Soledades contemporáneas
Subjetividad y cultura en las sociedades recientes
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Table Of Contents
- Cubierta
- Título
- Copyright
- Sobre el autor/el editor
- Sobre el libro
- Esta edición en formato eBook puede ser citada
- ÍNDICE
- PRESENTACIÓN. ¿POR QUÉ LA SOLEDAD? PARA UNA HISTORIA CULTURAL DE LOS AFECTOS
- ENSAYO PARA UNA APROXIMACIÓN «ANTIMETAFÍSICA» A LA SOLEDAD EN LAS SOCIEDADES CONTEMPORÁNEAS
- LA INQUIETANTE SOLEDAD DE LA MADRE JUDÍA DE GERTRUD KOLMAR
- CONSECUENCIAS EMOCIONALES DEL SURREALISMO. LA SOLEDAD Y EL 68
- GOD’S LONELY MEN: LA MASCULINIDAD SOLITARIA DEL VIGILANTE EN LA ECONOMÍA AFECTIVA DEL ODIO INCEL
- DESPUÉS DE LO QUE NUNCA FUE: SOLEDAD Y DESCOMPOSICIÓN SOCIAL EN EL CINE EUROPEO DE FINES DEL SIGLO XX
- AFECTO, ACOMPAÑAMIENTO Y CUIDADO EN LA DISTANCIA. LOS VÍDEOS ASMR Y LA SOLEDAD CONTEMPORÁNEA
- MARINA ABRAMOVIĆ CONTRA LA VIDA CONTEMPORÁNEA. INTROSPECCIÓN, ATENCIÓN PLENA Y SOLITUD1 EN 512 HOURS Y HOUSE WITH OCEAN VIEW
- PENSAR LA SOLEDAD EN LA NARRATIVA Y EL CÓMIC ESPAÑOLES ACTUALES DESDE LA DOMINACIÓN DE GÉNERO Y CLASE
- SOBRE LOS AUTORES
PRESENTACIÓN. ¿POR QUÉ LA SOLEDAD? PARA UNA HISTORIA CULTURAL DE LOS AFECTOS
Algunos historiadores consideran que la soledad no es solo un tema más que haya ocupado a los principales creadores, filósofos o especialistas y de manera general a la opinión pública del siglo XX, sino antes bien la cuestión crucial que atraviesa la historia cultural de la centuria. Contradictoriamente, a pesar de que fuera el siglo del advenimiento de la sociedad de consumo, las ciudades o los medios de masas, el XX sería, ante todo, el tiempo de la soledad, en la medida en que lo fue del triunfo del sujeto libre:
Todos estamos irremediablemente solos. La era de las masas es la era de la soledad; la multitud no es más que una superposición de soledad que ni siquiera el amor puede romper… […] Si la soledad ha fascinado tanto a los novelistas, a los filósofos, a los psicólogos y a todos los investigadores de las humanidades en el siglo XX, hasta el punto de convertirse en un tema recurrente en el arte y la literatura, es porque parece extenderse a toda la sociedad, para la que representa una fuerza disolvente fatal1.
En efecto, la soledad, vivida o teorizada, buscada o denunciada, ha sido una pregunta obsesiva para la intelectualidad de esta centuria. La soledad hizo parte sustancial en las corrientes filosóficas acerca del yo, condición indispensable para aquellos pensadores del sujeto (desde la fenomenología al estructuralismo, la ética o el psicoanálisis), sin olvidar los avances de las distintas escuelas de psicología que se sucedieron, en muchos casos, motivados por acotar y dar respuesta a este fenómeno. A la soledad dedicaron los artistas y literatos principales un sinfín de obras, hoy no solo canónicas sino representativas de su época, en analizarla o combatirla se emplearon expertos de todo jaez e inclinación política; por no hablar de que está, indudablemente, arraigada, como temor o anhelo, en el imaginario cultural contemporáneo.
En todo caso y antes de adentrarnos en las diversas figuras de la soledad que ofreció el siglo, hemos de constatar ese hecho decisivo —aunque no siempre ni para todos fue obvio— de que la soledad asalta de modos distintos en cada coyuntura histórica. No en todas las épocas fue sentida por igual, ni tan siquiera padecida, y la nuestra tiene unos atributos propios muy distintos de los que pudiera mostrar en sus orígenes. Nos atrevemos a hablar de orígenes porque, ciertamente, es posible ir un paso más allá y sostener que, como tal afecto, puede que no siempre haya existido, vale decir, que no haya tenido una delimitación, vocablo o consideración social en todos los pasajes de la Historia. Para quienes se han interesado por trazar sus derroteros, se trata quizá del afecto más «moderno», tardío en irrumpir en los regímenes de sensibilidad, por cuanto está estrechamente ligado a la construcción del «yo» desde sus albores en el siglo XV hasta hoy, y con ello encadenado a los avatares y desventuras del individuo. Pero intentemos esbozar los perfiles mínimos de su biografía: en la época medieval, la soledad no era bien recibida y generaba temor. La sociedad estaba estructurada mediante una densa red de vínculos, pero la modernidad renacentista inauguraría una equiparación entre soledad y sujeto de la que aún somos tributarios. Si el siglo XVII estuvo marcado por enconados debates entre moralistas, teólogos, cortesanos y «hombres de letras» sobre las bondades o vilezas de la devoción solitaria y la contemplación ascética para el alma virtuosa, durante el siglo XVIII y ante todo durante el XIX, fase de consolidación de la subjetividad contemporánea, la soledad comienza a considerarse como un estado natural de ese sujeto ya no naciente sino rey (masculino, claro está), cuya singularidad se expresaba en actividades de recogimiento (el paseo, la escritura de cartas, el ensayo, el reposo retirado) rara vez descritas con un tono emocionalmente alarmado. Como apunta Fay Bound Alberti:
Estudiando la soledad en Occidente a través de una amplia lente histórica, Una biografía de la soledad sostiene que la soledad en su sentido moderno surgió como término y como experiencia reconocible en torno al año 1800, poco después de que las ideas sobre la sociabilidad y el secularismo se convirtieran en elementos importantes del tejido social y político. […] Los significados de la soledad también han cambiado. En los siglos XVI y XVIII, la soledad no tenía el peso ideológico y psicológico que tiene hoy día. Soledad significaba simplemente la «intimidad», que era menos una experiencia psicológica o emocional que física. […] El acto deliberado de elegir estar solo —entendiéndose como estar físicamente solo— podía ser para estar en comunión con Dios en la modernidad temprana, y, cada vez más a partir del siglo XVIII, con la naturaleza2.
El diálogo privado entre el yo y el otro (entendiendo a este último como el semejante, la naturaleza e incluso una instancia superior, divina o natural), la soledad equilibrada, esto es, debidamente combinada con una sociabilidad reglada, fue frecuentada entre las clases cultas de la Ilustración como un signo de distinción, prueba de una moralidad nueva basada en la felicidad, que se apartaba de los usos del Antiguo Régimen. El Romanticismo exaltará la soledad hasta hacer de ella patrimonio de las almas extraordinarias, un tropo para hablar de las pasiones más vivas de un hombre liberado de todos los yugos y en permanente revuelta. Las caminatas reflexivas de Jean-Jacques Rousseau, el cogito cartesiano, abandonado a su mismo pensar, los héroes místicos de los lienzos de Caspar David Friedrich, recortados contra un paisaje asalvajado, como Robinson Crusoe, los dandis y los malditos, los genios incomprendidos, remiten así a visiones si no enteramente elogiosas sí al menos atraídas por los poderes de la soledad, una experiencia que procura el encuentro del individuo con su verdad natural en medio de un mundo agitado y en transición3.
Aun a riesgo de esquematizar en exceso, es posible sostener que, en gran medida, la percepción de la soledad —querida o sobrevenida— como propiedad ontológica del yo perviviría en lo sucesivo, siendo reconocible detrás de buena parte de las corrientes filosóficas finiseculares (Schopenhauer, Thoreau, Nietzsche) y a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Lo fue en las distintas doctrinas de la conciencia, en el humanismo, en las poéticas del extrañamiento o en las teorías críticas de los años cincuenta y sesenta, que proponían una resistencia al embrutecimiento y la banalidad de la vida cotidiana en las sociedades de control. En ese tiempo de urbes, naciones, partidos y pueblos gigantescos, de tecnologías todopoderosas y relajación sin parangón de los viejos imperativos morales, el interés por la soledad se redobló:
En este contexto, no es de extrañar que los intelectuales del siglo XX se interesen más que nunca por la cuestión de la soledad; lo que dio lugar a la publicación de innumerables obras de sociología, psicología y filosofía, por no mencionar una multitud de novelas que ilustran los diversos aspectos del problema4.
En efecto, esta atracción reconocible desde el artista solitario de vanguardia que afirma su recogimiento marginal para la creación dolida pero profunda (Edvard Munch, Vincent Van Gogh) hasta los poetas del absurdo y el desarraigo (Samuel Beckett, Bertolt Brecht, Franz Kafka) o los detectives solitarios de la novela negra; desde los escritores del hombre arrojado al mundo de mediados de siglo (Martin Heidegger, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Albert Camus, Marguerite Duras) hasta los cineastas de la alienación de los sesenta (Michelangelo Antonioni, Ingmar Bergman) o los sociólogos de la anomia social (Georg Simmel, Émile Durkheim, Herbert Marcuse o Betty Friedan) y un interminable etcétera. Indudablemente, esta inherencia del hombre y su soledad, siempre ambivalente, culmina en el existencialismo, tendencia que hizo del aislamiento esencial del sujeto la experiencia humana última; y de las difíciles implicaciones del yo y el otro (con sus semejantes, con sus diferentes, con la masa y la sociedad, pero también con el inconsciente, el cuerpo, el lenguaje y lo desconocido) la materia central de sus especulaciones. El temor a o el anhelo de la soledad puede encontrarse tras numerosas reflexiones, utópicas o concretas, acerca de la necesidad de encontrar un equilibro adecuado o, por el contrario, de entregarse a una fusión con el mundo, tan caras al pensamiento de mediados de siglo. Salvando sus distancias, la mayoría de estas filosofías, teorías o expresiones del ser seguían aún arrobadas por la soledad en relación con el sujeto y con frecuencia la trataron antes como una disposición esencial de la libertad humana, angustiosa o gozosa, que como un afecto con raíces históricas o un problema incipiente.
Pero, progresivamente desde los años de posguerra y sin freno a partir de los sesenta, brotó la sospecha acerba de que más allá de que fuere una construcción genuinamente antropológica (o no), el sentimiento de soledad estaba propagándose con otros tintes menos reflexivos y más apriorísticos. Sin rodeos: como una verdadera calamidad social. El concepto entró entonces con fuerza y para siempre en el campo de la psicología como un mal que se había de combatir, al tiempo que se hacía cada vez más insistente entre las cuitas de las gentes corrientes:
Desde que la psiquiatra Frieda Fromm-Reichmann publicó On Loneliness en 1959 y Robert Weiss hiciera lo propio en 1975 con su libro Loneliness: The experience of social and emotional isolation las publicaciones sobre este tema candente no han hecho sino aumentar. La soledad es un importante problema de salud pública que se relaciona con un aumento de la morbilidad, sobre todo en la edad avanzada, y una disminución de la esperanza de vida5.
En el lapso que va de 1968 a 1975, los movimientos estudiantiles, feministas, contraculturales y subalternos —no hagamos ahora muchos distingos— extendieron un ideal colectivista y una noción de sujeto interdependiente como manera de seguir planteando respuestas a contrario a las inquietudes que procura la soledad. Sin embargo, en la década siguiente, durante los ochenta, como resultado de los procesos históricos que llevan a la llamada posmodernidad y hasta hoy día, la soledad ha vuelto con un ímpetu redivivo (si es que alguna vez se ausentó). En adelante, un nuevo problema apareció con visos de convertirse en el núcleo ideológico de nuestro presente: el individualismo a ultranza como única relación social con los demás y con el entorno, dejando a los sujetos solos, plegados sobre sí y vulnerables:
Desde los años sesenta se han producido profundos cambios sociales, económicos y políticos que han colocado a la soledad en primera línea de la conciencia popular y gubernamental, y que incluyen el aumento del coste de la vivienda, la inflación, la inmigración y el cambio de las estructuras sociofamiliares, así como la política de laissez-faire (del francés, literalmente «dejad hacer») de Margaret Thatcher en los ochenta y el abandono gradual de las ideas de sociedad y comunidad en favor de la de individuo6.
Huelga decir que existen diversos tipos de soledad, según el criterio de ese conjunto de estudiosos que irrumpió en las universidades y centros de investigación para fijar sus contornos —tales como soledad emocional, social, existencial, académica, cultural, asintótica, que mantendrían, a su vez, diferencias con el aislamiento o la distancia social— si bien, desde mediados del siglo XX en adelante, la soledad, nuestra soledad, ha ido adquiriendo connotaciones fundamentalmente negativas. Con el añadido de que vino de la mano de un cúmulo casi infinito de paradojas. Entre ellas, la persistencia de la soledad indeseada en el contexto de un desarrollo sin parangón de los medios de comunicación, dispositivos nuevos y en constante evolución que celebraban la socialización, la expresión, la promiscuidad de los contactos, la desaparición de sus barreras (públicas o privadas), y el intercambio continuo y a ritmos rápidos por un planeta enteramente global. Corrieron parejos así un mandato de obediencia al individualismo desenfrenado y una orden de que todo sujeto sostuviese una presencia real o virtual ubicua en el tiempo y el espacio. Algunos dieron la voz de alarma sobre la contradicción o incluso la amenaza, dado un mundo sin resquicios de intimidad, de la desaparición de vivencias de soledades buscadas que propiciarían un encuentro auténtico, profundo, con uno mismo y con los demás (con el peligro que ello conlleva para la producción artística, la escritura o la reflexión concentrada). Los aspectos más positivos de la misma, que se venían reconociendo largo tiempo atrás, las bondades de la capacidad de estar solo7 (como puedan ser el crecimiento personal, la creatividad, la relajación, la reflexión, la autonomía) parecían ir poco a poco dejando paso a una alerta sobre las consecuencias negativas y a gran escala —social, nacional, planetaria— del discurso individualista.
Era la primera vez, desde el siglo XIX, en que la soledad dejaba de considerarse un estado que posibilita el desarrollo del «yo» para convertirse, como lo es hoy, en el umbral de sentimientos penosos colectivamente sufridos. De ahí que algunos hablen de este fenómeno como de una epidemia de soledad, como hace John Cacioppo desde el ámbito de la neurociencia social8. Acertada o no, esta declinación epidémica de la soledad remite al hecho de que habría arrastrado hoy a toda suerte de personas, de una u otra edad, género y condición, a juzgar por la mayoría de datos recabados. Ya que, por ejemplo:
Details
- Pages
- 204
- Publication Year
- 2024
- ISBN (PDF)
- 9783631899847
- ISBN (ePUB)
- 9783631899854
- ISBN (Hardcover)
- 9783631899830
- DOI
- 10.3726/b20701
- Language
- Spanish; Castilian
- Publication date
- 2025 (January)
- Keywords
- Soledad historia cultural siglo XX siglo XXI cine
- Published
- Berlin, Bruxelles, Chennai, Lausanne, New York, Oxford, 2024. 204 p., 14 il. blanco/negro.
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