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Jacob Cuelbis: El Thesoro chorográphico de las Espannas Volumen I

by Milka Villayandre Llamazares (Volume editor)
©2021 Monographs IV, 492 Pages

Summary

Edición del relato manuscrito de un alemán que visita la península ibérica entre 1599 y 1600. Conservado en la British Library, Colle Harley MSS. 3.822, se publica precedido de tres estudios. El primero describe al autor, Diego Cuelbis, el objeto de su viaje y las fuentes de su narración; el segundo se centra en el castellano hablado en la época, del que él se vale para transitar por "las Españas" y redactar su obra; el tercero versa sobre las imágenes que ilustran su escrito: vistas de ciudades, mapas, dibujos… y sus fuentes. La edición se completa con un considerable número de notas aclaratorias, que precisan las diferencias con la copia del siglo XIX conservada en la BNE. Un índice onomástico y toponímico facilita la consulta de esta instantánea de la España de Felipe III.

Table Of Contents


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PRESENTACIÓN

Es una satisfacción para el Instituto de Humanismo y Tradición Clásica de la Universidad de León seguir patrocinando la colección Tradición Clásica y Humanística en España e Hispanoamérica por esta nueva senda que iniciamos ahora con la editorial alemana Peter Lang.

Con este volumen número 17, dedicado a la obra el Thesoro chrorográphico de las Espannas de Jacob Cuelbis, abrimos una nueva etapa en la marcha de dicha colección con el deseo de que siga produciendo los mismos frutos editoriales que hasta el presente e, incluso, si fuese posible, de que los mejore en función de la calidad investigadora, que hasta el momento nos ha caracterizado.

Era el año 2001 cuando se publicaba el primer volumen de esta colección. Se trataba de la edición y el amplísimo estudio sobre la obra de Gil González Dávila, Teatro Eclesiástico de la Primitiva iglesia de las Indias Occidentales, vidas de sus arzobispos y obispos, y cosas memorables de sus sedes. En lo que pertenece al Reino del Perú. Por entonces ya comenzaba a gestarse la creación de un Instituto de Investigación, que cuajaría definitivamente en el año 2006, pasando a ser reconocido como Instituto LOU el 19 de marzo de 2008, con la denominación de Instituto de Humanismo y Tradición Clásica, que se mantuvo al convertirse en Instituto Universitario de Investigación. Por tanto, la historia de esta colección y la de dicho Instituto han sido realmente paralelas, hasta el punto de que la denominación de ambos es casi coincidente.

Aquel primer volumen fue el inicial de los 16 que hasta el presente han salido de la imprenta, habiendo demostrado una vitalidad que ha atraído a investigadores ajenos a interesarse por nuestras investigaciones y a publicar su obra con nosotros, cuando por su temática ha tenido cabida. Incluso ha sido habitual la colaboración de algunas instituciones para la publicación de determinados volúmenes, como el servicio de publicaciones de Junta de Castilla y León o Caja Sur; todo ello sin olvidar los proyectos que han facilitado las investigaciones que en las obras se reflejan tanto del Ministerio de Educación, como del de Economía y Competitividad o la Junta de Castilla y León. Estas colaboraciones se han producido siempre bajo la cobertura institucional del Instituto de Humanismo y Tradición Clásica de la Universidad de León y con la colaboración expresa del Servicio de Publicaciones de dicha Universidad, a la que agradecemos su desinteresada colaboración durante estas dos décadas.

El contenido de esta colección ha tenido que ver tanto con ediciones de obras como con estudios de algún tema o de algún autor que se relacione de una u otra forma con la Tradición Clásica. Se han abordado así ediciones epistolares ←5 | 6→y obras de autores como Tribaldos de Toledo, Fernando Montesinos, Juan de Castilla y Aguayo, Tomás López, Pedro Baptista Pino y Juan López Cancelada. Estas ediciones han sido estudiadas con tal profundidad, que sus introducciones y anotaciones se convierten en auténticas aportaciones en paralelo a la propia obra del autor editado.

En cuanto a los estudios han destacado los histórico-geográficos y los bibliográficos, con un especial interés por la época de la Ilustración, pues esta ha sido uno de los mejores referentes de la Tradición Clásica. En esta línea se han publicado investigaciones sobre Mayans y Siscar, Francisco Antonio de Lorenzana y Núñez de Haro, sin olvidar a Tomás López o Martín Sarmiento. Esto no quiere decir que solo la épica de la Ilustración haya tenido cabida en los estudios, pues como se desprende de la lista de los autores tratados muchos de ellos pertenecen también a la tradición barroca, como Gaspar de Villagrá, Tribaldos de Toledo o Fernando Montesinos.

La nueva etapa que iniciamos ahora con la editorial Peter Lang es una continuación de la anterior, de modo que no serán muy significativos los cambios en los contenidos y en la forma de trabajar, al menos más allá de lo que nos exige la evolución de nuestros proyectos de investigación, dados los magníficos resultados que hasta ahora hemos obtenido, como lo prueban la buena acogida por de los estudiosos de esta temática y las buenas críticas recibidas tanto verbalmente como en algunas revistas especializas de prestigio. Con escasas variaciones se mantiene tanto el Consejo asesor como el Comité científico. Igualmente, los trabajos seguirán siendo sometidos a una revisión de pares, siguiendo en todo momento el protocolo de la política editorial del Instituto de Humanismo y Tradición Clásica, que vela por la calidad de sus publicaciones.

Los cambios esenciales a partir de ahora tendrán que ver esencialmente con dos aspectos. Por un lado, el formato, en concreto el tamaño se ve ligeramente reducido para adaptarnos a las normas de la editorial. Sin embargo, el diseño apenas sufre cambios. Se mantendrá igualmente la numeración consecutiva que corresponda, de acuerdo con la etapa anterior. Por otro lado, daremos cabida a obras colectivas sobre determinados temas de la Tradición Clásica y Humanística, que abran el espectro a investigadores ajenos a nuestros grupos que deseen colaborar con nosotros en un determinado autor o aspecto.

Esperamos que los cambios sean fructíferos y contribuyan a una mejora de la transmisión del conocimiento tanto a los especialistas como al público interesado en general.

León, diciembre de 2020

Los directores de la colección

Jesús Paniagua Pérez

Jesús Mª Nieto Ibáñez

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AGRADECIMIENTOS

Puesto que no queremos caer en la ingratitud en que, parafraseando a Séneca, cae el que solo en silencio sabe ser agradecido, empezaremos por reconocer la generosidad del doctor Julio César Santoyo, que no solo nos inoculó el interés por Jacob Cuelbis y su viaje por “las Españas”, sino que nos facilitó todo el material base para emprender esta laboriosa edición. Pero si él nos suministró la materia prima -fotos, mapas, microfilm-, el Instituto de Estudios Humanísticos de la Universidad de León, fruto póstumo del siempre recordado profesor Morocho, nos brindó el apoyo imprescindible para hacer realidad un trabajo que se ha prolongado por espacio de casi cuatro años.

A estos agradecimientos “mayores” hemos de añadir otros muchos a colegas y amigos, que en una u otra medida contribuyeron a hacer posible esta edición de las andanzas del viajero alemán. La ayuda y asesoramiento con los latines y las citas clásicas del Dr. Jesús Nieto ha sido continúa e igualmente tenemos que reseñar la brindada para cuestiones puntuales por los doctores Asunción Manzano y Santiago Domínguez. De inestimable podemos calificar el apoyo prestado por la profesora Mechthild Albert, de la Universidad de Bonn, para los vocablos y expresiones germánicas que salpican el relato, dado nuestro total desconocimiento de la lengua alemana. Es obligado reconocer también el apoyo de la Dra. Alicia Miguélez con los varios lusismos con los que Cuelbis va trufando su estancia en tierras portuguesas.

La edición no hubiera podido completarse, en su parte gráfica, dada la carestía del permiso de reproducción, sin la paciencia y habilidad del doctor Joaquín Nistal, que versionó los dibujos más toscos del manuscrito y que, acompañados de las estampas de ciudades de Valegio, no sujetas a derechos de autor, y las imágenes que, con licencia de la British, reproducimos, sin que conste autoría, conforman el corpus gráfico de la memoria del viaje.

Igualmente nos ha sido muy útil la ayuda de D. Javier Arias, fotógrafo que positivó y mejoró, en la medida de lo posible, los mapas y vistas de ciudades que ilustran el manuscrito. Tenemos que hacer constar nuestra gratitud al servicio de Cartografía de la Universidad de León y, en especial, a D. Ignacio Prieto Sarro, siempre dispuesto a colaborar con generosidad en la elaboración de los mapas de ciudades, visitadas y no visitadas, por nuestro viajero. Y sería ingrato no recordar por su eficiencia y amabilidad a Dña. Isabel de la Puente Bujidos, que tanto nos ha facilitado la consulta bibliográfica.

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La flaca memoria es posible que nos haya hecho olvidar algunos nombres de entre los que nos ayudaron a hacer realidad esta tarea -tan larga como curiosade editar y anotar al completo este relato de un viaje realizado entre 1599 y 1600, y compuesto, posiblemente en los primeros lustros del siglo XVII. En consecuencia, teniendo muy presente la máxima ciceroniana de que la “gratitud no es solo la mayor de las virtudes, sino la madre de todas las demás”, concluimos con un gracias a todos y por todo.

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El Thesoro chorográphico de las Espannas de Jacob Cuelbis: Reflexiones e incertidumbres.

La obra que hoy nos ocupa en esta edición anotada se conserva en un manuscrito que se reputa como original y se guarda en la actualidad en la British Library, Colle Harley MSS. 3.822. Se presenta encuadernado, con cantos dorados y en tres tomos: el primero comprende los 290 primeros folios; el segundo va del f. 291 al 537; y el tercero del 538 al 673. Su formato es de octavo y apaisado (18x15 cm). La letra, generalmente clara y regular, corresponde al modelo itálico, aunque no faltan algunas desviaciones puntuales a la cursiva, por ejemplo, cuando se insertan expresiones alemanas. El uso de la capital se reserva para las inscripciones. La hoja está escrita por ambos lados y paginada, y la caja de escritura se enmarca en un rectángulo de doble línea. El escrito incluye dibujos, mapas y vistas de ciudades, que serán objeto de estudio en un capítulo aparte.

La génesis y trayectoria del manuscrito es la primera de las incertidumbres a las que nos enfrentamos. Parece que se elabora a principios del siglo XVII por Cuelbis, como indica el constante uso de la primera persona, pero hay alguna sospecha acerca de la posibilidad de que el manuscrito conservado sea una copia más o menos cercana. Nos hace valorar esta hipótesis el abundante uso de la abreviatura NB. La expresión latina e italiana nota bene pudiera ser una llamada de atención del propio autor, pero si lo unimos al juicio: No es vero, que aparece en el f. 283v, también pudiera interpretarse como la presencia de una segunda mano que no se limita a copiar del original, sino que al hacerlo introduce estas expresiones cuando algo le resulta curioso o le consta su falsedad. Alimenta asimismo la posibilidad de que se trate de una copia la existencia de determinadas interpolaciones como la frase con la que se inicia el f. 436r, que debería formar parte de la conversación de la hospedera de Cazaya que se incluye en el f. 439v.

No menos parcial es nuestro conocimiento sobre la trayectoria seguida por el manuscrito, de la que no tenemos más noticia que la que nos aporta un añadido, a principio del mismo, en letra del siglo XVIII, en la que se apunta que un diplomático escocés, George Scott, lo encontró, con ocasión de un viaje a diversas cortes alemanas, y lo llevó a Ámsterdam, donde se lo hizo llegar a Thomas Johnson, inquieto librero holandés, vinculado a la edición del Journal Littéraire, vehículo difusor de las ideas ilustradas1. Este se lo envió a Edward Harley, II conde de ←9 | 10→Oxford, en 1725. Harley era propietario de una gran biblioteca en parte heredada de su padre y en parte acrecentada y enriquecida por él2. A su muerte en 1741, buena parte de ella se vendió y los manuscritos, en concreto, fueron adquiridos por el estado en 1753 por 10.000 libras según el profesor Santoyo3. Desde entonces se conserva en la British Library, Map Collection; Harley 3822.

El recorrido no es extraño, pues tenemos noticia de otros manuscritos de viajeros contemporáneos que siguieron una trayectoria similar, como el del médico alemán Hieremías Gundlach, que viaja a España entre 1598 y 1599 y redacta un texto en latín titulado Nova Hispaniae regnorum descriptio (1606). El escrito, hoy en la Biblioteca Nacional de Austria, pasó también tiempo olvidado y apareció en una subasta pública en Ratisbona en 1771, siendo adquirido por orden imperial en 1793 para la biblioteca palatina, hoy la Nacional de Austria4.

Volviendo a nuestro manuscrito, este fue localizado por Pascual Gayangos, en el transcurso de catalogación de los documentos hispánicos conservados en la British, y su copia, en letra del XIX y bastante fiel, aunque sin los mapas ni las vistas de ciudades, pasó a engrosar los fondos de la Biblioteca Nacional (Ms. 18472)5.

En esa centuria decimonónica el relato de Cuelbis aparecía citado en la bibliografía de viajes de Raymond Foulché-Delbosc6; antes había sido mencionado en una conferencia pronunciada en Granada y en un artículo posterior sobre la Alhambra, por el yerno de Gayangos, D. Facundo Riaño y Montero; y poco ←10 | 11→después, por el historiador germano Carl Justi, en su obra Diego Velázquez und sein Jahrhundert, publicada en Bonn en 18887.

Hay que esperar a mediados del siglo XX para que la obra de Cuelbis, que nunca, a pesar de lo que en su día afirmara Bas Carbonell8, ha sido objeto de ninguna edición completa, empezara a ser conocida a través de publicaciones parciales, que no siempre reproducían el manuscrito de la British. Entre estas hay que recordar las acometidas por Domínguez Ortiz, referentes a Sevilla, Madrid y Cataluña9 y por Julio César Santoyo, que se centró en las noticias que el viajero alemán escribió sobre el País Vasco10. A ellas se sumaron las de Gozalbes Busto y Gozalbes Cravioto quienes, juntos o por separado, han publicado diferentes artículos sobre localidades andaluzas11; y la de Salvador Raya Retamero12. Finalmente, el periplo valenciano de Cuelbis ha sido objeto de atención y edición por parte del profesor Arciniega13. Últimamente, se ha hecho un intento de aproximación en el trabajo fin de Máster de Michael Verhülsdonk14.

El autor y su contexto.

Poco es lo que se conoce de Diego Cuelbis, nombre con el que se presenta el autor del relato y que probablemente correspondería al germano Jacob Kolbe, más allá de las escasas noticias que va deslizando en su narración. Por esta sabemos que era natural de Leipzig, localidad del noroeste de Sajonia, ámbito de expansión del protestantismo. Kolbe, además de un topónimo, es un apellido germano relativamente común, como puede constatarse, por ejemplo, en el ←11 | 12→censo de población de Altenburg en 1580, en el que aparecen nada menos que 14 individuos con este apellido e incluso uno de nombre Jacob15. También como Jacob Kolbe hemos localizado a un culto individuo de Oppenheim, matemático, registrador, editor y miembro de la Sodalitas litteraria Rhenana, que fue además receptor de una carta de Lutero16; pero la lejanía geográfica, Oppenheim está a más de 450 Km de distancia de Leipzig, y también la cronológica, había fallecido en 1533 mientras la fecha de nacimiento de nuestro viajero se sitúa hacia 1574, no permiten establecer vínculos fiables. Esos impedimentos no existen a la hora de valorar la posible conexión de nuestro viajero con un pastor luterano homónimo, nacido en Sajonia en el mismo año del natalicio de Cuelbis17, pero la coincidencia no puede considerarse certeza, sin un apoyo documental que estamos muy lejos de poder aportar.

El año de nacimiento, 1574, cabe inferirlo de uno de los documentos de paso, que se inserta en la narración, en concreto el formalizado en Lisboa el 16 de septiembre de 1599 por el gobernador Juan de Silva, en el que se dice que tiene 25 años. El documento, además, hace un sucinto retrato, describiéndolo como mediano, cejunto, barva ruvia escura, una herida en el dedo pulgar de la mano derecha18.

Los estudiosos que se han acercado a su obra se muestran unánimes en considerarlo un hombre culto, en atención a su interés por las inscripciones y la Antigüedad Clásica y a su conocimiento de varios idiomas. Desde luego, es innegable que se trata de un individuo con formación.

Sin contar las frases y expresiones latinas que salpican su relato, su conocimiento del latín no ofrece dudas, pues se entiende en este idioma con el sacerdote que le sale al paso en el puerto guipuzcoano de Pasajes y también con el del lugar de Caborredondo19. El hecho de que no ostente ningún título académico, no implica que no hubiese pasado por algún aula universitaria, aunque, más allá de la falsa intención de completar estudios en Salamanca, que expone como ←12 | 13→motivo de su viaje, solo tenemos una mención a su asistencia, en la universidad de Valladolid, a una clase del canonista D. Antonio de la Cueva y Silva, catedrático de prima, del que dice que llevaba un capirote similar al que usaba en el traje académico el rector parisino20.

En cuanto al interés por las inscripciones, tan del gusto de su época, es irrefutable si el criterio es cuantitativo, pues son muchas las recogidas, tanto de ciudades visitadas -Mérida, Lisboa, Sevilla, Valencia, Tarragona…- como de aquellas que incluyó en su obra y nunca vio, que es el caso de Salamanca o Alcalá. Pero este afán recopilador, no va acompañado de ningún criterio selectivo, de manera que transcribe lo mismo la inscripción romana, real o falsa, que la contemporánea que ilustra reformas, finalizaciones de obras o sepulturas21. Y tampoco muestra especial cuidado en la transcripción de las reproducidas, como evidencian estos dos ejemplos, el primero referido a Toledo y el otro a Sagunto, aunque en realidad hace referencia a Cartagena:

D[ON] JUAN DAVERA (SIC) S[ANTAE] E[CCLESIAE] R[OMANAE] CARDINAL[IS]

ARCHIEPISCOPUS TOLETANUS ANNO.

MDXLIII. SIXTO III PONTIF[ICE] MAX[IMO]

UT SANCTISS[IMO] ITA RELIGIOSISS[IMO] REGN[ANTE].

PHILIPPO II HISPANIARUM ET

INDIARUM REGE22

D. JOANNES TAVERA S.R.E. CARDINALIS

ARCH. TOLET.

J. F. AN. CHRIST. SALUTUS MDXXXXIII. PAULO III

PONT. MAX. CAROLO V. ROM. IMP. INVIXTISSI.

HISPAN. REGE. QUO INTEM

VIRGINIS TEM. E REGIONE POS. HONESTARET23.

DI. CLAUDIO

NERONI PATRONO24

TI(BERIO) CLAUDIO TI(BERI) [F(ILIO)]

NERONI

PATRONO COLON(I)25

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Respecto al conocimiento de los clásicos, las referencias a Estrabón, Virgilio, Plinio, Pomponio Mela o Ptolomeo que de vez en cuando asoman al relato, más parecen proceder de sus fuentes, que de su saber propio. Bien es verdad que, en algunos casos, como la mención a Virgilio al tratar de las pinturas de Tiziano, la dependencia no es clara, como tampoco lo es cuando, al adjudicar a la sierra de Guadarrama el nombre de Mons Solorius26, evoca sin nombrarlo a Plinio, que utiliza la denominación Mons Solarius para referirse a Sierra Nevada27. Pero en muchos otros, la traslación literal o resumida de datos tomados de Medina y Pérez de Mesa es incontestable. Como ocurre al tratar, por ejemplo, del origen y nombre de Lisboa:

Cuelbis

Medina y Pérez de Mesa

Dize Estrabón que se llamó antigua[mente] esta ciudad, Ulysea, de un valeroso capitán griego fundador troano (sic), Ulissipolis. Los antiguos llam[aron] Ulisipa, Olisipo y Salacia, y los roman[os], Julia Felicitas (Julia Felix). Pompon[io] Mela llama Elisopum, agora se dize Lisboa28

Dize Estrabón que se llamó antiguamente esta ciudad Ulisea, porque Ulises capitán hombre muy prudente, y sagaz de los que fueron contra Troya, algunos años después de concluyda aquella guerra… llegó a la boca del río Tajo, en cuya ribera … fundó una población grande, y es aquesta ciudad, y llamóse del nombre de Ulises, Ulisea o Ulisipolis… Los antiguos la llamaron Olisipa y otros Ulisipo. Plinio dize que después la nombraron Salacia y también Iulia Félis, avezindándose en ella y poblándola muchos nobles romanos. Llamase agora Lisboa.29

Más allá de estos indicios, que comúnmente fueron considerados timbres de cultura entre sus coetáneos, es innegable que nuestro viajero es un hombre con inquietudes culturales, que no duda en describir esculturas, pinturas, arquitecturas y colecciones de armas, y en detenerse en la virtud de las aguas -especialmente ←14 | 15→al visitar las destilerías de Aranjuez- o en las obras de ingeniería como la ideada por Turriano para llevar agua al alcázar toledano. Aunque su curiosidad le lleve también a anotar precios, consideraciones sobre los bastimentos o sobre el talante de hospederos y aduaneros.

La pérdida de un mapa y de un libro de romances en español, en la venta en que descansa en el trayecto de Jerez a Morón, avala que no solo escribe en español, sino que además tiene un nivel de conocimiento del idioma que le permite gustar de la lectura poética (f.434r). Y esto nos lleva a la cuestión de su condición de políglota. Ya hemos apuntado su conocimiento del latín y del castellano, pero además no son pocos los términos correspondientes a otros idiomas. Dejando al margen las frases y términos germanos, los vocablos italianos -sin contar los nota bene, que pudieran ser considerados locución latina- son los más usados, seguidos de los franceses, y, ya de lejos, catalanes y portugueses, tal como refleja el gráfico siguiente:

Lo que no podemos valorar es el grado de conocimiento alcanzado en esas lenguas. Tampoco si fue un aprendizaje resultado del mero estudio o fue más bien el producto de una vida viajera. El hecho de que las expresiones catalanas -rostir, deesa, proposar, forcar…- las emplee una vez entrado en el territorio valenciano y catalán, parece sugerir una cierta facilidad para quedarse con ←15 | 16→los vocablos usados en los territorios que visita, de hecho, los escasos vocablos portugueses, no se cuelan en el texto hasta después del paso de Cuelbis por tierras lusas. Esta impresión se refuerza si observamos cómo el uso de términos “extranjeros” concuerda con las comparaciones que esporádicamente establece con otros lugares y países. Así, las referencias a ciudades italianas son las más numerosas, con claro predominio de las ciudades del norte: Florencia, Bolonia, Padua, Venecia, Milán, Génova, a las que se sumaría Roma; y, por supuesto le seguirían las francesas como París, la Rochelle, Avignón y Orange. Desde luego que no son estos los únicos referentes comparativos, también hay alusiones a las calles comerciales de Londres, al trigo de la germana Turingia o a las reliquias de Colonia, pero estas son más esporádicas.

A todos estos indicios de su nivel cultural hemos de añadir lo anotado por Cuelbis al referir la visita que hicieron a su posada en Triana unos familiares de la Inquisición, para los que resultó harto sospechoso el testimonio de la hospedera, que afirmó que él y su amigo pasaban el tiempo leyendo y escribiendo30, actividades que refuerzan la condición de persona con inquietudes intelectuales.

Si poco sabemos de su educación y formación académica, menos aún de su estatus social. Viajar en la época requería, desde luego, un cierto nivel de renta, sobre todo si el destino elegido era múltiple y distante. Cuelbis no forma parte de ninguna misión diplomática, sino que protagoniza un viaje privado, acompañado siempre de un amigo, Joel Koris, también germano, y en las primeras jornadas de un asturiano, soldado en Flandes, al que considera su criado. Desconocemos desde donde se desplaza, pero es más que probable que su punto de partida haya que situarlo en los amplios territorios imperiales. Su respaldo económico lo constituyen unas letras de cambio giradas a comerciantes alemanes residentes en Lisboa y Sevilla, lo que nos permite suponer que su entorno sería probablemente mercantil.

Pero que sus dineros no eran muchos lo evidencia el que buena parte de su viaje se hace a pie, sin más excepciones que algunas contadas navegaciones fluviales, como la de Mértola a Ayamonte o la de Sevilla a Sanlúcar, o algunos esporádicos alquileres de caballerías, como el formalizado para llegar al Puerto de Santa María. Esta impresión se refuerza por la preocupación manifestada en un par de ocasiones por nuestro viajero, a causa de la mengua creciente de su bolsa, como ocurre en Morón, donde confiesa, tras una mala noche sin apenas descanso: Más triste y mesquino yo no me tuve en toda mi vida por la consideratión del grandís[im]o camino que avíamos aún de pasar y los pocos dineros que tuvimos ←16 | 17→entonces de resta31. Y más adelante, al encontrarse con un Serpis crecido a su paso por Cocentania, manifiesta la inquietud que sienten por tener que atravesarlo sin demora, porque restaba aún un gran pedaço del camino y no aviendo qué gastar, pudiésemos ser perdidos en las tierras lontanas y forasteras32. Las muchas noches pasadas al raso, unas veces por no permitirles la entrada a alguna localidad por miedo a la peste o por falta de camas en la posada, pero algunas otras, porque no se daba cobijo a viajeros a pie, como sucede en Almusafes o por la desconfianza que su aspecto suscita -así ocurre en Stalettes- refuerzan la impresión de que no se trata de viajeros demasiado pudientes33. Es verdad que, en el trayecto de Madrid a Lisboa, el estío facilita que se prefiera caminar de noche y descansar en las horas de calor en cualquier sombra del bosque, o dormir en el campo, a pesar del peligro de salteadores o incluso de la posibilidad de ser confundidos con tales34.

La falta de alusiones a su equipaje y vestido es casi total, si exceptuamos la espada de su compañero Koris, que le roban en Gibraleón al amparo de la obscuridad y en algunas de las noches pasadas en descampado35; la sustracción del cuchillo adquirido por él en Angers, mientras comía en un mesón en Espera36 y el olvido del mapa y el romancero al que ya hemos aludido. Pero, su condición de peatones y el hecho de que su aspecto no suscite desconfianza hasta pasados varios meses del inicio de su viaje, cuando ya habían emprendido el camino de regreso, nos invita a suponer que su equipaje hubo de ser escaso y que su ropa se iría desgastando con el tiempo y la suciedad de los caminos.

Otro aspecto que nos podría aproximar a su condición es su alimentación. El relato abunda en referencias a precios y valoraciones respecto al pan y el vino de cada lugar por el que pasa. No hay duda de que en Cuelbis se cumple el estereotipo del alemán bebedor, que consagran algunas piezas literarias como el Lazarillo o el Diablo Cojuelo, y no pocos de los escritores del siglo de Oro desde Lope a Quevedo37, pues no encuentra vino que no considere el mejor, ni precio demasiado elevado, mostrando especial gusto por los vinos tintos, fuertes y un tanto ←17 | 18→dulces. De su interés por los caldos nos da idea la relación de vinos famosos de las diferentes tierras peninsulares que inserta casi al comienzo de su viaje38. Por el incidente que le ocurre en la frontera con Portugal, cuando trata de ocultar y no declarar algunos dineros, sabemos que llevaba consigo una bota de vino, que es precisamente donde los había escondido; y es asimismo su propio testimonio el que nos desvela algún exceso en el consumo, como cuando en Mértola comenta que subieron a la barca que les llevaría a Ayamonte “medio emborrachados”39. También se mencionan otras bebidas, algunas con no demasiado aprecio, como la sidra que se hacía en Tolosa y que compara con la que se consumía en Württemberg, otras, como la cerveza de Lübeck que hacía un flamenco en Cádiz, le merecen todos los elogios que la añoranza de su tierra le dicta40.

En cuanto a los alimentos, no se pormenoriza demasiado, pero es claro, por las referencias que se deslizan en el relato, que comen más carne que pescado. Sobre todo, se alimentan de carnero, que en ocasiones ingieren en potaje junto con un sustancioso caldo como en Santa María de Nieva, y en otras, sin especificar el aliño, encuentran especialmente sabroso, como en Puente del Arzobispo. No falta algo de cabrito asado, pero es más habitual el puerco, que comen en el campo en un día de ayuno cerca de Torrão o como carne salada en Sanlúcar, y que encuentran en abundancia en Venta Quemada, antes de Baeza, en Guadix, y hecho longaniza en Cambrils41. El pescado, también formó parte de su dieta, aunque de forma menos habitual. La mayoría de las veces no especifica el tipo, como ocurre en Sanlúcar donde comen, frito en buen aceite, un pescado tan delgado que yo no he comido antes en España; pero otra sí lo hacen, como ocurre con las sardinas que compran y toman en Palos, Cambrils y Barcelona, o la solla que se vendía en Sanlúcar a dos reales la libra42. Como complemento, ensalza algunos platos como el requesón, que prueban por primera vez en Coca43, y algunas frutas, a las que a menudo dedica alabanzas, por ejemplo, en Beja, donde se venden las frutas de todo género: peras, mançanas, uvas, melones, aranjes y higos, en mucha quantidad y muy barato, al igual que en Lisboa44; y seguro que no desperdiciaban ocasión, cuando la abundancia lo permitía, de saciarse ←18 | 19→de aquellas que podían coger libremente, como los higos en Lepe o las uvas en Sanlúcar45.

No aparece en esta dieta casquería, ni apenas legumbres -solo elogia los garbanzos de Talavera46-, ni la socorrida cebolla de Sancho Panza, ni bellotas con las que malvivían los pobres en Andalucía, pero tampoco la apreciada volatería o la estimada ternera. Tampoco vinos blancos selectos, pero nunca falta el tinto. Basicamente tenemos, pues, un aceptable pasar, sostenido en tres puntales de la alimentación de la España de los Austrias: pan -blanco siempre que lo hay-, vino y carne de carnero o puerco47.

Nos inclinamos, por tanto, a considerar, que su estatus socioeconómico no sería muy diferente al de su compatriota Jerónimo Köler, que viaja a Lisboa y Sevilla en el primer tercio del siglo XVI48. Como él, busca el amparo de las comunidades germanas de las ciudades en las que su estadía se prolonga: en Madrid le hace de cicerone un tudesco que le enseña las colecciones del Alcázar; en Aranjuez, es un flamenco, Ausnero; a Lisboa y después hasta Sevilla, sus compañeros de viaje, además de su amigo Joel, son otros tres germanos: Melchor Pfuel natural de Mark Brandenburg, Juan Warenbuc de Lübeck y Cilian Presberg de Stuttgart, y puede que gracias a ellos consiga buen testimonio y recaudo de la villa y señores de Madrid; finalmente, cuando tiene oportunidad come con un flamenco, como en Cartaya, donde comparte mesa con uno de Malinas que mercadeaba con vinos49.

Conocer a sus compañeros de viaje a buen seguro nos arrojaría luz sobre la figura de Cuelbis, pero lamentablemente nada sabemos de ellos, más allá de su origen. Del amigo que le acompaña durante todo su viaje, Joel Koris -en ocasiones, Poris, Doris o Boris-, solo sabemos que como él tiene nombre de origen hebreo, que era natural de Dresde y que su aspecto al salir de Lisboa era el de un hombre mediano, rostro abultado, descolorido, barva ruvia, de veyntyquatro años, una herida en la muñeca derecha50. De Pfuel, podríamos pensar, por su tratamiento de doctor y de señor, en alguna conexión con otro Melchor von Pfuel ←19 | 20→(1465/70–1548), doctor en Leyes, canciller y consejero privado en la corte del elector de Brandeburgo; en todo caso, parece que este apellido con sus variantes (Pfuhl o Phull) corresponde a una noble familia alemana que desde Brandeburgo amplió su influencia a Sajonia51. De los otros dos el desconocimiento es casi absoluto, pues no tenemos más referencia que sus lugares de origen y ni siquiera tenemos certeza de si los tres -Pfuel, Presberg y Warenbec- formaban grupo, o simplemente se habían unido para caminar con más seguridad.

Una cuestión que mereció la atención de Domínguez Ortiz en cada una de las ocasiones que se ocupó del viajero52 fue su condición religiosa. Su religiosidad está, desde luego, fuera de duda desde el principio del relato, cuando apenas iniciado su viaje inserta una oración rogando la protección divina; nuevamente anota un rezo, tras pasar por una noche llena de incertidumbre en Morón, para dar gracias a Dios e impetrar su salvación. A estas muestras de piedad, se suman algunos indicios de providencialismo, como cuando en la raya de Granada a Murcia se libran de un soldado sospechoso, que piensa les hubiese robado, aunque no lo quiso Dios, o cuando, valiéndose de un tronco en Cocentaina, atribuye a la voluntad de Dios soberano, el que pudieran pasar a salvo el curso fluvial, o, finalmente, cuando, habiendo perdido el camino aTivisa, encuentran un pastor que les orienta por la gracia de Dios53.

Señalaba Domínguez Ortiz, entre los motivos que le hacían sospechar de su posible protestantismo: su origen, su falta de asistencia y alusiones al cumplimiento de las liturgias y los preceptos católicos, y el temor que le suscita la visita de los familiares de la Inquisición a su posada en Triana.

Cierto es que en Leipzig la reforma protestante se había extendido desde 1539 y que, como hemos comentado, hay pastores protestantes en Sajonia del mismo apellido Kolbe54.

Igualmente es innegable el temor ante la acción inquisitorial, manifestado no solo en el incidente de Sevilla, su rápida marcha y la ocultación de su destino, sino también en otras varias ocasiones, como cuando en Valladolid escribe: Es muy peligroso en esta villa por amor de los familiares y traydores del oficio de ←20 | 21→la Inquisitión, algunos son flamencos, italianos y franceses, demostrando poco conocimiento sobre la organización de la institución, pues la familiatura estuvo vedada a los extranjeros55. Que siempre le resultaba curiosa la acción inquisitorial lo evidencian los dibujos de encausados y la copia de algunas de las cartelas con sus nombres que inserta en su narración, al tratar, por ejemplo, de la iglesia de Nuestra Señora de la Almudena en Madrid o de la de Santo Domingo en Lisboa, o su cuidado al anotar, en las ciudades que tenían casa de la temida Institución, dónde se situaba, como lo hace en Murcia recordando a un flamenco que había sido detenido temporalmente, y dónde, el lugar en el que se ejecutaba a los encausados, como el quemadero de Sevilla56. Pero él mismo nos da la causa al afirmar sobre este último lugar hispalense: No se puede mirar libremente por la suspición de la gente que concibía luego de los forasteros57. Y en esta apreciación se hace manifiesto la debilidad de este argumento para juzgarle no católico, pues las suspicacias pueden deberse simplemente a su condición extranjera. En Espera, por ejemplo, Cuelbis considera que no ay gente amiga de los forasteros y en Murcia, que se ha bien aquí de guardar el pasagero, porque la gente es sospechosa y poco acostumbrada de tratar con los forasteros58. Y no es desde luego el único que abunda en esta opinión, pues el viajero irlandés Henry Piers, que estuvo en Sevilla en 1597 y 1598, insiste en ella59 y, de modo más explícito, L’Hermite, que había viajado una década antes, avisaba de que todos los extranjeros, mucho más que en otros lugares, son sospechosos en materia de religión, por lo que los viajeros que quieran frecuentar este país harán bien en conseguir los documentos probatorios necesarios de sus ciudades, parroquias y lugares de origen como prueba de fe, religión y buenas costumbres60.

En cuanto a las referencias a su asistencia a liturgias católicas y al cumplimiento de sus preceptos, solo hemos encontrado algunas muy puntuales, a las procesiones que ve en Vitoria, en Dueñas y el día de la Natividad en Lisboa; a las confesiones que se ofrecen en varias lenguas en Monserrat, como se hacía en Roma; a la asistencia a algún sermón dominical en Granada; o a su singular forma de cumplir con el ayuno comiendo carnero, que pudiera resultar extraño, ←21 | 22→sino contáramos con otros testimonios como el del embajador marroquí venido a la corte de Carlos II, que se admiraba que los españoles, durante la Cuaresma comen todo el día, como nosotros mismos lo hemos visto, y dicen que eso es ayunar61.

Así pues, no tenemos base, más allá de su origen, para dudar seriamente de su catolicidad. Bien es verdad que, como todavía se pensaba en el siglo XVII, un protestante hace bien en no darse a conocer como tal, pues a los ojos del pueblo llano la vida de un hombre que no es católico ni español no vale nada62, y, en consecuencia, no sería extraño la adopción de posturas discretas, para no demostrar la condición religiosa, e incluso nicodeista, tratando de aparentar un catolicismo que no se profesa. Pero hay indicios que nos inclinan a pensar que Cuelbis era católico aunque no lo fuera al modo contrarreformista militante español, como de hecho no lo eran buena parte de los Habsburgo imperiales63.

La mención a Tobías en la primera de las oraciones insertadas por Cuelbis, nos refuerza en esta idea. El libro de Tobías se incluyó entre el conjunto de los deuteronómicos en la biblia aprobada por Trento, mientras que en la luterana solo se incluyó, como lectura piadosa, en las primeras traducciones de Lutero, excluyéndose en la segunda mitad del XVI. Por otra parte, tal vez sea un indicio de un Cuelbis familiarizado con los textos bíblicos, en línea con las llamadas a su lectura formuladas en su día por Erasmo y en contra de la postura de la iglesia trentina, que consideraba que no a todos se debe dar la lectura e interpretación de los libros sagrados64.

Cuelbis visita algunos centros de peregrinación marianos, tal vez los que se podían alcanzar desde su proyectado itinerario, pero no se acerca a Santiago; generalmente huye de la prolijidad con que su fuente habitual habla de reliquias y milagros; así, abandonando su tendencia a la traslación literal, obvia hablar de las reliquias de la Cámara Santa ovetense o de las que conformaban las riquezas ←22 | 23→de la catedral de Toledo, que ni menciona65. En ocasiones, recurre a fórmulas distanciadoras, por ejemplo, cuando refiere la visita a alguna imagen reputada por milagrosa, como el famoso Cristo de Burgos, del que dice hazen grandísima devoción porque creen que le crezen las uñas y el cabello en la cabeça; o cuando, confundiéndose con una leyenda que corresponde a la Virgen del Camino de León, dice que en Guadalupe: Se vee… el mirable caxón (o cista cofre), que, como dizen, es venido de África, de Arsila, con un esclavo christiano y un moro encima asentado, donde quenta aquella historia y milagro, hecho por el ayuda de N[uestra] Señora y ministerio de los Ángeles66. Curiosamente sí se detiene a narrar algunas “falsas milagrerías” como la de la monja de Lisboa, sor María de la Visitación, que engañó a mucha gente, con las cinco heridas o plagas en las manos y pies, hechas a la semejança del N[uestro] Señor y s[ant]o Francisco. Y este fraude y engaño fue después revelado y obierto, quando ella fue guarda de gente que no pudierase tocar con una cierta medicina o trogue que arrodava ansí la pelleja y carne, siendo condenada por la Inquisición67.

Esta postura crítica, unida a la tolerancia que reina en algunas cofradías germanas, como la de San Bartolomé de Lisboa, que aunque católica, estaba abierta en su actividad benéfico asistencial a los alemanes de credo protestante, nos lleva a considerar a Cuelbis un hombre religioso, que practicaba un cristianismo abierto y tolerante, al estilo de lo que fueron, en su día, el eramismo, la devotio moderna, la familia charitatis, el irenismo, o cualquiera de sus ramificaciones68, pero sin romper con la Iglesia Católica, pues en alguna expresión se nos muestra muy cercano a la emperatriz, a la que alude como nuestra doña María, que fue prototipo de catolicidad en la corte imperial y después en su retiro conventual69.

Conscientes de las muchas sombras que se ciernen sobre el autor del que nada sabemos sobre qué hizo, dónde vivió o hasta cuándo, nos centraremos ahora en su relato.

Details

Pages
IV, 492
Year
2021
ISBN (PDF)
9783631842157
ISBN (ePUB)
9783631842164
ISBN (MOBI)
9783631842171
ISBN (Hardcover)
9783631841051
DOI
10.3726/b17852
Language
Spanish; Castilian
Publication date
2021 (July)
Keywords
viajero diario Península humanismo corografía
Published
Berlin, Bern, Bruxelles, New York, Oxford, Warszawa, Wien, 2021. IV, 492 p., 37 il. blanco/negro.

Biographical notes

Milka Villayandre Llamazares (Volume editor)

Milka Villayandre Llamazares es profesora e investigadora del área de Lingüística general en el Dpto. de Filología Hispánica y Clásica de la Universidad de León, España. Sus áreas de interés incluyen la lingüística de corpus, la enseñanza de español como lengua extranjera y las humanidades digitales.

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Title: Jacob Cuelbis: El Thesoro chorográphico de las Espannas Volumen I
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