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Melancolía y depresión en la literatura hispánica

by Samuel Rodríguez (Volume editor)
©2023 Edited Collection 352 Pages

Summary

Este libro pretende abrir nuevas vías de investigación en épocas y autores hispánicos hasta ahora apenas estudiados desde el punto de vista de la melancolía. Se trata de un diálogo abierto e interdisciplinar entre las diferentes expresiones de la melancolía y la depresión en escritores de diferentes periodos y géneros literarios, en español. Algunos de los ejes temáticos son el amor, la enfermedad, la muerte y el suicidio, la mujer y los procesos de creación literaria.
Sumerjámonos, pues, en el placer del caos ordenado y estetizado en la palabra, en la Literatura. Permitamos fluir el conocimiento, en la plenitud del pensamiento y la emoción. Exploremos al ser humano en su contradicción. Traspasemos sin miedo la fragilidad de la existencia y dejemos que la palabra colme –ilusoriamente– el sinsentido.

Table Of Contents

  • Cubierta
  • Título
  • Copyright
  • Sobre el autor
  • Sobre el libro
  • Esta edición en formato eBook puede ser citada
  • Índice
  • Preámbulo
  • Figuraciones de la melancolía desde la monstruosidad insólita en la narrativa hispánica actual (Natalia Álvarez Méndez)
  • La función melancólica de los tonos lopescos (Rosa Avilés Castillo)
  • La construcción literaria de la melancolía en el Libro de poemas de Federico García Lorca (María José Bas Albertos)
  • El Stimmung en Nubosidad variable: mimesis fragmentaria y melancolía irónica (Yaiza Berrocal Guevara)
  • El cadáver, el lenguaje funerario y la melancolía en tres colecciones poéticas de Ramón López Velarde: La sangre devota, Zozobra y El son del corazón (Giada Blasut)
  • La melancolía del puer aeternus. El decadentismo modernista en 1911, Novela Peruana de Ventura García Calderón (Silvana Carrillo Silva)
  • Soledad, locura y muerte de una actriz de cine: la melancolía en Autobiografía de Marilyn Monroe, de Rafael Reig (Alberto García-Aguilar)
  • “Yo nací para que no me amen como yo quisiera”: angustia, ópera y paternidad en Su único hijo (Mónica García Quintero)
  • Amor, muerte y melancolía en la narrativa de Rosa Regàs (María García Trinidad)
  • Melancolía, depresión y suicidio en El pastor Corydón de Manuel José Othón y El Gallo de Oro de Juan Rulfo (Diana Hernández Castillo)
  • Bilis negra en la novela negra: la melancolía estoica en la novela policíaca de Lorenzo Silva (Gabriel Laguna Mariscal)
  • Melancolía del antropoide: Umbral y la nostalgia de la palabra (Nieves Marín Cobos)
  • La clorosis o melancolía virginal en la literatura del modernismo hispánico (Mónica María Martínez Sariego)
  • Melancolía y creación en Los rubios de Albertina Carri (Álvaro Martín Sanz)
  • La recepción de la tradición discursiva romántica en México: La reconstrucción del concepto de melancolía en Iris (1910) de José Nepomuceno Orozco (José Antonio Méndez e Irma Guadalupe Villasana Mercado)
  • La melancolía neobarroca de Aníbal Núñez: desencanto y palabra espectral (Pablo Merchán)
  • Melancolía en la literatura española contemporánea (Philippe Merlo-Morat)
  • Melancolía y destrucción. Un estudio de la Trilogía del infinito (2016), de Angélica Liddell (Agustín Pérez Baanante)
  • La escritura del desarraigo. Creación, enfermedad y muerte en Alejandra Pizarnik (Concepción Pérez Rojas)
  • Autoficción y melancolía en Telón de boca de Juan Goytisolo (Samuel Rodríguez)
  • Un ángel muerto sobre la hierba y El jardín de las favoritas olvidadas: habitar la melancolía, ser extranjeras del tiempo (Marifé Santiago Bolaños)
  • Reseñas biográficas
  • Obras publicadas en la colección

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Samuel Rodríguez

Preámbulo

Los estudios sobre melancolía –y más tarde sobre depresión– son abundantes desde el Fedro de Platón (ca. 370 a.C.) y su “divina locura”. El frío seco saturniano –característico de la bilis negra o melas kholé (cfr. Jackson 16)– invade a las personas melancólicas. Con Aristóteles, la melancolía, equilibrada por el genio, es coextensiva a la ansiedad de los seres humanos. Además, el filósofo sería melancólico “por un exceso de humanidad” (El hombre de genio y la melancolía 81). Durante la Edad Media, Tomás de Aquino o Agustín de Hipona consideran al individuo afectado por la acedia –una variante cristiana de la melancolía (Wenzel 160)– como un pecador y un hereje porque desafía el universo y, al mismo tiempo, según Buenaventura (siglo XIII), es incapaz de satisfacer su curiosidad (curiositas) y su tedio (fastidum), origen de su pecado. El siglo XV retoma la melancolía desde una perspectiva positiva ya que, según Ficino, su alma se apodera de la mens (razón intuitiva), característica de visionarios y poetas, que traspasan la realidad aparente de la vida cotidiana (cfr. Klibansky, Panofsky y Saxl 259). Para Robert Burton en The Anatomy of Melancholy (1621), todos los seres humanos son melancólicos. Las causas de la melancolía –incurable– son innumerables. Kant sugiere en plena Ilustración que la impotencia de la soledad y el aislamiento son inextricables para los seres humanos. Durante la Ilustración se publican cincuenta tratados sobre la felicidad, y la melancolía se convierte de nuevo en una enfermedad terrible para los individuos y la sociedad. Sin embargo, según Minois, “cette obsession du bonheur ne serait-elle pas plutôt révélatrice d’un manque? […] L’obsession du bonheur tue le bonheur” (222). Así, el siglo XIX nos sumerge de nuevo en el pesimismo.

Finalmente, la psiquiatría comenzó progresivamente a emplear en el siglo XIX el término “depresión” (del latín de y premere, “apretar”, “oprimir”, y deprimere, “empujar hacia abajo”) en detrimento de “melancolía”. La depresión se reduce a una enfermedad determinada por la tristeza y el miedo prolongados, tal y como la definió Hipócrates en el siglo IV a.C. Para Freud, la depresión (que él sigue llamando melancolía), “se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo” (242).

←13 | 14→La psiquiatría actual, sin grandes novedades desde la tradición grecolatina, enumera los síntomas de la depresión: “apathy, lethargy, hopelessness, sleep disturbance (sleeping far too much or too little), slowed physical movement, slowed thinking, impaired memory and concentration, and a loss of pleasure in normally pleasurable events. Additional diagnostic criteria include suicidal thinking, self-blame, inappropriate guilt, recurrent thoughts of death” (Redfield Jamison 13). Los síntomas de la depresión están estandarizados por el DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders).

Ahora bien ¿es la melancolía únicamente fuente de sufrimiento y enfermedad, o acaso puede ser también una (auto)crítica reveladora, capaz de estimular el pensamiento y la creación? Freud, como hiciera Aristóteles, explica que el “enfermo de melancolía” es “con frecuencia más inteligente de lo común, más lúcido y por ello más triste, con más capacidad de mirar atrás y adelante y a la profundidad, y por ello ver más y acabar descubriendo lo turbio, lo inconsistente, lo falso” (El hombre de genio y la melancolía 284). Concluye que “en el fondo todos somos, poco o mucho, melancólicos, como si la melancolía fuera el mal endémico, o el bien, de la humanidad” (286). ¿No es acaso la melancolía el refugio solitario para escapar del teatro social y sus imposiciones, la mirada lúcida hacia una realidad incomprensible y sin sentido? En palabras de Földönyi, la melancolía

introduce de contrabando el caos en la vida ordenada; pero, como dice Nietzsche, el hombre no es hombre sin el caos. El caos no puede ser encerrado entre fronteras, porque impregna toda la existencia. Carece de sitio determinado y no está atado al tiempo: acecha siempre y por doquier. No se sabe cuándo se abatirá sobre su víctima porque es invisible. Ante el melancólico se abren las grietas de la existencia, de las cuales emana, sibilante, el defecto infinito e imposible de paliar. El caos es el derecho de la existencia; es el defecto incrustado entre el comienzo y el fin de la vida; el caos, bajo la máscara de lo efímero y de la muerte, se encarga de que la singularidad de la vida, progenitora de la melancolía, se mantenga realmente como es: singular e irrepetible (298).

Así, el caos y la melancolía no serían algo negativo, sino constantes generadores de singularidad. En realidad, el caos –el sinsentido, fuente de la melancolía– es el elemento original: “todo es regla, orden y forma en el mundo, tal como ahora lo vemos; sin embargo, siempre subyace lo irregular, dispuesto a irrumpir de nuevo. El orden y la forma nunca parecen lo primigenio; es más bien, como si algo a priori irregular se hubiera sometido a un orden” (Földényi 302).

Aristóteles se preguntó “¿por qué razón todos aquellos que han sido hombres de excepción, bien en lo que respecta a la filosofía, o bien a la ciencia del Estado, la poesía o las artes, resultan claramente melancólicos?” (El hombre de genio y la melancolía 70). Esto es así, creo, porque el melancólico se (re)conoce en ←14 | 15→el caos inherente al conocimiento, reprimido socialmente. Desecha, pues, las apariencias, en búsqueda de la esencia: “no se trata de la comprensión objetiva y racional de las cosas […], del entendimiento […], sino de identificarse internamente con ellas, de padecerlas en el sentido más amplio de la palabra” (Földényi 37). En esta línea, Octavio Paz critica el conocimiento “ordenado”, despojado de sentimiento:

El hombre, al enfrentarse con la realidad, la sojuzga, la mutila y la somete a un orden que no es el de la naturaleza –si es que esta posee, acaso, algo equivalente a lo que llamamos orden– sino el del pensamiento. Y así, no es la realidad lo que realmente conocemos, sino esa parte de la realidad que podemos reducir a lenguaje y conceptos. Lo que llamamos conocimiento es el saber que tenemos sobre cualquier cosa para dominarla y sujetarla (95).

Paz apuesta, por el contrario, por un conocimiento “melancólico”, basado en la “contemplación inútil, superflua, inservible, [que] no se dirige al saber, a la posesión de lo que se contempla, sino que solo intenta abismarse en su objeto. El hombre que así contempla no se propone saber nada; solo quiere un olvido de sí, postrarse ante lo que ve, fundirse, si es posible, en lo que ama […]; la fascinación y el horror lo mueven a unirse con su objeto” (96).

La divergencia entre la forma de conocimiento socialmente establecida y el conocimiento “melancólico” puede implicar la imposibilidad de alcanzar las expectativas marcadas por el teatro social, ese orden ficticio impuesto como doxa, y que supuestamente debemos lograr para ser felices. También cabe la posibilidad de que el melancólico las cumpla y después, exhausto, se dé cuenta de “lo inconsistente, lo falso” intrínsecos a las metas por las que había luchado. Por ello, “la mayoría de los melancólicos ha experimentado el derrumbe de un orden antes de aparecer la melancolía” (Földényi 331). Minois afirma que

les responsables culturels, moraux, politiques, économiques du monde occidental ne veulent pas entendre parler de mélancolie, de dépression, de mal de vivre, de pessimisme, car tous ces oiseaux de mauvais augure font baisser le “moral des ménages”, moteur de la société de consommation. Il faut être positif et optimiste: c’est presque un devoir civique. Dans le combat pour la vie, les défaitistes sont des traîtres (6).

Nietzsche plantea en El Anticristo: “¿Quién es el único que tiene motivos para evadirse de la realidad mediante una mentira? Aquél a quien la realidad le produce un sufrimiento. Pero el hecho de que la realidad haga sufrir significa que es una realidad fracasada” (36).

¿Cómo escapar a la angustia ante el sinsentido, la “realidad fracasada”? Para Schopenhauer, el único consuelo es el Arte. Alicia Puleo señala a propósito de este filósofo que “solo ciertas actividades como el conocimiento puro o el arte ←15 | 16→nos transforman en espectadores desinteresados y nos alejan transitoriamente de este ciclo de sufrimientos” (29–30). Esto nos permite “ne plus être acteur dans cette pièce tragique, mais spectateur d’un monde transfiguré” (Minois 315). Contemplamos así desde la seguridad del observador nuestra propia tragedia, pero tamizada y ordenada estéticamente. Freud consideró ese “mundo transfigurado” como un espacio en el que el espectador se (re)encuentra consigo mismo en una experiencia catártica, especialmente cuando se abordan nuestros mayores miedos, como la muerte (112). Ya Aristóteles afirmó en su Arte poética que la literatura dispone a la moderación de las pasiones, cauteriza los instintos y permite la catarsis a través de la universalización de las pasiones (45).

La literatura es, entre las artes, el medio para expresar mediante la palabra la angustia ante la contingencia que la ciencia no llega a comprender. José María Álvarez y Fernando Colina aseveran en su prólogo a Oráculo de tristezas. La melancolía en su historia cultural, de David Pujante, que “la tristeza es el vínculo privilegiado que la psiquiatría mantiene con las ciencias humanas” (12). La ciencia no es suficiente para explicar la metafísica del ser humano, pues “el hombre no ha nacido para aceptar el mundo, sino para crear el suyo propio, por lo que las cosas dadas y las creadas constituyen una unidad inseparable” (Földényi 222).

La literatura como fijación de la imaginación a través de la palabra nos recuerda, según sostiene Octavio Paz, que “imaginar es ir más allá de sí mismo, proyectarse, continuo trascenderse” (137). La literatura es, por tanto, vida potenciada, destilada, fijada sobre el papel. Trasciende nuestra propia existencia. Y es que la realidad –“todo lo que somos, todo lo que nos envuelve, nos sostiene y, simultáneamente, nos devora y alimenta” (Paz 95)– puede ser insoportable. No es de extrañar que el ser humano pretenda crear su propio mundo, en realidad una imagen proyectada de sí mismo. Se trata de algún modo de un acto melancólicamente amoroso, pues el escritor “aspira a fundirse con esa imagen y, a su vez, convertirse en imagen”. En definitiva, como en el liebestod wagneriano, hay una búsqueda –consciente o no– de fusionarnos, olvidarnos y disolvernos en la imagen creada.

A este respecto, es necesario detenernos en el concepto de creatividad inherente a lo anteriormente expuesto. Según indica Jackie Pigeaud en su edición a El hombre de genio y la melancolía de Aristóteles, la creatividad consiste en “una pulsión a ser diferente, en una irreprimible incitación a convertirse en otra persona, a convertirse en todos los demás” (47). Mas, para Földényi, “el objetivo de la obra de crear un mundo lleva al fracaso, a la futilidad, a la nada que anida en la existencia. Toda obra de arte importante es utópica porque despliega la nada ←16 | 17→que acecha en el aquí y ahora” (154). De hecho, en palabras de Unamuno, “lo más liberador del arte es que le hace a uno dudar de que exista” (168).

Como se puede apreciar, son numerosas las publicaciones sobre melancolía y depresión desde un punto de vista psiquiátrico, antropológico y humanístico, también en el caso hispánico (cfr. Bartra, Bolaños Atienza, Felice Gambin, Iglesias Brinquis, Orobitg y Reig), si bien se centran en su mayoría en el Siglo de Oro y el siglo XVIII. Lo mismo sucede en el caso de la melancolía aplicada a la literatura hispánica (cfr. Bartra, Carnero Arbat, Higuera Espín y Peset Reig). En cuanto a la literatura contemporánea, existen numerosas publicaciones sobre autores latinoamericanos, especialmente argentinos, chilenos y colombianos (Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Nadia Prado, Sergio Raimondi, Haroldo Conti, Silvina Ocampo, Juan José Saer o Álvaro Mutis). Respecto a la literatura española contemporánea, las publicaciones son escasas. Sobresalen un libro colectivo, coordinado por Joaquín Roses Lozano, sobre la relegada autora de la Generación del 27, María Teresa León, el ensayo Anatomía del desencanto. Humor, ficción y melancolía en España 1976-1998 de Santiago Morales Rivera y un artículo sobre teatro y melancolía durante la dictadura franquista de Alberto Medina Domínguez.

En consecuencia, este libro colectivo pretende profundizar en los trabajos ya realizados hasta la fecha y, por otro lado, abrir nuevas vías de investigación en épocas y autores hasta ahora apenas estudiados desde el punto de vista de la melancolía. Se trata de un diálogo abierto e interdisciplinar entre las diferentes expresiones de la melancolía y la depresión en escritores de diferentes épocas y géneros literarios, en español. Algunos de los ejes temáticos presentes en este libro, íntimamente relacionados con la melancolía, son el amor, la enfermedad, la muerte y el suicidio, la mujer y los procesos de creación literaria. Así lo vemos en cada uno de los capítulos, cuyo contenido se esboza a continuación.

Natalia Álvarez Méndez (Universidad de León) nos recuerda que, cuando se aborda el estudio de la melancolía y la depresión en la literatura, hay cierta tendencia a pensar en ejemplos de sesgo realista. Sin embargo, la monstruosidad insólita también interviene en su retrato literario. Por tal motivo, la autora traza una aproximación sintética a algunas de las figuraciones de la melancolía encarnadas a partir de monstruos no miméticos en la narrativa hispánica actual. En concreto, se centra en dos vertientes destacadas de la melancolía a lo largo de nuestra historia cultural: la de los afectos, derivada del círculo amoroso, y la del genio, derivada de las implicaciones de la creatividad, enfocando ambos cauces de la melancolía en su entronque con variantes de la monstruosidad insólita plasmadas en la narrativa hispánica actual. Entre las estéticas no ←17 | 18→realistas, se hace énfasis en la neomitologización, la narrativa de lo inusual, el bestiario, la atmósfera gótica, lo fantástico y la ciencia ficción prospectiva.

Rosa Avilés Castillo (Universitat de Barcelona) estima que las canciones incluidas en las comedias de Lope de Vega no despertaron el suficiente interés de la crítica, quienes, durante muchos años, aseguraron que la inclusión del ejercicio musical tan solo respondía al contento del exigente público de los corrales. No obstante, algunas obras de la dramaturgia de Lope de Vega beben de una antiquísima tradición que, ya desde los pitagóricos, había entendido la música como provechosa para sosegar los enredos del alma. Por lo tanto, este tipo de canciones no fueron tan solo un guiño entre el Fénix y su público, sino que tras esas letras hiló el lenguaje musical con el lenguaje dramático, un binomio que obliga al acercamiento interdisciplinar si se quiere aprehender el tesoro poético-musical que sigue latiendo en la comedia lopesca.

Details

Pages
352
Year
2023
ISBN (PDF)
9783631890554
ISBN (ePUB)
9783631890561
ISBN (Hardcover)
9783631865101
DOI
10.3726/b20215
Language
Spanish; Castilian
Publication date
2023 (January)
Published
Berlin, Bern, Bruxelles, New York, Oxford, Warszawa, Wien, 2023. 352 p., 4 il. blanco/negro.

Biographical notes

Samuel Rodríguez (Volume editor)

Samuel Rodríguez es doctor en Literatura Hispánica por la Université Paris-Sorbonne, además de contar con un máster en Estudios Hispánicos, en Musicología y en Pedagogía, así como una licenciatura en Musicología y en Historia del Arte y un diploma de profesor de conservatorio. Ha sido profesor en la Université Clermont Auvergne y la Université Paris-Sorbonne. Ha disfrutado de una beca postdoctoral en el Trinity College Dublin. Desde 2019 trabaja como docente e investigador a la Universidad Complutense de Madrid gracias a un contrato Juan de la Cierva-formación del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades y, desde 2022, como contratado Juan de la Cierva-incorporación. Es autor del ensayo Universo femenino y mal. Estudio crítico de la narrativa de Espido Freire (Universidad Autónoma de Madrid, 2019) y de más de cuarenta publicaciones en libros y revistas internacionales. En la actualidad investiga sobre melancolía y depresión en la literatura contemporánea.

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