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El judío como monstruo en el Centinela contra judíos, de Fray Francisco de Torrejoncillo (1674-1676)

Edición del texto y comentario crítico

by Jake Levin (Author)
©2023 Thesis 276 Pages

Summary

Este libro explora la caracterización y el rol del judío en uno de los textos antisemitas más polémicos del siglo XVII en España: el Centinela contra judíos, compuesto por el franciscano Fray Francisco de Torrejoncillo. Mediante la primera transcripción completa y anotada del Centinela en español, nuestro trabajo brinda a los lectores hispanohablantes una edición académica accesible, que por primera vez distingue con claridad los textos de las ediciones madrileñas de 1674 y 1676, que contienen notables diferencias no señaladas antes por la crítica. También ofrecemos un análisis literario y cultural del Centinela, utilizando el aparato de la teratología con el fin de identificar y reconocer a su judío como monstruo en lugar de ser humano.

Table Of Contents

  • Cubierta
  • Título
  • Copyright
  • Sobre el autor
  • Sobre el libro
  • Esta edición en formato eBook puede ser citada
  • Tabla de Contenido
  • INTRODUCCIÓN
  • CAPÍTULO UNO El libro, el autor y el contexto
  • I — El mundo del Centinela
  • II — Torrejoncillo: su vida, su libro y su voz
  • III — La influencia portuguesa
  • IV — Revisión de literatura
  • V — La elaboración del enemigo
  • CAPÍTULO DOS Bestiario judío
  • I — ¿No matarás?
  • II — Monstruosidades judías en el
  • III — Bestiario judío
  • IV — La abyección en forma humana
  • III — Inivisible, invencible, incontenible
  • CONCLUSIONES
  • BIBLIOGRAFÍA
  • Edición del Centinela contra judíos, de Fray Francisco de Torrejoncillo (1674–1676)
  • Sobre esta edición
  • TABLA DE LOS CAPÍTULOS DE ESTE LIBRO
  • PRÓLOGO
  • CAPÍTULO PRIMERO Cómo los judíos son y siempre fueron presumidos y mentirosos
  • CAPÍTULO II Que los judíos son, y han sido, traidores
  • CAPÍTULO III Cómo los judíos fueron menospreciados y abatidos
  • CAPÍTULO IV Cómo los judíos son perseguidores de nuestra santa fe católica
  • CAPÍTULO V Que los que favorecen a los judíos por intereses que les dan nunca tendrán buen fin, ni medrarán con ellos
  • CAPÍTULO VI Cómo no se debe tener confianza de los judíos, ni creer en sus obras
  • CAPÍTULO VII De las ansias que tienen los judíos de ver venir al Mesías
  • CAPÍTULO VIII Cómo los judíos, dondequiera que están, son unos para otros como un cuerpo místico
  • CAPÍTULO IX Por qué se llamaron hebreos, israelitas, y judíos, y de cómo antiguamente los llamaban marranos, y por qué
  • CAPÍTULO X Cómo demás de ser los judíos opuestos a nuestra santa fe, son enemigos capitales nuestros
  • CAPÍTULO XI De las diferencias que hay de judíos señalados por providencia divina
  • CAPÍTULO XII Cómo los judíos son inquietos, vanagloriosos, sediciosos, y de ordinario donde están siembran discordias
  • CAPÍTULO XIII De cómo los hebreos no tienen de presente honra o nobleza alguna, y la grande que tenían la perdieron en la muerte de Cristo
  • CAPÍTULO XIV De la piedad que Nuestra Madre la Iglesia tiene y tendrá con los judíos, y hasta cuándo han de durar en su obstinación

INTRODUCCIÓN

En 2016 descubrí el Centinela contra judíos, escrito por el fraile franciscano Francisco de Torrejoncillo, natural del pueblo de Torrejoncillo en Extremadura, y publicado por primera vez en Madrid en 1674. Preparaba en ese tiempo los exámenes de maestría en McGill University, y había elegido el tema del antisemitismo en la literatura de la Península Ibérica, sobre el cual tuve que elaborar una lista comprensiva de lecturas del Medioevo, la Temprana Edad Moderna y el Barroco y luego digerirlas a lo largo del semestre. Entre una selección de los dioses del olimpo literario hispano, incluí a Torrejoncillo simplemente por el título de su libro, suponiendo que este “centinela contra judíos” se había armado primero con la lanza del antisemitismo y luego con el poder inmortal de la pluma. Tras leerlo con la ayuda de la única versión moderna que existía entonces (una traducción anotada y análisis histórico en inglés por François Soyer, en el libro Popularizing Anti-Semitism in Early Modern Spain and its Empire) y elucidar mis pensamientos en el examen de maestría, volví al Centinela como estudiante de doctorado con intenciones de unir los campos de estudios hispánicos, estudios judíos y teratología. El libro de Torrejoncillo es feo y está mal escrito, no lo quiero disputar, pero pese a sus defectos, cuenta con relevancia no solamente para los hispanistas, sino también para los especialistas en las bestias oscuras de la noche y en el antisemitismo europeo (dos campos de investigación que se superponen a menudo) porque su judío, su enemigo mortal, no es el judío que vemos en la calle o en la sinagoga. Fuerte y débil a la vez, engañoso e ingenuo, el judío de Fray Francisco es el producto de la fantasía antisemita, del sueño de la razón que produce monstruos. Al final, el Centinela es relevante para nosotros porque el antisemitismo no es mero artefacto de la historia; es una tragedia en jornadas infinitas que seguimos observando hoy en día. Es relevante porque los planteamientos de Torrejoncillo han cambiado muy poco entre su época y la nuestra, y hasta los textos más venenosos y asquerosos merecen la atención y estudio, si más allá del asco y veneno yace el conocimiento. El Centinela contra judíos es, a nivel más fundamental, una obra antisemita sobre judíos, pero también es un libro sobre monstruos.

Quisiera reconocer y agradecer a Javier Rubiera (Université de Montréal) por su ayuda imprescindible con este proyecto. Mil gracias por apoyarme a lo largo del proceso y por aguantar las palabras venenosas de Fray Francisco y su repugnante obra maestra conmigo. Este libro no habría sido posible sin ti. También agradezco a James Cisneros (Université de Montréal), James Novoa (University of Ottawa) y François Soyer (University of New England, Nueva Gales del Sur, Australia) por sus numerosas contribuciones y ayuda.

CAPÍTULO UNO El libro, el autor y el contexto

I — El mundo del Centinela

El hecho de que Fray Francisco de Torrejoncillo escribiera un libro polémico sobre los judíos, convirtiendo a los correligionarios de su propio mesías en blanco, no lo hace único, y el trato de este enemigo como organismo menos que humano tampoco constituye un paso extraordinario: en la historia de la literatura y las bellas artes, el antisemitismo es un proceso de reciclar conceptos e imágenes que se remonta a muchos siglos, y el Centinela no es sino un ladrillo más en el muro. Aquello que separa el Centinela de sus vecinos, no obstante, es el alcance de la presencia monstruosa en sus catorce capítulos, junto a la postura personal del autor respecto a la pregunta inevitable de qué hacer con los judíos. A partir de la primera página, Fray Francisco insiste en la monstruosidad del judío con todas sus fuerzas. Su judío aparece como monstruo en la primera página del libro y permanece así en cada uno de sus capítulos, y al cerrar el libro, osamos concluir que acabamos de leer un bestiario sin los dibujos típicos del género. El bestiario clásico, sin embargo, carece del tono urgente y asustado del Centinela, porque los monstruos del primero suelen morar en los lugares más ajenos, donde la distancia entre ellos y el lector bastará para crear y mantener la seguridad. A ojos del lector en Europa, un monstruo colocado en los límites de la tierra —en algún lugar de la India, China o Etiopía— no invita el pánico, sino la curiosidad1. Fray Francisco, entretanto, detalla a un monstruo que ya ha invadido, acortado distancias y preparado sus planes para destruir el mundo cristiano y reinar sobre los cascotes, y por esta razón se sustituye la voz neutra y científica por los superlativos y súplicas de un fraile extremeño. Cuando leemos las palabras de Torrejoncillo, podemos hacer burla de su paranoia, menospreciar su escritura despistada y llamarlo ignorante sin equivocarnos nada, pero, a la vez, debemos reconocer el miedo muy visceral y real que le tenía al judío, de manera que se sintió obligado a componer un libro entero en el cual la monstruosidad de este adversario toma forma de un aguacero sin amaine, siempre creciendo, siempre amenazando a más gente, siempre volviéndose peor y peor. En estas páginas, la presencia del monstruo que se llama el judío en el Centinela es una constante, y el lector no tiene el derecho a visualizar al enemigo de otra manera. Aquí no hay espacio para que intervenga otra voz, otra postura más representativa de la verdadera doctrina que bien enseñó Jesús en los Evangelios. En cambio, desde el comienzo hasta el final, Fray Francisco nos atrapará en una casa de horrores, y adentro, al contemplar los retratos judíos colgados en las paredes, no veremos sino bestias del infierno.

El enfoque singular y fijo de Fray Francisco seguramente distingue su libro de otros más conocidos y estudiados del mismo género en España. Considérese, por ejemplo, la obra maestra de Alonso de Espina, Fortalitium Fidei, cuyo contenido antisemita —la parte más comentada por la crítica— constituye solamente un libro de cinco en total2. En las obras de teatro de su propia época, como las de Lope de Vega y Pedro Calderón de la Barca, el antisemitismo y el judío malvado sí tienen una presencia fuerte, pero aún así, los dramaturgos no bombardean al público con una escena tras otra de puro antisemitismo. Hasta en El niño inocente de La Guardia, una grotesca adaptación teatral del libelo de sangre, hay momentos de humor que sirven para interrumpir la corriente subyacente y permitir que el público disfrute de la comedia en vez de sentirse forzado a escuchar una diatriba. Se ha de notar, no obstante, otra diferencia entre Torrejoncillo y los otros autores religiosos, y esta se centra en la naturaleza del propio judaísmo. En la introducción de Popularizing Anti-Semitism in Early Modern Spain, Soyer explica cómo el fraile presenta la religión hebrea en forma de “a hereditary biological ‘disease’ that ‘infected’ anyone with even the slightest trace of Jewish ancestry3”. Para él, el judío no puede ser curado o salvado de este trastorno, ni siquiera por el agua sagrada del bautismo, y esta actitud lo coloca a cierta distancia de sus correligionarios del pasado y del presente, incluyendo a algunos que aparecen en las citas de su propio Centinela. El ex rabino italiano Antonio Carrafa, por ejemplo, afirma en capítulo XI que los judíos sufren una plenitud de malformaciones físicas y espirituales por su crimen de deicidio a no ser que acepten en bautismo, el único caso en el cual se salvan y se unen al rebaño de Cristo. No obstante, la historia de los judíos en España nos sugiere que, en términos prácticos, si no teológicos, a los judíos bautizados no se les consideraban ni una fracción más cristianos que los judíos ortodoxos, a pesar de que, en realidad (según insiste Netanyahu), los conversos ya habían pasado casi dos siglos de vida asimilada y católica al coger Torrejoncillo la pluma por primera vez4. Los conversos siempre se observaban y vigilaban con la mayor sospecha y paranoia, y asumieron el rol de un enemigo hebreo que siempre se escapa (un atributo contribuyente a la idea de la monstruosidad judía, como veremos más tarde) y frustra todos los esfuerzos de la comunidad cristiano vieja para controlarlo. Es por esta razón, tal vez, en este contexto histórico de duda y aversión, que Torrejoncillo contradice a su propia fuente primaria e insiste en la condenación eterna de los judíos y sus descendientes, bautizados o no. Para ellos no hay esperanza ninguna de recibir la gracia de Dios y regocijar en el cielo con los cristianos; su destino invariable es vivir, perecer, y pasar una eternidad en el fuego y azufre del infierno. Al cristiano, entretanto, no le toca tratar de rescatar a estos desdichados y traerlos hacia la luz, sino limitar el alcance de su daño y su maldad innata. Es de notar, por supuesto, que más allá de citar a Carrafa en una página y negar su idea de salvación cristiana en muchas otras, una descripción del judío como esta pone de relieve otra contradicción del dogma del propio cristianismo, no solamente de la fraternidad universal expresada en Gálatas 3:285, sino también de la idea básica de una deidad todopoderosa: si hasta el sacramento del bautismo queda incapaz de salvar al judío, ¿no es verdad que acabamos de hallar aquí un límite práctico del poder divino? Un Dios que condena y castiga a los judíos para siempre porque no desea salvarlos es muy diferente a un Dios que no salva porque no puede. De todos modos, sea la prerrogativa del cielo lo que sea, el mundo del Centinela nos coloca en el centro exacto de una situación desesperada. España es un reino bajo un sitio hebreo. Los soldados no andan uniformados con lanzas y escudos, no se verá ninguna formación de batalla en los campos o en las calles, porque el enemigo está camuflado y casi invisible. Solo los católicos más agudos lo percibirán, aquellos que conozcan los disfraces del judío y sus varios modos de desaparecer casi sin tropiezos en la muchedumbre, y dicho conocimiento los obliga a mantener una vigilancia constante sobre la Iglesia, sus miembros, y el reino donde existe. Sin embargo, esta filosofía acabó siendo más problemática que útil porque transformó hasta las acciones más inocuas en posibles muestras de judaísmo: aquella reunión vespertina el viernes por la noche, ¿es una simple cena entre amigos, o un servicio clandestino de shabbat? Por cierto, cuando uno está convencido de que hay monstruos por todas partes, los verá una y otra vez, y la prueba positiva del fenómeno se halla en las denuncias paranoicas y frívolas que plagan la historia del Santo Oficio, acusaciones lanzadas hacia gente inocente cuyo único defecto fue el de parecer ambiguamente judía.

II — Torrejoncillo: su vida, su libro y su voz

Para un autor de un libro popular publicado más de diez veces en dos idiomas, se sabe bastante poco de Fray Francisco de Torrejoncillo, predicador franciscano de Extremadura. De los pocos que comentan su obra, aún menos han comentado su vida, y Soyer da la descripción más completa que aquí se resumirá: Torrejoncillo (cuya fecha de nacimiento no se sabe) empezó su vida monástica en la provincia franciscana de San Gabriel, fundada por San Pedro de Alcántara, donde se unió a un monasterio descalzo extremeño. En el largo paratexto del Centinela, Torrejoncillo y sus endosantes indican que él adquirió muchas responsabilidades durante su ejercicio como fraile en la orden. La dedicatoria a don Gonzalo Francisco Flores de Pereda, escrita por el autor, sugiere que fue capellán personal del caballero, y Fray Juan de Garrovillas lo describe como “predicador y secretario que ha sido de tres provinciales de dicha provincia, y de la muy grave y religiosa provincia de Cartagena de la Observancia el año de 1640, también secretario de su visita y guardián de los conventos de San Bartolomé en Villanueva de la Serena, en el de Nuestra Señora de Rocamador, en el de Nuestra Señora de Monteceli del Hoyo, y en el de San Bartolomé de Valencia de Alcántara6”. Se supone, por lo tanto, que Torrejoncillo fue miembro experimentado y exitoso de su orden, con más de veinticinco años de servicio religioso, si las fechas de Garrovillas son correctas.

Soyer también dice que Fray Francisco vino de una familia bien establecida en la Iglesia que tenía conexiones personales con el Santo Oficio, y que muchos de sus parientes (que también escribieron poemas para el paratexto) fueron clérigos en la provincia de Cáceres7. Sus primeros años de servicio monástico no parecen haber sido relumbrantes, pero los escritos de otro franciscano a fines del siglo XVII confirman que Fray Francisco trabajaba en la orden. Fray Antonio de Trujillo lo menciona en su obra biográfica Varones heroycos en virtud y santidad, a pesar de que “Torrejoncillo was apparently not considered to be sufficiently distinguished to deserve a personal biography, and Trujillo refers to him only incidentally8”. A continuación, Trujillo dice que Torrejoncillo trabajó de definidor en el consejo de la provincia, y que partió para una misión franciscana en Filipinas, la colonia más distante de España, para evangelizar y atender a los filipinos indígenas. Varones heroycos concluye que el fraile se embarcó en 1675, pero la documentación existente9 revela que se fue en 1673, un año antes de la primera edición del Centinela, y es muy probable que “the author of the most violent anti-Semitic polemic to have been published in early modern Spain in all probability never actually saw his work in print10”. Finalmente, en una crónica de la provincia filipina de San Gregorio, Fray Domingo Martínez coloca a Torrejoncillo en el Pacífico en 1674, explicando que trabajó treinta años en Filipinas y murió en 1704 (en Manila, según escribió Eusebio Gómez Plato en 1880) tras una larga carrera de servicio y virtud ejemplares.

La vida de Torrejoncillo y su viaje a Filipinas tienen menos importancia si no se consideran en el contexto de las muchas ediciones de su libro. Centinela contra judíos se publicó por primera vez en 1674, cuando el autor ya estaba fuera de España. Este suceso, por sí solo, no es necesariamente notable; un autor podría entregar un manuscrito completo, partir para otro país, y tener el libro publicado al año siguiente (nótese, por supuesto, que la impresión y fabricación de un libro en el siglo XVII era un proceso largo y detallado que llevaba más de un par de días para terminar). Lo que sí llama mucho la atención, no obstante, es la cantidad de ediciones suplementarias que salieron a continuación con el autor todavía en el extranjero, donde se quedaría hasta morirse en Manila. He aquí una tabla de todas las ediciones del Centinela, superpuesta sobre una cronología simple del viaje y muerte de Fray Francisco:

  • 1673: Torrejoncillo se embarca para Filipinas
  • 1674: Primera edición (Madrid, Julián de Paredes)
  • 1676: Segunda edición (Madrid, Joseph Fernández de Buendía)
  • 1679: Tercera edición (Madrid, Antonio de Zafra)
  • 1684: Primera edición en portugués (Lisboa, João Galrão)
  • 1691: Cuarta edición (Pamplona, Juan Micón)
  • 1704: Muerte de Francisco de Torrejoncillo
  • 1710: Segunda edición en portugués (Coímbra, Joseph Antunes da Silva)
  • 1718: Quinta edición (Pamplona, Juachín Joseph Martínez)
  • 1720: Sexta edición (Pamplona, Juan Micón)
  • 1728: Séptima edición (Pedro Joseph Alonso y Padilla)
  • 1731: Octava edición (Barcelona, Joseph Giralt)
  • 1736: Novena edición (Madrid, Pedro Joseph Alonso y Padilla)
  • 1745: Tercera edición en portugués (Oporto, Manoel Pedroso Coimbra)
  • 1748: Cuarta edición en portugués (Lisboa, Pedro Ferreira)
  • 1775: Publicación parcial en México (Ciudad de México, Joseph de Jauregui)11

Las muchas ediciones que salieron antes y después del fallecimiento del autor, de quien no hay noticia de que volviera ni una vez al país donde se imprimieron, son significativas. En su ausencia o tras su muerte se cuentan, de más de seis imprentas diferentes, nueve ediciones del Centinela en castellano, tres en portugués (traducidas por Pedro Lobo de Correa), y una impresión parcial en México. El libro recorre el mapa de la Península Ibérica, de Madrid y Barcelona a Pamplona, Lisboa y Oporto, y a lo largo de la mayoría de este viaje, el autor yace en la tumba en un lugar de Filipinas cuyo nombre se desconoce.

En este punto, es muy importante subrayar algo que la crítica no ha notado hasta ahora: las ediciones del Centinela contra judíos de 1674 y de 1676 difieren notablemente. Es decir, la de 1676 no es una reimpresión de la de 1674. Veámoslo con cierto detalle.

La edición de 1674 (Madrid, Julián de Paredes) se introduce con una larga serie de paratextos, cuyo contenido se puede dividir en tres categorías: poemas y alabanzas; licencias y aprobaciones oficiales; y textos del autor (más específicamente, una dedicatoria, un poema y un prólogo). Fray Francisco dedica la obra a don Gonzalo Francisco Flórez de Pereda, caballero del Hábito de Alcántara, en cuyo servicio trabajó de capellán y a quien desea “rendir a v.m. y su casa lo que tan dignamente se le debe12” por el medio de su libro. Luego el lector se halla ante el corpus poético: cuatro poemas en español (tres décimas espinelas y un soneto) y dos epigramas en latín. De modo interesante, todos los poemas en español fueron compuestos por parientes de Fray Francisco, y puesto que los cuatro —tres sobrinos y un primo— son dos curas, un presidente de convento y un comisario del Santo Oficio, parece que la vocación religiosa de Torrejoncillo no fue única en su familia. Sus parientes hablan de él y de su obra con excelsa alabanza, a menudo con fuerte carácter hiperbólico, como se nota en las décimas de su primo don Alonso Bermejo Serrano. “Que fuera temeridad / comprender mi voluntad / todo vuestro entendimiento” proclama, agregando inmediatamente después: “Vuestro entendimiento ha sido / quien lustre a su patria ha dado, / siempre fue muy celebrado / pero nunca comprendido13”. El crítico no se equivocaría si se preguntara qué clase de entendimiento y lustre a la patria surge de un libro como el Centinela, ciertos capítulos del cual tienen el aire de una redacción rechazada de Los protocolos de los sabios de Sion, pero consta que la familia de Fray Francisco percibió mucho valor en el texto y no dudó en expresar dicho sentimiento en su poesía. Concluidas las aprobaciones y la censura, y presentadas y firmadas las varias licencias oficiales de venta e impresión, leemos las adulaciones del licenciado don Diego Benito Olguín Azañero de Tapia, de quien vamos aprendiendo que “Ha logrado V[uestra].P[aternidad].R[everendísima]. (a quien suplico perdone esta mortificación) todo el punto feliz que muchos autores buscan y pocos hallan14”. Finalmente, llegamos al prólogo del autor, donde insiste Torrejoncillo en la veracidad de su obra: “Tantas aprobaciones tiene este libro, cuantas cosas las que refiere de diferentes autores, todos graves, y tan gravísimos que van citados. Todos ellos tienen calificadas y aprobadas sus obras, como lo podrá ver en ellas el que dudare de alguna que aquí se relatare15”. La fe de erratas y una décima final de Torrejoncillo (“Centinela firme soy”) concluyen el paratexto.

Para que el lector tenga una visualización completa de esta sección del libro, he aquí una lista comprensiva de todos sus componentes y los autores respectivos. Indicamos en itálica aquellos textos compartidos con el paratexto de 1676, al que en seguida nos referiremos.

  • Dedicatoria (Fray Francisco de Torrejoncillo)
  • Décimas (don Alonso Bermejo Serrano)
  • Epigrama en latín (Antonio Bautista)
  • Epigrama en latín (Juan Díaz)
  • Soneto (don Alonso Martín Serrano)
  • Décimas (don Alonso Martín Santos)
  • Décimas (Fray Pedro de la Concepción)
  • Suma del privilegio
  • Aprobación (Fray Juan de Garrovillas)
  • Suma de la tasa
  • Aprobación (Fray Pedro de los Santos)
  • Licencia de impresión
  • Censura (Fray Francisco Pies del Castillo)
  • Aprobación (don Diego Benito Olguín Azañero de Tapia)
  • Licencia del ordinario
  • Aprobación (Antonio González de Rosende)
  • Alabanza (don Diego Benito Olguín Azañero de Tapia)
  • Tabla de los capítulos
  • Prólogo (Fray Francisco de Torrejoncillo)
  • Fe de erratas
  • Décima (Fray Francisco de Torrejoncillo)

Como punto directo de comparación, aquí elaboramos una lista de la serie de paratextos que componen la segunda edición, de 1676, impresa en Madrid por Joseph Fernández de Buendía:

  • Dedicatoria (Andrés Blanco y Marcos del Ribero16)
  • Aprobación (don Diego Benito Olguín Azañero de Tapia)
  • Licencia del ordinario
  • Aprobación (Antonio González de Rosende)
  • Suma de la tasa
  • Suma del privilegio
  • Fe de erratas
  • Décimas (don Alonso Bermejo Serrano)
  • Décimas (Fray Pedro de la Concepción)
  • Décima (Fray Francisco de Torrejoncillo)
  • Décimas (don Alonso Martín Santos)
  • Aprobación (Fray Pedro de los Santos)
  • Licencia de impresión
  • Censura (Fray Francisco Pies del Castillo)
  • Prólogo (Fray Francisco de Torrejoncillo)
  • Tabla de los capítulos

La mayoría de estos textos simplemente se copió del libro de 1674 y se imprimió de nuevo, aunque en otro orden, en el de 1676. De vez en cuando, el lector hallará una palabra agregada o cambiada —la suma de la tasa, por ejemplo, se escribe y se firma por “Gabriel de Aresti y Lanacaval” en 1674 y por “Gabriel de Aresti Ilarrazábal” en 1676— pero con las excepciones de estos pequeños cambios y los tres textos nuevos (la dedicatoria, la fe de erratas y la tabla de los capítulos), este paratexto no es sino una reorganización del primero. De hecho, lo ha acortado el impresor, omitiendo algunas de las entradas más largas y adulatorias del original; aquí no se hallan, por ejemplo, las alabanzas de don Diego Benito Olguín y Tapia o la aprobación de Fray Pedro de Garrovillas.

Estructuralmente, dejando de lado los poemas, dedicatorias, y aprobaciones en el paratexto, la diferencia más visible entre las dos ediciones del Centinela ocurre en la de 1676 cuando alguien (no necesariamente Torrejoncillo, como se explicará más tarde) decidió escribir varias adiciones17 en los capítulos II, VII, IX, y XII, amén de un capítulo XIII enteramente nuevo (“De cómo los hebreos no tienen de presente honra o nobleza alguna, y la grande que tenían la perdieron en la muerte de Cristo”). Con esta final adición, el original capítulo XIII (“De la piedad que Nuestra Madre la Iglesia tiene y tendrá con los judíos, y hasta cuándo han de durar en su obstinación”) se hace el XIV, concluyendo el libro al igual que concluye el de 1674. También se nota una supresión en el capítulo V, en el párrafo que comienza con “Refiere el Fortalitium Fidei lib. 3”. En el texto original de 1674, este párrafo cita a Espina para describir a “un cierto rey inglés” que desea agradar al cielo mediante una expulsión de los judíos, y viene inmediatamente después de un pasaje adulatorio sobre el inquisidor portugués Bartolomé de Fonseca. La segunda edición, entretanto, lo omite por completo, y tras aplaudir a Fonseca, pasa directamente a las décimas atribuidas al obispo don Juan Silíceo de Toledo. Ni Torrejoncillo ni Soyer, el único autor moderno que escribe detenidamente sobre el Centinela, dan ninguna indicación de por qué se suprimió, y consta que el Santo Oficio no lo censuró, pues no contiene sino otro cuento de la victoria católica sobre los judíos en Inglaterra. En este caso, el error humano —un impresor o cajista a quien se le olvidó incluir las palabras— podría ser la explicación más probable.

Incluso antes de terminar una lectura del Centinela, es natural que el lector comience a reconocer la voz de su autor. Es evidente, por ejemplo, que el “yo” narrativo y el superlativo definen el estilo de escritura, y la voz que los pronuncia a lo largo de los sucesivos capítulos no viene de algún observador distante e indiferente que no tenga nada que perder en esta lucha contra la perfidia judía. Por el contrario, cuando Torrejoncillo narra, acusa y clama por la justicia contra los judaizantes y conversos, se vuelve imposible ignorar la frustración y rabia muy personal que influyen en sus palabras. Nunca contentándose con una mera lista de las afrentas y profanaciones judías contra la Iglesia, Torrejoncillo empuña el superlativo para hacer hincapié en las cualidades negativas de los judíos y las positivas de la comunidad cristiano vieja que todavía lucha contra el enemigo escondido. Los judíos, por ejemplo, no son simplemente despreciados, sino “despreciadísimos”, sus traiciones son “notabilísimas”, y sus defectos físicos “grandísimos”; por otro lado, Cristo posee hombros “sacratísimos”, y los escritores que ayudan a Fray Francisco a exponer la gravedad del problema judío han de ser “doctísimos” en vez de meramente doctos. Este uso del superlativo es tan frecuente en ciertos capítulos que empieza a dominar el texto; en el capítulo XI, por ejemplo, Torrejoncillo lo utiliza nueve veces, mientras que veinte superlativos pueblan las páginas del II.

Details

Pages
276
Year
2023
ISBN (PDF)
9783631907313
ISBN (ePUB)
9783631907320
ISBN (Hardcover)
9783631906934
DOI
10.3726/b21109
Language
Spanish; Castilian
Publication date
2023 (December)
Keywords
Antisemitism Spanish Inquisition Teratology Jewish Studies Sephardic Studies
Published
Berlin, Bruxelles, Chennai, Lausanne, New York, Oxford 2023. 276 P.

Biographical notes

Jake Levin (Author)

Nacido en Washington, DC, Jake Levin recibió su doctorado en estudios hispánicos de la Université de Montréal en 2022. Estudió español en Bowdoin College y obtuvo una maestría en educación de University of Southern Maine, y otra maestría en estudios hispánicos de McGill University. Ha enseñado en Providence College (Rhode Island, EE. UU) y Valleyfield College (Quebec, Canadá). Su campo primario de investigación es el antisemitismo y la experiencia judía en la época de la Inquisición Española.

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