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Monstruosidad y escepticismo barroco en la España Imperial

by David Vásquez Hurtado (Author)
©2018 Thesis X, 222 Pages

Summary

Los monstruos son particularmente atractivos para la cultura barroca debido a su deformidad, hibridez y rasgos contradictorios. El monstruo como criatura natural y personaje literario viola las reglas de la naturaleza de una manera que plantea preguntas sobre la perfección de la creación divina y la posibilidad de conocerla. Este trabajo explora el papel de la monstruosidad en los cambios culturales del siglo XVII, como un catalizador de discursos que fluctúan entre el empirismo y el escepticismo, el teocentrismo y el secularismo. Un corpus que comprende teatro, poesía, libros médicos y de filosofía natural evidencia la inestabilidad de los sistemas de pensamiento del siglo XVII. Para algunos autores, la monstruosidad se revela como aprehensible por los sentidos en el plano de la humano, mientras que otros autores representan a los monstruos como seres imperceptibles y sobrehumanos. La monstruosidad representa la perplejidad frente a la naturaleza desconocida, así como el sentimiento de curiosidad que conduce a la indagación racional.

Table Of Contents

  • Cubierta
  • Título
  • Copyright
  • Sobre el autor/el editor
  • Sobre el libro
  • Esta edición en formato eBook puede ser citada
  • Tabla de Contenido
  • Capítulo 1 Introducción
  • Preliminares
  • El concepto de monstruosidad
  • Un concepto de barroco
  • Una teoría del monstruo barroco
  • Monstruosidad y revolución científica
  • Planteamiento central
  • Cuerpo de obras y organización
  • Capítulo 2 El Monstruo Mitológico en el Barroco Hispánico
  • Preliminares
  • La teoría de la imitación
  • El Polifemo de Góngora, un personaje monstruoso y enceguecedor
  • El Minotauro en Sor Juana Inés de la Cruz
  • El Polifemo burlesco de Caviedes
  • La monstruosidad plenamente perceptible de Rivilla
  • Un recorrido textual por los sentidos humanos
  • Capítulo 3 El Monstruo Barroco en las Fronteras de lo Posible
  • Preliminares
  • Lo monstruoso totalizante de Fuentelapeña
  • Dos discursos contrapuestos en El coloquio de los perros
  • Doble paradigma en el pliego de Villa del Campo
  • El monstruo fronterizo de Rivilla
  • Textos híbridos en la frontera de lo real
  • Capítulo 4 El Monstruo como Artificio en la Obra de Calderón
  • Preliminares
  • Efectos teatrales monstruosos en dos obras burlescas: Las carnestolendas y Céfalo y Pocris
  • Segismundo como hombre monstruoso en La vida es sueño
  • Aquiles como hombre monstruoso en El monstruo de los jardines
  • La degeneración de Herodes a hombre monstruoso en El mayor monstruo del mundo
  • La monstruosidad como condición mutable
  • Capítulo 5 Montruosidad y Promoción de la Práctica Médica
  • Preliminares
  • La medicina como profesión en el siglo de oro
  • La medicina satirizada en Juan del Valle y Caviedes
  • La hibridez de los sexos en El amor médico de Tirso de Molina
  • El monstruo como signo feliz en Joseph de Rivilla
  • El pronóstico monstruoso de Juan Méndez Nieto
  • El monstruo como signo cultural
  • Capítulo 6 Conclusiones
  • Bibliografía
  • Obras publicadas en la colección

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Capítulo 1 Introducción

Preliminares

El monstruo barroco como objeto cultural reúne tanto a los monstruos ficcionales, del teatro, la poesía y la prosa del siglo XVII, como también los monstruos biológicos descritos en los textos de medicina y filosofía natural. Lo monstruoso en ellos se puede rastrear en personajes que posean una condición especial que los hace apartarse del orden natural, como la desmesura de proporciones en los gigantes o en algún tipo de hibridez. Entre los híbridos se consideran monstruosos los hermafroditas por ser la unión de hombre y mujer, los hombres fiera o los animales humanos por su componente humano y animal, o los gemelos siameses por ser la unión entre dos sujetos diferentes.

La monstruosidad barroca se presenta en el siglo XVII como un problema médico y a la vez filosófico que da cuenta de las más profundas discusiones que se dieron por entonces en torno a la posibilidad de conocer al ser humano y la naturaleza. En obras literarias, médicas y filosóficas del mismo periodo se pueden encontrar dos discursos aparentemente contrapuestos, pero que se complementan de forma armónica. Uno de ellos busca representar al monstruo biológico y también al literario a través un sistema de conocimiento humanista con elementos clásicos, teológicos y astrológicos. El otro discurso se relaciona con un modelo de pensamiento protocientífico y racional basado en el empirismo y el conocimiento fisiológico y moral del ser humano. Ambos modelos jugaron un papel determinante durante las diversas revoluciones científicas que se desarrollaron a lo largo del continente europeo y sus colonias en oriente y occidente. El objetivo de este trabajo es describir la función del monstruo barroco como objeto cultural en textos producidos en España y América en el siglo XVII, por cuanto este da luz sobre la articulación entre teología, percepción y empirismo, que gestó las bases de la modernidad.

En este capítulo se presenta el fenómeno de la monstruosidad barroca. Se comienza con una sección que describe los nacimientos de gemelos siameses, que por entonces eran entendidos como nacimientos monstruosos; ← 1 | 2 → además, se expone brevemente el recorrido histórico del concepto de monstruosidad a lo largo de la historia hasta el siglo XVII. En la segunda sección se presentarán los aspectos de la teoría del barroco que podrían ser relevantes para el estudio de la monstruosidad. En la tercera sección, se prosigue con una definición de la monstruosidad barroca como objeto cultural, y se presentan los conceptos barrocos de perplejidad, percepción, admiración, artificio e imitación transformativa, que se pueden aplicar al análisis del monstruo barroco como objeto cultural. En la cuarta sección, se plantea la relación de la teoría barroca sobre la monstruosidad con el problema de la revolución científica. En la quinta sección, se expondrá el planteamiento central de la presente disertación, para al final, en la octava sección, describir la organización de los capítulos y presentar el cuerpo de obras.

El concepto de monstruosidad

En un pliego suelto, anónimo, publicado en 1687, que reposa en la Biblioteca Nacional de España y que consta de dos páginas, se da cuenta de un hecho extraordinario: “Un maravilloso portento que la majestad de Dios ha obrado con una niña monstruosa” (Relación verdadera 1). “Ella” había nacido en Villa del Campo, España, “con dos cuerpos aunque están en uno, dos cabezas, cuatro brazos y tres piernas” (1). Se trataba de un caso de gemelos unidos que compartían la pelvis: parápagos, de acuerdo con las categorías de la ciencia médica moderna, o siameses, según el habla popular actual, pero en el siglo XVII no existían aun tales denominaciones.

El uso de la palabra siamés procede del caso de Chang y Eng Bunker (1811-74), nacidos en Siam, quienes estaban unidos uno al otro por el abdomen. Ellos se hicieron mundialmente famosos y viajaron por muchos países, eran atracciones circenses. La nacionalidad de estos dos hermanos, por metonimia, se convirtió en la palabra que designa hoy en día a quienes nacen en condiciones similares a ellos. El término siameses, referido a hermanos unidos por el cuerpo, se documenta por primera vez en español, según el CORDE, en 1892, en Tristana, de Benito Pérez Galdós (1843-1920).1 ← 2 | 3 → Denominar monstruo bicéfalo hoy en día a unos gemelos que comparten partes de su anatomía resultaría científicamente incorrecto, además de discriminatorio e incluso cruel; pero en el siglo XVII solo se contaba con esa palabra para describir a los seres vivos que nacían de forma radicalmente distinta a los demás de su especie, que parecían violar o contravenir las leyes de la naturaleza conocida. Lo cierto es que el contenido semántico del término monstruo ya era objeto de profundas discusiones por entonces.

La palabra monstruo aun hoy en día está dotada de un carácter incierto ¿Qué es realmente un monstruo? ¿Cuáles son las cualidades de lo monstruoso? El nacimiento de seres humanos con un solo cuerpo y dos cabezas en el siglo XVII, como el caso de Villa del Campo, parecía confirmar la sospecha de que la naturaleza y la realidad misma escapaban a la comprensión, que las reglas que la regían evadían cualquier raciocinio o que había porciones de ella que eran imposibles de definir. Entonces, a ese monstruo nacido se lo temía, se lo celebraba o se lo estudiaba. En todo caso, propiciaba un desconcierto sobre la realidad apreciable, puesto que hacía manifiesta la fragilidad de la realidad humana y la constante necesidad de indagar en la posibilidad de conocerla.

En el siglo XVII el monstruo como objeto cultural representaba la crisis del sistema de pensamiento imperante, porque era un objeto de conocimiento que carecía de referentes, un fenómeno insólito de la naturaleza (Elena del Río Parra 16). Sin embargo, la dificultad suscitada por el nacimiento monstruoso, la necesidad de resolver su enigma, era equiparable con la identificación y cura de enfermedades, que ya desde el renacimiento implicaba tantear en las fronteras de la naturaleza, justo en ese lugar en que las cosas parecen ir más allá del orden natural o contra este.2 De ahí que se pueda plantear que la idea de la naturaleza como un dominio absoluto regido por reglas estrictas no fuera del todo compartida por quienes estaban interesados en conocerla. El monstruo biológico, así, no sería tanto un ser nacido por fuera o contra la naturaleza, que ponía en evidencia la crisis de un sistema de pensamiento, sino que estaría situado justo en medio de esa frontera indefinible entre lo natural y lo fantástico, lo mitológico o lo divino.

En diferentes productos culturales de la sociedad del siglo XVII, tanto en España como en América, aparecen representados todo tipo de ← 3 | 4 → monstruos biológicos y ficcionales. La corte de los Habsburgo tuvo, de hecho, un interés especial por casos como el de Eugenia Martínez Vallejo, conocida como la “niña monstrua de los Austrias”. Juan Carreño de Miranda, pintor de Cámara de Carlos II, la inmortalizó en dos cuadros que hoy están expuestos en el Museo del Prado, en Madrid, en uno de los cuales Eugenia aparece desnuda. Este rey, el último de los Habsburgo, a quien llamaban el hechizado, nació afectado por diversas taras fruto de la tradicional endogamia de su familia y no dejó descendencia. Tenía a su vez cierto carácter monstruoso: de rostro alargado y deforme, miembros enjutos, que los pintores de la época, como Juan Carreño de Miranda, no intentaron siquiera disimular en los muchos retratos que le hicieron durante su vida. Fue justamente ante él, en 1687, que llevaron a las hermanas que habían muerto al nacer y que parecían un solo cuerpo con dos cabezas, un monstruo bicéfalo, para celebrar su llegada al mundo como si se tratara de un regalo divino.

Desde los albores de la civilización ha existido una fascinación especial por lo monstruoso, por cuanto causa terror, aversión y admiración. En la tradición micénica, perpetuada por Hesíodo en su Teogonía, se describen gigantes terribles de cien brazos y cincuenta cabezas, los hecatónquiros, hijos de Gea y Urano, que aluden a la naturaleza desbordada; en la sumeria, se narra la lucha de Gilgamesh contra los monstruos ficcionales enviados por los Anunnaki, así como también se refiere la derrota de la serpiente Tiamat, representación de la naturaleza incontrolable, y de su hueste de dragones, en manos de Marduk. Parece también que la palabra monstruo hubiera reemplazado a otras denominaciones más variadas. Por ejemplo, en la parte de la tradición yavista perpetuada por el cristianismo aparecen continuamente referencias a los monstruos, pero se observa que donde en el latín de la Vulgata se dice, cete grandia (‘ballenas enormes’) o dracones (‘dragones’), o incluso cuando se nombra al Leviatán, la traducción al español ha llegado a nuestros días con el nombre genérico de “monstruo” para nombrarlos a todos.

La palabra monstruo, que designa a una creatura excepcional, cuya forma se opone o sobrepasa al orden natural y que describe ya sea lo gigantesco en tamaño, lo excesivo en cantidad o la mezcla de especies, guarda en la atribución etimológica que se le dio en la edad media, como evidencia Isidoro de Sevilla (556-636), mucho más que la descripción de la anormalidad. Para el autor de Etimologías, los seres anómalos “se conocen con el nombre de portentos, ostentos, monstruos y prodigios, por cuanto anuncian ← 4 | 5 → [portendere], ostentan [ostendere], muestran [mostrare] y predicen [predicare] algo futuro … porque ‘muestran’ al punto qué significado tiene una cosa” (879). Todos estos términos se relacionaban con la función sígnica que desde la antigüedad hasta la modernidad temprana se había conferido a este tipo de sucesos: la de predecir desgracias o castigar pecados. De ahí que él mismo traiga como ejemplo el caso de Jerjes, rey de los persas, a quien una zorra nacida de una yegua le anunció que su reino sería destruido; también relata el caso de Alejandro Magno, a quien un “monstruo” nacido de una mujer le pronosticó su repentina muerte. Según lo describe Isidoro “La parte superior del cuerpo era de hombre, pero sin vida; la parte inferior, una mezcla de diferentes bestias, y tenía vida” (879). También aclara que los “monstruos” que se enviaban como vaticinio no solían vivir mucho tiempo, sino que morían inmediatamente después de nacer.

El carácter nefasto del nacimiento monstruoso se puede rastrear durante la edad media y hasta el siglo XVI. En Rávena, en 1512, ocurrió el nacimiento de un niño hermafrodita, que muchos autores describen de formas radicalmente diferentes.3 Este fue interpretado como el presagio de las desgracias que habrían de ocurrir en la ciudad de Rávena, ese mismo año, cuando fue saqueada por los franceses en el curso de las guerras de la Liga Santa. Pierre Boaistuau (1517-66), en sus Histoires prodigieuses (1586), no solo lo describe como un ser con cuerpo de ave y cabeza humana, coronada de un cuerno, lo que pone de relieve su naturaleza híbrida animal y humana, sino que además señala las diversas interpretaciones supersticiosas que se hicieron de su figura, en especial de su carácter hermafrodita. Otro ejemplo del nacimiento monstruoso como signo nefasto se puede encontrar en el Tractatus de monstris de Arnaud Sorbin (1532-1606), obispo de Nevers, publicado en 1570, en el que aparece una ilustración titulada “the monk-calf” (“el monje becerro”). Este fue interpretado como el pecado de la reforma emprendida por los protestantes; curiosamente, ese mismo monstruo biológico había sido entendido como signo de la ruina de la iglesia católica romana en un panfleto de 1525 atribuido a Martín Lutero (1483-1546) y Philipp Melanchthon (1497-1560). ← 5 | 6 →

Details

Pages
X, 222
Year
2018
ISBN (PDF)
9783034334846
ISBN (ePUB)
9783034334853
ISBN (MOBI)
9783034334860
ISBN (Softcover)
9783034332682
DOI
10.3726/b14209
Language
Spanish; Castilian
Publication date
2018 (June)
Keywords
Barroco siglo del oro literatura colonial historia de la ciencia monstruo medicina filosofía natural teatro Calderón escepticismo empirismo teocentrismo secularización
Published
Bern, Berlin, Bruxelles, New York, Oxford, Warszawa, Wien, 2018. X, 222 p.

Biographical notes

David Vásquez Hurtado (Author)

David Vásquez Hurtado se desempeña como profesor de planta de español y literatura en Fort Lewis College (Estados Unidos). Es doctorado en literatura hispánica de University of Florida (2016), y abogado de la universidad de San Buenaventura (Colombia, 2001). Es autor de artículos académicos y de novelas para niños. Se interesa por la literatura del siglo de oro, colonial e hispanoamericana.

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