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La geoponía en su historia

Aportes filológicos y lexicográficos

by Mariano Quirós-García (Volume editor)
©2024 Edited Collection 468 Pages

Summary

Aunque el interés por la historia de los lenguajes de especialidad ha crecido de manera exponencial en las últimas décadas, lo cierto es que aún existen áreas poco o nada estudiadas. Tal es el caso de la geoponía, cuyos tratados fundacionales eran hasta hace poco tiempo desconocidos, debido, fundamentalmente, a la falta de ediciones filológicas que permitan un acceso fidedigno a los textos tanto al especialista como al público en general.
El presente volumen reúne un conjunto de dieciséis trabajos cuyo hilo conductor es el tecnolecto geopónico castellano. En ellos se propone un recorrido por distintas cronologías y geografías, por diferentes tipologías documentales y por diversos ámbitos vinculados con la agricultura y la ganadería, como la botánica, la gastronomía o el arbitrismo agrarista. Todas las contribuciones, además, inciden en esa delicada pero fundamental relación que debe establecerse siempre entre la lexicografía y la filología.

Table Of Contents

  • Cubierta
  • Título
  • Copyright
  • Sobre el autor/el editor
  • Sobre el libro
  • Esta edición en formato eBook puede ser citada
  • Índice
  • Lista de contribuyentes
  • Presentación
  • Geosinonimia, polisemia regular, metáfora y metonimia en algunos nombres de legumbres cultivadas: lenteja y lupino frente a alubia, frijol, habichuela, judía y arveja, chícharo, guisante, petipuá (José Ramón Carriazo Ruiz)
  • A tradução portuguesa da Obra de agricultura de Gabriel Alonso de Herrera: Uma fraude (Ana Duarte Rodrigues)
  • De hortalizas, trigos, vinos, árboles, frutos y su cultivo en la lexicografía menor del español: A particular vocabulary de James Howell (1660) (M.ª Ángeles García Aranda)
  • Sinónimos botánicos andaluces: albahaca ~ alhábega, mejorana ~ almoraduj (Pilar García Mouton)
  • El recurso de la sinonimia geográfica en la Perfecta y curiosa declaración de los provechos grandes que dan las colmenas (1621) de Jaime Gil (Elisabeth Lago Marí)
  • El uso del Arte para criar seda, de Gonzalo de las Casas, en la segunda edición del Diccionario de autoridades (Pedro Mármol Ávila)
  • Nombres de insectos y otros invertebrados en la Agricultura de jardines de Gregorio de los Ríos (Lourdes Martín-Albo Huertas)
  • Léxico referido a fincas y cultivos en documentación del Siglo de Oro (José R. Morala y Alejandro Junquera)
  • Algunas palabras de Monleras (Salamanca) referidas a la mala calidad de las tierras (José A. Pascual)
  • De ampelonimia castellana y neologismos (in)necesarios: la uva datileña (Mariano Quirós García)
  • El léxico del azúcar en el español mexicano del siglo xix: los datos de los Apuntamientos sobre la necesidad de promover el cultivo del azúcar (Ciudad de México, 1822) (José Luis Ramírez Luengo y Mario Salvatore Corveddu)
  • Entre el Pisuerga y el Duero: léxico vitivinícola en documentación vallisoletana anterior a 1300 (Emiliana Ramos Remedios)
  • Juan de Valverde Arrieta: el léxico geopónico en los inicios del arbitrismo agrarista (Soraya Salicio Bravo)
  • La terminología castellana sobre la injertación de la vid en el Libro de agricultura de Alonso de Herrera (Francisco Javier Sánchez Martín y Marta Sánchez Orense)
  • Términos de elaboraciones culinarias lematizados en el Diccionario doméstico. Tesoro de las familias o repertorio universal de conocimientos útiles (1866), de Balbino Cortés y Morales (Marta Torres Martínez)
  • Nombres del ‘azufaifo’ en Andalucía, con especial atención a los orientalismos peninsulares jínjole-jinjolero (Francisco Torres Montes)

Presentación

La lengua de la ciencia, de la técnica y de las profesiones fue, hasta hace unas décadas, un campo de trabajo descuidado, y, aunque se ha avanzado en la investigación de algunos ámbitos específicos, todavía abundan las áreas cuyo estudio debe completarse y, más aún, las que deben comenzar a analizarse. En este último grupo se sitúan la geoponía (del gr. γεωπονία ‘trabajo de la tierra’) y otras áreas vinculadas íntimamente a ella, como la apicultura, la sericicultura, la jardinería y el arbitrismo agrarista. Puesto que la mención de los animales domésticos, cuyo cuidado se engloba actualmente en los límites del sector ganadero o pecuario, suele resultar extraño y generar algunas dudas, recuerdo que ya los denominados scriptores rei rusticae, entre los que destacan Catón, Varrón, Columela y Paladio, consideraron parte insoslayable de sus textos la cría y la explotación de bueyes, caballos, mulas, vacas, ovejas, cabras, cerdos, gallinas, palomas, tórtolas, patos, gansos, pavos, abejas o perros. Unos colaboraban en la realización de las distintas tareas agrícolas y en el transporte de cargas, mientras que otros proporcionaban alimentos —tanto carne como productos derivados: leche, huevos, miel, lana, cuero, pluma, etc.—, ingredientes para la confección de diferentes medicamentos, seguridad o eran utilizados como elementos básicos de una economía doméstica, fundamentada en los trueques y cambios. Por consiguiente, resultaba difícil, cuando no imposible, separarlos de la vida y de los trabajos cotidianos de campesinos y hacendados.

Los escritores modernos recibieron esta tradición y la incorporaron a sus volúmenes, como un nuevo tributo hacia aquellos venerables sabios que les habían precedido. Tal es el caso de Gabriel Alonso de Herrera, cuya Obra de agricultura, más tarde rebautizada como Libro de agricultura, vio la luz en el taller alcalaíno de Arnao Guillén de Brocar el 8 de junio de 1513. Esta es la fecha que marca en el calendario el nacimiento de la tratadística geopónica española y europea, pues, como se ha señalado en numerosas ocasiones, es el primer texto de tal temática escrito en una lengua romance. Pese a las críticas que, según su propia narración de los hechos, le granjeó su elección lingüística —los labradores eran analfabetos en su mayoría y, por experiencia, sabían más de su oficio que cualquier escritor antiguo o moderno, por lo que no necesitaban ningún manual—, y en contra de cualquier pronóstico, el libro se convirtió en un auténtico éxito. Así lo demuestran las seis ediciones que se hicieron en vida del propio autor (Alcalá de Henares, 1513; Toledo, 1520; ¿Zaragoza?, 1524; Alcalá de Henares, 1524; Logroño, 1528; Alcalá de Henares, 1539), a las que seguirían otras muchas, incluidas algunas traducciones al italiano y al inglés, hasta alcanzar en la última década del siglo pasado un total de treinta y cuatro. Dos de aquellas seis primeras, la de 1528 y la de 1539, fueron aprovechadas por el geópono de Talavera de la Reina para efectuar todo de tipo de enmiendas, supresiones y añadidos procedentes de nuevas lecturas, reflexiones y experiencias. La fama, sin embargo, como en tantas otras ocasiones nos ha mostrado la historia, no vino acompañada de una adecuada retribución monetaria, pues en la impresión lucroniense confiesa: «Quiérense comer pocas [aceitunas], porque son dañosas, aunque yo no lo hago assí, que me como un plato d’ellas porque me saben bien y las más vezes por no tener otra cosa» (1528: CVv).

Alonso de Herrera es, sin ningún género de duda, una de las mentes científicas más modernas y preclaras del siglo xvi. He aquí, tal vez, una de las razones en que pudo cimentarse su popularidad. En este sentido, por ejemplo, no se limita a recopilar la tradición griega, latina y árabe, sino que intenta adaptarla a la realidad española de la época y la cuestiona a través de la experimentación, que conceptúa como uno los pilares del avance tecnocientífico: «[…] cada día pruevan las gentes y la naturaleza muchas vezes ayuda a los que algo experimentan, y aun ella se combida muchas vezes. Y aunque alguna vez yerren los que comiençan, no por esso deven de cessar de provar, que pocos salen maestros a los principios sin que yerren. Y esto es, generalmente, en todos los oficios y esciencias. Y para menos errar es bien ver y deprender de los que saben experiencia, que no todas vezes basta el leer solo, ni saber la teórica y arte sin la vista y experiencia» (1539: XXXIIIr). Se adelanta algunas centurias a ciertos presupuestos ecologistas sobre la reforestación de los bosques cuando reconoce que «poner árboles para hijos y nietos y muchas generaciones, y como otros plantaron para nós y gozamos de su trabajo, cosa justa es que nosotros trabajemos y plantemos para nós y para los que después de nós vinieren, que, bien mirado, ninguno nació para sí mismo solamente» (ibid.: Lr). O, por poner un último botón de muestra, se manifiesta abiertamente contrario al maltrato animal: «[…] matan [en España] los toros con un peligroso plazer, echándoles lanças y garrochas, como si fuessen malhechores, no teniendo culpa, y, lo que es mayor error, hazerse en honor de santos y en sus fiestas. ¿Pensamos, por ventura, que con fiestas y plazeres deshonestos avemos de agradar a los santos, que sabemos que con ayunos, lágrimas y oraciones y afliciones agradaron a Dios y alcançaron su gloria? Bien creo que no aprovechará dezir esto, mas no lo callaré, siquiera por satisfazer a mi conciencia: que Dios se ofende d’ello reziamente, porque, lo uno, y esto es lo más principal, no se puede hazer sin grave pecado de todos los que miran y ofensión de Dios. Allende d’esto, cuántos peligros, muertes, heridas, disfamias, males y escándalos nacen de aquestos juegos aun los ciegos lo veen, y por Dios yo no lo alcanço a saber qué plazer se puede aver de matar a lançadas y cuchilladas a una res de quien ningún mal se espera, antes mucho provecho. Y si mal allí haze, la necessidad y desperación le fuerça a le hazer» (ibid.: CLXXVIIIv-CLXXIXr). Afirmaciones estas últimas que, aun de forma presentista, le han granjeado el título de primer antitaurino de nuestra historia.

Aunque la sombra del Libro de agricultura fue alargada y, de alguna forma, frenó su advenimiento, a partir de 1578 aparecieron otros tratados afines, algunos de ellos con la intención de cubrir sus lagunas o de profundizar en algunos aspectos a los que, en un volumen de carácter general, no se les había podido dedicar toda la atención requerida. A estas premisas responden los Diálogos de la fertilidad y abundancia de España (1578) y el Despertador (1581), de Juan de Valverde Arrieta; el Arte para criar seda (1581), de Gonzalo de las Casas; el Tratado breve de la cultivación y cura de las colmenas (1586), de Luis Méndez de Torres; la Agricultura de jardines (1592, primera parte; 1597, segunda parte), de Gregorio de los Ríos; y los Discursos del pan y del vino del Niño Jesús (1600), de Diego Gutiérrez Salinas. Con ellos se afianza la literatura geopónica en España, ofreciendo también resultados pioneros, tanto a nivel hispánico como europeo, en áreas como la apicultura, la sericicultura y la jardinería. Además, eran sentidos como teselas de un mismo mosaico, o como integrantes de un corpus indivisible, lo que propició que a partir de 1598 se imprimieran de forma compilatoria y que en 1620, en la impresión preparada por la viuda de Alonso Martín, se presentaran bajo el título de Agricultura general, con el que a veces se ha identificado, de forma errónea, el tratado herreriano.

Desde ese momento, y ya de forma ininterrumpida, el número de títulos fue incrementándose de modo exponencial, siendo particularmente profusos en los siglos xviii y xix, tanto en obras de creación como en traducciones, así como en repertorios de carácter enciclopédico y lexicográfico. De hecho, la Real Academia Española acogió como autoridades de su primer diccionario (1726–1739) a Alonso de Herrera, reconocido ya abiertamente como el padre de la geoponía hispánica y elevado a la categoría de clásico, y, aunque de manera indirecta y muchas veces sin advertir que los ejemplos recopilados no pertenecían al Libro de agricultura, a De las Casas, a Méndez de Torres y a De los Ríos. Sus obras fueron sometidas a expurgos constantes, lo que animó la inclusión de ciertos términos en las ediciones del Diccionario de la lengua castellana —el conocido anteriormente como DRAE— hasta la primera mitad del Ochocientos, de una forma más acentuada en la de 1803.

A pesar de la situación descrita, es necesario reconocer que ninguna de estas obras ha logrado conquistar un hueco ni en la historia de la ciencia y de la técnica ni, lo que resulta más extraño, en alguna de las ya numerosas historias de la agricultura, mucho menos aún en la historia de la lengua. A ello ha contribuido esencialmente la ausencia de ediciones y transcripciones realizadas bajo estrictos criterios filológicos que consientan un acceso fidedigno a los textos, ya sea a especialistas de las más diversas áreas, ya a cualquier curioso lector. (Me niego a pensar en la posibilidad de que a nadie le haya interesado hasta ahora esta parcela de la ciencia y de la técnica españolas). Este oneroso panorama, sin embargo, ha servido de estímulo a los miembros del grupo de investigación Léxico Español de la Economía (GILEE), que, desde hace catorce años, se ocupan de la edición crítica y del estudio de los siete textos mencionados. En sus trabajos se ha caracterizado el nacimiento del tecnolecto geopónico en lengua castellana, sin descuidar otros ámbitos próximos, de manera fundamental la medicina, la farmacopea, la albeitería y la gastronomía. Se ha prestado particular atención a la documentación y al análisis de presuntos neologismos, pero también se han dedicado esfuerzos considerables a explicar ciertos términos y ciertas realidades hoy ya desaparecidos; a las consecuencias de la variación diatópica, consustancial, como han demostrado los atlas lingüísticos y etnográficos, a la terminología agrícola y ganadera y que la ligan tan estrechamente a la dialectología histórica y a la etnolingüística; a la presencia de erratas y variantes en las distintas ediciones, algunas de las cuales han condicionado su tratamiento lexicográfico posterior, con la consiguiente aparición de diversos fantasmas léxicos; a los recursos morfológicos y sintácticos que caracterizan estos primeros tratados; y, por último, a la recepción del vocabulario geopónico en algunos diccionarios, lo que ha vuelto a poner de manifiesto la complicada pero necesaria relación que debe establecerse entre filología y lexicografía.

No obstante, una vez conocida esta etapa inicial, lo que procede es la apertura de nuevos horizontes investigadores, fundamentalmente a través de la ampliación de los límites cronológicos, tanto hacia el pasado medieval, dominado por la agricultura árabe, como hacia las centurias posteriores, de manera particular las vinculadas con la revolución industrial. De igual forma, resulta imprescindible contar con nuevos materiales de estudio, desde documentación notarial hasta diccionarios y enciclopedias, pasando por textos legislativos, botánicos, gastronómicos, periodísticos… Una tarea de dimensiones colosales para la que resulta imprescindible contar con la colaboración de aquellos equipos y proyectos cuyos objetos de estudio están asociados a la agricultura. O lo que es lo mismo, si pretende alcanzarse, o al menos perfilarla, una historia integral del tecnolecto geopónico, hace falta contar con la implicación de la comunidad científica. Hoy en día, al menos para el redactor de estas líneas, resulta imposible no concebir la investigación como una suma de fuerzas, como una auténtica empresa colectiva.

Tales son los fundamentos que han presidido la gestación de este libro, donde se reúnen dieciséis trabajos en los que se aborda el análisis del léxico agrícola y ganadero en tipologías textuales, cronologías, geografías y ámbitos de especialidad fronterizos. Una muestra notable que pone de manifiesto la riqueza de materiales, su fertilidad léxica y lexicográfica, las diferentes metodologías desde las que pueden ser abordados, los resultados novedosos y en ocasiones sorprendentes que pueden obtenerse y, así mismo, las muchas y sugestivas veredas por las que nos invitan a pasear. No menos importante, todas las contribuciones evidencian cómo la recuperación del patrimonio bibliográfico, delimitada por pautas estrictamente filológicas, está en la base del progreso científico y permite, por mencionar solo uno de los ejemplos más significativos que a este respecto se encuentran recogidos en estas páginas, descubrir ciertos fraudes editoriales que hasta ahora habían pasado desapercibidos. Solo de esta forma lograremos alcanzar algún día una visión global de la evolución de las ciencias agronómicas y de su nomenclatura fundamentada en los propios textos especializados. Mientras tanto, no resulta baladí poner el foco filológico en una actividad sobre la que ha girado buena parte de la historia de la humanidad —incluso hoy día, cuando la agricultura familiar representa el 80 % de la alimentación mundial— y espolear un interés multi- e interdisciplinar acorde con su propia idiosincrasia.

Como en todo viaje, no ha sido el destino la parte más trascendental, sino el trayecto y la compañía de los dieciocho investigadores que decidieron, sin el menor atisbo de duda, sumarse a esta aventura. Gracias a todos y cada uno de ellos por su generosidad, su esfuerzo y su trabajo. Como advierte la sabiduría popular, rara vez es mal año en campo bien sembrado.

Mariano Quirós García

Instituto de Lengua, Literatura y Antropología del CSIC

José Ramón Carriazo Ruiz

Geosinonimia, polisemia regular, metáfora y metonimia en algunos nombres de legumbres cultivadas: lenteja y lupino frente a alubia, frijol, habichuela, judía y arveja, chícharo, guisante, petipuá*

1. Introducción

En los nombres de las legumbres, como en los de los animales domésticos y en otras clases de fitónimos usuales en la vida cotidiana de las comunidades de habla hispánica, menudean las etimologías problemáticas, de origen prerromano, exótico o incierto (Fernández Ordóñez 2016, Carriazo Ruiz 2023). El par arveja-guisante resulta un buen ejemplo, pues se produce una sustitución parcial con un reparto areal entre ambas denominaciones de diversas especies vegetales, lo que lleva a una presunta confusión en el uso y convierte su historia en un rompecabezas, donde la documentación diacrónica y la marcación lexicográfica colisionan al elucidar tanto el referente que identifican como la distribución diatópica de las dos unidades léxicas. En este trabajo ampliaremos el estudio a los nombres de otras legumbres (almortas, altramuces, garbanzos, habas, judías y lentejas) para reconocer patrones denominativos y aportar una síntesis que pueda aclarar la semántica de esa clase léxica, así como la dinámica del préstamo inter- e intralingüístico y la variación en el uso cotidiano de la lengua entre unas comunidades de hablantes y otras. Las dificultades a la hora de identificar los referentes de los nombres de legumbres cultivadas saltan a la vista y se incrementan notablemente al contemplar la lexicografía histórica dialectal atlántica e incorporar la geosinonimia alubia, chaucha, frijol, haba, habichuela, judía y poroto; aunque el análisis de los datos en conjunto sirve, a la vez, para acotar las variaciones y caracterizar los miembros de la clase léxica por sus rasgos semánticos como sustantivos incontables discontinuos o de masa estructurada, del tipo oats y wheat (Wierzbicka 1985), así como para proponer una jerarquía prototípica basada en semejanzas de familia que organiza los geosinónimos como miembros de una taxonomía con una serie ordenada y abierta de hipónimos bajo el hiperónimo o descriptor semántico ‘legumbre cultivada’.

Las clasificaciones o taxonomías folk de las plantas y vegetales, cultivados o no, con los que las comunidades entran en estrecho contacto cultural se estructuran a partir de un nivel básico, donde las especies y subespecies más prominentes en la vida cotidiana del grupo reciben denominaciones singulares, agrupadas en categorías conceptuales superiores y con distinciones aleatorias en el nivel inferior, donde se encuentran designaciones varietales (muchas veces construidas ad hoc por las comunidades de hablantes recurriendo a la derivación morfológica o a la adjetivación). En el nivel intermedio es donde deben situarse los nombres del guisante, Pisum sativum L., en las distintas variedades de la lengua española. Las dos voces hoy más generales, arveja y guisante, presentan una historia complementaria: la primera se documenta en diccionarios del español desde Nebrija 1495 como «arveja legumbre» para identificar el latino ervilia, ae, y luego la traen Percival, Rosal, Mez de Braidenbach, Henríquez y Autoridades; guisante no aparece en el registro lexicográfico hasta 1721 y la quinta edición del DRAE (NTLLE: s. vv.). El portugués ervilha, descendiente directo del latino ervilia, como el castellano arveja, sirve a Bluteau para traducir el castellano guisante en su Diccionario castellano y portuguez para facilitar a los curiosos la noticia de la lengua latina, con el uso del vocabulario portuguez y latino […] (1716–1721). La voz latina es rara y tardía, apenas documentada en I, 43 de la Naturalis Historia de Plinio el Viejo: «farrago de ocino. ervilia medica de avena. morbi frugum»; en el Satyricon (57): «Quid nunc stupes tanquam hircus in ervilia?», y formando parte de una enumeración de legumbres en 2, 13 de Res Rustica de Columela: «aliis rursus peruri et emaciari; stercorari lupino, faba, vicia, ervilia, lenti, cicercula, piso. De lupino nihil dubito atque etiam»1. San Isidoro de Sevilla no la incluye en el capítulo 4 del libro XVII de las EtimologíasDe leguminibus—, dedicado a las legumbres y sus genera: «ex quibus faba, lenticula, pisum, faselum, cicer, lupinum gratiora in usum hominum videntur»2.

En el trabajo anterior ya mencionado (Carriazo Ruiz 2023: 90–92), el análisis de las formas alverjones, almortas, titos, yeros, pitos y guijas reflejadas en el mapa 226 del Atlas Lingüístico y Etnográfico de Castilla-La Mancha (ALECMAN) y en los diccionarios del español como denominaciones de la almorta nos llevó a la historia del par arveja-guisante para examinar el concepto de equivalentes geográficos (fitonímicos) o ‘(geo)sinónimos’, tal como lo ha descrito la sociolingüística cognitiva (Moreno Fernández 2012: 105–124). Hallábamos entonces la clave para la interpretación del mapa 226 del ALECMAN en la entrada del Diccionario histórico de la lengua española (1933–1936) para almorta, relacionada con guijas, guisantes y titos en varias citas. El Diccionario de autoridades ya se refería al nombre manchego de las almortas, identificándolo con el latín «Pisum, i». El Diccionario histórico de la lengua española (1960–1996) abre la entrada almorta con la definición de Autoridades y distingue dos acepciones: «Guija, semilla de la leguminosa Lathyrus sativus L. Ú. m. en pl.» y «2. La planta leguminosa papilionácea Lathyrus sativus L.», con cuatro subacepciones que identifica como denominaciones de la «planta papilionácea (Lathyrus aphaca L.)» —la be—, la «planta Lathyrus pratensis L.» —la «c) ~ de prados»—, la «planta Lathyrus cirera L.» —la «d) ~ montesina o silvestre»—, la «Almortilla (Lathyrus setifolius L.)», la «e) ~ de lagartija» y la «planta Lathyrus aestivalis L.», la «f) ~ gris», que son variedades de Lathyrus (TDHL: s. v.). Todas estas especies tienen en común ser causantes de latirismo, por lo que su identificación es crucial para la etnobotánica. Las citas incluidas en la entrada sugieren la alternancia de almortas o almuertas con guijas, muelas y titos en Castilla y con arvejote en Álava. CorLexIn no nos permite proyectar los datos del Atlas y el Diccionario de autoridades hacia el pasado, pues solo contiene un ejemplo de titos: «Yten, vna arca de pino con cosa de una anega de titos y lentexas» (Villacelama, León, 1638); dos de chícharos: «Yten una tinaja grande, de España, con una fanega de chícharos, poco más o menos» (Adeje, Tenerife, 1695) y «Dies fanegas de chícharos» (Garachico, Tenerife, 1695); sendos de arbejas: «Más vna anega de arbejas» (Valle de Guriezo, Cantabria, 1667) y alberjones: «vna fanega de alberjones» (Cádiz, 1654); pero ni rastro de almortas, almuertas, guijas o muelas. También encontramos ejemplos de alubias: «vn celemín de alubias» (Cervera, La Rioja, España, 1625), «tres fanegas de alubias» (Guadalajara, España, 1625), «dos almudes de alubias» (Cortes, Navarra, 1645) y un único ejemplo del singular arbeja: «Yten, vn celemín de arbeja» (Tolosa, Guipúzcoa, 1633). Según el Diccionario histórico del español de Canarias, «en el español de Canarias y de América se ha mantenido la designación más antigua, sin modificarse en el transcurso del tiempo»; es decir, si bien el significado antiguo era ‘guisante’, «en la España peninsular arveja suele aplicarse hoy a la Vicia sativa», por lo que el uso actual peninsular difiere del americano. ¿El celemín guipuzcoano de arbeja, singular como sustantivo incontable, se referiría a guisantes o, quizás, a almortas o alverjones o guijas o titos…? Resulta imposible decirlo, aunque la documentación del singular precedido de una expresión partitiva sí nos confirma que se trata de un nombre de masa, incontable y quizás neutro de materia, aunque también pudiera ser un error de transcripción y que estuviera la marca de plural, como en el inventario de Guriezo. En cualquier caso, algunas denominaciones de las especies linneanas Lathyrus sativus, Pisum sativum y Vicia sativa, entre ellas las latinas ervilia, pisum o vicia y las castellanas arveja-guisante y almortas, alverjones, guijas, pitos, titos y yeros, experimentan una progresiva dialectalización u obsolescencia —similar a la descrita en pares como alfayate/sastre y alfajeme/barbero, entre otros, donde el arabismo se ve sometido a un proceso de pérdida léxica detalladamente estudiado por Patricia Giménez Eguíbar (2010, 2015, 2016, 2019, 2021, 2024)—, mientras otras alcanzan una difusión areal muy amplia convirtiéndose en geosinónimos o, incluso, en panhispanismos. En este trabajo nos centraremos en el doblete arveja-guisante, para hacer su análisis en el uso de las comunidades hispanohablantes a través de los corpus, investigaciones dialectales y diccionarios, en contraste con las unidades léxicas del segundo elenco (almortas, alverjones, guijas, pitos, titos y yeros). Veremos primero, por su relación etimológica con las dos protagonistas, cómo se han comportado las denominaciones de las otras legumbres cultivadas enumeradas por el geópono gaditano hispanolatino y repetidas —a excepción de ervilia y vicia, reemplazadas con faselum— por el obispo hispalense.

2. Cuestiones etimológicas

Para Segura Munguía (2013), la traducción en castellano de la enumeración de leguminosas cultivadas recogida por Columela —«lupino, faba, vicia, ervilia, lenti, cicercula, piso»— sería: «altramuz, haba, veza/arveja [leguminosa], arveja, lenteja, garbanzo/guisante, guisante»; a partir de los datos de Corominas y Pascual, como veremos a lo largo de este apartado, podría proponerse esta versión etimológica alternativa: «altramuz, haba, veza, arveja, lenteja, almorta, guisante». Según estos últimos, garbanzo sería un nombre de origen quizá gótico o prerromano, «posiblemente sorotapto» (DECH: s. v.), empleado para designar tanto el guisante como la almorta, junto a almorta, arveja, chícharo, galbana «ant. ‘especie de guisante’, mod. ‘desidia, pereza’» (DECH: s. v.), guija «‘almorta’, tomado del catalán guixa» (DECH: s. v. GUIJA II) y guisante «en aragonés bisalto, bisalte o guisalto, en Santander bisán, en Abenbeclarix biššáut, es palabra de origen mozárabe, alteración de esta última forma, que procede del lat. pĭsum íd.; probablemente viene de una denominación compuesta pĭsum sapĭdum ‘guisante sabroso’, empleada para diferenciar esta legumbre de otras análogas» (DECH: s. v.), frente a altramuz, alubia, chaucha, haba, frijol, judía, lenteja, lupino y poroto, relativamente claras por no traducir nunca pĭsum. Repasemos la historia de las unidades léxicas incluidas en estas series geosinonímicas.

2.1. Los nombres del lupino

Las leguminosas del género Lupinus se llaman en español altramuz (Herrera) —altarmuz, atramuz—, entramoço o atramoz (Laguna) del port. tremoço, en catalán tramús, llobí. El cast. lupino es cultismo contemporáneo, en el DRAE desde 1884 (DECH: s. v. altramuz). Los diccionarios históricos nos informan de que tras Gabriel Alonso de Herrera la forma altramuz se documenta en América (Oviedo, Cobo) y en glosa con el cultismo en Torres Villarroel: «El lupino o altramuz va siguiendo al Sol que huye» (1932: s. v.); más adelante se añaden variantes gráficas, referencias lexicográficas, documentación medieval y algunas subacepciones correspondientes a variedades locales de la planta (1960–1966: s. v.). El Diccionario ejemplificado de chilenismos y de otros usos diferenciales del español de Chile, I: A-Caz (Morales Pettorino, Quiroz Mejías, Peña Álvarez 1984: s. v.) especifica que con este nombre se identifican dos especies vegetales distintas: la arvejilla o garbancillo (Lupinus microcorpus) y el chocho (Lupinus arboreus).

2.2. Los nombres de la faba

Algo más compleja parece la historia de las traducciones de faba: fava, haba es general y compartido con los otros romances. Como aclara el DECH (s. v. haba), desde Asturias hasta los dialectos franceses occidentales, faba designa la habichuela (1733, Suárez de Ribera) o judía: cast. arbejas luengas, ar. judía. La especie es siempre el Phaseolus vulgaris L., así judihuelo y judía en Laguna y en Palmireno (1573), pero la denominación parece indudablemente aragonesa; se trataría, según Corominas y Pascual, de la «alteración de un representante mozárabe de phaseolus, la denominación más extendida en la Romania y aun en España misma: de ahí *fasiólo > *fusiólo, con la asimilación típica del mozárabe, luego castellanizado en *husihuelo y por etimología popular judihuelo» (DECH: s. v. judío). Es vocablo central en la Península, extraño tanto al portugués como al catalán3. No nos parece tan descabellada la hipótesis de «Gonzalo C. Leira, Papeles de Son Armadans, número 238, 1976, 69–70» (DECH), según la cual «el nombre se aplicara primero a las judías sin vaina, extendiéndolo después a las judías tiernas y a todas la habichuelas, y supone que se diría primero haba judía por alusión al glande del circunciso; todo es hipotético en esta explicación, empezando por el inicial carácter obsceno de la expresión y el hecho de que se llamara haba judía y no haba mora o morisca, cuando estos eran más numerosos que los judíos», pues los propios Corominas y Pascual señalan el sentido figurado ‘glande del pene’ para faba («como el cat. fava, en el Epílogo en Medicina, aragonés, publ. Burgos 1495», DECH: s. v. judío, n. 5); otra cuestión es la de la preferencia por los hebreos entre los circuncisos. En todo caso, nos quedaremos con la primera parte de la teoría, según la cual el castellano habichuela podría haberse reservado para la vaina verde, mientras se prefirió para la semilla seca el nombre judía, quizás una formación regresiva, originalmente aragonesa, de judigüela o judihuelo, alteración mozárabe de phaseolus.

Fernández de Oviedo no solo aporta las dos denominaciones usuales en español para esta especie de legumbres —arvejas luengas, en Castilla; judías, en Aragón—, sino que su objetivo es informar de que las variedades americanas cunden mucho más que las europeas: «fesoles: estos se hazen acá [América] muy bien… llámanse en Aragón judías y en mi tierra arbejas luengas». Además introduce un cognado de la forma más general en el español y portugués contemporáneos: frijol4. Junto a esta, encontramos en la Península el arabismo alubia5. En al ámbito europeo, la historia de la geosinonimia se completa en el continuum norteño peninsular con la superviviencia pasiega «[finsján] (V3 P2), [finsán] (S1), [fisán], [bisán] (R2)» (Penny 1969: 240), aunque Corominas y Pascual señalaran el sant. bisán como nombre del guisante. Jaime Peña Arce (2023) remite desde bisán a fisán, que identifica con «Alubia» (ss. vv.). Por otra parte, en El habla pasiega, Penny recoge la forma alubia en la mayor parte de las denominaciones varietales o subespecíficas:

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468
Publication Year
2024
ISBN (PDF)
9783631919590
ISBN (ePUB)
9783631919606
ISBN (Hardcover)
9783631919583
DOI
10.3726/b21879
Language
Spanish; Castilian
Publication date
2025 (January)
Keywords
Geoponía Historia de los lenguajes de especialidad Filología Lingüística histórica Lexicografía Lexicología Variación lingüística Agricultura Ganadería Apicultura Sericicultura Botánica Gastronomía Historiografía lingüística
Published
Berlin, Bruxelles, Chennai, Lausanne, New York, Oxford, 2024. 468 p., 17 il.blanco/negro, 2 tablas.
Product Safety
Peter Lang Group AG

Biographical notes

Mariano Quirós-García (Volume editor)

Mariano Quirós García es Científico Titular del Instituto de Lengua, Literatura y Antropología (CSIC). Desde 2010 es IP del grupo de investigación Léxico Español de Economía. En los últimos años, su investigación fundamental se ha centrado en la edición de los tratados económicos y geopónicos castellanos del siglo XVI, y en el estudio de la terminología propia de estas dos áreas.

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Title: La geoponía en su historia