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Filología e Ilustración en España

El discurso sobre la decadencia en las letras españolas del siglo XVIII

by Miguel Ángel Perdomo-Batista (Author)
©2023 Thesis 268 Pages

Summary

Esta obra estudia las relaciones entre la filología española del siglo XVIII y el pensamiento ilustrado para establecer cuál fue el programa de acción de la filología ilustrada, es decir, su sentido. Lo que sostenemos es que partir de examen del discurso sobre la decadencia de España se puede reconstruir la evolución del conocimiento filológico en el siglo XVIII. En la producción del discurso sobre la decadencia se concitan otras ideas y circunstancias que también contribuyeron a definir la filología de la época: los conceptos de honor y utilidad, la competencia cultural internacional, las críticas de los extranjeros a la cultura y la historia españolas, las apologías de lo español y la existencia de un régimen político y una élite burocrática necesitados de legitimidad.

Table Of Contents

  • Cubierta
  • Título
  • Copyright
  • Sobre el autor
  • Sobre el libro
  • Esta edición en formato eBook puede ser citada
  • Índice
  • Preámbulo
  • 1. El descuido de España
  • 1.1 La decadencia de España como realidad histórica
  • 1.2 Fragmentos en el espejo
  • 2. El sueño de la razón o la decadencia general de España
  • 3. La decadencia científica y cultural y los proyectos de reforma
  • 4. Las causas de la decadencia
  • 5. La decadencia lingüística y literaria
  • 5.1 Las letras
  • 5.2 El idioma
  • 6. Las críticas de los extranjeros y ¿qué se debe a España?
  • 6.1 Voces y ecos
  • 6.2 Las polémicas
  • 6.2.1 Contra la literatura española
  • 6.2.2 Las críticas de los viajeros extranjeros y ¿qué se debe a España?
  • 6.2.3 Sobre las apologías y el verdadero patriotismo
  • 7. Ante el espejo
  • 8. Epílogo
  • REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
  • Manuscritos, reediciones y textos antiguos
  • Bibliografía secundaria
  • Obras publicadas en la colección

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Preámbulo

En una entrevista concedida en 2012, el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz (2012), expresaba su temor a una ruptura entre el norte y el sur de Europa, y añadía: me indigna ese tópico de que todo funciona bien en el norte y, por el contrario, todo marcha muy mal en el sur. Ideas parecidas expresaba, un año después, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker (2013): Aquellos del norte que creen ser mucho más virtuosos que los del sur deberían echar un vistazo a sus propias cifras en los últimos años y verán que no eran tan virtuosos como pensaban.

Estos dos ejemplos bastarán para constatar la existencia de un tópico surgido con la última crisis económica que contrapone a los virtuosos países del norte de Europa y los del sur, caracterizados por los excesos, y entre los que se incluye a Portugal, España, Italia y Grecia. Se olvida, no obstante, que Islandia e Irlanda también atravesaron una difícil situación económica. Se olvidan además las dificultades de Holanda, cuyo ministro de finanzas, Kees de Jager (2011) atribuyó a Alemania y Francia parte de la responsabilidad de la crisis, porque en 2003 habían presentado un déficit que superaba el límite del 3 % establecido en el Pacto de Estabilidad, y a partir de entonces otros países habían dejado de observar las normas fiscales. Se olvida que la reforma laboral efectuada en Alemania entre 2003 y 2008 provocó un descenso de los salarios y del consumo, y, como consecuencia, aumentó el ahorro y se redujo la inversión interna por la debilidad de la demanda. Alemania comenzó entonces a exportar el capital excedente a las economías del sur, y esta entrada excesiva de capital y la acumulación de deuda contribuyeron a originar la crisis1. Se olvida, en fin, que las perturbaciones financieras que precedieron a la crisis tuvieron su centro en Londres y Nueva York. Tal vez por eso señalaba Schulz en 2012 que los problemas estaban en todas partes, y que las soluciones tenían que ser comunes.

No obstante, se ha ido imponiendo la idea de que la crisis ha sido provocada por los países del sur. Se piensa también que los países del norte pagan los excesos del sur, y esto puede ser percibido como una injusticia o como una amenaza por aquellos. En el caso concreto de España, se ha pasado en poco tiempo de la admiración –y tal vez también de la emulación– al recelo, porque se considera que los españoles han vivido por encima de sus posibilidades, y han despilfarrado el dinero. Y, naturalmente, esta creencia ha sido incorporada por los propios españoles a los argumentos con los que se trata de explicar el origen de la crisis.

←9 | 10→Ciertamente, ha habido corrupción, despilfarro y excesos, pero estas no son las únicas causas de la crisis. Ni la especulación inmobiliaria, otro de los factores importantes, ha sido un problema exclusivo de España, como se advierte en el caso holandés. El superávit que tenía España al principio de la crisis parece contradecir la hipótesis que atribuye su origen al despilfarro público. Y lo mismo podría decirse de la deuda pública, que en España era de las más bajas de Europa. La deuda privada era, en cambio, muy elevada. Pero es preciso preguntarse si los ciudadanos son responsables de la existencia de créditos baratos, y si son los únicos responsables de los errores en su concesión.

Cuando una explicación se funda en la simplificación de situaciones tan diversas y complejas, debemos pensar que nos hallamos ante discursos interesados, y a menudo estos se alimentan del prejuicio. Y, en efecto, el estereotipo de un Mediterráneo uniforme cuya encantadora decadencia es contemplada con ironía podemos encontrarlo ya en The innocents abroad, obra de Mark Twain publicada en 18692. Y, por lo que respecta a España, Montesquieu ya había afirmado en 1721 en sus Cartas persas que el clima había fomentado en los españoles la ociosidad, y que estos se hallaban poseídos de una vana presunción. Estos ejemplos son suficientes para comprender cómo los nuevos prejuicios se alimentan de viejos estereotipos que ya se creía olvidados. Al fin y al cabo, aquella visión del hidalgo arruinado de gesto ampuloso y hueco, ¿no es una consecuencia o la imagen misma de quien vive por encima de sus posibilidades?

Y en efecto, la ociosidad y la presunción como defectos constitutivos de los españoles forman parte de la leyenda negra, uno de cuyos principales rasgos es, precisamente, la idea de la decadencia. Para entender cómo estas ideas llegaron a convertirse en notas definitorias de los estereotipos sobre España es preciso remontarse a la segunda mitad del siglo XV, cuando surgió la creencia en la existencia de un carácter nacional cuyos rasgos definían la forma de ser de un pueblo. Esta idea se consolidó durante las siguientes centurias en el contexto del afianzamiento de los estados territoriales y de un sentimiento protonacional (M.ª Carmen Iglesias, 1988). En la segunda mitad de la del siglo xviii, y en contraste con la realidad de España, la idea de la decadencia persistió entre los extranjeros, y fue reforzada por los enciclopedistas franceses, que, en un injustificable ejercicio de frivolidad e ignorancia, difundieron una imagen muy negativa de España en la que los defectos del carácter español (indolencia, fanatismo, soberbia) explicaban la decadencia y el atraso del país. Tratando de explicar la inexcusable conducta de los ilustrados franceses, Julián Marías (1996 [1985]) ha señalado que estos pretendían cuestionar la legitimidad de la monarquía hispánica, cuya inercia y estabilidad aseguraban la continuidad de Europa y amenazaban el éxito de las nuevas ideas. Pero lo que caracteriza la ←10 | 11→España del siglo xviii no es la decadencia, sino la superación de la decadencia, y esto precisamente puede explicar por qué en aquella centuria arreciaron las críticas de los extranjeros en el contexto de la competencia internacional.

Lo que nos muestra esta historia es que los estereotipos y los discursos que ellos alimentan surgen y se refuerzan con los cambios históricos. Acaso la crisis que hemos atravesado se haya convertido, como señala Ramón Villares (2013), en un personaje histórico, es decir, en el acontecimiento inaugural de una nueva etapa histórica, y entonces los tópicos sobre las causas de la crisis no serían en absoluto casuales. Acaso se apela a los viejos estereotipos para señalar a los culpables, y para justificar el empobrecimiento o la pérdida de derechos de los ciudadanos; algo que los populistas de uno y otro signo pueden aprovechar muy bien.

Por eso, conviene echar la vista atrás para advertir la trampa. Conviene, sobre todo, y en nuestro caso quizá sea esto lo más difícil, no aceptar sin crítica los argumentos externos, ni obsesionarse con ellos. Porque quienes están en el centro del poder a menudo también son el centro de la historia. Y porque la interpretación que hagamos del pasado condicionará nuestro futuro.

En relación con todo ello, en esta obra nos proponemos documentar, reconstruir y examinar el discurso sobre la decadencia en las letras españolas del siglo xviii, con la convicción de que tal discurso no solo determinó la filología española de aquella centuria, sino que también caracterizó a la Ilustración española, aunque desde luego no es su único rasgo, y acaso tampoco el principal, pero seguramente sí uno de los más significativos. Con la convicción también de que mirarnos en el espejo de aquella época puede ayudarnos a definir la imagen de nuestro presente, como acabamos de comprobar a propósito de la reciente crisis económica.

Podría argumentarse que el tópico de la decadencia no es exclusivo de España, y en efecto así es. Podemos hallarlo también en Portugal, como ha señalado María Filomena Gonçalves (2002: 553–557), en la obra de uno de los principales filólogos portugueses de su tiempo, Antonio Pereira das Neves. Podemos hallarlo también en Inglaterra, aunque en otro sentido, en la obra de Richard Verstegan (o Rowlands): A Restitvtion of Decayed Intelligence: In Antiquities. Concerning the Most Noble, and Renowned English Nation, cuya primera edición data de 1605. Verstegan fue el precedente de Edward Gibbon: The History of the Decline and Fall of the Roman Empire, cuyo primer volumen apareció en 1776. Quizá haya sido Gibbon el principal introductor del tópico de la decadencia como categoría histórica explicativa. En francés los ejemplos son abundantes, y bastará con recordar, por ejemplo, Présages de la Decadence des Empires (Mekelburg, por Rodolphe Makelckauw, 1688); Rigoley de Juvigny: De ←11 | 12→la decadence des lettres et des moeurs: depuis les grecs et les romains jusqu’a nous jours (París, Merigot le jeune, 1787); Histoire de la decadence de l’empire apres Charlemagne […] (París, Sebastian Mabre-Cramoisy, 1679); Histoire literaire de la France, où l’on traite de l’origine et du progrès, de la decadence & du rétablissement des sciences parmi les Gaulois & parmi les François […] (Hourdel, 1735). Esto es así porque seguramente el fundamento, tanto de la noción de decadencia, como de la propia obra de Gibbon, es la idea cíclica de la historia, cuya última consecuencia quizá haya sido la idea de la modernidad como un proceso dominado por la idea de un apropiación cada vez más plena de los fundamentos, de los orígenes, de suerte que las revoluciones se presentan y se legitiman como recuperaciones, renacimientos, retornos (Vattimo, 1995: p. 10) La idea de superación concibe el curso del pensamiento como un desarrollo progresivo en el que lo valioso se identifica con lo nuevo. Así pues, sería muy interesante examinar cómo ha influido esta filosofía de la historia de carácter circular en la configuración de la propia idea que Europa tiene de sí misma (véanse, si no, los trabajos de Hazard y Kosselleck). En todo caso, lo que nos interesa advertir ahora es que el tópico de la decadencia no se circunscribe al ámbito español, lo que vendría a refutar nuestra principal tesis.

Ahora bien, a principios del siglo xviii, y tras décadas de cuestionamiento y esfuerzo, España venía de ser la potencia hegemónica. En tales circunstancias, ¿hemos de pensar que la idea de la decadencia y el sentimiento de debilidad habría de ser el mismo que en algunas naciones de su entorno inmediato (Inglaterra, Francia, Países Bajos) que, por contra, atravesaban un momento ascendente en el contexto de un cambio del orden internacional)? Creo que no, y que la idea de la decadencia en la España del siglo xviii debió tener un espesor y un alcance que trascienden las meras críticas o la mera renovación historiográfica producidas por los cambios generacionales, para no hablar de la querelle des anciens et modernes. Desde el punto de vista historiográfico, nuestro análisis también quiere dar respuesta precisamente a este problema.

Estas cuestiones se abordan a partir del examen de una serie de textos relacionados pragmática y metodológicamente. Este canon textual está formado por los siguientes autores: Juan Andrés, Nicolás Antonio, Nicolás de Azara, Antonio de Capmany, Bernardo y Tomás de Iriarte, José Cadalso, José Campillo, Antonio Cavanilles, Carlo Denina, Benito Jerónimo Feijoo, Leandro Fernández de Moratín, Martín Fernández de Navarrete, Juan Pablo Forner, Gregorio Garcés, Gaspar Melchor de Jovellanos, Xavier Llampillas, Juan José López de Sedano, Ignacio de Luzán, Gregorio Mayans, Juan Francisco Masdéu, Juan Meléndez Valdés, Juan Francisco Muñoz, Antonio Ponz, Manuel José Quintana, Pedro Rodríguez Campomanes, José Rodríguez de Castro, Pedro ←12 | 13→y Rafael Rodríguez Mohedano, Benito de San Pedro, Martín Sarmiento, Juan Sempere y Guarinos, Esteban de Terreros y Pando, José de Vargas Ponce, José Luis Velázquez de Velasco, José de Viera y Clavijo y algún otro. En definitiva, hemos tratado de reconstruir el discurso sobre la decadencia española durante el siglo xviii fijándonos especialmente en los aspectos lingüísticos y literarios. Tal discurso atraviesa una parte importantísima de la actividad filológica del xviii, y a partir de su examen podemos descubrir el programa de la filología ilustrada. No utilizamos el término programa en el sentido que le da Lakatos, sino más bien, y de forma muy general, en el sentido en que lo emplea Swigger (2004: 130–131 y n. 62): estructura conceptual canalizadora de una visión global y de intereses específicos […] un sistema conceptual que encauza aproximaciones que comparten la misma visión, la misma focalización, la misma “técnica” con respecto al objeto de estudio (el lenguaje y la literatura en este caso).

Los límites de las series textuales que analizamos hay que situarlos entre 1672 y 1813, que son las fechas respectivas de nuestros dos textos de referencia: el prólogo de la Bibliotheca hispana nova de Nicolás Antonio y el Informe de la Junta creada por la Regencia de Manuel José Quintana. El primero es el referente y el punto de partida de la historia literaria española del siglo xviii; el segundo es heredero de la revolución liberal, y es una referencia obligada de la reforma educativa en la España del siglo XIX.

La ortografía de los textos antiguos reproducidos ha sido actualizada en las grafías, los acentos y la puntuación, pues los fragmentos que utilizamos en esta investigación tienen el propósito de documentar nuestras afirmaciones, y no el de servir como documentos históricos de la evolución del idioma y de los usos editoriales. Por otra parte, el prurito de respetar la ortografía original de un texto en ocasiones no es más que un pretexto que obedece más a la comodidad que a un interés genuino. Una edición crítica requiere una crítica filológica previa sobre la que sustentar y unificar los criterios de edición, y esta tarea resultaría aquí muy compleja dada la diversidad de obras, autores y épocas que tendríamos que considerar. Así pues, parece innecesario mantener la ortografía original de unos textos que proceden de ediciones no críticas y que por tanto no han sido purgados de los caprichos y errores de los sucesivos editores. Renunciamos al fetichismo de la letra impresa, porque siguiendo un criterio meramente paleográfico lo único que hacemos es perpetuar y extender tales errores. En las referencias ortográficas se ofrece el año de la edición consultada y entre corchetes la fecha de la primera edición que conocemos o la de la redacción en el caso de los manuscritos. Por lo demás, el análisis pone especial atención no solo en las obras, sino en los paratextos (dedicatorias, censuras, prólogos) que las acompañan, porque a menudo ofrecen una dimensión ←13 | 14→pragmática de valor epistemológico, es decir, sirven como justificación epistemológica de la propia obra.

Notes

Details

Pages
268
Year
2023
ISBN (PDF)
9783631888155
ISBN (ePUB)
9783631888162
ISBN (Hardcover)
9783631888148
DOI
10.3726/b20116
Language
Spanish; Castilian
Publication date
2023 (February)
Published
Berlin, Bern, Bruxelles, New York, Oxford, Warszawa, Wien, 2023. 268 p.

Biographical notes

Miguel Ángel Perdomo-Batista (Author)

Miguel Á. Perdomo-Batista (Santa Cruz de la Palma, 1965) es profesor contratado doctor de Lingüística General en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Es licenciado en Filología Hispánica (Universidad de La Laguna) y doctor en Filología Española (Universidad de Las Palmas de Gran Canaria). Sus campos de investigación son la historiografía de la lingüística, los estudios sobre el siglo XVIII español y el análisis del discurso.

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