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Mujer y suicidio en la literatura española y británica de la segunda mitad del siglo XIX

by Juan Pedro Martín Villarreal (Author)
©2023 Thesis 336 Pages

Summary

La mujer suicida se convirtió en una imagen recurrente en la imaginación decimonónica a lo largo de toda Europa, pues encapsulaba una ideología que subrayaba la fragilidad femenina y su tendencia a la locura a la vez que erotizaba y fetichizaba el cadáver como objeto artístico. La respuesta de las escritoras ante semejante estereotipación no se hizo esperar. Este trabajo analiza las representaciones literarias del suicidio femenino en la segunda mitad del siglo XIX en España y Gran Bretaña, prestando especial atención al modo en que las narrativas femeninas coincidieron en tratar este tema desde una óptica diferencial que hacía de este tema uno político por medio del que denunciar la desigual situación social de las mujeres y desmantelar el cliché en torno a la feminidad y la locura.

Table Of Contents

  • Cover
  • Título
  • Copyright
  • Sobre el autor
  • Sobre el libro
  • Esta edición en formato eBook puede ser citada
  • Introducción
  • Primera parte. El suicidio en femenino: contextos para una teoría sobre la representación patriarcal de la mujer suicida
  • Capítulo 1. «Frailty, thy name is woman». Un acercamiento a la construcción discursiva de la mujer suicida
  • Capítulo 2. La fragua del discurso moderno sobre el suicidio: medicalización, feminización y medios
  • Capítulo 3. Un espejo en el que mirarse: la suicida como objeto literario
  • Capítulo 4. Paisajes de la muerte voluntaria: simbología y posibilidades de resignificación
  • Segunda parte. Una tradición compartida: el suicidio como continuum temático transnacional
  • Capítulo 5. «Sólo cantos de independencia y libertad han balbucido mis labios»: el suicidio como tema en la narrativa femenina
  • Capítulo 6. Contra el mito de Ofelia: el suicidio en la narrativa británica escrita por mujeres
  • 6.1. Martirio, suicidio y redención en la narrativa de Mary Ann Evans
  • 6.2. Más que una sensación: Mary Elizabeth Braddon y el suicidio
  • 6.3. Andrómeda liberada: Mona Caird ante la muerte voluntaria
  • 6.4. Entre la culpa y la salvación: la mujer suicida en la pluma de Eliza Lynn Linton
  • Capítulo 7. De silencios, susurros, gritos y condenas: el suicidio en las letras femeninas españolas
  • 7.1. La lucha por la mujer o la asfixia en Dos mujeres de Gertrudis Gómez de Avellaneda
  • 7.2. Carolina Coronado y el suicidio como espectáculo
  • 7.3. El mar, cuna y tumba: el suicidio en La hija del mar de Rosalía de Castro
  • 7.4. No morir por un maldito: el suicidio en la narrativa de Emilia Pardo Bazán
  • Capítulo 8. Reivindicar la muerte para salvar la vida
  • Bibliografía

Introducción

«To take one’s life is to force others to read one’s death»

Margaret Higonnet (1986: 68).

La muerte es un asunto ineludible en la reflexión filosófica y artística por su inmanencia a la existencia humana, un fin ineluctable ante cuya anticipación no cabe sino sentir perplejidad, asombro o rechazo. El suicidio no solo constituye un tabú moderno, un problema social o un enigma. La imposibilidad de reconstruir las razones que lo provocan, de comprender las causas últimas que mueven a un individuo a darse muerte, o a dirimir las sutiles diferencias que lo separan de un imprudente accidente homicida, el martirio o el sacrificio, hacen de este un asunto profundamente controvertido que cada sociedad ha reconstruido culturalmente, asignando distintos valores sociales que nos permiten enfrentarnos a una historia cultural de la muerte voluntaria que pivota desde la sanción y la persecución al encomio, la comprensión y la alabanza. Se trata, no obstante, de una acción que despierta un interés puramente literario, pues se desprende de ella una narrativa siempre inconclusa, que, irónicamente, se construye a partir del fin voluntario de una vida que siempre es ajena. De ahí brota el poder narrativo del suicidio, que concita toda una suerte de interrogaciones que la escritura, siempre especulativa, se afana en intentar responder desde la conjetura; resulta así una ficción que alumbra cierta luz sobre el enigma de quien siente la pulsión de dejar de vivir, que responde a la necesidad de quien contempla el salto al vacío por reconstruir las razones, imaginar cómo se llegó hasta ahí, o buscar lógica al sinsentido, en definitiva, a ficcionalizar la vida ajena de quien ya no puede responder. Como ya señalara Margaret Higonnet, «because suicide both sets a limit and opens up a gap, it enables a certain number of questions about how we construct a self, and about how we construct a narrative» (2000: 229). El suicidio obliga a colmar de significado el vacío que deja la muerte del otro, abre una narrativa encaminada a dotar de sentido una muerte incomprendida ante la que no cabe respuesta.

«Il n’y a qu’un problème philosophique vraiment sérieux: c’est le suicide». Las palabras de Albert Camus en El mito de Sísifo (1981) son a menudo tomadas como punto de partida en la reflexión moderna sobre la muerte voluntaria, y sin duda apuntan a la multiplicidad de visiones que acompañan esta acción, que puede ser vista como un acto reflexivo —en el caso de Camus como única certeza frente a una existencia absurda—, pero también como el resultado de una enfermedad mental o la perpetración de un pecado contra la voluntad de Dios. Resulta palmario que los significados del suicidio, quizás su propia definición, son mutables, se adaptan a cada sociedad y se construyen positiva o negativamente en función de la explicación que se dé a esta muerte voluntaria. No escapan a nadie las inevitables implicaciones morales que suscita esta acción, causantes de la polarización de las actitudes frente al suicidio que se pueden distinguir a lo largo de la historia de Occidente, así como en sus imágenes y discursos.

Pero ¿qué es el suicidio? La definición de este reciente término —su origen se remonta al siglo XVII, se trata de un neologismo a partir de las palabras latinas sui (‘de sí mismo’) y caedere (‘matar’) que apareció por primera vez en el tratado de Thomas Browne, Religio medici (1642)— ya suscita un cierto debate, pues el grado de agencia de quien acaba con su vida supone el establecimiento de una borrosa línea que no logra separar con claridad el suicidio de otras formas de muerte como el martirio, la eutanasia o el homicidio. La definición que ofrece la Real Academia Española, que no recogió este término hasta 1817, señala que consiste en «quitarse voluntariamente la vida». Sin embargo, es en esa «voluntariedad» donde se esconde la vaguedad de la definición del suicidio, pues si por algo se ha caracterizado la historia reciente del suicidio es por la puesta en duda de la agencia del propio sujeto a la hora de ejecutar su propia muerte. Su patologización progresiva ha conllevado la victimización del suicida y el establecimiento de una retórica que prima una consideración puramente médica de este acto como consecuencia de una enfermedad o trastorno mental. Así, resulta complejo distinguir entre el suicidio en el que el sujeto toma parte activa en su muerte, como puede ser la acción de clavarse un puñal, ahorcarse, dispararse con un arma de fuego o lanzarse al vacío, otras formas pasivas de suicidio, como el ahogamiento o el envenenamiento, u otras formas más ambiguas de darse muerte, en las que el suicida pierde la vida en situaciones que entrañan un cierto peligro para la vida que propicia o no evita. En nuestro caso, partiremos de una definición amplia de suicidio, en la que consideraremos todas aquellas muertes que, velada o explícitamente, se deban a la acción directa o indirecta de uno mismo.

A lo largo de la historia, multitud de términos se han referido a esta acción, siempre oculta y velada. Mors voluntaria, autocheír (αὐτόχειρ), hekousios apotheisko, lambano thanaton, conficere se, eximere se, finire se, finem vitae facere, interficere se, necare se, occidere se, perderse se o perimere se son solo algunos de los modos en los que durante la Antigüedad clásica se hizo referencia a la muerte voluntaria, pudiéndose establecer diferencias lingüísticas entre aquellos que señalan la agencia del sujeto sobre su propia muerte, como una forma de matar, y los que asumen el papel pasivo del sujeto y entienden este acto como una forma de morir1. Esta diferencia entre comprender el suicidio como una forma de matar o de morir no es baladí, pues alumbra dos tradiciones —ambas se construyen desde diversos argumentarios y discursos culturales— a la hora de condenar o justificar el suicidio. Por un lado, podríamos hablar de una tradición sancionadora, que lo ha comprendido como una forma de homicidio sobre uno mismo y ha establecido una retórica de la culpa y la sanción desde diversos prismas. Por otro, ha convivido junto a esta perspectiva, quizás la mayoritaria a lo largo de la historia, pero no la vigente, una tradición de empatía hacia el suicida que ha favorecido su definición como víctima y de este acto como una forma de morir en la que el suicida es liberado de su culpa al comprender que, o bien sus razones son justificación suficiente para preferir la muerte a la vida, o bien su juicio se encuentra nublado por la enfermedad.

No obstante, el principal interés de este estudio no radica en la determinación de estas actitudes hacia el acto suicida, sino que se orienta más bien a determinar el porqué de la vinculación cultural entre mujer y muerte voluntaria que se hace efectiva, sobre todo, en el siglo XIX. Si atendemos a la conspicua presencia de la imagen erotizada de la mujer suicida en la cultura europea del siglo XIX —sobre todo palpable en el contexto británico, tanto en la pintura prerrafaelita como en las letras victorianas— podemos apreciar cómo se había venido instaurando una determinada visión del suicidio como mal femenino vinculado a una torrencial y descontrolada sexualidad. Así, de la panorámica que se ofrecía por parte de las representaciones artísticas de la Europa decimonónica se colegía que el suicidio afectaba principalmente a mujeres jóvenes y bellas, que se veían abocadas al suicidio a causa de la locura provocada por un mal de amores o por la desesperación ante una vida disoluta y llena de pecados. Así, el suicidio se convirtió a la vez en un tabú y una obsesión para la imaginación decimonónica en la que se epitomizaban algunos de los deseos, ansiedades y desvelos de una sociedad en la que la represión y el control de la sexualidad era casi total, como bien teorizó Foucault en el que quizás sea uno de sus ensayos más conocidos, Historia de la sexualidad, 1. La voluntad de saber, donde se apunta a las líneas de fuga de la sexualidad en una sociedad que promulgó su «prohibición, inexistencia y mutismo» (2005: 11).

Sin duda, las derivas ideológicas que llevaron al suicidio a comprenderse desde una óptica patológica como el resultado de una enfermedad a la que estaban especialmente predispuestas las mujeres suponen un terreno que necesariamente hemos de explorar, si bien será el discurso literario y artístico el que ocupará este análisis. Qué duda cabe de que el discurso sobre el suicidio se ha construido desde prismas muy diversos que incluyen disciplinas tan distantes como la jurisdicción, la filosofía, la psicología, la teología, la literatura o las artes visuales, pero que inevitablemente se mezclan dando lugar a un complejo entramado discursivo. De entre estas disciplinas, son la literatura y el arte las únicas capaces de generar nuevos significados a partir de su representación. Las exégesis del suicidio, como reflejo del modo de comprender esta acción, resultan un objeto de estudio clave en el estudio de la evolución de su significado a lo largo de la historia. Así, la «Ophelia» (1852) de John Everett Millais o «La muerte de Chatterton» (1856) de Henry Wallis no se limitan a reflejar una determinada noción de suicidio, sino que la construyen y la difunden.

Cabe señalar, asimismo, que el suicidio femenino constituye un acto social diferenciado con significaciones y motivaciones muy diferentes de las del suicidio masculino, por lo que su estudio singularizado resulta esencial. La narración de esta voluntaria muerte ha servido de pretexto para encumbrar algunas de las obras más influyentes de nuestra literatura universal, desde Antígona hasta Ana Karenina o Emma Bovary pasando por las inolvidables Ofelia, Julieta o Melibea. Señala acertadamente Margaret Higonnet el carácter de otredad que acompaña al acto suicida, pues «it is precisely the otherness of suicide that lends it at once uncanny force and narrative instability. That otherness is often figured through gender» (2000: 232). La otredad sexual del suicidio ha sido puesta en evidencia en multitud de ocasiones. De hecho, fue en el siglo XIX cuando se avanzó hacia una consolidación de una diferencia de género en la comprensión de este acto, sustentada en una división por la que el suicidio masculino se comprendió estereotípicamente como una muerte valerosa, heroica y comprometida, en ocasiones como un sacrificio por la comunidad, mientras que el suicidio femenino se comprendió como consecuencia de una mente enferma, volátil e irracional, esto es, como resultado de una locura a la que eran especialmente proclives las mujeres. El suicidio femenino se tornó en «obsesión cultural» (Higonnet, 1986: 68), y sobre sus conspicuas imágenes se construyó un «régimen de verdad», tomando prestado el término de Foucault (2002). Escritores y escritoras, llevados por el interés que despertó este tema —inherente al Romanticismo e increíblemente atractivo para realistas y naturalistas—, construyeron un relato sobre la prevalencia del suicidio y sus causas, situándolo en espacios muy determinados, y caracterizando a aquellos que se rindieron a la pulsión autolítica de un modo que reflejaba su propia ideología, ya fuera esta la hegemónica —también difundida en los discursos médicos, legales o artísticos, en los que la mujer era significada como un sujeto frágil y enamoradizo—, u otra que subvirtiera dichos planteamientos.

Sin embargo, estas imágenes sobre la mujer suicida no están desprovistas de una ideología que no solo favoreció su difusión, sino que también resulta esencial a la hora de interpretarlas como productos culturales que reflejan los valores de la sociedad que les dio forma. Se trata de la sublimación estética de los discursos de diferencia sexual, los tratados médicos que estudiaban el cuerpo femenino como una anomalía y la explotación patriarcal de una mirada masculina en la que se esconden el fetichismo de la posesión masculina del cuerpo de la mujer y su conversión en un objeto, a la vez que también se convierte en una imagen sobre la que pivotan discursos sancionadores de la libertad femenina, la inmoralidad o la sexualidad que escapa a los límites del matrimonio. En este sentido, esta imagen se puede considerar una de tipo represivo. Teniendo en cuenta este punto de partida, en el que abundaremos más adelante, cabría preguntarse cómo las mujeres escritoras, que se abrían paso en el masculino mundo de las letras, dialogaron con una exégesis que las estereotipaba como tendentes a la locura y al suicidio por su fragilidad mental y dependencia masculina.

¿Cómo reaccionaron las mujeres escritoras ante la consolidación de este estereotipo literario que las definía como un ser que no solo vivía por un hombre, sino que también moría por él? Para responder a esta pregunta creemos que es necesario abordar desde una perspectiva supranacional cómo las mujeres escritoras se sirvieron del tema literario de la mujer suicida para denunciar la artificialidad de esta «verdad» patológica y alumbrar otras razones para la muerte voluntaria. Dada la complejidad, variedad y amplitud de estas representaciones, así como las enormes ramificaciones que el tratamiento de este tema desde una perspectiva transnacional implica, este trabajo se centrará exclusivamente en el análisis de los contextos británico y español de la segunda mitad del siglo XIX. Se trata de dos espacios culturales que albergan multitud de elementos comunes y diferenciales que hacen esta comparación enormemente productiva, a la vez que sugerente en torno a la posibilidad de extender este estudio a otras literaturas aledañas. En España y Gran Bretaña se produjo una muy dispar aceptación social del suicidio, principalmente por razones religiosas, pero no únicamente por ellas, pues la extensión del mito de Gran Bretaña como nación suicida posibilitó un viraje hacia discursos que desvinculaban la noción de suicidio de los sujetos considerados como parte de la nación y lo relacionaban con sujetos y espacios marginales. Mientras, España, considerada a sí misma como un bastión católico alejado del vicio y del pecado suicida, fue un contexto en el que las ideas que ligaban la locura y el suicidio al campo de la medicina permearon muy tardíamente. En cualquiera de los casos, el tratamiento artístico de este tema alumbra un hecho: las exégesis masculinas coinciden mayoritariamente en reproducir, en ambos contextos, una «mirada masculina» (Mulvey, 1975) con la que se posee la imagen del cadáver femenino, se la fetichiza y se convierte en un objeto de deseo o en una advertencia de los peligros de una sexualidad desbocada. Por esta razón, resulta del todo pertinente acometer una lectura de género de estas imágenes.

Conviene, por tanto, revisitar el mito decimonónico de la mujer suicida desde una perspectiva comparada que analice su desigual difusión en los contextos español y británico, las razones que propiciaron su proliferación y la ideología subyacente tanto en las producciones artísticas patriarcales como en la respuesta conjunta que escritoras españolas y británicas dieron ante esta representación sesgada de la feminidad. Abordaremos los diferentes modos de ideación cultural de la mujer suicida a lo largo del siglo XIX. Por un lado, se popularizó una imagen hegemónica por medio de la cual se entendía el suicidio femenino como un fin «natural» para las mujeres por su tendencia congénita a la locura, sobre todo cuando descarrilaban de la senda moral dibujada para ellas o cuando su identidad se desmoronaba por la ruptura de sus vínculos afectivos. En multitud de obras artísticas, sobre todo de factura masculina, se recreó esta imagen profundamente patriarcal, que además respondía a la fascinación por un ideal de belleza femenino que ponía en el centro el invalidismo y la fragilidad (Dijkstra, 1986), al tiempo que librerías, bibliotecas y quioscos se vieron inundados de relatos que narraban con morbo y estupefacción el camino hacia la perdición de estas mujeres, cuyas faltas eran condenadas por medio de esta indigna muerte. Ello motivó que se generaran discursos moralistas sobre los peligros que conllevaba la transgresión de los roles sociales femeninos, por lo que esta imagen contribuyó a apuntalar la normativización social de la mujer en sus roles de esposa, madre e hija.

En manos femeninas, se consolidó un contradiscurso orientado a negar la estereotipación patriarcal de las mujeres como locas y suicidas. En sus ficciones la suicida era una suerte de heroína que probaba por medio de su muerte las deplorables condiciones sociales a las que la mujer decimonónica debió enfrentarse. Desde esta perspectiva, el suicidio elude sus connotaciones negativas para interpretarse como una suerte de liberación. Será justamente este discurso el que más nos interese, si bien la comparación que realizaremos debe abordar tanto este como el hegemónico contra el que reacciona, además de afrontar las contradicciones y limitaciones de esta representación literaria. En este sentido, conviene advertir de que no podemos partir de una hipótesis rígida en la que la escritora se constituye siempre como garante de un discurso subalterno, pues el género no es una barrera condicionante de la posición subversiva o sistémica con relación a la definición del sujeto femenino. Al contrario, hemos de aceptar la existencia de textos femeninos que reproducen las lógicas patriarcales, a la vez que otros textos masculinos que potencian miradas empáticas hacia sus personajes suicidas. Esta pluralidad no es óbice para sostener la pertinencia de estudiar separadamente los modos de representación en las narrativas de mujeres, pues nos permitirá rastrear posiciones disidentes y rebeldes frente a la definición patriarcal de la identidad femenina en el binomio ángel/monstruo, así como valorar los esfuerzos de quienes definieron su identidad a partir de un marco conceptual pincelado desde una perspectiva puramente masculina.

La hipótesis de partida sobre la que gira este estudio es la existencia de un tratamiento diferenciado a la hora de abordar este tema en la narrativa escrita por mujeres en España y Gran Bretaña durante la segunda mitad del siglo XIX, entendiendo asimismo que estas escrituras conforman una tradición literaria propia que coincide transnacionalmente en un tono, estética, ideología y propósito similares. Del planteamiento de esta hipótesis surgen preguntas como cuál es la comprensión hegemónica del concepto de suicidio y su conceptualización cultural, cómo circula y se instaura esta noción a lo largo del siglo XIX, y qué papel guardan los discursos artísticos —y en especial el literario— en la construcción y difusión de estas ideas sobre el suicidio. Asimismo, esta hipótesis nos obliga a reflexionar también sobre la pertinencia de la categoría «escritura femenina» y su relación con la literatura escrita por mujeres. Hemos de atender, consecuentemente, a los mimbres del discurso cultural sobre el suicidio, entendiendo que el texto literario refleja y extiende una visión que no es inocente, sino que contribuye a sublimar o desmantelar un discurso sobre la diferencia sexual que se basa en la fragilidad e inestabilidad mental de las mujeres.

Nos adentraremos en las prácticas de representación que debieron ejercer estas escritoras en su labor literaria, incidiendo en el obligado diálogo con los marcos de representación patriarcal que fomentaron la ubicua imagen de la mujer loca, enamoradiza y suicida. Los textos seleccionados, escritos entre 1843 y 1908, coinciden —ya sean relatos o novelas— en tener un argumento centrado en la narración de las experiencias de un personaje femenino que se ve abocado al suicidio. Asimismo, este supone un asunto central de la narración y se presta a una significación denunciatoria por medio de la visibilización de las causas que motivan dicha muerte, generalmente relacionadas con la posición subalterna de la mujer con respecto al hombre y con las violencias que sufre. Del contexto británico se analizará la obra de cuatro autoras: Mary Ann Evans, más conocida por su sobrenombre, George Eliot, de quien analizaremos The Mill on the Floss (1860); Mary Elizabeth Braddon, cuyas obras elegidas serán los relatos «The Cold Embrace» (1860) y «The Shadow in the Corner» (1879), así como sus novelas Milly Darrell (1873) y Asphodel (1880-1881); Mona Caird y su novela The Wing of Azrael (1889); y Eliza Lynn Linton, que aborda este tema en Amymone (1848), Through the Long Night (1888) y The One Too Many (1894). Por su parte, también serán cuatro las autoras seleccionadas en el ámbito español. Nos centraremos en Dos mujeres (1842-1843), de Gertrudis Gómez de Avellaneda; Adoración (1850), de Carolina Coronado; La hija del mar (1859), de Rosalía de Castro; y también en las novelas y relatos de Emilia Pardo Bazán, concretamente El cisne de Vilamorta (1885), Morriña (1889), «Las tapias del campo santo» (1891), «La emparedada» (1907) y «Aire» (1908).

Esta selección aspira a ser representativa del cultivo de este tema desde una perspectiva femenina ocupada de su exégesis y que, hasta cierto punto, se puede comprender como una escritura comprometida con el desmantelamiento de los clichés establecidos en torno al mito de Ofelia y su materialización literaria por medio de los numerosos personajes suicidas que poblaron la imaginación decimonónica. Asimismo, estos textos dialogan con esta imagen estereotípica y contribuyen a resignificar los símbolos y espacios que determinaron su filiación con narrativas condenatorias o que banalizaban el sufrimiento femenino. La lectura comparada de estas obras pretende alumbrar los vasos comunicantes que conectan transnacionalmente los ejercicios literarios de estas escritoras, quienes, además de integrarse en sus sistemas literarios nacionales con mayor o menor éxito, se proyectaron más allá de sus fronteras en su propósito de representar su realidad particular, explicitar sus referentes y desafiar los estrechos límites a los que su ejercicio literario se veía recluido.

Desde un punto de vista metodológico, se trata de un estudio que tiene como centro la tematología comparada, pero que conjuga otras tradiciones teóricas aledañas2. Este diálogo, fruto sin duda de la enorme porosidad de la literatura comparada, se ha de comprender como una oportunidad y no como una desventaja, pues como diría Claudio Guillén, «no se rinde la literatura a la angosta mirada del crítico monometódico y monoteórico» (2005: 45). Recurrimos a desarrollos teóricos en la intersección entre el comparatismo y la crítica feminista, así como a los estudios de simbología y poética del imaginario, la retórica cultural y el análisis interdiscursivo. Con ello nos proponemos establecer una reflexión que no solo contribuya al ámbito de la literatura comparada y la escritura femenina, sino que también resulte valiosa para disciplinas como la historia de las ideas o las humanidades médicas, espacio que resulta vital para cuestionar desde una perspectiva humanística el discurso médico, y, concretamente en nuestro caso, el porqué de la consideración patológica del suicidio y su vinculación a la mujer. Este trabajo se centra en la comparación de dos literaturas europeas, pero se aleja de los postulados que caracterizaron al primer comparatismo. El interés por ahondar en los condicionamientos que han influido la exégesis literaria del suicidio femenino en Occidente no parte, por tanto, de una posición esencializante que pretenda generalizar dicho tratamiento temático a una óptica universal, ni tampoco de una posición desideologizada que busque mostrar como unitaria la diversidad de voces que discurren sobre este tema para validar unas imágenes sobre otras. Este comparatismo se abre a un amplio marco de comparaciones y necesita de resortes metodológicos que apoyen su aproximación a discursos que no son literarios, pero que dialogan con los mismos3.

Details

Pages
336
Year
2023
ISBN (PDF)
9783631895580
ISBN (ePUB)
9783631895597
ISBN (Hardcover)
9783631895573
DOI
10.3726/b20506
Language
Spanish; Castilian
Publication date
2023 (July)
Keywords
Las representaciones literarias del suicidio femenino Feminidad y la locura La mujer suicida
Published
Berlin, Bern, Bruxelles, New York, Oxford, Warszawa, Wien, 2023. 336 p., 6 il. blanco/negro.

Biographical notes

Juan Pedro Martín Villarreal (Author)

Juan Pedro Martín Villarreal es doctor en Artes y Humanidades por la Universidad de Cádiz, donde desarrolla su investigación posdoctoral, centrada en los estudios de tematología comparada, literatura escrita por mujeres y retórica cultural en el marco del Instituto de Investigación en Estudios del Mundo Hispánico y el grupo HUM-530 LECRIRED.

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