Colombia: memoria histórica, postconflicto y transmigración
en cooperación con Pilar Mendoza, Elisabeth Rohr y Gerhard Strecker
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Table Of Contents
- Cover
- Titel
- Copyright
- Herausgeberangaben
- Über das Buch
- Zitierfähigkeit des eBooks
- Prólogo
- Índice
- Entre el acuerdo y el desacuerdo: situación y perspectivas del proceso de paz en Colombia
- Una paz negociada con reforma agraria
- ¿Nacidas para gobernar? Las élites colombianas y el proceso de paz en Colombia
- De sujeto moral a sujeto político: el papel de las víctimas en el logro del Acuerdo de Paz en Colombia entre el Gobierno y las FARC-EP
- Juristas extranjeros en la Jurisdicción Especial para la Paz: ¿un nuevo concepto de amicus curiae?
- La importancia de la memoria histórica y colectiva en el posconflicto colombiano
- Memorias vividas, entre la desaparición, la persecución y el exilio: la experiencia de los familiares de desaparecidos forzadamente y sus luchas por la verdad y la justicia
- El trauma y sus implicaciones sociales y políticas
- El concepto de paz en el Documento de la Conferencia del CELAM en Medellín a propósito de sus cincuenta años (1968–2018)
- Roles y estrategias de la sociedad civil en la construcción de paz
- “Insistimos en la paz”: roles, retos y oportunidades de la sociedad civil colombiana e internacional en el proceso de paz en Colombia
- Cada quien con su cuento: los medios y el proceso de paz en Colombia
- Terapia conversacional: la tenencia de la tierra en La Oculta, de Héctor Abad Faciolince
- La (des)memoria, el amor y el poder del duelo en La multitud errante y Hot sur, de Laura Restrepo
- El ángel y la pesadilla de la historia: La forma de las ruinas de Juan Gabriel Vásquez y El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince leídos desde Walter Benjamin
- El papel de la literatura en sociedades en posconflicto
- Biografía de los autores
Lothar Witte
Entre el acuerdo y el desacuerdo: situación y perspectivas del proceso de paz en Colombia
Abstract: The peace treaty continues to be highly controversial. The first year of implementation has been moderately satisfactory. This is due more to the FARC, who have kept most promises made, than to the Government and the Colombian State as such, who have not. The continuity of the peace process is doubtful, given the widespread public skepticism and the change of Government in mid-2018.
El acuerdo: entusiasmo internacional, escepticismo en casa
Navidad de 2017.1 Noche de paz. En los periódicos, además de los mensajes de rigor, una proliferación de resúmenes del primer año de la paz, o, más específicamente, del primer año de la implementación del acuerdo firmado entre el gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército Popular, FARC-EP, en 2016.
Un acuerdo muy esperado y bienvenido por todo el mundo. El Premio Nobel de la Paz, entregado al presidente Juan Manuel Santos en diciembre de 2016, fue el reconocimiento más visible. Federica Mogherini, la Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, se ha referido a Colombia en varias ocasiones como un ejemplo para el mundo ya desde inicios de 2015.2 Y en una evaluación de más de treinta acuerdos de paz suscritos en el mundo desde 1989, el Instituto Kroc de Estudios Internacionales de Paz, de la Universidad de Notre Dame, de Estados Unidos, llegó a la conclusión de que el ←11 | 12→colombiano era el más completo de todos, el que más probabilidades tenía de garantizar una paz duradera y sostenible.3
Para sorpresa de muchos, el pueblo colombiano en su gran mayoría no lo veía así: en el plebiscito sobre el acuerdo, el 2 de octubre de 2016, 6 377 482 de 34 899 945 votantes registrados, equivalentes al 18,3 %, votaron SÍ a la pregunta puesta por el presidente Santos –¿Apoya usted el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera? – mientras que 6 431 376 votaron NO (18,4 %). La abstención llegó al 62,6 %, quiere decir, casi dos de tres colombianos ni siquiera se pronunciaron sobre esta pregunta.
¿Cómo se puede explicar este resultado?
Para empezar, como suele ocurrir en todas las votaciones populares, léase referéndum o plebiscito o consulta popular, buena parte de los votantes no contesta una pregunta concreta, sino evalúa la gestión de los respectivos gobernantes. En el caso del presidente Santos, quien había ganado las elecciones de 2014 por un muy apretado margen y cuya popularidad estaba en declive desde hacía ya mucho tiempo, este plebiscito era un riesgo considerable.
Además, la campaña del Sí no fue buena. En vez de una campaña estratégica, lo que había era un sinnúmero de esfuerzos muy diversos de los amigos de la paz, fortaleciéndose mutuamente en sus creencias de que la paz traía cosas buenas para Colombia. De cierta forma, parecía una fiesta anticipada de la victoria, ya que para estos grupos era prácticamente impensable que el Sí no ganara en el plebiscito. Cada grupo hacía lo suyo, y muchos, además, con un mensaje ambiguo de “sí, pero…”: sí a la paz, pero no a las otras políticas del presidente. Estos esfuerzos no lograron convencer a los indecisos, a los escépticos, y mucho menos a los que estaban ya en contra del acuerdo.
Por otro lado, la campaña del No sí tenía un claro mensaje (“la paz llevará a Colombia al castrochavismo”), con argumentos manipuladores muy concretos y claramente focalizados hacia grupos poblacionales bien definidos. Para la clase media, el argumento de la impunidad y la participación política de las FARC; para los estratos bajos, los costos del acuerdo y las repercusiones negativas sobre su propia situación (“les quitarán los subsidios”). A este mensaje principal se ←12 | 13→agregaron el tema de la “ideología de género”,4 que movilizó a la amplia población religiosa (sobre todo evangelista), y una buena dosis de mentiras, como la de los subsidios, arriba mencionada.5 Y todo esto principalmente desde la boca y el twitter de un vocero bien conocido y reconocido, el expresidente Álvaro Uribe.
Finalmente, y probablemente decisivo: desde hace ya mucho tiempo, para gran parte de la población, sobre todo para la urbana, la guerra era algo muy distante, algo que se veía en los noticieros, en la televisión, pero que ya no afectaba la vida cotidiana. El último gran atentado en un centro urbano había sido al Club Nogal de Bogotá en febrero de 2003. Pero en general, para muchos, la aplicación de las políticas militarizadas y de “seguridad democrática” durante los ocho años de presidencia de Álvaro Uribe había solucionado el problema. ¿Para qué hacerle concesiones a la guerrilla, si esta estaba prácticamente derrotada?
Aunque el acuerdo de paz fue “salvado” durante los dos meses siguientes al plebiscito, aplicándole una serie de ajustes (menores) y aprobándolo por el voto del Congreso, lo que pasó aquel 2 de octubre fue un game changer: el proceso de paz perdió gran parte de su legitimidad, y además, se perdió un tiempo muy valioso.
Formalmente, un acuerdo de paz aprobado por el Congreso es absolutamente viable. Es más, firmar el acuerdo de paz estaba dentro de las facultades del presidente, sin necesidad de intervención ni del pueblo colombiano ni del Congreso. Someterlo a votación popular fue un paso jurídicamente innecesario, que fracasó políticamente. No someterlo a una segunda votación en un segundo plebiscito, y dejarlo en manos del Congreso, una de las instituciones más desprestigiadas ←13 | 14→del país, era una decisión simbólicamente muy cuestionable, que regalaba a los opositores del acuerdo un nuevo argumento en contra, el de la falta de legitimidad democrática.
En ese momento, se pasó factura al hecho de que el gobierno se había concentrado exclusivamente en las negociaciones de La Habana, llevadas a cabo lejos de Colombia, y durante mucho tiempo de forma herméticamente selladas,6 sin llevar a cabo simultáneamente los otros procesos de negociación necesarios para lograr el resultado: por un lado, las negociaciones políticas, movilizando apoyo o por lo menos disminuyendo la resistencia entre los opositores políticos del proceso, y por otro, las “negociaciones sociales”, en otras palabras, “la pedagogía de paz”, buscando un amplio consenso social para preparar la integración cívica y socioeconómica de los excombatientes y sus familias.
El hecho de que estos procesos de diálogo no se llevaron a cabo simultáneamente con las negociaciones en La Habana, hoy impide que el país se pueda concentrar en la implementación de un verdadero acuerdo de paz: de cierta forma, las negociaciones no están cerradas, sino que se han prolongado, han cambiado de escenario. En La Habana se hicieron las paces entre los guerreros. Para construir una paz verdadera, sostenible y duradera, se necesita más tiempo, y una participación política y social más amplia. El acuerdo es un elemento entre varios, y probablemente ni siquiera el más importante.
Para el presidente y el gobierno, dejar el acuerdo en manos del Congreso también implicaba perder el control del proceso como tal, y perder el control del tiempo político. Una de las lessons learnt de otros procesos de paz en el mundo, es que los primeros doce hasta dieciocho meses son decisivos para el futuro desarrollo de la implementación. En esta primera fase hay que dejar resultados visibles que ayuden a generar apoyo al proceso, a crear confianza.
En el caso colombiano, la fecha inicialmente anunciada por el presidente Santos para la firma del acuerdo, el 23 de marzo de 2016, ya era bastante apretada para poder ejecutar los primeros pasos de la implementación durante lo que le quedaba de su mandato. Con la demora inicial de la firma, y la fecha del plebiscito para principios de octubre, se complicaba aún más la situación, porque era de esperarse que el gobierno sufriera una renovación importante en abril/mayo ←14 | 15→de 2017, un año antes de las elecciones presidenciales de 2018.7 Con el fracaso del plebiscito, y la demora de dos meses para la refrendación del acuerdo en el Congreso, el 30 de noviembre de 2016, los tiempos ya jugaban en contra de una rápida y exitosa implementación del acuerdo.
Cuando, además, la Corte Constitucional decidió que buena parte del acuerdo tenía que ser discutido en detalle por los congresistas, abriendo camino para cambios sustanciales, ya estaba claro que el proceso sería más lento y que el acuerdo no iba a salir del Congreso tal como entraba. Uno de los ejemplos más notorios fue el proyecto de reforma política, que formaba parte del capítulo de apertura democrática pactado en La Habana. Este proyecto sufrió tantos cambios durante los debates parlamentarios, que finalmente el mismo gobierno pidió a los congresistas votar en contra de la reforma, ya que esta no se parecía ya a la propuesta presentada por el gobierno y sería mejor no aprobarla.
Y cada día que pasaba, las elecciones se acercaban más, la paz perdía más protagonismo para la política colombiana, y la coalición de gobierno, la Unidad Nacional, conformada por el Partido de la U, el Partido Liberal y el Partido Cambio Radical, se desmoronaba más, culminando con la decisión de Cambio Radical (del hasta marzo de 2016 vicepresidente Germán Vargas Lleras) de no apoyar la justicia transicional, parte clave del acuerdo. Y para rematar, el 30 de noviembre, el gobierno falló en la movilización de apoyo suficiente para aprobar en el Congreso la creación de dieciséis circunscripciones especiales de paz, creadas (sobre el papel) en el acuerdo de La Habana y reservadas exclusivamente a las víctimas y sus representantes de organizaciones no gubernamentales, y excluyendo a los partidos nacionales/tradicionales.8
Hoy, a pocas horas de la noche de paz, el proceso de paz está agonizando. No hubo ninguna celebración del aniversario de su refrendación por parte de los directamente involucrados, fue la sociedad civil la que organizó un acto en el Teatro Colón de Bogotá con los firmantes (Juan Manuel Santos y Rodrigo ←15 | 16→Londoño), representantes de las víctimas, la presidenta del Tribunal de la Justicia Transicional, el presidente de la Comisión de la Verdad, etc. Pero más allá de este grupo de “creyentes” o “profesionales” del proceso, hoy en día, la paz solamente es el tema político prioritario para una pequeña minoría de la población.
Ante esto, ¿cuáles son las perspectivas de la implementación del acuerdo, cuáles son los riesgos que enfrenta el proceso?
1. Tres cajones: una guía simplificada para entender el acuerdo
El acuerdo de paz inicialmente firmado por el gobierno y las FARC-EP tenía un volumen de 297 páginas. Sobre este mamotreto tenían que opinar los votantes en el plebiscito. La segunda edición revisada y ampliada, fruto de la renegociación después del plebiscito, tiene 310 páginas, incluyendo protocolos y anexos. Es muy improbable que más del 1 % de la población adulta haya estudiado todo el acuerdo. Más allá del texto como tal, se ha producido mucho material “didáctico”, tanto por parte del Alto Comisionado para la Paz9 como por los grandes y no tan grandes medios de comunicación. Pero el acuerdo simplemente es demasiado complejo, no se presta para resúmenes simples.
No obstante, de alguna forma hay que reducir esa complejidad. Cuando yo hago este esfuerzo, me ayuda pensar en un escritorio, bien organizado, con tres cajones: el de arriba, de más fácil acceso, donde va todo lo que necesito cada día; el de la mitad, donde van las cosas que uso con cierta frecuencia, pero no cotidianamente; y el de abajo, donde prácticamente desaparece lo que es para el largo plazo, las cosas que pueden ser importantes, pero que por el momento no forman parte de mi lista de tareas diarias.
En el primer cajón, pongo los capítulos sobre el fin del conflicto (capítulo 3), y sobre la participación política (capítulo 2). Porque lo que está escrito aquí requiere una implementación inmediata, por obvias razones: para las FARC, la esencia del acuerdo es el cambio de las armas por las urnas. Sin la dejación de armas no puede haber participación política de las FARC, y la participación política es la razón –o por lo menos el incentivo– por la cual las FARC dejan las armas. Al contrario de la famosa frase de Clausewitz, que dice que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, aquí la política es la continuación –no de la guerra, pero sí de la lucha por otros medios.
←16 | 17→En el cajón de la mitad, guardaría el “Acuerdo sobre las Víctimas del Conflicto: Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, incluyendo la Jurisdicción Especial para la Paz; y Compromiso sobre Derechos Humanos” (capítulo 5). Este capítulo constituye el gran desafío en la implementación del acuerdo, ya que, si el acuerdo de verdad se quiere centrar en las víctimas, este es el capítulo más importante, cuya implementación no debe demorarse mucho.10
Finalmente, en el tercer cajón va todo lo que tiene que ver con problemas estructurales del país, los cuales ya existían mucho antes del conflicto, o que han contribuido a permitir su prolongación durante más de cinco décadas: la Reforma Rural Integral (capítulo 1) y el Problema de las Drogas Ilícitas (capítulo 4). Con problemas tan fuertemente arraigados, cuyas raíces económicas, sociales y también políticas no se dejan erradicar tan fácilmente como una planta de coca, no se pueden esperar resultados a corto plazo, ni a mediano –ni siquiera estoy seguro acerca de a largo plazo, como veremos más adelante.
Dicho esto, que obviamente es una simplificación muy grande, y tomando en cuenta que ningún acuerdo de paz en el mundo se ha cumplido al cien por ciento, ¿qué se puede decir del estado actual y de las perspectivas del proceso de paz en Colombia? La respuesta depende, como casi siempre, de las posiciones y prioridades personales, ya que acerca de un acuerdo tan complejo como el colombiano, y en un país tan polarizado por la paz, necesariamente habrá muchas opiniones muy diversas.
2. En general, todo va (relativamente) bien: el informe del Instituto Kroc
Empecemos con una voz casi oficial. El ya mencionado Instituto Kroc, encargado del seguimiento de la implementación del acuerdo de paz, ha presentado su primer informe en noviembre de 2017.11 Según el Instituto, de las 558 disposiciones del acuerdo, al 31 de agosto (fecha límite del estudio cuantitativo) ←17 | 18→más de la mitad (55 %) no se había iniciado, el 17 % había sido implementado completamente, el 6 % mostraba un nivel de implementación intermedio, y el 22 % apenas un nivel mínimo.12 En resumen, y en un lenguaje más coloquial: con un 55 % de cero implementación y un 22 % de implementación mínima, el vaso seguramente no estaba medio lleno en esa fecha.
Pero este resultado general oculta más de lo que revela, ya que la importancia de las 558 disposiciones del acuerdo para una paz duradera y sostenible varía mucho de una a otra. Para una evaluación más relevante, el Instituto distingue entre tres bloques, según el tiempo necesario para una implementación robusta y efectiva: el corto plazo (doce meses desde la firma del acuerdo), el mediano plazo (hasta las primeras elecciones), y el largo plazo; y distribuye los dieciocho temas principales del acuerdo en estos bloques –cinco en el primer bloque, tres en el segundo y diez en el tercero.13
Details
- Pages
- 280
- Publication Year
- 2018
- ISBN (PDF)
- 9783631776698
- ISBN (ePUB)
- 9783631776704
- ISBN (MOBI)
- 9783631776711
- ISBN (Hardcover)
- 9783631773994
- DOI
- 10.3726/b15122
- Language
- Spanish; Castilian
- Publication date
- 2019 (January)
- Keywords
- Kollektives Gedächtnis Übergangsjustiz Friedensprozesse Migration Literatur Gewalt
- Published
- Berlin, Bern, Bruxelles, New York, Oxford, Warszawa, Wien, 2018. 276 p., 1 il. blanco/negro, 1 tablas, 1 gráf.