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Francisco de Quevedo La vida del Buscó Edición crítica

by Alfredo Rodríguez López-Vázquez (Volume editor)
©2021 Others 222 Pages

Summary

En La vida del Buscón, Francisco de Quevedo nos introduce en la novela picaresca con una muy completa obra, aunque sin llegar al volumen del Guzmán de Alfarache. Para la edición de esta obra se han tomado en consideración las distintas ediciones, dando especial relevancia al manuscrito de la Fundación Lázaro Galdiano, de Madrid, salido de la mano de alguien muy cercano al propio Francisco de Quevedo.

Table Of Contents

  • Cubierta
  • Título
  • Copyright
  • Sobre el autor
  • Sobre el libro
  • Esta edición en formato eBook puede ser citada
  • Table of Contents
  • LOS AVATARES DE QUEVEDO: SU VIDA, SU OBRA Y SU LEYENDA
  • La primera época de Quevedo, la creación del Buscón y su evolución textual
  • Las interpolaciones de Alcalá en El Buscón
  • El episodio del licenciado Cabra y sus interpolaciones
  • PABLOS, SU FAMILIA Y EL ENTORNO SEGOVIANO
  • PABLOS EN LA ESCUELA SEGOVIANA
  • El capítulo sexto de la tercera parte del Buscón
  • Una hipótesis alternativa sobre la primera parte del Buscón
  • Forma, función y significación del relato de Pablos
  • EL ESTEMA, SUS POMPAS Y SUS GLORIAS
  • MANUSCRITOS DEL XVI
  • EDICIONES IMPRESAS EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XVII
  • BIBLIOGRAFÍA GENERAL
  • LIBRO PRIMERO
  • CAPÍTULO PRIMERO En que cuenta quién es el Buscón
  • Capítulo I, 2 De cómo fue a la escuela y lo que en ella le sucedió
  • Capítulo I, 3 De cómo fue a un pupilaje por criado de don Diego Coronel
  • Capítulo I, 4 De la convalecencia192 y ida a estudiar a Alcalá de Henares
  • Capítulo quinto De la entrada de Alcalá, patente y burlas que le hicieron por nuevo
  • Capítulo sesto De las crueldades de la ama y travesuras que hizo
  • Capítulo sétimo De la ida de don Diego, y nuevas de la muerte de su padre y madre, y la resolución que tomó en sus cosas para adelante
  • LIBRO SEGUNDO
  • CAPÍTULO PRIMERO Del camino de Alcalá para Segovia, y de lo que le sucedió en él hasta Rejas, donde durmió aquella noche
  • LIBRO TERCERO Y ÚLTIMO DE LA PRIMERA PARTE DE LA VIDA DEL BUSCÓN
  • Capítulo primero De lo que le sucedió en la Corte luego que llegó hasta que amaneció
  • Capítulo segundo En que prosigue la materia comenzada y cuenta algunos raros sucesos
  • Capítulo tercero En que prosigue la misma materia hasta dar con todos en la cárcel
  • Capítulo cuarto En que trata los sucesos de la cárcel hasta salir la vieja azotada, los compañeros a la vergüenza y él en fiado.
  • Capítulo quinto De cómo tomó posada, y la desgracia que le sucedió en ella
  • Capítulo sesto Prosigue el cuento, con otros varios sucesos
  • Capítulo sétimo En que se prosigue lo mismo, con otros sucesos y desgracias que le sucedieron
  • Capítulo otavo De su cura y otros sucesos peregrinos
  • Capítulo noveno En que se hace representante, poeta y galán de monja
  • Capítulo décimo De lo que le sucedió en Sevilla hasta embarcarse a Indias

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LOS AVATARES DE QUEVEDO: SU VIDA, SU OBRA Y SU LEYENDA

La poliédrica y compleja personalidad de don Francisco de Quevedo (1580–1645) y sus distintos avatares vitales se superponen a la leyenda tejida en torno a aspectos de su vida y de su literatura, de tal manera que es muy difícil deslindar al personaje de la persona y a la obra de su imagen popular. Los chistes o malicias quevedescas, casi siempre asociadas a lo escatológico y a las hablillas y atribuciones poco o nada fidedignas,1 apuntan a que su figura, ya de por sí peculiar, suele ir acompañada por su leyenda, tanto real como apócrifa. A la manera de Ortega podríamos decir que don Francisco es él y su circunstancia vital. Enfrentado ásperamente con don Luis de Góngora, a quien comenzó imitando en su época juvenil bajo el seudónimo de Miguel Musa, Quevedo está sin duda a su nivel en lo que atañe al quehacer poético cuando aborda el soneto, tanto satírico como reflexivo, tanto filosófico como erótico o malévolo. Se acerca a la altura de Calderón, Vélez de Guevara o Quiñones en su excelente y jocoso teatro breve y, sobre todo, es inimitable en su tono de zumba, aledaño a las maliciosas, pérfidas, y con frecuencia procaces, sátiras de Marcial. Y, sin duda, resulta el mejor y más afilado discípulo del irónico y mordaz Luciano de Samósata,2 al menos en sus obras de juventud, entre las que El buscón y los Sueños constituyen la cumbre de su arte literario. Es decir, del primer período de su tan extensa obra, que podemos resumir como la del Quevedo satírico, discípulo de Marcial y Luciano y continuador magnífico del anónimo Lazarillo y del sombrío e ingenioso Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán.

Podemos plantearnos la ‘cuestión palpitante’ que acompaña siempre a Quevedo, todo lo que atañe a su vida, su obra y su leyenda. Lo primero de todo, su circunstancia vital: segundo hijo del matrimonio formado por Pedro Gómez de Quevedo (escribano de cámara de doña Ana de Austria, esposa de Felipe II) y de doña María de Santibáñez, una de las damas del séquito de la misma doña Ana. A la muerte de su hermano mayor, Pedro, Francisco hereda la primogenitura y ←11 | 12→con ella el título de Señor de la Torre de Juan Abad. El título de Señor está un punto por debajo del de Vizconde en el rango de la nobleza menor. Su linaje hidalgo, relacionado con la Montaña de Santander y su acendrado catolicismo tridentino se superponen a su formación cultural con los jesuitas en la villa de Ocaña y luego en la Universidad de Alcalá de Henares, donde adquiere el grado de Bachiller en Artes. La de Alcalá es una universidad más relacionada con los franciscanos, debido a su fundador, el cardenal Cisneros, pero también novedosa y díscola, más en los albores que en las postrimerías del siglo, Trento mediante. Quevedo adquiere ahí una excelente formación clásica y también teológica, lo que a finales del siglo XVI ha de entenderse dentro de la más estricta ortodoxia cristiana, enraizada en las directrices ortodoxas del Concilio tridentino. Tal vez de ahí venga su particular inquina con Góngora, siempre sospechoso de actitud comprensiva hacia el mundo judío, dicho de manera prudente. Conviene no olvidar, para entender bien los conflictos entre Góngora y Quevedo, que se trata de dos literatos de distinta generación, ya que don Luis nace en 1561 y don Francisco en 1580. Uno, cordobés de pura cepa y raigambre afín al judaísmo, y el otro manchego, cristiano viejo y descendiente de la nobleza de la Montaña de Santander. Dos generaciones distintas y dos mundos doctrinales alejados.

Quevedo, tras graduarse en la universidad de Alcalá, ya desde muy joven accede a la amistad erudita de Justo Lipsio y mantiene comunicación epistolar con tan sabio humanista.3 No parece aventurado postular que su minucioso conocimiento de la obra de Marcial y de Luciano de Samósata, eximios satíricos en latín y en griego, está en la base de su primer estilo, a la vez incisivo y culto, demoledor en las intenciones y virtuoso en la forma. La facilidad y desvergonzada soltura con la que Marcial aborda los más crudos temas escatológicos, el erotismo mercenario de coimas y jaques, y las liviandades y turbaciones del espíritu alborotado y de la carne ávida, proporcionan al cultísimo Quevedo, un marco de exploración de las bajezas y oscuridades humanas y el uso de un lenguaje sin trabas, que incluye la exhibición de vocablos populares y escatológicos; la mordaz y afilada pluma de Luciano y su exploración de la lengua helénica y de los tipos populares y los vicios públicos y privados dotan al joven e inquieto Quevedo de un denso empaque cultural y, sin duda, de una conciencia de superioridad moral ←12 | 13→que acabará desarrollando un talante neoestoico, muy afín a Séneca y a los escritos de Pablo de Tarso, que, al menos en la primera época, coexisten con su desenfadada capacidad para la sátira y el escalpelo afilado en El Buscón, los Sueños, los pérfidos y perfectos sonetos y las jácaras; buena parte de su poesía festiva y maliciosa corresponde a esta primera época y evidencia su agudo y precoz genio e ingenio. Es en esta tumultuosa y mordaz primera época (1600–1610) en donde se sitúa la creación, seguramente en dos, o hasta tres, fases diferentes, del Buscón. Asumiendo que, probablemente, el texto último y definitivo haya sido retocado en el quinquenio inmediato a la fecha de su publicación y difusión, que, a tenor de las investigaciones más recientes, hay que situar un poco antes de la popular edición de Zaragoza en 1626, a cargo de Roberto Duport y Pedro Vergés.

A esa afilada y perspicaz mirada del joven Quevedo hay que superponerle su malicioso – y a veces despiadado – gracejo para seleccionar a sus personajes. Luciano le proporciona el hábito de la mirada mordaz, el salero y zumba de una lengua a la vez desenvuelta y esmerada y la perspicacia para ahondar en los tipos populares; Marcial le dota de una mirada cruel, hasta el límite de lo obsceno, y la peculiar combinación del uso de la jerga de los bajos fondos y del lenguaje sicalíptico de troteras y danzaderas, que combina y hermana las palabras sonrojantes y soeces y la calidad cuidadosa de los distintos ritmos del verso castellano, de la frase punzante y de la malicia enrevesada. Todo lo necesario para convertirlo en un autor popular, con una imagen contracultural y también, un acervo magnífico de cómo articular los distintos registros de la lengua. Los primeros textos quevedescos, Premáticas, jácaras, ácidos sonetos satíricos y tal vez maliciosas parodias, nos muestran a un autor pleno de recursos y ambicioso de ideas. Joven, pero no jovial, y mordaz y mordicante, pero también cultísimo y de mirada atenta y escudriñadora.

Entre los varios problemas críticos que acompañan a la obra de Quevedo, y a las dudas y sospechas sobre atribuciones e interpolaciones, está el del carácter fidedigno o espurio de esas atribuciones, por un lado, y el del tenor de los textos por otro. En su irónico prefacio “A los doctos, modestos y piadosos”, que encabeza La cuna y la sepultura (1633), el propio Quevedo se hacía eco de la situación con unas frases que conviene conocer y que por ello transcribo:

«Siendo bastantes mi inorancias para culparme, la malicia ha añadido a mi nombre obras, impresas y de mano, que nunca escribí, algunas impresas antes de mi impresión y con nombres de sus autores. No deja de ser nota mía el ser tal que se me puedan achacar semejantes tratados. He tenido aviso que prosiguen en esta persecución por dar los riesgos de su intención a mi persona (…) Y protesto que nada es mío sino lo que yo, pidiendo licencia para imprimir, lo sacare a luz.»

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Estas prevenciones y protestas no atañen al Buscón, pero sí, por ejemplo a obras como El chitón de las tarabillas, cuya autoría (y cuyo título real4) convendría revisar, al igual que alguna otra obra considerada (con razón y justicia) menor, aunque eutrapélica, que dificultan los procedimientos de análisis a la hora de deslindar las fases de composición de obras cimeras, como es el caso del Buscón o de los Sueños. En otros casos, obras de índole doctrinal, como Virtud militante, La cuna y la sepultura5 o Doctrina moral,6 que comparten pasajes con leves variaciones (como la explicación del Padrenuestro), el análisis y cotejo entre estos textos apunta a una cercanía en los índices de uso de ‘mas’ y ‘pero’ en torno a porcentajes muy equilibrados (23 ‘mas’ frente a 18 ‘pero’) en La cuna y 12 ‘mas’ frente a 15 ‘pero’ en Doctrina moral; en ambos casos en torno a un 80% de proximidad. Dado que se trata de un índice objetivo, que podríamos calificar de ‘independiente del contexto’, parece razonable asumirlo como elemento orientativo. Se trata de un índice que permite proponer hipótesis fiables sobre épocas de composición de los textos y también, detectar diferentes estratos de evolución del texto, lo que para El buscón parece una indagación interesante.

La primera época de Quevedo, la creación del Buscón y su evolución textual

Pablos el Buscón y sus antecesores Lázaro de Tormes y Guzmán de Alfarache, son gente itinerante y sus rumbos le proponen al lector contemporáneo un sentido: en el caso del azacaneado Lázaro, el del asentamiento social ínfimo tras pasar por mozo de muchos amos y descubrir las miserias de los que merodean por las villas en el camino de Salamanca a ‘la imperial ciudad de Toledo’; en el de Guzmán, el de la constatación de la podredumbre moral que inunda palacios ←14 | 15→y chozas. En este sentido, el estar en movimiento perpetuo tiene una doble función, individual y colectiva. El aprendiz de pícaro busca su lugar en el mundo usando sus mañas y su adaptación al medio; la aldea, la villa o la ciudad, infestadas de este nuevo mundo de la marginalidad, toleran y transigen la infracción a cambio de mantener sus límites, marcados por la legalidad que dictan los corchetes y los alcaides de prisión. En el Lazarillo no hay mención alguna al oficio de pícaro, ni se usa léxico derivado de él, tal vez porque el texto íntegro, no el prohibido y luego amputado por la Inquisición, no correspondía al pensamiento tridentino. En el Guzmán, el pícaro formaba parte del paisaje urbano y era un bicho omnipresente y asocial; en el Buscón es ya un oficio, por precario e inestable que el oficio y quehacer sean, y actúa conforme a una normativa y unas premáticas. Burlescas y mordaces premáticas que ya, antes de Quevedo, usó y puso de moda Mateo Alemán, desde los capítulos finales de la primera parte del Guzmán. El inframundo de coimas, rufianes y clérigos saltaembancos es ya omnipresente y nadie mejor que Cervantes para escrutarlo a través de la mirada de Rincón y Cortado, testigos del poder marginal de Monipodio en su Corte de los Milagros sevillana; como precursores suyos, Lázaro, merodeando en precario por el Reino de Toledo, y Guzmán por la babilonia sevillana, puerto de embarque hacia Indias, anuncian a este azacaneado Pablos, que acompañado de su coima, decidirá (porque no tiene ya otro remedio) huir de la península en dirección al Nuevo Mundo. Este abrupto final tal vez sea muy tardío respecto a la fecha de redacción de los primeros capítulos segovianos, que podría llegar incluso, conforme a la conjetura de Alonso Cortés, a los tres primeros años del nuevo siglo.

La magistral creación de Quevedo culmina la primera fase de la picaresca y desbroza el camino, en compañía de La pícara Justina, hacia la segunda fase, pobladísima de coimas, garduñas sin complejos y matantes a sueldo y tarifa, como el fugaz Matorrales del capítulo final del Buscón. El mundo del hampa y la mala vida ya está escalafonado y sujeto a la ley de la oferta y la demanda.

El Buscón empieza a crearse7, seguramente, hacia el segundo semestre de 1604, fecha en la que la Corte todavía reside en Valladolid. Los tres primeros capítulos, es decir, lo que sucede en Segovia, antes de su marcha a Alcalá, deben de haber sido escritos en esos meses finales, pero es poco probable que las peripecias alcalaínas de Pablos, tal como las conocemos, sean de ese mismo año, ya que en los primeros meses de 1605 la Corte comienza a trasladarse a Madrid y, siguiendo a ←15 | 16→la Corte, también Quevedo. La segunda parte del Guzmán aparece, impresa en Lisboa, en diciembre de 1604, por lo que no parece asumible que influya en el Buscón, antes de 1605. El traslado de Valladolid a Madrid, que los reyes hacen en varios meses, culminando a mediados de año, sugiere que una primera redacción completa del Buscón debería corresponder a los años 1604–6.8 Eso apunta a que se trata de una obra que, al menos en una primera versión completa, es tarea de juventud, con Quevedo frisando los 25 años. Como veremos más adelante, los episodios intermedios entre Segovia y Madrid, parecen haber sido escritos, al menos en su redacción definitiva, en época algo más tardía, entre 1608 y 1610. Y el escrutinio minucioso de usos lingüísticos permite sostener la hipótesis de que el texto final fue revisado antes de la copia del manuscrito B, es decir, en el período 1620–23, un período en el que don Francisco escribe algunas obras breves, como el Entremés de Muñatones, y obras de talante similar que presentan usos lingüísticos comunes y paralelos en la redacción final del Buscón. Todo esto concuerda con las propuestas enfrentadas sobre las fechas de composición, que van desde 1604 hasta 1623.9 Un análisis minucioso de los usos lingüísticos de cada episodio (o de cada capítulo o secuencia de capítulos) debería arrojar luz sobre esta cuestión de la estratigrafía literaria de la obra. Hay que admitir la hipótesis de que El buscón es una obra que comienza a escribirse en el período 1604–6, con una segunda redacción completa en el quinquenio siguiente y que tal vez haya podido conocer una revisión final hacia 1623. Y, lo que es muy seguro y puede demostrarse lingüísticamente, es que la edición zaragozana de 1626, a cargo de Duport y Vergés, presenta interpolaciones respecto a una edición anterior, común a ella y a las dos ediciones divergentes. En esa hipotética y necesaria edición previa se encuentra ya la interpolación del ‘pío, pío’ del capítulo VI y, a partir de ella, Duport-Vergés añaden e introducen sus variaciones particulares, como la sustitución del linaje de Pablos por uno nuevo e inventado, el del ‘triunvirato romano’. Es decir, el texto zaragozano contiene dos tipos de interpolaciones, la interpolación común a B, S y E del ‘pío, pío’, y las interpolaciones específicas de Zaragoza, que afectan ya al mismo linaje de Pablos. Frente a esta compleja y espinosa transmisión, el texto B representa el último texto del Buscón escrito por Quevedo y que tan solo presenta los habituales errores de copia, que pueden afectar a palabras concretas, sílabas omitidas y, en algún caso, saltos de ←16 | 17→línea o líneas perdidas en el proceso de copia, avatares todos que son habituales y que afectan incluso a un avezado amanuense de la categoría de quien es el responsable de la copia manuscrita B.

Hay que plantearse, pues, las hipótesis sobre la transmisión textual desde la copia B hasta las tres variantes manuscritas asumiendo que tiene que existir un nexo intermedio necesario para explicar, tanto las divergencias comunes de las tres variantes respecto a B, como las divergencias entre Z y los otros dos textos. En realidad, tal y como ha dejado claro Jauralde, no hay un solo documento Z, sino tres: la controvertida edición de Pedro Vergés, de 1626 (descrita como E por Jauralde), otra edición tal vez de Zaragoza en 1626 y una tercera edición zaragozana o sevillana de 1628 (descritas como Z y Z2, respectivamente).10 Junto a este grupo de ediciones filiadas como variantes de Z, Jauralde describe el manuscrito 15513 de la Biblioteca Lázaro Galdiano como B (manuscrito Bueno), el manuscrito M-303 bis de la BMP como S y el manuscrito E- 40 – 6768 de la RAE como C, dejando para la edición de Pedro Vergés la descripción E y para la edición de Madrid de 1648 la descripción Ee. A efectos prácticos, y para no multiplicar el aparato de variantes con elecciones poco significativas, me atendré a diferenciar B como manuscrito fuente y Z como referencia común de toda la transmisión zaragozana-sevillana, dejando las descripciones S y C para los manuscritos tardíos (y generosamente deturpados) de la BMP y de la RAE. El escrutinio de las variantes presenta algunos casos de especial interés, que paso a detallar:

a) En la descripción del linaje de Pablos, donde B transmite de la gloria’, S y C modifican conjuntamente en de la mientras Z modifica, conforme a su anterior variante de linaje de los del triunvirato romano’. Parece obvio que Z revela ahí una deturpación propia y derivada de su anterior intrusión consciente en el texto; en cambio S y C modifican ‘la gloria’ por ‘la letanía’, sin meter en danza a Octavio y a Lépido.

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b) de pane lucrando. La expresión latina es, obviamente, de Quevedo, que la usa de forma natural. Coinciden aquí B y E, pero las dos variantes divergentes de S y C evidencian que ambos copistas desconocen la lengua de Horacio: “de París, librando’ (S) y ‘de paño librando (C).

c) “brindome a mí el porquero, me las cogía al vuelo y hacía más razones que decíamos todos” (B). “viéndome a mí el porquero me las cogía al vuelo y hacía más razones que decíamos todos” (Z); “brindándome a mí pero yo agüelo y hacía más razones que decíamos todos” (S); y “brindándome a mí el porquero me las cogía y decía más razones que decimos todos” (C). En Z no se ha leído bien el manuscrito o la edición previa y se ha sustituido ‘brindome’ por ‘viéndome’, lo que parece un error de lectura de manuscrito. A partir de aquí la transmisión de S es delirante, sustituyendo la secuencia ‘el porquero me las cogía al vuelo’ por ‘pero yo agüelo’; la transmisión C coincide con S en sustituir ‘brindome’ por ‘brindándome’, que podría admitirse como lección correcta suponiendo una omisión de la secuencia interior ‘-and-’, pero, a cambio, ha omitido ‘al vuelo’, que forma unidad de sentido con ‘me las cogía’ en el modismo ‘coger al vuelo’. Ahora bien, ‘pero yo agüelo’ de S parece proceder de ‘cogía al vuelo’. Está claro que S y C están ampliamente deturpados, frente a Z que presenta un error de lectura simple.

d) ‘era un conde de Yrlos’, texto común a B y a Z frente a una deturpación progresiva, primero ‘Conde de Arcos’ en C, en donde el amanuense desconoce al conde de Yrlos de los romances y corrige ‘Yrlos’ en ‘Arcos’; a partir de esta corrección restringida y modesta, el copista de S demuestra una imaginación fértil al modificar por su cuenta en “Duque de Arcos o Conde de Benavente”. En la época de Quevedo, en efecto, el antiguo Condado de Arcos se ha transformado en ducado, de modo que el amanuense enmienda ‘Conde de Arcos’ en Duque de Arcos y amplía por su cuenta en ‘Conde de Benavente’.

e) ‘ciertos los llaman, y por mal nombre, fulleros’. La acepción argótica de ‘ciertos’ con el valor de ‘fulleros’ la usa y repite Quevedo hasta tres veces en una sola y única obra, Vida de la Corte y, con explicaciones minuciosas.11 El texto del Buscón, según B, es el que hemos entresacado y las variantes de los otros testimonios evidencian que los copistas de S y C no entienden el pasaje: “y lo otro, diestro, que llaman por mal nombre fullero” (S); “y lo ←18 | 19→otro otros (sic) los llaman fulleros por mal nombre”. En la transmisión E hay un escueto excursus para aclarar el texto: “porque a más de ser jugador era cierto (así se llamaba el que por mal nombre fullero)”. El uso argótico de “ciertos” con el valor de “fulleros” nos reenvía al citado texto de Quevedo, anterior a 1611: Vida de la Corte y capitulaciones matrimoniales, único texto donde se usa y aclara, varias veces, este uso argótico. Por su importancia copio esas tres referencias, que se encuentran en la Tercera parte: “pero a los ciertos y fulleros” (1), “sabidores de la flor de los ciertos, y tienen parte en lo que se gana” (2), y “llaman ciertos a los fulleros y buenos a los incautos” (3). Dado que este uso argótico ya no vuelve a aparecer en el resto de la obra de don Francisco, podemos asumir que antes de 1611 El buscón ya estaba terminado, al menos en su primera redacción y disposición, lo que no afecta al problema, que trataremos más adelante, de la redacción de los cinco o seis últimos capítulos, que podrían ser algo más tardíos, a tenor de la variación de usos del grupo {mas, pero, empero}, sobre cuya base teórica luego me detendré.

Como corolario de todo esto parece claro que el texto transmitido por B es el más cercano al original escrito por Quevedo12 y en el cotejo de los demás manuscritos y ediciones apunta a que, en esa primera fase de transmisión entre 1625 y 1630, parece haber, al menos, dos líneas diferentes, ambas ya con deturpaciones y variantes que, salvo escasas excepciones, son obra de interventores ajenos a Quevedo, lo que ya había detectado Jauralde.

Las interpolaciones de Alcalá en El Buscón

Al igual que la edición del Lazarillo, impresa en Alcalá de Henares, contiene varias interpolaciones, una de ellas bastante extensa; El Buscón ,también, tiene sus interpolaciones de Alcalá, con la peculiaridad que, al menos en parte, están hechas en Zaragoza, a cargo de Roberto Duport, sin que se pueda demostrar ni refutar que sea el propio Duport el autor de esa gavilla de textículos, ajenos todos al estilo de Quevedo y ajenos también a sus calidades literarias, tan difícilmente imitables. De hecho, los numerosos pasajes interpolados a lo largo de la obra explican que algunos estudiosos hayan desconfiado de la autoría quevediana del Buscón. Desconfianza que está muy justificada, porque el texto zaragozano presenta una generosa gavilla de interpolaciones, que empiezan ya en la inusual ←19 | 20→alteración del linaje de Pablos, cuya madre, según la edición de Duport habría sido hija de Octavio de Rebollo Codillo y nieta de Lépido Ziuraconte. La edición de Roberto Duport altera ya la genealogía de Pablos desde el primer período y deturpa de forma constante el texto, introduciendo variantes muy ajenas a la afilada y elegante pluma de Quevedo. Me limitaré, aquí, a señalar y hacer escrutinio de lo que concierne a las interpolaciones de la edición zaragozana en el caso de los episodios que se desarrollan en Alcalá de Henares y a las interpolaciones previas a esa edición, que no son atribuibles a Duport, pero que han tenido cierta fortuna en la transmisión editorial.13

La primera gran interpolación afecta al relato espurio del episodio del ‘Pío, pío’, en donde se inserta una facecia ajena al estilo quevediano, por mucho que no carezca de gracia; una gracia popular y primaria, muy ajena a la sofisticada pluma de don Francisco de Quevedo. Conviene detenerse en algunas peculiaridades de este breve y completo inserto textual, que afectan al perfil del ama, la cual pasa, de ser una redomada pícara conchabada con el joven buscón, a sufrir una ingenua broma picaresca por parte de Pablos, que no encaja con lo que el episodio nos cuenta. El inserto es el siguiente, conforme al texto Z, anotando las variaciones de BMP y RAE a pie de página:

« Sucedió que el ama criaba14 gallinas en el corral; yo tenía ganas de comerla15 una. Tenía doce o trece pollos grandecitos y un día, estando16 dándoles de comer, comenzó a decir: “Pío, pío”; y esto muchas veces.17 Yo que oí el modo de llamar, comencé a dar voces y dije:18

¡Oh, cuerpo de Dios, ama, no hubiérades muerto a un19 hombre o hurtado moneda al Rey, cosa que yo pudiera callar, y no haber hecho lo que habéis hecho, que es imposible dejarlo de decir!¡Malaventurado de mí y de vos!

Ella, como me vio hacer extremos con tantas veras, turbose algún tanto y dijo:

Pues Pablos, ¿yo qué he hecho? Si te burlas no me aflijas más.

¡Cómo burlas,20 pesia tal! Yo21 no puedo dejar de dar parte a la Inquisición, porque si no, estaré descomulgado.

←20 | 21→

¿Inquisición? – dijo ella, y empezó a temblar –. Pues ¿yo he hecho22 algo contra la Fe?

Details

Pages
222
Year
2021
ISBN (PDF)
9783631834985
ISBN (ePUB)
9783631834992
ISBN (MOBI)
9783631835005
ISBN (Hardcover)
9783631829240
DOI
10.3726/b17567
Language
Spanish; Castilian
Publication date
2021 (January)
Keywords
Spanish Literature Picaresque novel Francisco de Quevedo Spanish Golden Age
Published
Berlin, Bern, Bruxelles, New York, Oxford, Warszawa, Wien, 2021. 222 p., 6 il. blanco/negro.

Biographical notes

Alfredo Rodríguez López-Vázquez (Volume editor)

Alfredo Rodríguez López-Vázquez (Valladolid, 1950). Catedrático de Didáctica en la Universidad de A Coruña. Ha hecho numerosas ediciones críticas de obras del Siglo de Oro, tales como El Burlador de Sevilla, Tan largo me lo fiáis, El gran rey de los desiertos, o El condenado por desconfiado.

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