puñado de autores de gran prestigio (Mateo Alemán, Lope de Vega, Gracián y Calderón).6 Inevitablemente, esta selección provoca un peso notablemente mayor de la literatura de ficción (28/46 textos, un 61%, frente a 26/67 o un mero 39% en el siglo XVI), mientras desaparecen por entero categorías de prosa argumentativa y expositiva como la tratadística de asunto no religioso o las obras técnicas.

A)  Siglo XVI (48 autores, 157 menciones)

Comedia humanística y literatura celestinesca (6): Feliciano de Silva, Segunda Celestina; Gómez de Toledo, Tercera Celestina; Comedia Serafina; Comedia Ypólita; Comedia Thebaida; Delicado, Lozana [11].

Diálogos (5): J. de Valdés, Diálogo de la lengua [9]; A. de Valdés, Mercurio y Carón [4]; Viaje de Turquía [3]; Damasio de Frías, Diálogo en alabanza de Valladolid; Mexía, Coloquios.

Otros géneros literarios (7): Lazarillo [19]; Timoneda: Patrañuelo [3] / Sobremesa; Montemayor, Diana [2] / concordancias; Gil Polo, Diana enamorada; Núñez de Reinoso, Clareo y Florisea; Ortúñez de Calahorra, El caballero del Febo. ← 12 | 13 →

Literatura religiosa (9): Luis de Granada, Guía de pecadores [3] / Epistolario; Juan de la Cruz, Subida del Monte Carmelo; Santa Teresa, Vida [4] / Epistolario [2] / Camino de perfección / Meditaciones / Obras completas; Luis de León, De los nombres de Cristo; José de Acosta, Predicación del Evangelio en las Indias.

Literatura didáctica (3): Guevara, Menosprecio de corte [4]; Luis de León, La perfecta casada [2]; Gracián Dantisco, Galateo español.

Literatura miscelánea (1): Mexía, Silva de varia lección [2].

Historiografía (8): Hurtado de Mendoza, Guerra de Granada; Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera [5]; Fernández de Oviedo, Historia general de las Indias [2]; Las Casas, Historia de la provincia de S. Vicente de Chiapa; López de Gómara, Historia de la conquista de México; Cieza de León, Guerras civiles del Perú; Cervantes de Salazar, Crónica de la Nueva España; F. Hernández, Antigüedades de la Nueva España.

Formas epistolares (2): Cortés, Cartas de relación [7]; Guevara, Epístolas familiares.

Tratados científicos y técnicos (4): Jiménez de Urrea, Diálogo de la verdadera honra militar; Marcos de Isaba, Cuerpo enfermo de la milicia española; Pérez de Moya, Manual de contadores; Juan de Mariana, Tratado y discurso sobre la moneda de vellón.

Teatro (5): Lope de Rueda [5], Juan del Encina [3], Torres Naharro [2], Gil Vicente, Lucas Fernández.

Poesía lírica (2): Garcilaso (concordancias) [4], fray Luis de León (concordancias) [2].

Poesía épica (1): Ercilla, La Araucana.

Corpus documentales (14): Corpus doc. de Carlos V, Cartas del Conde de Tendilla (1504–1506), Docs. de la Inquisición en España, Docs. de Granada; Cartas a Indias (ed. Otte) [2], Documentos Lingüísticos de la Nueva España (Company) [9], Docs. de México (Arias Álvarez), Docs. de Tucumán [2], de Mendoza, de Nueva Granada, de Venezuela y de California. Cartas de Diego de Ordaz [2], Cartas de Pedro de Valdivia.

B)  Siglo XVII (24 autores, 107 menciones)

Literatura picaresca (4): Alemán, Guzmán [5]; Espinel, Marcos de Obregón [3]; Vélez de Guevara, El diablo cojuelo [2]; Castillo Solórzano, Trapaza [2].

Otros géneros literarios (8): Gracián, Criticón [2] / El discreto; Zayas, Desengaños amorosos [3]; Céspedes y Meneses, El español Gerardo; Lope, La Dorotea [3] / Novelas a Marcia Leonarda [2]; Francisco Santos, El rey gallo; Avellaneda, Quijote (concordancias).

Literatura religiosa (2): Nieremberg, Epistolario espiritual; Francisco Bramón: Los sirgueros de la Virgen.

Literatura didáctica y costumbrista (2): Gutiérrez de los Ríos, El hombre práctico; Zabaleta, El día de fiesta por la tarde.

Historiografía (5): Juan Antolínez de Burgos, Historia eclesiástica de Granada; Garcilaso Inca, La Florida / Comentarios reales; Antonio Tello: Crónica miscelánea […] de Xalisco; Sigüenza y Góngora, Obras históricas.

Cervantes, Quijote [17] / Novelas ejemplares [5] / Galatea / Obras completas o concordancias [2].

Quevedo, Buscón [7] / Sueños [3] / Hora / Prosa festiva [2] / La cuna y la sepultura. ← 13 | 14 →

Teatro (6): Cervantes [5]; Calderón [4]; Tirso [2]; Bances Candamo [2]; Lope, El caballero de Olmedo; Rojas Zorrilla, Don Diego de noche.

Poesía lírica (2): Quevedo, Poesías; Lope, Rimas sacras / concordancias.

Corpus documentales (8): Corpus doc. de los Austrias, Pleitos de la Chancillería de Valladolid (1630–1688) [2], Cartas de amor (1586–1792); DLNE [7], Docs. de Tucumán [2], de Mendoza, de Venezuela y de California.

En lo sustancial, pues, da la impresión de que el estudio del Seiscientos se ha reducido con harta frecuencia, hasta la fecha, al de la lengua elaborada de unos pocos gigantes de la prosa ficcional y el teatro (la poesía, como es costumbre entre los historiadores de la lengua, apenas si se aborda más allá del siglo XIV)7, activos generalmente en la primera mitad del siglo (hasta 1660, aproximadamente) y sancionados por un canon conformado por los historiadores de la literatura.8 Cabe preguntarse, por tanto, si a efectos lingüísticos nuestra visión del tramo seiscentista del Siglo de Oro no ha sido eclipsada en buena medida por el “oro del siglo”, esa pequeña pero deslumbrante pléyade de genios creadores cuyos primores de estilo configuran, por sinécdoque, nuestra imagen de la lengua del primer XVII.

Esta distorsión es tanto más grave cuanto que nos enfrentamos a la caracterización de una época intermedia de la historia del idioma. La historia de la lengua, como disciplina, construye su objeto de estudio de forma inevitablemente teleológica:9 resultan determinantes (y, por tanto, claramente perceptibles) los estados de lengua escogidos como punto de partida y término (en este caso, el desarrollo medieval del continuo de variedades romances del centro peninsular, por un lado, y el español actual, con su complejidad pluricéntrica, por otro), pero las fases intermedias, si es que se aceptan, poseen perfiles mucho menos nítidos, pues necesariamente se constituyen en “periodos transicionales” que conducen ← 14 | 15 → sucesivamente del estadio inicial al final. Este problema es tan patente para el periodo áureo que, todavía en la última década del siglo pasado, la propuesta del “español clásico” como tramo específico con un perfil lingüístico propio (esto es, diferenciado al tiempo del medieval y del actual: cf. sobre todo Eberenz 1991) ha chocado con las dudas (no necesariamente irrazonables) de quienes se preguntan si dicho intervalo representa en realidad algo más que una “fase de transformación” (Schwellenepoche: cf. Lebsanft 2000) del español medieval en el moderno. Girón Alconchel ha resumido elocuentemente el dilema:

No sabemos muy bien qué cambios sintácticos definen el español de los siglos XVI y XVII. [Algunos] vienen de mucho antes de 1492, [otros] van más allá de 1726. [Ello] nos lleva indefectiblemente al problema de la periodización de la historia sintáctica, un tema en verdad difícil […]: el español de esos doscientos años es una lengua de transición muy variada (Girón 2004: 72–73)

La solución a este problema ha sido doble, con resultados convergentes: por un lado, existe cierta unanimidad en torno a la idea de que diversos fenómenos de raigambre medieval se extinguen a ritmo acelerado entre las últimas décadas del siglo XV y las primeras del XVI (cf. por todos Ridruejo 1993; Sánchez Lancis 1998, 2009; Eberenz 2009); por otra parte, entre 1550 y 1650–1660, aproximadamente, es posible –y tradicional en las historias del idioma‒ apoyarse en el conjunto de fenómenos sociopolíticos y culturales que emparejan el Siglo de Oro literario (de Garcilaso a Gracián) con el predominio de la monarquía hispánica en el plano internacional (la “preponderancia española” que Hauser 1933 cifró entre 1559 y 1660) para delimitar un tramo histórico a cuya percepción –intuitiva, al menos‒ contribuye precisamente la importancia concedida a la presencia de estilos individuales de carácter netamente diferenciado entre los grandes autores literarios (de Santa Teresa a Calderón pasando por Cervantes o Quevedo). Ilustra bien esta doble visión, de nuevo, Girón Alconchel:

Hasta 1550 el castellano es muy parecido al de la Edad Media; después de 1650, al español moderno. Por si fuera poco, esos cien años que van de 1550 a 1650 sí son el verdadero “Siglo de Oro” de las letras españolas (Girón 2004: 91)

A esta feliz coincidencia (no necesariamente casual) entre lo “externo” y lo “interno” puede unirse un argumento procedente de un ámbito metalingüístico que actúa como correa de transmisión entre la lengua del periodo y su codificación institucionalizada (y, por tanto, normalización tentativa) en ese mismo lapso cronológico: en efecto, la gramatización (en el sentido de Auroux 1994, 2009) del castellano o español arranca precisamente sobre la linde del siglo XVI con Nebrija, pero después, en acertada formulación de Gómez Asencio (2001), “la gramática española sale de España”, adonde no regresará, precisamente, hasta las primeras ← 15 | 16 → décadas del XVII (Jiménez Patón, Correas) para interrumpirse de nuevo en suelo peninsular entre 1651 (Villar) y las décadas centrales del siglo XVIII. Así, la cronología gramaticográfica parece reforzar no solo la idea del surgimiento de un “tiempo nuevo” en los albores del siglo XVI, sino también el establecimiento de una frontera de época en torno a la sexta década del XVII.

Todo ello nos sitúa, por contraste, ante la existencia de un “segundo XVII”, el posterior a 1660, marcadamente menos áureo, tanto por la ausencia de grandes autores de referencia10 como por el marchamo de “decadencia” asociado en la historiografía tradicional ‒ya desde el mismo siglo XVIII‒ a los últimos años de Felipe IV y al reinado entero de Carlos II (con apoyo evidente en la minusvalía física del propio monarca).11 Ambas características se conjugan en el retrato sombrío que de la lengua de esas décadas nos ofrece (aunque solo a vuelapluma, pues ← 16 | 17 → apenas las menciona retrospectivamente al abordar la fundación de la Academia, a la que con claridad atribuye un papel de revulsivo tras décadas de marasmo cultural) Rafael Lapesa:12

Tras la serie de adversidades que habían jalonado los reinados de Felipe IV y Carlos II, [España] quedaba sacrificada en la paz de Utrecht. Todas las actividades parecían muertas. Se imponía una tarea de reconstrucción vivificadora (Lapesa 1981: 418)
   Nunca, en verdad, estuvo más justificada que en el siglo XVIII la preocupación por el idioma. En los dos primeros tercios del setecientos se prolongaban, envilecidos, los gustos barrocos de la extrema decadencia […]. Una caterva de escritorzuelos bárbaros y predicadores ignaros emplebeyecía la herencia de nuestros grandes autores del siglo XVII (Lapesa 1981: 424)

Aunque tanto la vieja idea de que el último tramo del Seiscientos representa “the nadir of decadence” (Lea 1898: 40) como la descalificación indistinta de la producción letrada de ese tiempo13 han sido profundamente revisadas en las últimas ← 17 | 18 → décadas, son estos aún “unos replanteamientos que apenas han alcanzado a los historiadores de la lengua” (Álvarez de Miranda 1996: 86). Los últimos cuarenta años del siglo XVII apenas se han explorado desde un punto de vista lingüístico, ni en trabajos monográficos ni en obras de conjunto, menos aún en lo que hace a la morfosintaxis (pues para el léxico contamos, en cambio, con el trabajo pionero de Álvarez de Miranda 1992); puesto que, por otra parte, la fonética del estándar peninsular coincide ya en este tiempo sustancialmente con la actual, y en vista de que la historia de la lengua del XVII se ha abordado, más que la de ningún otro siglo, desde la óptica de la producción literaria culta, ámbito en que el último Seiscientos (como el primer Setecientos) parece prolongar la vigencia de los códigos estéticos de las décadas iniciales del siglo, el límite superior del español clásico se percibe como muy difuso, hasta el punto de que no resulta clara su pertinencia; y, por otro lado, se produce un efecto de hipóstasis por el que la lengua de las últimas décadas del XVII se considera, en su conjunto, tan inmóvil y disociada de las dinámicas sociales como el elaborado código escritural de la prosa barroca entonces en boga:

La mitad del siglo XVII no se justifica como término del periodo medio; en primer lugar, porque no se produce por aquellos años un cambio de paradigmas culturales con un impacto sobre la lengua elaborada como el que se da después de 1450 […]. Además, no hay tampoco conjuntos de alteraciones tan nutridos ni tan evidentes como en el Cuatrocientos (Eberenz 2009: 188)
    La grave crisis política sufrida por España a partir de 1640 no repercutió directa ni indirectamente en el espíritu ni en las estructuras formales de nuestra lengua. No es que hayan dejado de producirse cambios fonéticos, gramaticales ni léxicos después de aquel desastre, sino que se han debido a otros factores (Lapesa 1996: 61)

Nos hallamos, en definitiva, ante un siglo hendido en dos partes casi simétricas cuyo tratamiento ha sido marcadamente distinto, pero en ambos casos problemático: una parte (los primeros sesenta años) ha quedado opacada en buena medida para el estudio lingüístico por el peso de prestigiosos modelos de escritura culta;14 otra (las últimas cuatro décadas), en cambio, apenas se ha abordado por el ← 18 | 19 → desinterés que han traído consigo su desprestigio historiográfico y estético. Entre los oropeles de la primera y el desdoro de la segunda, que las hacen difícilmente comparables entre sí, carecemos a día de hoy de una perspectiva medianamente coherente de la lengua del siglo XVII como continuo sistémico. A diferencia de lo que ocurre con el siglo XVI, ni siquiera estamos seguros de en qué medida esta centuria se corresponde o no, en su conjunto, con una época homogénea del idioma (la segunda mitad del XVII, ¿es aún español clásico u otra cosa ya distinta?). Y –lo que resulta todavía más arriesgado– hemos tendido a camuflar nuestro desconocimiento de la dinámica variacional del último Seiscientos bajo la idea, altamente discutible, de que el afianzamiento de una norma de prestigio escritural condujo a una fijación de las formas y construcciones lingüísticas que actuó en lo sucesivo como freno al cambio morfosintáctico, esto es, de que a partir del mediados del siglo XVII el sistema lingüístico del español adquiere ya una configuración en todo semejante a la actual.

De nuevo, el descuido de las últimas décadas del siglo XVII tiene efectos perniciosos que comienzan por el acceso mismo a los datos lingüísticos. De una etapa cronológica poco prestigiosa para los historiadores de la literatura (y, en general, de la cultura) se editan sin duda menos textos, pues están destinados a encontrar menos eco tanto entre los especialistas como entre el público general; un corpus electrónico de referencia como el CORDE se basa por lo común en ediciones preexistentes; en consecuencia, existe una gigantesca asimetría entre el volumen de datos que ofrece el CORDE para los años más claramente adscribibles al Siglo de Oro literario (1550–1625, aproximadamente) y el que presentan los tramos inmediatamente posteriores, como revela el Gráfico 1.15 Como cabe sospechar, la reducción no afecta solo al volumen total de datos, sino también a la variedad de ← 19 | 20 → tipos textuales o tradiciones discursivas que se recogen en cada periodo, lo que a su vez menoscaba seriamente la representatividad de la muestra (para los requisitos de un corpus histórico representativo, por cuanto textualmente equilibrado, cf. Kabatek 2013).

Gráfico 1:  Distribución por periodos del volumen textual del CORDE, 1541–1975

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Por lo demás, los intentos de periodización en la historia de la lengua española han atendido tradicionalmente a la fonología (que, cierto es, muta ya poco a partir de las primeras décadas del Seiscientos, al menos en lo que hace al estándar europeo, y por tanto no resulta particularmente útil para establecer distingos dentro del siglo XVII ni entre este y los periodos posteriores) y solo más recientemente a la morfosintaxis. Al calor de la atención que se viene prestando en los últimos quince años a este ámbito con miras a la delimitación de periodos del idioma, se ha mencionado un cierto número de fenómenos que experimentarían a lo largo del XVII una fase importante de su evolución, en la medida en que es entonces cuando se extinguen definitivamente, cuando se documentan por vez primera o cuando conocen una aceleración en su ritmo de difusión sociolingüística o de extensión sintáctica.16 Entre los mencionados en Girón (2004) pertenecen a esta clase, por ejemplo, la pérdida del “futuro analítico” cantarlo he (cf. Girón 2007), el declive de la anteposición del participio al auxiliar en los tiempos compuestos (cf. Fischer 2014), la extensión del artículo ante oraciones completivas (cf. Lapesa ← 20 | 21 → 1984), el auge de usted(es) como formas de tratamiento (cf. ya Fontanella 1992 y, entre otros trabajos más recientes, Moreno 2002, 2006; Sáez 2006; Calderón / García Godoy 2012; Gutiérrez Maté 2012), la extensión de la duplicación mediante clítico de los dativos (cf. particularmente Girón 2002, Company 2002, Melis et al. 2006) o la difusión creciente de leísmo y laísmo. En un trabajo reciente, Company (2015) ha llamado la atención –entre otros cambios que afectan a las preposiciones, como el intenso aumento de la construcción para + infinitivo a expensas de por‒ sobre la modificación durante el XVII del perfil sintáctico de a, que se aleja definitivamente del significado locativo originario al favorecer la selección de términos abstractos, al tiempo que aumenta su presencia con referentes animados (lo que sugiere un incremento significativo del marcado preposicional de objetos). Y ya Hartmann (1992) mencionaba, dentro de un reducido catálogo de transformaciones históricas destacadas acontecidas durante la historia del español, la pérdida de las variantes demostrativas largas del tipo aques(t)e, que cabe situar igualmente en el XVII (cf. Girón 1998), o la expansión de estar en detrimento de ser, que, según demuestran los análisis cuantitativos más recientes (cf. Marco / Marín 2016) se acelera significativamente en el Seiscientos.

Este conjunto de transformaciones es suficiente, a nuestro juicio, para desmentir la idea de que la dinámica de cambio resulta escasa o débil durante el siglo XVII y, en vista de que en casi todos los casos la situación al inicio y al término de la centuria es llamativamente distinta, obliga igualmente a replantearse la posible existencia de un partidor cronológico de importancia en las décadas centrales del Seiscientos. Se trata, además, de un catálogo fácilmente ampliable: basta pensar en el abandono de habemos frente a hemos como forma de primera persona de plural (Bustos / Moreno 1992), la introducción creciente de la preposición de ante completivas dependientes de sustantivos y adjetivos (Company / Bogard 1989), el incremento de quienes como forma relativa de plural (Morala 2006), el declive peninsular de qué tan(to) y el desarrollo de cómo de + adjetivo para la cuantificación de grado (Octavio de Toledo / Sánchez 2009), el auge del esquema con experimentante dativo en los predicados causativos emocionales (Melis / Flores / Bogard 2003)… Pero no es objetivo de esta breve introducción ofrecer una nómina completa, ni cabría hacerlo en tan corto espacio. Nos parece de mayor interés reclamar aquí la conveniencia de agrupar y tipificar en lo posible estos cambios, cuya mera acumulación puede acabar produciendo la impresión de un “cajón de sastre” en que coexisten fenómenos con motivaciones muy variopintas y transformaciones de gran magnitud con otras de escasa importancia.

Pueden distinguirse, de entrada, los procesos de larga duración –por cuanto incoados ya a lo largo del periodo medieval‒ que parecen conocer en esta época ← 21 | 22 → un punto de inflexión significativo, y que pueden agruparse con otros para formar macroprocesos con una direccionalidad determinada. El caso más claro, como han señalado varios autores (Girón 2002, Company 2002, Melis / Flores / Bogard 2003, Flores / Melis 2015), es el de la mutua implicación del incremento en el doblado pronominal de los dativos y en el marcado preposicional de los objetos, que configuran un proceso general de favorecimiento de señales gramaticales expresas que vinculen al predicado verbal con sus argumentos, aumentando la cohesión entre aquel y estos; además, el auge del doblado consagra el esquema sintáctico que lo vio nacer, el de los verbos con dativo experimentante preverbal (Elvira 2014), favoreciendo la extensión de este patrón construccional; y la frecuencia creciente de las marcas clíticas de objeto arrastra otros cambios asociados, como la tendencia a la fijación de una forma única le para el singular y plural (Huerta 2005; cf. Company 2002 para otros fenómenos en este ámbito). No se ha insistido hasta la fecha, sin embargo, en el vínculo que permite relacionar entre sí varios de los fenómenos aquí mencionados, que parecen responder igualmente a un macroproceso común: detrás de la pérdida de cantarlo he y cantado (lo) he se esconde, como se ha subrayado recientemente, un cambio crucial en la estructura informativa del español, que pierde en buena medida en la primera mitad del Seiscientos la capacidad de anteponer o “frontalizar” los constituyentes focalizados no contrastivos (cf. Mackenzie 2010, Sitaridou 2015, Octavio de Toledo 2015, Batllori, 2016), mientras retrocede la configuración sintáctica con el verbo finito en el arranque oracional (cambio VS > SV, cf. Melis et al. 2006)17 y decae, al tiempo, la enclisis pronominal (cantábalo) en dicho contexto, hasta entonces el más resistente (cf. Girón 2012), cambios todos que apuntan en la dirección de una tendencia a la fijación del orden de palabras según parámetros de secuencialidad sintáctica y no de estructuración informativa. A su vez, ambos macroprocesos pueden interpretarse como integrantes de una deriva de orden superior mediante la que se tiende a restringir la interpretación encomendada a la competencia pragmática del interlocutor a través del desarrollo de marcas sintácticas manifiestas, como son el incremento de información codificada acerca de la función de cada participante y la tendencia al carácter más configurativo y menos informativo del orden de constituyentes. A este proceso, que cabe denominar de progresiva sintactización (en el sentido de Givón 1979; cf. también Girón 2004: 86) y en cuya base parece estar una mayor preocupación de los escribientes por guiar las inferencias interpretativas de sus ← 22 | 23 → destinatarios mediante señales explícitas, contribuye igualmente, por ejemplo, la progresiva jerarquización del periodo oracional (cf. Girón 2003, Garrido 2013), con el consiguiente incremento de la hipotaxis y su diversificación nexual, así como el desarrollo de nuevos mecanismos anafóricos que favorezcan la cohesión léxica (los encapsuladores, por ejemplo: cf. Borreguero / Octavio de Toledo 2007), de nuevas secuencias especializadas en la expresión de relaciones implicativas o evidenciales (cf. por ejemplo Porcar / Velando 2008), etc.18 Algo similar cabe decir del favorecimiento de marcas de rección específicas ante las subordinadas completivas, que permite asociar el incremento de uso de de ante las que dependen de un sustantivo o adjetivo con la aparición de los primeros casos firmes de dequeísmo (Pountain 2014, Serradilla 2014) y con la introducción del artículo ante las completivas con que (Octavio de Toledo 2014). Por otro lado, el esfuerzo de integración en grandes procesos y derivas tiene un complemento necesario en el esfuerzo –no siempre acometido en los estudios citados‒ por desmenuzar la difusión de los fenómenos más complejos en términos de los entornos concretos donde se produce, pues las diferencias entre estos inciden sin duda en el ritmo del cambio y pueden revelar también la actuación de motivaciones diferenciadas: por citar un solo caso, en la extensión del marcado preposicional del objeto directo hacia el fin del español clásico se antoja importante distinguir entre el carácter recesivo de la marca ante entidades únicas inanimadas (por ejemplo, los nombres propios de lugares) y su presencia cada vez mayor con los plurales animados indefinidos o genéricos, pues ambos fenómenos son de por sí reveladores de la especialización histórica del marcado en la expresión de la animación por sobre otras propiedades referenciales. Macrofenómenos y microprocesos constituyen, pues, dos caras de una misma moneda en el empeño de añadir valor explicativo a la caracterización exhaustiva de la morfosintaxis del siglo XVII.

Details

Pages
406
Year
2016
ISBN (ePUB)
9783631695197
ISBN (PDF)
9783653065848
ISBN (MOBI)
9783631695203
ISBN (Hardcover)
9783631673157
DOI
10.3726/978-3-653-06584-8
Language
Spanish; Castilian
Publication date
2016 (August)
Keywords
investigación lingüística Cervantes español moderno espacio variacional siglo XVII
Published
Frankfurt am Main, Bern, Bruxelles, New York, Oxford, Warszawa, Wien, 2016. 406 p., 12 tablas, 16 il., 12 gráficos

Biographical notes

Marta Fernández Alcaide (Volume editor) Elena Leal Abad (Volume editor) Álvaro S. Octavio de Toledo y Huerta (Volume editor)

Marta Fernández Alcaide, actualmente profesora doctora en la Universidad de Sevilla, con docencia en universidades alemanas e inglesas (Múnich, Londres…), es especialista en sintaxis histórica del español, preferentemente de época clásica, y en la oralidad concepcional en textos escritos. Elena Leal Abad es profesora del Departamento de Lengua Española, Lingüística y Teoría de la Literatura de la Universidad de Sevilla, donde desarrolla su labor docente e investigadora como doctora, centrada en la sintaxis diacrónica del español y en la configuración histórica del discurso informativo. Álvaro S. Octavio de Toledo es profesor de Lingüística Románica en la Universidad de Múnich. Doctor por la Universidad de Tubinga, ha centrado su investigación en los procesos de gramaticalización en la historia del español y en la configuración sintáctica del español clásico y moderno.

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