Revisitar el costumbrismo
Cosmopolitismo, pedagogías y modernización en Iberoamérica
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Table Of Contents
- Cubierta
- Título
- Copyright
- Sobre el autor
- Sobre el libro
- Esta edición en formato eBook puede ser citada
- Indice
- Revisitar el costumbrismo: cosmopolitismo, pedagogías y modernización en Iberoamérica
- Revisión del costumbrismo hispánico: una historia cultural transnacional
- El costumbrismo colombiano: ¿un debate clausurado? Reflexiones en torno al discurso crítico y la práctica costumbrista de José María Samper
- Nacional por oposição: ingleses na ficção brasileira do século XIX
- Habitus republicano: la política y la estética de las costumbres en el siglo XIX hispanoamericano
- Ruidos, chismes y alboroto en Stella y Mecha Iturbe de César Duayen
- Blancos de todos los colores: intersecciones entre clase, género y raza en la escritura costumbrista colombiana del siglo XIX
- La estética de la flanerie en Guillermo Prieto: los cuadros costumbristas decimonónicos como escaparate textual de la nación
- Los fantasmas de Juana Manuela Gorriti y el espacio altoperuano
- El cuadro de costumbres como modo de intervención en Los trabajadores de tierra caliente de Medardo Rivas
- El costumbrismo cosmopolita: deuda, producción de pueblo y color local en el siglo XIX
- Las Églogas de la Acumulación Originaria: paisajización, desposesión y memoria demo-poética desde Cantares Gallegos (1863) de Rosalía de Castro
- Colaboradores
Revisitar el costumbrismo: cosmopolitismo, pedagogías y modernización en Iberoamérica
Revisitar el costumbrismo: cosmopolitismo, pedagogías y modernización en Iberoamérica es una recopilación de artículos cuyo foco de estudio es la escritura de tipos y costumbres del siglo XIX para ponerla en contacto con discursos que no le eran ajenos, sino, antes bien, constituyentes. Los trabajos que aquí incluimos se acercan al llamado costumbrismo1 discutiendo problemáticas estéticas, culturales y políticas desde distintas tradiciones iberoamericanas y con una mirada transnacional —Argentina, Brasil, Colombia, Cuba, España, México y Perú. Jorge Cornejo Polar ya ha notado cómo el costumbrismo “sigue siendo todavía hoy, en el inicio del siglo XXI, uno de los escasos territorios importantes inadecuadamente explorados” (13)2. Inclusive, cuando se lo aborda directamente —caso raro en la producción crítica— el costumbrismo sigue siendo visto como ← 7 | 8 → un recipiente a través del cual consumir la nación. Lo que queremos subrayar es que hasta el momento ha sido una práctica constante abordar el costumbrismo a través de estudios monográficos que lo encuadran, en relación de necesidad, con la nación3. No es nuestro propósito abogar por una discusión normativa de la escritura de costumbres, siempre dúctil, fluida, que habita varios géneros —tema de un posible futuro volumen— sino que nos interesa, a la par que rescatar la visión moderna que habilitó esta escritura, reinstalar, en sus propios términos, la discusión histórica de esta corriente tal cual concebida por sus cultores en el XIX.
El objetivo de este proyecto ha sido volver al costumbrismo español y latinoamericano para restituirle todo su grosor histórico y estético, y para ponerlo en diálogo con discusiones críticas sobre el siglo XIX que se han acercado a este periodo desde los estudios culturales y la crítica literaria en historiografía4, estudios de género5, ← 8 | 9 → fotografía6, periodismo7 y museología.8 Es más, con esta compilación de textos interdisciplinarios sostenemos que la escritura de tipos y costumbres es la narración de las fricciones y heridas que causó la modernización en Latinoamérica: la introducción de las últimas técnicas de cultivo, la disciplina laboral capitalista, las innumerables reformas legislativas, la inestabilidad gubernamental, la migración laboral producto de leyes de vagos (o de enganchamiento), la alfabetización, la inmigración, la implementación del ferrocarril y el vapor, la creación de la deuda a través del salario, etc., modernización que caía sobre una población mayoritariamente pobre, iletrada, diversa étnicamente, escasa y dispersa sobre un territorio atravesado por grandes accidentes geográficos. En otras palabras, la escritura de tipos y costumbres no es un largo lamento por un pasado perdido, sino todo lo contrario: una avanzada estética para hacer asimilable la implementación de la modernización en la región: desde la economía agroexportadora hasta el pensamiento racial. Finalmente, pero no por ello menos importante, con este volumen hemos querido insertar este tipo de escritura en español y portugués en el contexto del debate que suscitó en su tiempo en Europa.
Mediaciones: cosmopolitismo y vínculos civilizatorios entre Europa y América Latina
En la Latinoamérica del siglo XIX, la escritura de tipos y costumbres surgió de una paradoja. Por una parte, constituyó un corpus que daba cuenta de cómo las élites criollas se dieron a la tarea de catalogar los cuerpos, el lenguaje y la geografía de cada país para nacionalizar el territorio ganado a los españoles en contienda armada. Por otra parte, a pesar de entroncar con manifestaciones culturales coloniales como los cuadros de castas o las pinturas de biombos, esta escritura fue un fenómeno industrial europeo. Por ello, y debido a esta tensión, la escritura de costumbres constituirá uno de los arsenales representacionales con los que ← 9 | 10 → Latinoamérica se enfrentó al desafío de la modernidad tras la Independencia. En particular, el cuadro de costumbres, ese género pequeño, sirvió para negociar una escritura de lo cotidiano en la región sin perder de vista el vínculo con Europa tras el rompimiento con España.
La apertura de este volumen va a cargo de Ana Peñas, una crítica que ha revisitado la producción estética y política del cuadro de costumbres leyéndola fuera de cánones nacionales y en combinación con la producción europea. En su trabajo, Peñas traza una cuidadosa genealogía de los usos, oportunidades y confusiones a los que ha dado lugar el uso de palabras —usualmente empleadas a la ligera en los estudios de esta literatura— como “artículo de costumbres”, “cuadro de costumbres”, “costumbrismo” o “costumbrista”, entre otras. Por ejemplo, es hallazgo suyo —y nosotros aquí damos cuenta de él—que la palabra “costumbrismo” o “costumbrista” no era de uso corriente entre los escritores de principios y mediados del XIX, sino que vino a emplearse por primera vez, y en tono peyorativo, por Miguel de Unamuno a finales del siglo XIX. Esto no constituye simplemente un apunte erudito. El gran acierto de Peñas es rescatar el lenguaje propio de los debates literarios del momento para pensar, desde la especificidad histórica, las poéticas y las políticas como las imaginaban los escritores de costumbres en su quehacer literario y periodístico. Hoy en día —y como legado del hispanismo y el latinoamericanismo del siglo XX— se considera a menudo que el apelativo “costumbrista” demerita la obra de los escritores centrales de nuestra tradición literaria. Por ejemplo, concebir a Domingo Faustino Sarmiento como costumbrista parece juzgar en menos su obra; aunque haya sido, como el que más, un escritor de costumbres, ávido lector de physiologies y entusiasta pensador —con Alberdi, con José María Samper, con Fermín Toro y otros civilizadores de su generación— que aseguraba que para modernizar Latinoamérica había que pasar, necesariamente, por un cambio de sus costumbres (cuando no de sus gentes). Por ello, somos cuidadosos al utilizar la palabra “costumbrismo”, entendiéndola más que como un género, como un modo escritural. Aparte de ser anacrónica al debate de la época, la palabra, entendida como género literario, poco sirve para demarcar las particularidades de una estética que cruza la poesía, el teatro y la novela. Es por eso que tendemos aquí a hablar de la escritura de tipos y costumbres y del género periodístico del cuadros de costumbres para hacer eco de los escritores de la época, que se referían a sí mismos como “escritores de costumbres” o inclusive “pintores de cuadros de costumbres”, pero no como costumbristas.9 En los casos en los que ← 10 | 11 → utilizamos el término costumbrismo, lo hacemos para incluir usos críticos que se hacen hoy en día del término.
Enrique Pupo-Walker ha mostrado cómo el cuadro de costumbres revelaba la fragilidad del lazo que conectaba a Latinoamérica con Europa, e incluso afinaba los sentidos con el fin de hacer comprensible la distancia que existía entre los avances materiales del capitalismo metropolitano europeo —los trenes, el alumbrado público, el sistema de salud, etc. — y la vida cotidiana de las ciudades y parroquias latinoamericanas empobrecidas a mediados del siglo XIX (497). Como veremos en los artículos que siguen, narrar esta distancia fue la tarea de la escritura de costumbres, muchas veces regodeándose en esa brecha para construir una estética de lo pintoresco e incluso proponiéndose superarla para “alcanzar” a Europa en su imaginado nivel de modernización. En este sentido, Emmanuel Velayos en el artículo contenido en este volumen, a la vez que reconstruye el debate latinoamericano sobre las costumbres a mediados del XIX, se pregunta por la materia social e histórica que construían “las costumbres” y las entiende como un perfomance que fue ámbito de intervención política para los civilizadores decimonónicos que buscaban —o decían buscar— hacer la República desde abajo hacia arriba —en contraste con las monarquías europeas, por ejemplo. Asimismo, Patricia D’Allemand, al analizar la obra del intelectual colombiano José María Samper, devela la diversidad de su escritura de costumbres como un praxis que cruza géneros, pero que se caracteriza por una marcada agencia de intervención sobre la realidad, la configuración de músicas patrias —el bambuco, en el caso de Samper— y la regionalización de la cultura nacional.
Como forma de escritura que negocia lo local y lo global, el cuadro de costumbres latinoamericano tiene claros antecedentes en las lecturas que hicieron las primeras generaciones de republicanos criollos—cosmopolitas y de finas sensibilidades europeas— de los españoles Mariano José de Larra (1809–1837) y Ramón de Mesonero Romanos (1803–1882), del francés Joseph Etienne de Jouy (1764–1846) y de los ingleses Joseph Addison (1672–1719) y Richard Steele (1672–1729), por sólo nombrar a los más visibles en el debate de la época. Por ello, el cuadro de costumbres latinoamericano constituye un giro paradójico: se trata de una herramienta de génesis europea pero de praxis nacionalizadora. Este giro no es accidental, sino fundacional de la cultura del subcontinente y se repetirá ← 11 | 12 → hasta hoy bajo distintos nombres, hacia fuera y hacia adentro, bajo operaciones como la transculturación o el canibalismo, entre otros procesos de transformación cultural y modulación artística. Como lo supo Roberto Schwarz en Idéias fora do lugar, la novedad de la cultura latinoamericana yace en las tretas, artificios e invenciones de las que se valen los creadores del continente para inventar nuevos modelos a partir de la ruptura de los patrones europeos y la incorporación de historias nativas para dar cuenta de la realidad circundante. Daniel Serravallé de Sa, en el artículo que recogemos en esta compilación, entra a ver, a través del lente de la escritura de costumbres, las tensiones que dieron lugar a la definición de lo nacional desde lo extranjero. Al hacerlo, revela cómo desde Brasil se dieron imaginaciones cosmopolitas durante el siglo XIX que inventaron “lo nacional” en oposición a “lo inglés” en un juego de espejos que, si bien señalaba hacia la particularidad del país, también lo ponía en relación con Europa al definirlo en llano contraste con el “tipo inglés”10.
A lo largo y ancho del continente, y como fruto de la multiplicación de imprentas a la que dio lugar la Guerra de Independencia, sólo intensificada tras la posguerra, las primeras generaciones republicanas importarían libros sobre tipos y costumbres europeos y los editarían en tierras americanas a la par que escribirían los suyos propios. Por sólo dar algunos ejemplos, Alba Lía Barrios nos recuerda que la primera edición de los artículos completos de Larra publicados en Caracas data de 1840 (26). Maida I. Watson-Spener, por su parte, ha estudiado la influencia de los costumbristas españoles en el Perú y ha trazado específicamente la presencia de Larra en periódicos como La Bolsa en 1841, prestándole especial atención a la temprana respuesta que suscitó en grandes escritores de cuadros como Pardo y ← 12 | 13 → Aliaga (El cuadro de costumbres 53). Por otro lado, en México, durante la década de los 1830, el costumbrismo también ocupa un lugar importante, especialmente en la prensa y las revistas de corte literario. María Esther Pérez Salas hace un rastreo de la prensa de la época y observa cómo “desde marzo de 1843 se pusieron a la venta en al ciudad de México los ocho volúmenes de Les francais peints par eux-memes, así como la versión francesa de Heads of the people; asimismo se tuvo noticia de las primeras entregas de Los españoles pintados por sí mismos” (“Genealogías” 180). Además, ya en 1838 la revista mexicana Ensayo literario publicaba “El romanticismo y los románticos” de Mesonero Romanos. A partir de ese momento se fueron publicando regularmente muchos de sus relatos en distintos periódicos y revistas. Jefferson Rea Spell también ha estudiado el viaje del costumbrismo europeo a México y subraya la importancia de los primeros escritos de Addison, traducidos en 1840, y que dieron inicio a una década de intensa reproducción y traducción de artículos de costumbres provenientes no solo de España, sino de toda Europa (290). Muchas de las fechas de las primeras publicaciones de textos de Larra alrededor del mundo aparecen en la bibliografía recopilada por Alejandro Pérez Vidal, en la que se puede observar que en Uruguay, también la primera edición de sus colección de artículos es temprana, de 1837, y que solo unos años más tarde, en 1843, aparece en Chile una colección con el título Fígaro, famoso seudónimo con el que firmaba Larra y del cual haría uso más de un escritor de costumbres latinoamericano. Juan Bautista Alberdi, por ejemplo, firmaba como Figarillo y en algunas de sus composiciones José María Samper directamente firmaría como Fígaro. En Argentina, como han demostrado las minuciosas investigaciones de Paul Verdevoye, se publicó Larra por primera vez, cuando aún vivía el escritor madrileño, en la Gaceta Mercantil del 2 de noviembre de 1833 (17).
De manera más interesante, y esta es una intuición que persiguen los artículos aquí publicados, el circuito de la escritura de costumbres en Latinoamérica muchas veces obvió las revistas españolas. Gioconda Marún ha mostrado la influencia directa de Addison y Steele en la prensa argentina, así como Verdevoye, tímidamente, sostiene lo que parece ser evidente cuando dice que “quedará por saber si los argentinos [y los latinoamericanos KSS y FMP], utilizaban los periódicos franceses e ingleses o norteamericanos a través de los españoles, o si los aprovechaban directamente” (28). Esta apreciación, decimos, es a lo menos cautelosa, ya que existen evidencias del consumo de escritura de costumbres francesa —llamada, como veremos, physiologies—en varias revistas de la época. En Colombia, por sólo mencionar un ejemplo, a la par que eran reeditados en periódicos como El Día en 1842 textos de escritores de costumbres españoles como Modesto Lafuente, se reseñaba la Physiologie du fumeur de Teodose Burette, publicada originalmente ← 13 | 14 → en París en 1840. Estos tránsitos trasatlánticos no solamente trazan circuitos intrincados de consumo de esta literatura, sino que además muestran que las afinidades electivas de los escritores de costumbres latinoamericanos eran producto igualmente y sin distinción de lengua de fuentes españolas, francesas e inglesas, entre otras.
Narrar las costumbres, imponer la disciplina: pedagogías y reformas liberales
Uno de los efectos producto de la organización de escenas llevada a cabo por la escritura de tipos y costumbres es pedagógico. En la organización de estas escenas el lector aprende a identificar cierto orden social, un sinnúmero de códigos de raza y género, así como a naturalizar sujeciones laborales11. Por otro lado, cabe destacar que muchos de los tipos y costumbres —personajes, motivos y escenas— recogidos por los cuadros se multiplican y reproducen en sus variaciones locales y de autoría por todo el mundo de habla hispana; tanto crónica como diacrónicamente, pues como Dorde Cuvardic García nos recuerda, “[l]a mayor parte de los artículos se fundamentan en tipos ya aparecidos en la literatura satírica del siglo XVIII” (“La construcción” 48). Este fenómeno de la repetición de contenido concuerda con y se refuerza por las prácticas pedagógicas prevalentes durante el siglo XIX, cuyo discurso era ante todo prescriptivo y se apoyaba en la repetición y la memorización como técnica didáctica12. Buena parte de la tarea de esta escritura era aprender a reconocerse y ser reconocido una y otra vez como ciudadano de una localidad, de una nación, de una comunidad cultural; pero sobre todo aprender a identificar y a escrutar a los otros miembros de dicha comunidad. En su contribución para este volumen, Andrea Castro se acerca al costumbrismo a través de los sonidos de la ciudad de Buenos Aires —el jaleo, el ruido, los chismes. De este modo, lo que en última instancia se revela es cómo las obras de César Duayen enseñaban a organizar las prácticas sociales de su propia clase social frente al cambiante tejido urbano de principios del siglo XX. ← 14 | 15 →
Por ello, contener la ciudad, el país y el mundo, en ese orden, en una colección de textos e ilustraciones se convierte no solo en el proyecto de mostrar un contenido, sino también de cómo observarlo, y así inventar un lector todopoderoso que conoce y puede burlarse de las intimidades de sus conciudadanos. Esta habilidad enviste de un poder seductor, moralista y diabólico al lector, ya que le concede acceso a un conocimiento total de las liviandades y ligerezas del mundo que lo rodea. Recordemos, además, que el hombre que posee un conocimiento sobrenatural es un tema que deja rastros, inclusive, en la forma en que son editadas estas colecciones. En efecto, las colecciones de tipos —empezando por Heads of People hasta Los españoles pintados por sí mismos— llevan en el frontispicio o en la carátula que le antecede a la introducción la imagen del diablo13. Esta iconografía diabólica en la escritura de costumbres obedece a la idea de que el diablo tiene libertad para transgredir los códigos morales y penetrar los interiores domésticos, alzar el techo para conocer las miserias personales de todos los ciudadanos. Tradicionalmente, como indica Martina Lauster, en el cuadro de costumbres, en las physiologies y en los sketches, este personaje es el gran moralista, el escrutador de los “moers” o “mores”, esas palabras francesas e inglesas, respectivamente, intraducibles al español: “A visiting Asmodeus [una de las variaciones del diablo] that brought to light the vices, follies and injustices of one’s own capital and nation” (131). El diablo, y así el lector, aparece entonces como personaje viajero, cosmopolita, a quien la moral no atañe y que sin embargo goza haciendo caer en falta a los demás14. Por otra parte, continúa Lauster, la óptica del escritor de costumbres constituye precisamente una mirada asmodeana: una observación panóptica que detalla interiores y exteriores indiscriminadamente, que arroja luz a pobres y a ricos, a ciudadanos y campesinos. ← 15 | 16 →
¿Qué ocurre, entonces, cuando esta mirada diabólica recoge las particularidades de lo nacional? A pesar de que, por lo general, la crítica ha leído la escritura de costumbres en Latinoamérica en clave nacional, no pocas veces la ha desechado como un corpus de apegos geográficos que dividía la diversidad étnica según sus labores y las distribuía en el territorio. Sin embargo, hay que recordar que este afán catalogador entraba en tensión ideológica con las reformas liberales que dominaron en gran parte de Latinoamérica a mediados de siglo y que trajeron consigo la emancipación de los esclavos, la disolución de los resguardos indígenas y el levantamiento de aranceles, entre otros importantes cambios sociales que produjeron nuevas identidades en la región. La resistencia a estos grandes cambios sociales, el surgimiento de nuevos sujetos15 a los que dieron lugar y las luchas por el poder fueron un desafío a la representación auspiciada por la cuadrícula de la literatura de tipos. Esto es importante, pues al producir un estatismo sin historia, los diferentes tipos presentados en estos relatos no contaban con la capacidad de establecer alianzas entre sí y, al no tener movilidad social, brindaban un retrato que ocultaba intranquilidades presentes en las naciones post-independentistas. Así, la insistente reproducción de tipos nacionales se revela como un poderoso instrumento epistemológico: al ver narrados y representados repetidamente en las páginas de la prensa los diferentes tipos nacionales —encapsulados en sus profesiones y trajes típicos y reconocibles— se ponía en marcha en los lectores un proceso cognitivo de apropiación e identificación nacional resistente al cambio.
En el artículo que contribuye a esta colección, Germán Labrador-Méndez nos hace conscientes de que el correlato literario de las reformas liberales —como producción cultural disciplinante— no fue un fenómeno característico únicamente de la inserción de América Latina en la economía europea. Al analizar la obra poética de Rosalía de Castro —en particular en Cantares Gallegos— Labrador cuenta la historia de la emigración gallega a Latinoamérica como una crónica del despojo de la tierra campesina —la disolución de las tierras comunales— que sirvió para producir un paisaje dúctil para los intereses capitalistas de las burguesía gallega local así como la madrileña. En la misma veta, en su artículo Margarita Serje analiza los cuadros de costumbres que componen la obra canónica del escritor colombiano Medardo Rivas, Los trabajadores de tierra caliente. Al igual que Labrador Méndez, a Serje le interesa desnaturalizar el régimen de producción de ← 16 | 17 → la frontera agrícola del liberalismo para hacer visible su factura política y sobre todo su racionalidad violenta a la hora de desconocer otras formas de habitar el espacio, en el caso suyo, de las comunidades indígenas y arrocheladas del Alto Magdalena en Colombia.
Los trabajos de Labrador Méndez y Serje, leídos en conjunto, muestran cómo tanto en España como en Latinoamérica la escritura de costumbres luchó por crear un consenso cultural, impuesto y resistido a la vez, en torno a los lugares que debían ocupar las diferentes clases sociales, lugares administrados por las burguesías nacionales; creando una tensión que se veía reforzada por la diversidad étnica y los conflictos agrarios que tuvieron lugar en la región. Siguiendo esta línea, en el ensayo que aquí recogemos de Felipe Martínez-Pinzón se discuten las maneras en que la escritura de costumbres fue vehiculada para producir un pueblo disciplinado bajo la férula del horario laboral. Los cuadros de costumbres en torno al tabaco, arguye Martínez-Pinzón, ayudaron tanto en Latinoamérica como en España a imaginar identidades producidas naturalmente como nacionales. El resultado es que la producción para la agroexportación del tabaco inventa un imaginario de “tipos” atados al trabajo que vinculan América Latina con la economía capitalista mundial en el rol de productora para el consumo europeo.
En suma, la escritura de costumbres en Latinoamérica brindó un relato disciplinario y ordenador del territorio y de sus gentes que lo integraba con más efectividad al proyecto expansivo del capitalismo industrial europeo y norteamericano. De esta manera, la clara veta didáctica de la escritura de costumbres, ofrecía una visión funcional de un sistema-mundo donde el ciudadano, el tipo y las costumbres, aparecían integrados a un sistema social como mano de obra disciplinada y productiva; o como elementos meramente pintorescos: estampas de un mundo por (des)aparecer gracias a la expansión de los mercados europeos. A la par que se publicaban catecismos republicanos, de geografía o de historia de las nuevas naciones para instrucción de los ciudadanos de esos países en proceso de ser inventados, la escritura de costumbres entraba a hacer una pedagogía quizás más sutil. Sus enseñanzas iban a menudo mediadas por altas dosis de humor e inclusive de burla y cumplían el rol, al igual que los otros textos más formales, de instruir en las virtudes republicanas, en la disciplina laboral y en la represión de los excesos (Watson-Spener “Peruvian” 32).
En su artículo que incluimos en esta colección, Mercedes López entiende la escritura de las costumbres como un empeño por educar la mirada para escrutar la diferencia. Así, plantea, en clásicos textos de Manuel Ancízar y Eugenio Díaz, la escritura de costumbres es una pedagogía racial para saber leer sobre los cuerpos su posición social. De esta manera sostiene que el objetivo de la escritura de ← 17 | 18 → costumbres: “era representar lo nacional a través de clasificaciones y tipos que le permitan a las audiencias metropolitanas acceder ‘racionalmente’ a la nación”. En ese sentido, una de las palabras predilectas de la estética costumbrista —el museo16— imagina un lugar de (re)conocimiento en el cual se negocia la divulgación del saber. Valerie Stiénon en su estudio de las physiologies francesas ha mostrado cómo la incorporación de la espacialidad metafórica del museo a la hora de construir los panoramas de tipos y costumbres vulgarizaba una imaginación elitista que demarcaba la diferencia al mismo tiempo que la recubría de un aura de objetividad científica: “La mention du Museum comme haut lieu d’enseignement, engageant la question du rapport entre élitisme et vulgarisation dans la diffusion des écrits a prétention scientifique. On fera le point su les réaménagements d’une poétique de la vulgarisation et du traitement de l’information des ces monographies” (Stiénon 18). Precisamente en la tensión que crea esta dinámica —inventar un orden y a la vez darlo por natural— es donde más claramente se delatan las dificultades con las se enfrentó el proyecto educativo de la modernidad en su llegada a Latinoamérica tras la constitución de las Repúblicas.
El repertorio de la modernización: cuadros, escenas e imágenes de cambio local
Cuando pensamos en los procesos de modernización por los que pasó el mundo latinoamericano e ibérico, es importante recordar que a diferencia del estado de postración en que se encontraban las capitales latinoamericanas después de la Guerra de Independencia, en las capitales culturales europeas la relativa estabilidad política y los nuevos avances tecnológicos hicieron posible que la literatura ← 18 | 19 → de tipos y costumbres se desarrollara a partir del boom de las imprentas a vapor, el ascenso de un público lector17 y la modernización urbana. En esta literatura, los escritores de costumbres —esos “botánicos del asfalto”, al decir de Walter Benjamin (Arcades Project 372)—, retrataron su ”flora urbana” con afán totalizador. El epítome en Europa de esta literatura, que Valérie Stiénon llama industrial, fue la ya mencionada compilación Paris, ou Le livre des cent-et-un, obra colectiva que pretendía contener todos los tipos parisinos y cuyos quince volúmenes fueron publicados desde 1830 hasta 183418. Los textos llamados physiologies se desarrollaron a mediados del siglo XIX en Francia, en el cruce de la emergencia de las ciencias humanas, la expansión del campo científico, el crecimiento industrial de la prensa y la autonomización del campo literario (Stiénon 18). Muchas veces nimbadas de un tono humorístico, las fisiologías seguían una estrategia publicitaria recurrente. Contaban con títulos repetitivos como la “Physiologie du mariage” —de Honoré de Balzac— o la “Physiologie du poet”, entre innumerables otras que clasificaban la sociedad por atuendos, gustos, formas de hablar, profesiones o incluyendo, exhaustivamente, hasta una “Physiologie du physiologiste”. Estos textos se imprimían en pequeño formato con ilustraciones (a menudo de artistas tan reputados como Gavarni o Daumier), se vendían a moderados precios y contaban, más o menos, con un mismo número de páginas por folletos. Detrás de este proceso, había un claro esfuerzo por hacer coleccionables dichas physiologies. Intento que, más tarde, habría de suplir las propias colecciones que ya las traerían compiladas.
Por su lado, en Inglaterra, y fruto también del boom de imprentas, se editó Heads of People: or, Portraits of the English, publicación seriada de sketches entre 1838 y 183919. Sobre todo urbanos, estos sketches, como lo han demostrado Franco Moretti y más recientemente Amanpal Garcha, reproducían estéticamente las características de la modernidad inglesa. Los sketches hacían conscientes a los lectores de la disolución temporal creada por la industrialización y el cambio ← 19 | 20 → político; cambios que inclusive, como arguye Kristie Hamilton para el caso norteamericano, conllevaron cambios en las prácticas de consumo literario a través del sketch: la rapidez de su lectura se confabulaba con la masificación del trasporte y la consecuente abreviación de la relación entre espacio y tiempo a la que dio lugar la llegada de los trenes. Así, con la ascensión del periodismo, los géneros cortos de entretenimiento que fueran a la vez informativos, como el sketch, ganaron mercado. Asimismo, el fácil consumo de sketches podía brindar un alivio —al nimbar estas contradicciones con un halo de entretenimiento— frente a las implicaciones que podían tener estos mismos lectores en los radicales cambios urbanísticos del Londres de mediados de siglo (Garcha 39). Por último, recordemos que investigadores como el propio Garcha o Nancy Bentley se han ocupado de mostrar la importancia del sketch inglés —como en el caso de Nathaniel Hawthorne, Edith Warthon, Charles Dickens o William Thackeray, entre otros— para investigar las políticas de la representación, la introducción de la mirada etnográfica y las fricciones de clase social a que daba lugar esta forma de conocimiento de la sociedad. Por ejemplo, “los pobres”, arguye Garcha, se veían retratados en la novela a través del tiempo sincrónico del sketch: “Victorian readers and writers saw the world of the poor or the country as static and unchanging in relation to the more dynamic realm of urban, capitalistic life on which novels often trained their attention” (49). En la literatura latinoamericana, sin embargo, todavía está por estudiarse la presencia del cuadro de costumbres dentro de la novela decimonónica y las implicaciones políticas y estéticas que aportó la representación racial, étnica y ecológica del presente sujeta a esta forma de entender los procesos históricos regionales20.
La euforia de la literatura de tipos y costumbres también tuvo repercusiones en España, país que participó en este proyecto de autodefinición con Los españoles pintados por sí mismos, difundidos por entregas entre 1843 y 184421. Estas ← 20 | 21 → colecciones, como es sabido, constituyeron grandes éxitos editoriales y tuvieron sucesores en América Latina tales como Los cubanos pintados por sí mismos, de 1852; Los mexicanos pintados por sí mismos, de 1854 y, en Colombia, el Museo de cuadros de costumbres, viajes y variedades, de 1866, por sólo mencionar unos pocos. Común a todas ellas era que mostraban tipos y escenas que contribuyeron a la consolidación de unas identidades nacionales —a la vez subdivididas en regionales— casi imposibles de imaginar basándose en el tejido social dispar y de verdadera agitación política y cultural que constituía Latinoamérica en el siglo XIX. Asimismo, la poética de la adición, la fragmentación y el collage permitían que estas diferentes compilaciones pudieran ser leídas con los lentes de la “familia nacional”, pero también dentro de la sucesión de compilaciones de tipos y costumbres a nivel global.
Details
- Pages
- 276
- Publication Year
- 2016
- ISBN (PDF)
- 9783653065381
- ISBN (MOBI)
- 9783653962734
- ISBN (ePUB)
- 9783653962741
- ISBN (Hardcover)
- 9783631663172
- DOI
- 10.3726/978-3-653-06538-1
- Language
- Spanish; Castilian
- Publication date
- 2015 (November)
- Keywords
- cuadro de costumbres Latinoamérica iberoamerica
- Published
- Frankfurt am Main, Berlin, Bern, Bruxelles, New York, Oxford, Wien, 2016. 276 p., 7 il. blanco/negro
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