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Grietas

Estudios sobre fragmentarismo y narrativa contemporánea

by Teresa Gomez Trueba (Volume editor) Ruben Venzon (Volume editor)
©2022 Edited Collection 354 Pages

Summary

Grietas se hace eco del debate crítico que genera la legitimidad de seguir sosteniendo que la narrativa más experimental o transgresora en la actualidad es aquella que ostenta una estructura extremadamente fragmentaria. Parte de los trabajos agrupados en este libro aporta una novedosa reflexión teórica en torno a conceptos como ‘fragmentarismo’, ‘discontinuidad’, ‘fractalidad’, ‘digresión’ e ‘inacabamiento’, con la aspiración conjunta de perfilar una poética acerca de lo que podría denominarse una ‘estética agrietada’ y asentar sus bases fenomenológicas. A continuación, se ofrecen también una serie de estudios que abarcan un amplio y heterogéneo corpus de autores y obras en lengua española de los siglos XX y XXI aplicando dichas reflexiones a la producción narrativa del presente.

Table Of Contents

  • Cubierta
  • Título
  • Copyright
  • Sobre el editor
  • Sobre el libro
  • Esta edición en formato eBook puede ser citada
  • ÍNDICE
  • INTRODUCCIÓN
  • El “fragmentarismo” a debate (Teresa Gómez Trueba y Ruben Venzon)
  • I. POÉTICAS DEL FRAGMENTARISMO
  • Discontinuidad y fragmentarismo en la prosa hispánica actual: relectura de dos modos de entender la estética de la disgregación narrativa (Vicente Luis Mora)
  • Técnicas de fragmentación en la narrativa española contemporánea: hacia una poética reticular en las obras de Agustín Fernández Mallo y Vicente Luis Mora (Roxana Ilasca)
  • Narrativas fractales o una mera cuestión de escalas: la “bolañomanía” y 2666 (Teresa Gómez Trueba)
  • Párergon y diagrama: figuras de una estética de dispersión y fragmentación digital en la literatura y las artes contemporáneas (Wolfgang Bongers)
  • Trazos y trazas de la forclusión: poéticas del tajo contemporáneas (Francisca Noguerol)
  • Mundos inadecuados en la narrativa española del siglo XX (Elide Pittarello)
  • II. ESTUDIOS
  • Fragmento y escritura ensayística en el diario literario: el Salón de pasos perdidos, de Andrés Trapiello (Álvaro Luque Amo)
  • Ficción invasiva y redes sociales: narrativa multimodal online (Blanca Miguel González)
  • La narrativa gráfica chilena del siglo XXI: entre la estructura y la estética fragmentaria (Guillermo González Hernández)
  • Los poemas en las biografías gráficas de poetas: una discontinuidad sin ruptura diegética (Céline Pegorari)
  • Kentukis de Samanta Schweblin: ¿novela o serie de relatos integrados? (María Victoria Albornoz)
  • Estrategias de fragmentación en la apropiación y el plagio: El hacedor de Borges vs. el Remake de Fernández Mallo (Cristina Ruiz Urbón)
  • Memoria versus Obra: estrategias de fragmentación en la actualidad a partir de Anatomía de la memoria, de Eduardo Ruiz Sosa (Andrea Elvira-Navarro)
  • El relato de la violencia en El vano ayer de Isaac Rosa: una memoria subversiva y fragmentaria de la dictadura franquista (Maite Goñi Indurain)
  • El fragmento como forma de subversión: La mano invisible, de Isaac Rosa (Claudio Moyano Arellano)
  • Fragmentarismo y pluralismo discursivo subalterno en Lectura fácil de Cristina Morales (Javier Alonso Prieto)
  • Fragmentos de un tiempo perdido: Desubicados de María Sonia Cristoff (Borja Cano Vidal)
  • Fragmentación narrativa y discurso etnohistórico en Salvar el fuego de Guillermo Arriaga (M.ª Pilar Panero García)
  • III. EPÍLOGO
  • Fragmento mori: la parte por el todo y la (posible) falacia de la continuidad narrativa (Javier García Rodríguez)

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Teresa Gómez Trueba y Ruben Venzon

Universidad de Valladolid

El “fragmentarismo” a debate

En este libro queremos hacernos eco del debate teórico que genera la naturaleza de apariencia “fragmentaria” de gran parte de la narrativa actual en el ámbito hispánico y, sobre todo, la legitimidad de seguir sosteniendo que la narrativa más experimental o transgresora del siglo XXI es aquella que ostenta una estructura fragmentaria. Si prestamos atención a las reseñas de las novedades narrativas de nuestra época, qué duda cabe de que calificar una obra de “fragmentaria” continúa funcionando en muchas ocasiones como sinónimo de transgresión, experimentación y modernidad. Son muchos los escritores que alardean de una fragmentación extrema –sea esta gratuita o no– con obvias intenciones epatantes en sus relatos. Del mismo modo, numerosos críticos ensalzan la ruptura, la inconclusión e incluso la ilegibilidad del texto narrativo como garantes de su calidad.

Al final de la primera década del siglo XXI, varias voces críticas anunciaban en España, con elevadas dosis de entusiasmo, la aparición de una nueva estética en la narrativa, que se distinguiría de la tradicional esencialmente por su tendencia a una fragmentación extrema del relato (Azancot, 2010). Sin embargo, la categorización taxonómica entre “clásicos” y “fragmentarios” resultaba, a todas luces, simplificadora en exceso. De ahí que los supuestos representantes de dicha estética, como era de esperar, se apresuraran no solo a desmentir cualquier conspiración de relevo generacional, sino también a cuestionar la pertinencia de seguir usando la categoría del “fragmentarismo” para referirse a un determinado género de novelas que, teóricamente, surgió con los albores del siglo XXI para dar cuenta de los grandes cambios que el mundo estaba experimentando.

Agustín Fernández Mallo, autor de una de las obras más emblemáticas de esa presunta estética (Nocilla Dream, 2006), ha sido el más tajante en sus posicionamientos, manifestando abiertamente que no cree pertinente que sigamos hablando de “fragmentarismo” para referirnos a un tipo determinado de productos culturales o literarios de nuestra época. Para él, la hipótesis tan extendida de la fragmentación del relato ha demostrado su invalidez de cara al análisis de las obras: “no solo el agua no puede ser explicada mediante la mera suma de ←11 | 12→oxígeno e hidrógeno, sino que tampoco un estado puede ser explicado por la mera suma de sus Instituciones y sus territorios, así como una novela tampoco puede entenderse como la suma de sus elementos por muy fragmentados que parezcan” (2018: 100).

Efectivamente, tendemos a tildar de fragmentarias obras en las que encontramos una estructura en forma de collage, constituida por fragmentos heterogéneos yuxtapuestos, sin visible relación entre sí, unidos en apariencia solamente por el azar o lo que parece ser el capricho del creador. Cuando nos enfrentamos a determinadas narraciones –pongamos por caso las del mismo Fernández Mallo–, tanto los lectores como los críticos tendemos a considerar que están formadas por fragmentos desconectados e inconexos (Gómez Trueba, 2014). Pero, en opinión del propio autor, se trata de una idea errónea que parte, a su vez, de una óptica equivocada. Cuando decimos que algo –una novela, por ejemplo– es fragmentaria, asumimos implícitamente la previa existencia de un todo unido y estable que ha sido intencionadamente quebrado: “el adjetivo ‘fragmentario’ así usado es el resultado de una posición eminentemente nostálgica y, como tal, estéticamente conservadora” (Fernández Mallo, 2018: 195).

Es más, para Fernández Mallo (2018: 195), afirmar que una obra es fragmentada equivale a no haber entendido su mecánica interna ya que el propio concepto de “obra” contradice la idea de la fragmentación. De hecho, no podría existir una obra absolutamente fragmentada porque en tal caso el cerebro humano no sería capaz de percibirla como tal. Toda creación posee su articulación interna, aunque en ocasiones necesitemos un cambio de perspectiva que reemplace la habitual secuencia temporal que enlaza de manera consecutiva y consecuente las partes de un relato, de acuerdo con una lógica espacial o topológica que puede estar conducida por criterios “analógicos, conceptuales, relaciones semánticas y metafóricas, criterios que se constituyen en espacios, ya sean estos espacios realmente ‘espaciales’, es decir, medibles con alguna clase de regla, o espacios conceptuales” (Fernández Mallo, 2018: 195). A partir de estas premisas, el escritor considera una mera ilusión seguir considerando determinados productos culturales y, dentro de estos, determinadas novelas, como una suma aleatoria de fragmentos.

En definitiva, cree Fernández Mallo que habría llegado el momento de considerar esas obras supuestamente fragmentadas como autónomas, con una identidad propia, por muy confusa que esta pueda llegar a resultarnos:

La solución a la falacia pasa por cambiar el punto de vista: la realidad ni ha estado, ni está ni estará nunca, fragmentada sino organizada en red; la fragmentación tan solo es una apariencia fruto de no haber cambiado la óptica de nuestro instrumento de visión. Lo que eran desdeñables residuos materiales o simbólicos que sin orden ni taxonomía ←12 | 13→se amontonaban ante nuestros ojos, pasan, bajo esta nueva óptica y con tal de enfocar un poco mejor, a ser considerados como residuos complejos, coherentemente conectados en múltiples redes, no fragmentados, y por lo tanto culturalmente aprovechables de otro modo. (2018: 25)

Asimismo, identifica esas redes y sus derivaciones más orgánicas con lo que viene a llamar “realidad compleja” y su correspondiente modo de narrarla con el “Realismo Complejo” (2018: 26).

La objeción que plantea Fernández Mallo respecto a la utilización del término “fragmentarismo” o “literatura fragmentada” es que lleva implícita la creencia de que existe una literatura “no fragmentada”; es decir, que existen partes que permanecen inconexas “hasta que son legitimadas por un orden que les da coherencia como un todo” (2018: 193). En contra de esta creencia, el autor del Proyecto Nocilla (2006–2009) asegura que quienes construyen ese tipo de obras catalogadas rápidamente por los críticos como “fragmentarias”, por lo general, no tienen conciencia de estar recreando un mundo que previamente era compacto y después se ha roto, sino que más bien se proponen dar cuenta de un mundo que de por sí se presenta en forma de sistema complejo, pero perfectamente coherente, que respondería al modelo de red. Dicho de otra forma, no se trataría de representar el resquebrajamiento de un mundo que antes fue íntegro –esto es, donde la unidad de lo real se hubiera agrietado–, sino un mundo en el que lo múltiple y lo heterogéneo aparecen de manera espontánea, renunciando sin nostalgias a una totalidad inaprensible.

Cuando el lector se empeña en reconstruir aquella unidad aparentemente fragmentada, no hace sino mostrar el anhelo por algo que, en última instancia, se ha manifestado como mera ilusión. En este punto confluyen las reflexiones expuestas por Vicente Luis Mora en torno al debate que nos ocupa. En un artículo publicado en 2015, este autor intentaba poner orden en la complejidad conceptual y terminológica del asunto y proponía una taxonomía que diferenciaba el “fragmentarismo” del “fragmentalismo”. En el primer capítulo de nuestro libro, Vicente Luis Mora amplía y reformula algunas de las consideraciones y conceptos manejados entonces. En primer lugar, se decanta por una nueva distinción entre “discontinuidad” y “fragmentarismo”: dos alternativas a la hora de abordar la estética de la disgregación narrativa. El motivo de tal reemplazo radica en la intención de rehuir para la primera de las categorías propuestas antaño el uso de la palabra “fragmento”, por remitir inevitablemente a la idea de totalidad. Así pues, para Vicente Luis Mora la “escritura discontinua” es aquella en donde los fragmentos ya no aspiran –ni siquiera nostálgicamente– a una unidad rota, mientras que en la “fragmentada” subyace aún esa reminiscencia del todo en las partes, “aunque sea en fantasma”; es decir, aunque dicha reminiscencia, como ←13 | 14→también aseguraba Fernández Mallo, proceda de una ilusión óptica. Evidentemente, también para Vicente Luis Mora, es la primera la que representa una ruptura no convencional del discurso literario. Su apuesta estética, como crítico y autor, no consiste en construir un mosaico de piezas sueltas que han de ser reordenadas durante el proceso de lectura, sino en la conformación de un desierto, emblema de la “unidad de lo discontinuo”.

Por su parte, Roxana Ilasca contribuye al debate apoyándose en las imágenes del “rizoma” (Deleuze y Guattari, 1980), con su estructura fluida y no jerárquica, y del “mosaico” (Dällenbach, 2001) para explicar precisamente la estructura reticular de las obras narrativas de Agustín Fernández Mallo y Vicente Luis Mora. En una línea coincidente con las aportaciones teóricas de estos autores, se esfuerza por distinguir el fragmentarismo y el hibridismo propios de la posmodernidad, de sus equivalentes en el siglo XXI, donde se ubican los dos escritores estudiados. Tanto en las obras de Fernández Mallo como en las de Mora, la “discontinuidad” cobraría, en opinión de Ilasca, un carácter subversivo distinto al que le había otorgado la escritura posmoderna en el siglo XX: “El fragmento ha dejado de ilustrar el estallido de un mundo que alguna vez fue unitario, ya que ni el mundo ni el sujeto presentan unidad alguna”.

Todo ello vincula este tipo de estética a fenómenos de mestizaje genérico y mezcla de soportes o lenguajes, dando lugar a productos literarios que, además de fragmentarios, resultan de un proceso de hibridación, como es evidente en el caso del diario de Andrés Trapiello, Salón de pasos perdidos (1990–2021), cuyos pasajes ensayísticos son estudiados por Álvaro Luque Amo. Por otra parte, dichos productos se adscriben a menudo a géneros menos convencionales y se sirven de la intermedialidad como recurso creativo. Un claro ejemplo de ello, prueba de la fructífera interacción de la literatura e internet, son los experimentos narrativos multimodales propiciados por las redes sociales de los que se ocupa Blanca Miguel González. Por otra parte, este volumen contempla otras manifestaciones de estos mismos fenómenos que tienen que ver, fundamentalmente, con la iconotextualidad y las relaciones entre palabra e imagen. En este ámbito, Guillermo González Hernández examina la discontinuidad que caracteriza la narrativa gráfica chilena del siglo XXI, mientras que Céline Pegorari valora el impacto de la inserción de poemas en las biografías gráficas de poetas como Antonio Machado, Federico García Lorca, Miguel Hernández y Paul Celan.

Ahora bien, frente al “realismo complejo” de Fernández Mallo, la “escritura discontinua” de Vicente Luis Mora, el rizoma y el mosaico de los que se sirve Ilasca, con sus inherentes escepticismos ante cualquier intento de encajar las piezas de un puzle, otros autores de este libro han recurrido a diferentes conceptos teóricos para dar cuenta de las múltiples estructuras desconcertantes de ←14 | 15→la narrativa del siglo XXI. A partir de todo lo expuesto, es evidente que los tres modelos narrativos aludidos se definirían por oposición a un tipo de estructura narrativa que nos remitiera al modelo de los “fractales” (Mandelbrot, 1987). Cuando solicitamos un proyecto de investigación al Ministerio que pretendía, entre otras cosas, retomar el debate arriba aludido, decidimos titularlo justamente “Fractales”, por lo que nos parecía este un lugar oportuno para explicar a qué se debía tal elección. ¿Por qué proponer una nueva categoría para el análisis y hablar de “narrativas fractales” –a las que Teresa Gómez Trueba dedica su capítulo centrándose en la novela 2666 (2004) de Roberto Bolaño– y no solo de fragmentarismos, rupturas de la linealidad del discurso, escrituras en red o tantas otras categorías ya popularizadas por la crítica? A diferencia del rizoma, en el fractal la parte es réplica –aunque no necesariamente exacta, del todo–y la relación especular que se establece entre una y otro conlleva inevitablemente una posible confusión entre ambas en función de la escala de observación. El modelo más obvio del fractal es el que en este libro ilustra la novela, o serie de relatos integrados, analizada por María Victoria Albornoz, Kentukis (2018) de Samanta Schweblin, y sobre la que afirma: “Los fragmentos se entretejen creando una estructura fractal en la que se reproducen a pequeña y gran escala los mismos patrones. La soledad del ser humano, compartimentada en pequeños búnkeres, encuentra su reflejo especular en estas estructuras fragmentadas”.

En consonancia con los avances tecnológicos de nuestra época, Wolfgang Bongers se detiene a analizar la producción cultural, artística y literaria de la era digital, irremediablemente vinculada al ordenador, las bases de datos y los algoritmos. Si bien en la actualidad percibimos, registramos y procesamos el mundo que nos rodea mediante estos recursos, también es cierto que dicha modalidad entra en pugna constante con la otra forma simbólica que caracteriza los procesos de significación de los seres humanos: la narratividad. Todo aquello que cotidianamente vemos y hacemos a través de interfaces y pantallas resulta, en realidad, inaccesible para la cognición humana. De ahí que proliferen obras de creación artística y literaria que nos proponen una reflexión crítica sobre la matematización del mundo y la brecha constante entre lo analógico y lo digital. Para su análisis, Bongers recurre a las viejas figuras estéticas del párergon (Derrida, 2005) y del diagrama (Deleuze, 2007), y reivindica la analogía estética frente a un mundo matematizado y tecnologizado “en el que comandos, códigos, algoritmos e instrucciones formalizadas analizan una enorme cantidad de datos para llegar a percepciones, conclusiones y decisiones no humanas, tomadas por inteligencias artificiales y máquinas de enorme potencia”. Es decir, que, a diferencia de esa negación de lo fragmentario mencionada más arriba en la que subyace la aceptación de lo roto como unidad esencial, muchas obras creativas actuales ←15 | 16→entrañan un titánico esfuerzo por dotar de sentido y estructura aquello que se muestra como ininteligible para la mente humana.

Asimismo, entre los capítulos que componen este libro se encuentra otro intento de conceptualización teórica por parte de Francisca Noguerol, quien profundiza en la “poética del tajo”, ya esbozada en un artículo de 2020, para referirse a esa estética del desgarro y la ruptura que, al parecer, califica tantas obras narrativas del presente. Para ella, la fragmentación extrema, “el tajo” que quiebra un tejido narrativo, es ante todo vía de la expresión del trauma. A diferencia de la estética reivindicada por Fernández Mallo, Ilasca o Mora, Noguerol recupera la noción de “escritura fragmentada”: aquella que, opuesta a la “discontinua”, “nos señala el camino hacia algo que se ha roto, y que aparece representado con sus grietas”, en la que “hay un todo frente al cual la esquirla hace sentido” (Mora, 2015: 95). Reclama así la eficacia de la “escritura corta”, capaz de significar mucho más por lo que oculta –ese sentido al que remite su silencio– que por lo que expone. Recurre también a la estimulante figura de un “narrador trapero que acumula desechos”, a la de un “palimpsesto dinámico” y a la de una “escritura forense”, categorías que nos trasladan de inmediato a la Teoría general de la basura (2018) de Fernández Mallo y a la concepción de una escritura acumuladora de residuos, practicada por él mismo en El hacedor (de Borges), Remake (2011), cuyos mecanismos de reescritura y apropiación aclara en este volumen Cristina Ruiz Urbón. En definitiva, es evidente que para Noguerol el “tajo”, que tantos narradores de hoy asestan a sus relatos, induce a tomar conciencia del horror subyacente en esa agresión.

Y en esa misma línea se sitúan varios de los trabajos que publicamos. Así, por ejemplo, para Andrea Elvira-Navarro, en Anatomía de la memoria (2014) del mexicano Eduardo Ruiz Sosa, la fragmentación de la novela, ejercida a todos los niveles –discursivo, sintáctico, semántico–, persigue llevar a cabo un cuestionamiento del estado actual de las cosas y aboga por un arte que sea a su vez político. La misma lectura es sugerida tanto por Maite Goñi Indurain y Claudio Moyano Arellano en sus respectivos análisis de El vano ayer (2004) y La mano invisible (2011), ambas novelas de Isaac Rosa, como por Javier Alonso Prieto en su estudio de Lectura fácil (2018) de Cristina Morales. Todos ellos defenderán en sus aportaciones que la escritura fragmentaria representa no solo una postura estética, sino también ética y política. De modo que el fragmento se considera como una forma de subversión ante un mundo que se percibe agredido, pero que se ansía ver recompuesto.

Dicha problemática no atañe solo a la sociedad, sino también al sujeto, cuya crisis caracteriza los tiempos actuales desde la posmodernidad, aquejando al individuo que percibe amenazada la propia identidad y vierte su inestabilidad ←16 | 17→en textos narrativos discontinuos y mestizos. En este sentido, el fragmento, más allá de una función ética y política, simboliza la escisión del sujeto y su carácter múltiple. Alrededor de la cuestión identitaria giran las reflexiones de Borja Cano Vidal sobre Desubicados (2006) de la argentina María Sonia Cristoff, novela híbrida de carácter digresivo cuya fragmentación espaciotemporal acompaña el cuestionamiento de la propia condición humana, así como el enfoque etnohistórico de M.ª Pilar Panero García a la hora de abordar la identidad mexicana en Salvar el fuego (2020) de Guillermo Arriaga.

Details

Pages
354
Year
2022
ISBN (PDF)
9783631878224
ISBN (ePUB)
9783631878231
ISBN (MOBI)
9783631878248
ISBN (Hardcover)
9783631878118
DOI
10.3726/b19687
Language
Spanish; Castilian
Publication date
2022 (June)
Published
Berlin, Bern, Bruxelles, New York, Oxford, Warszawa, Wien, 2022. 354 p., 24 il. blanco/negro.

Biographical notes

Teresa Gomez Trueba (Volume editor) Ruben Venzon (Volume editor)

Teresa Gómez Trueba es Catedrática de Literatura Española en la Universidad de Valladolid. Gran parte de su labor investigadora está dedicada al estudio de la narrativa española del siglo XXI, prestando especial atención a fenómenos como el hibridismo entre géneros, la microtextualidad, la relación de la literatura con las nuevas tecnologías, la intermedialidad o las estrategias de ruptura y fragmentación del relato. Actualmente es la codirectora del Proyecto de Investigación "FRACTALES: estrategias para la fragmentación en la narrativa española del siglo XXI". Ruben Venzon Ruben Venzon es graduado en Mediación Lingüística Intercultural por la Universidad de Bolonia y en Lenguas y Literaturas Europeas, Americanas y Poscoloniales por la Universidad Ca’ Foscari de Venecia. Tras cursar el máster en Estudios Filológicos Superiores, es actualmente Contratado Predoctoral en el Departamento de Literatura Española de la Universidad de Valladolid, donde realiza una tesis que aborda fenómenos de intermedialidad entre fotografía y texto narrativo. Forma parte del equipo de trabajo del Proyecto de Investigación "FRACTALES".

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