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Reacciones ante el anglicismo en los medios de comunicación españoles

by Jesús Castañon Rodríguez (Author) Félix Rodríguez González (Author)
©2025 Monographs 366 Pages

Summary

La permanente influencia del inglés sobre la lengua española desde el siglo XVIII ha recibido la atención de los investigadores con planteamientos que van desde la erudición, el casticismo, la crítica filológica y las anotaciones a los clásicos hasta recientes estudios sobre los usos y los cambios lingüísticos. Este libro analiza los anglicismos y su reflejo en el ámbito de la comunicación, desde el debate público sobre la posible insuficiencia expresiva de la lengua castellana ante la modernidad científica, industrial o tecnológica hasta destacar la labor de los medios para dar estabilidad a la lengua española. Recorre etapas, combina la interactuación entre el marco lingüístico y el ámbito periodístico, analiza voces que opinaron sobre este asunto, describe ejes temáticos y estrategias para autorizar, deslegitimar o racionalizar usos, comenta términos. Resultará útil a investigadores en sociología, comunicación, lexicología, historia del español, historia de la comunicación y el inglés y sus culturas.

Table Of Contents

  • Cubierta
  • Falsa portada
  • Portada
  • Página de derechos
  • Índice
  • Prólogo
  • Comunicación y aculturación
  • 1 Introducción general
  • 1.1 La influencia de lenguas foráneas en el español
  • 2 Etapas y contextos
  • 2.1 Ilustración
  • 2.2 Siglo XIX
  • 2.3 Siglo XX
  • 2.3.1 Primera oleada
  • 2.3.1.1 Puristas
  • 2.3.1.2 Posturas abiertas a la renovación
  • 2.3.1.3 Novadores
  • 2.3.1.4 La Guerra Civil y la posguerra inmediata
  • 2.3.2 Segunda oleada
  • 2.3.3 Tercera oleada
  • 2.3.3.1 Años setenta
  • 2.3.3.2 Años ochenta
  • 2.3.3.3 Años noventa
  • 2.4 Siglo XXI
  • 2.4.1 Cuarta oleada
  • 2.4.1.1 Primer decenio
  • 2.4.1.2 Años diez
  • 2.4.1.3 Años veinte
  • 3 Tipos de voces y autoridades que opinan
  • 3.1 Periodistas
  • 3.2 Escritores
  • 3.3 Académicos
  • 3.4 Lingüistas
  • 3.5 Profesores
  • 3.6 Aficionados al idioma
  • 3.7 Redes sociales
  • 4 Ejes temáticos, estrategias discursivas y aspectos estilísticos
  • 4.1 Ejes temáticos
  • 4.1.1 Territorial
  • 4.1.1.1 Exotismo-casticismo
  • 4.1.2 Social
  • 4.1.2.1 Modernidad frente a tradición
  • 4.1.2.2 Anglicismo necesario contra anglicismo innecesario
  • 4.1.2.3 Uso y abuso
  • 4.1.3 Nativista de corte defensivo
  • 4.1.3.1 Lamento por el deterioro
  • 4.1.3.2 Esfuerzo contra comodidad
  • 4.1.3.3 El prestigio de lo foráneo sobre lo local
  • 4.1.4 Nativista defensora de las cualidades de una lengua
  • 4.1.4.1 Innovación y purismo
  • 4.1.4.2 Planteamiento como solución a problemas
  • 4.1.5 Sociopolítica
  • 4.2 Estrategias discursivas
  • 4.2.1 Autorización
  • 4.2.1.1 Tradición
  • 4.2.1.2 Costumbre
  • 4.2.1.3 Ley
  • 4.2.1.4 Institución
  • 4.2.1.5 Autoridad
  • 4.2.2 Deslegitimación
  • 4.2.2.1 Rechazo total e irracional
  • 4.2.2.2 Rechazo racional tras evaluar, abstraer y comparar lenguas
  • 4.2.2.3 Mitopoesis
  • 4.2.3 Racionalización
  • 4.2.3.1 Racionalización instrumental
  • 4.2.3.2 Racionalización teórica
  • 4.3 Estilo
  • 4.3.1 Marcas de estilo
  • 4.3.1.1 Hablantes
  • 4.3.1.2 Expresiones denigratorias
  • 4.3.1.3 Acciones
  • 4.3.1.4 Acciones y efectos
  • 4.3.1.5 Marcas tipográficas
  • 4.3.1.6 Otras expresiones
  • 4.3.2 Metáforas
  • 4.3.2.1 Lenguaje bélico
  • 4.3.2.2 La lengua como organismo
  • 4.3.3 Otros recursos
  • 5 Comentario de algunas voces y reacciones curiosas
  • 5.1 Uso desmedido de anglicismos crudos o directos
  • 5.1.1 Aspectos generales
  • 5.1.2 Uso excesivo de formas en –ing
  • 5.1.3 Traducción literal de las voces inglesas
  • 5.1.4 Precisiones sobre el uso y significado de algunos anglicismos
  • 5.1.5 En torno a la ortografía de influencia inglesa
  • 5.1.6 Introducción de anglicismos y usos innecesarios
  • 5.1.7 Uso del inglés en los anuncios comerciales
  • 5.1.8 Anglicismos semánticos y falsos amigos
  • 5.1.9 Algunos plurales ingleses
  • 5.2 Reacción y uso de nuevos neologismos
  • 6 Conclusiones
  • 7 Referencias bibliográficas
  • 8 Lista de medios de comunicación
  • 9 Apéndice: La diferente visión del español de América
  • 9.1 Etapas
  • 9.1.1 Siglo XIX
  • 9.1.2 Siglo XX
  • 9.1.2.1 Primer y segundo decenio
  • 9.1.2.2 Años veinte, treinta y cuarenta
  • 9.1.2.3 Años cincuenta, sesenta y setenta
  • 9.1.2.4 Años ochenta
  • 9.1.2.5 Años noventa
  • 9.1.3 Siglo XXI
  • 9.1.3.1 Primer decenio
  • 9.1.3.2 Años diez
  • 9.1.3.3 Años veinte

Prólogo

Darío Villanueva

Exdirector de la Real Academia Española

Félix Rodríguez González culmina ahora una trilogía sobre los anglicismos en español amparado por su cumplida trayectoria como estudioso y profesor de ambas lenguas. El primer volumen data de 2021, Anglicismos en el español contemporáneo: una visión panorámica, y fue prologado por J. Humbley de la Universidad de París; el segundo, Estudios sobre el anglicismo en el español actual: perspectivas lleva el prólogo de S. Dworkin de la Universidad de Michigan; y el tercero, el presente, fruto de su colaboración con Jesús Castañón Rodríguez, con el que ya había publicado asimismo en 2021 un Diccionario de anglicismos del deporte, trata complementariamente, como su título indica, de las distintas posiciones y manifestaciones acerca de este tema en los medios de comunicación de habla española. A él me ha convocado también como prologuista, tarea que me corresponde al alimón con mi buen amigo, colega y paisano el historiador y periodista Celso Almuiña.

Durante nueve años hube de ocuparme también de los anglicismos por mi condición de secretario primero y luego como director de la Real Academia Española, condición esta última que llevaba emparejada la presidencia de la Asociación de Academias de la Lengua Española. Y así, se puede seguir la huella de numerosas declaraciones mías al respecto, algunas de las cuales están recogidas aquí en uno de los apartados dedicados a las “autoridades que opinan”, concretamente el de los académicos que figuramos junto con los periodistas, escritores, lingüistas, profesores e, incluso, “aficionados al idioma”.

Con estos antecedentes, huelga decir que en relación con el asunto, y a veces problema, de los anglicismos en el español sigo las directrices de la doctrina académica, especialmente plasmadas en nuestro siglo por tres obras principales, el Diccionario panhispánico de dudas de 2005, la monumental Ortografía de la lengua española de 2010, y el Libro de estilo de la lengua española según la norma panhispánica que se publicó en 2018, el último año de mi mandato como director.

Félix Rodríguez González y Jesús Castañón Rodríguez mencionan reiteradamente esta doctrina, que lógicamente se ha aplicado punto por punto a la vigésimo tercera edición del diccionario académico aparecida en 2014. A saber: la distinción entre los anglicismos crudos, los que contienen grafías ajenas al español o presentan una pronunciación distinta de la esperable en nuestra lengua, que han de escribirse siempre en letra cursiva, y los anglicismos adaptados, fruto del esfuerzo por preservar el alto grado de cohesión entre forma gráfica y pronunciación característico de la lengua española. Empeño que obedece tanto al respeto debido a la identidad genuina de nuestro idioma como al reconocimiento inexcusable del comercio que siempre ha existido entre las lenguas, que se prestan recíprocamente palabras y expresiones para designar realidades o situaciones novedosas o simplemente desconocidas entre ellas.

Dicho esto, añadiré ex abundantia cordis que agradezco sobremanera la invitación para escribir este prólogo porque, liberado ya de responsabilidades institucionales en la RAE, a la que sigo perteneciendo como mero ocupante de la silla D mayúscula, puedo expresarme ahora con una libertad mayor, quizá sin excesivo bagaje científico para ello (como bien se sabe, no soy lingüista, aunque sí reivindico para mí la condición de filólogo) pero con el aval de que siempre me he preocupado por contribuir al mejor entendimiento y resolución del que algunos califican como “problema” del anglicismo.

A este respecto, y para definirme desde ya, tomaré prestado el brillante título de aquel libro sobre la cultura de masas que Umberto Eco publicó en 1964. Ante el asunto que nos ocupa, no me sitúo en el bando de los apocalípticos sino en el de los integrados, siempre, eso sí, en la línea establecida por la Academia. Pero no oculto mi preocupación y rechazo ante los que en el Diccionario panhispánico de dudas se definían como “extranjerismos superfluos o innecesarios”, que son aquellos para los que existen equivalentes españoles con plena vitalidad. Pueden venir desde distintas lenguas, pero no cabe duda de que la parte del león en tal epidemia se la lleva la lengua de Shakespeare y de los Beatles.

No quisiera ponerme estupendo en estas páginas que han de ser modestas en cuanto son prologales. Pero lo cierto es que esa preocupación concreta y puntual por los anglicismos superfluos alimenta otra de rango superior, presente en dos de mis últimos libros, Morderse la lengua (2021) y El atropello a la Razón (2024).

Se trata de las actitudes individuales y colectivas (¿posmodernas?) que en relación con la lengua se caracterizan, a mi modo de ver, por el desapego y la ligereza. Por una frívola falta de respeto que bien podría buscar su justificación tanto en Lyotard como en Derrida. El repudio de este último a toda referencia céntrica incluye en el concepto de logos tanto la razón o los principios como la palabra y el lenguaje. Para él, logocentrismo significa, junto a la sobrevaloración de la lengua, la reprobable afirmación de la verdad como presencia cierta. Y en cuanto a Lyotard, su negación de los “grandes relatos legitimadores” probablemente incurrió en una omisión incomprensible al enumerarlos, pues ¿qué entidad reúne más y mejor todas las condiciones para ser reconocida entre ellos que el lenguaje? El lenguaje, efectivamente, como el relato legitimador por antonomasia de todos los demás, pues los grandes sistemas de pensamiento, las ideologías, las ciencias, las religiones existen como tales y se manifiestan gracias a él, gracias a las palabras. Por eso el rechazo radical de una “razón totalizante” arrastra consigo, si no al lenguaje en su totalidad —una verdadera aporía—, sí al menos descarta su consideración respetuosa, condigna con su naturaleza inobjetable. Esa falta de respeto, ese atropello es el que practican sin tiento ni mesura la corrección política y la posverdad. Y explica, para mí, la proliferación en el mundo hispanohablante de los anglicismos innecesarios y superfluos.

Es, ciertamente, para preocuparse la contaminación, muchas veces incomprensible, del español por el inglés. Resulta desmesurada la incidencia de esta tendencia en la publicidad, que abusa de términos de esa procedencia como si las cosas, al ser mencionadas en esta lengua, tuvieran mayor calidad y más valor. Lo mismo cabe decir en el apartado de los dispositivos, programas o sistemas tecnológicos. Es absurdo que en español se siga utilizando tablet y no tableta, con lo cual unas veces se dice en masculino y otras en femenino, pues en el inglés no existe género gramatical, sin mencionar la dificultad de pronunciar un plural en -ts. Y sigue sin caberme en la cabeza que la traducción genuina, limpia y directa de on line, que es en línea (verde y con asas…), no esté ni se la espere en nuestras conversaciones.

Detrás de estos comportamientos lingüísticos subyace cierto complejo de inferioridad que me parece indecoroso. Lo mismo que a los fundadores de la RAE les preocupaba en 1713 la presión del francés, ahora el problema es mucho mayor con la nueva lengua franca, que lo es, no lo olvidemos, porque ganó la segunda guerra mundial. Y no se trata de defender una actitud de purismo recalcitrante. En el siglo XIX, el ferrocarril significó un gran avance tecnológico. Sus constructores eran ingleses y, con las máquinas trajeron las palabras. Pero estas ya se han integrado totalmente en el español. Cuando decimos vagón o raíl, no sentimos que sean vocablos foráneos. Lo que es muy difícil de comprender es el papanatismo de la utilización innecesaria e inconsecuente de términos ingleses. Por ejemplo, que un servicio de manicura se anuncie como Nails Factory, o un organismo oficial envíe una invitación que empieza con un Save the date e indique después el Dress Code. Papanatismo: según el DLE, “actitud que consiste en admirar algo o a alguien de manera excesiva, simple y poco crítica”.

Desafortunadamente, no es difícil en nuestro día a día encontrar por doquier muestras de este papanatismo, de semejante falta de respeto a nuestra lengua. Nos topamos con vallas publicitarias, carteles en escaparates, rótulos de comercios o negocios nativos, nombres de programas de televisión, anuncios de artículos especialmente relacionados con la moda y la belleza todos cargados de anglicismos. El Ayuntamiento de Madrid tuvo en su fachada durante meses una enorme pancarta que rezaba RefugeesWelcome como señal de acogida por parte de los madrileños a refugiados sirios, kurdos, iraníes, venezolanos o, finalmente, ucranianos. En la Gran Vía, el 65 % de los establecimientos comerciales, incluidos hoteles y cafeterías, se rotulan en la lengua de Tom Jones y en toda España numerosas tiendas cuelgan el cartel de shopping night y convocan el Black Friday, el Ciber Monday o la Fashion week. Entre los profesionales, se da igualmente la tendencia a presentarse como wedding planner, product manager, community manager, account executive, o CEO, acrónimo de chief executive officer, en lugar de consejero delegado. Y gran número de programas televisivos, tanto de canales privados como públicos, producidos y emitidos en España, llevan títulos en inglés: Master chef celebrities, Spain in a day, La voz kids, Sábado deluxe, All you need is love… o no, First dates, Home cinema, Got talent España, MVT Take away, The Game Show, Casino Gran Madrid On line Show, Love shoping TV… En 2017 y 2018, la cadena 1 de la TVE emitió una serie en clave de comedia, ambientada en España y protagonizada por el entorno familiar de dos hermanos, que se tituló, para mayor claridad, ¡Family!

En su última novela, titulada Mil doscientos pasos (2022), el escritor y periodista canario Juan Cruz Ruiz echa mano de una palabra estupenda: “apareció mi padre con un fotingo, que aparcó tan cerca de la puerta que sentí que entre la carrocería y la entrada no había más que un centímetro”. Me encanta no solo por su eufonía, por la música que generan sus sonoras consonantes y esa tripleta vocálica de una i acurrucada entre dos oes, sino también por su etimología y lo que representa de ejemplo en contra de esas repetidas prevaricaciones en el uso de nuestra lengua.

Un fotingo es un coche viejo y destartalado tal y como se empezó a registrar en los años cincuenta del pasado siglo en el español mexicano, pero lo más aleccionador del caso es que su origen está en la castellanización del lema publicitario con que Ford anunciaba sus primeros modelos con pedal de embrague: Foot it and go. Pisa y arranca.

Como ya apunté líneas atrás, el comercio léxico entre las lenguas es consustancial a su evolución constante, a su dinamismo. Entre todas se prestan palabras, dan y reciben. Cierto es que los idiomas de las sociedades más dinámicas y creativas, emprendedoras e inventoras llevan las de ganar porque cuando ponen en circulación un nuevo artilugio, moda o procedimiento, con ellos exportan también las palabras originarias que los designan. Pero en muchos casos la lengua que las recibe consigue asimilarlas a su prosodia, y pasado el tiempo se llega incluso a olvidar su carácter de préstamos lingüísticos.

Y, sin embargo, no exageramos alarmistamente cuando advertimos de la contaminación actual, muchas veces incomprensible, del español por el inglés. Resulta desmesurada la incidencia de esta práctica en amplios y relevantes sectores como el de tecnología, la empresa, el comercio, la economía, la ciencia, la comunicación o la publicidad.

A este respecto, cuando tenía autoridad y tribuna para ello, siempre abogué por el compromiso a favor de la adaptación de términos y expresiones inglesas siempre que fuere posible por parte de los sectores profesionales directamente concernidos. Poco pueden hacer las veinticuatro academias de ASALE para neutralizar los anglicismos más crudos, y además, siempre llegarán tarde. Quien puede intervenir activa y eficazmente desde el principio es la profesión que los recibe, y con su aceptación y empleo los consagra inmediatamente. La mera existencia de sensibilidad hacia el problema en cada ámbito profesional contribuiría a encauzar en la mejor dirección el torrente a veces arrollador de préstamos ingleses, sin olvidar también la ayuda impagable de los medios para consagrar las mejores soluciones en la comunicación pública, más allá de su empleo en el idiolecto del gremio o sector.

Tengo entre las más positivas experiencias de mi etapa como director de la RAE y presidente de ASALE nuestra colaboración, iniciada en 2014, con la Academia de Publicidad presidida por Fernando Herrero, y luego por Pablo Alzugaray.

Dicha colaboración se plasmó, por caso, en un encuentro que tuvo lugar en la sede de la RAE el 18 de mayo de 2016 organizado por ambas academias bajo el rubro de ¿Se habla español en la publicidad? Pero no me cabe ninguna duda de que, complementariamente, constituyó todo un éxito la repercusión pública que tuvo nuestra iniciativa conjunta mediante una campaña publicitaria producida por la empresa Grey España.

Consistió en dos spots o anuncios para la televisión, impecablemente concebidos y realizados, que se pueden visualizar desde YouTube. La estrategia seguida fue presentar primero las imágenes que publicitaban un producto utilizando una parafernalia verbal basada en anglicismos y repetir luego el anuncio desmitificándolo, por así decirlo, para demostrar que tras esa cortina de humo había un gran engaño.

El primero de los spots vendía la calidad y el estilo de unas gafas de sol que lucía un modelo masculino de impresionante facha, como es habitual en el medio. El lema era SUNSET STYLE WITH BLIND EFFECT, y en el contrapunto se explicaba que efectivamente, el efecto de tales anteojos era la ceguera, pues se trataba de unas lentes opacas que “no te dejan ver nada, oscuras como todas esas palabras en inglés”. El protagonista de las imágenes, que al principio se producía en escena con una elegancia de movimientos casi coreográfica, ahora se mostraba como un torpe invidente que desbarataba las piezas de un tablero de ajedrez o topaba con los biombos.

La campaña incluía asimismo un segundo anuncio no menos logrado, que se centraba esta vez en un perfume SWINE ideado por una tal Rebecca Robinson, y se presentaba como “a touch of magic” para una “new woman”. En el contraanuncio se desvelaba la trampa: ese perfume “suena muy bien pero huele muy mal”, porque consiste en “una fragancia a granja de cerdos que penetra hasta in yours dreams”. La estrategia publicitaria urdida incluía también la oferta de una muestra gratuita tanto de las gafas como del perfume que se podían obtener a través de internet. Acompañada lógicamente de la revelación del engaño.

Me parece de sumo interés para concluir mi prólogo traer a colación las siguientes palabras de Enric Nel.lo, director general creativo de Grey España: “Luchamos contra los anglicismos con sus propias armas: lanzamos un producto, unas gafas de sol, a través de una campaña de publicidad cuyo objetivo es demostrar los grandes malentendidos que el uso desmedido del inglés en la publicidad provoca en el consumidor”.

Tiene ello que ver, a lo que creo, con otro de los perjuicios que el uso de los anglicismos innecesarios y superfluos causa a la lengua, en el que quizá no se repara lo suficiente.

Me refiero a la cuestión de la claridad del idioma, que ha sido el objeto de una primera convención de la Red Panhispánica de Lenguaje Claro que tuvo lugar en la Real Academia Española en mayo de 2024.

Gran parte de la atención que se viene prestando a este problema de la oscuridad lingüística en la práctica de nuestro idioma atiende a la lengua de la administración y de la Justicia. Pero en mi intervención en la sesión IV, presentada como la correspondiente a “Lenguaje claro, tercer sector, servicios de interés general y universidades”, destaqué la responsabilidad que en el asunto tiene la propia sociedad civil, más allá de la esfera institucional y de la actividad lingüística de los poderes legislativo y judicial. Y puse como ejemplo de enemigos de la claridad dos: la corrección política y la publicidad, de la que son responsables las empresas del sector y los creativos de las agencias correspondientes.

En cuanto al primer enemigo mencionado, del que me ocupé por menudo en Morderse la lengua, ¡qué decir! No es hablar claro renunciar, por corrección política, a que un cadáver sea denominado por su nombre y referirse a él como “persona no viva” o “persona metabólicamente diferente”. Ni respetan ese requisito de transparencia expresiva hablantes cuir que nunca dirán mujer ni madre sino “persona menstruante” y “persona gestante”. Pero el mismo error cometido en la esfera de la publicidad, en mi modesto criterio de hispanohablante nativo se me mostró desnudamente en un caso flagrante que vieron estos mis ojos que se han de comer los gusanos, these eyes that are to be eaten by worms.

Circulando hacia Argamasilla de Alba, en plena ruta cervantina, a la vista los molinos giganteos de don Quijote, captó enseguida mi atención un establecimiento de carretera que se anunciaba con unas inmensas letras de neón encaramadas sobre su tejado: Show girls. Low cost. El público vernáculo es de suponer, sin embargo, que respondía suficientemente al reclamo aunque no supiese mucho inglés, pues identificaba perfectamente los servicios que el local ofrecía en medio del sereno, cálido y profundamente hermoso páramo manchego, arquetípico de lo que Cela gustaba denominar “la España árida”.

Pero a la sorpresa inicial le siguió en mis magines el ansia por encontrar algún rótulo equivalente que diera cuenta cabal de lo que en aquel establecimiento público se vendía a sus clientes potenciales, tanto indígenas como transeúntes. Pensé, incluso, si podríamos desempolvar un rubro suficientemente identificativo y que, por una vez, venciera a la lengua inglesa en lo que se le suele atribuir a título de ventaja sobre la castellana: la concisión y cortedad de palabras con no más de dos sílabas. Dotado además de una fonética rotunda y a la vez grata a los oídos de los clientes, que contribuyera asimismo mediante la repetición (I like Iike…) a la fijación en su memoria de la razón comercial y su oferta, recurso de frecuente uso por los publicistas tanto políticos como comerciales.

Y no me fue difícil encontrar la solución, una cláusula de tan solo dos palabras frente a las cuatro del rótulo inglés Show Girls. Low cost, perfectamente clara y reveladora sin tapujos de lo que se estaba ofreciendo: Burdel barato.

Comunicación y aculturación

Celso Almuiña,

periodista,

Details

Pages
366
Publication Year
2025
ISBN (PDF)
9783631927243
ISBN (ePUB)
9783631927250
ISBN (Hardcover)
9783631927267
DOI
10.3726/b22385
Language
Spanish; Castilian
Publication date
2025 (November)
Keywords
Medios de comunicación Lengua inglesa Lexicografía Lengua española Lenguas en contacto Lenguaje periodístico
Published
Berlin, Bruxelles, Chennai, Lausanne, New York, Oxford, 2025. 366 p.
Product Safety
Peter Lang Group AG

Biographical notes

Jesús Castañon Rodríguez (Author) Félix Rodríguez González (Author)

Jesús Castañón Rodríguez es doctor en Filología hispánica. Colaboró con la Real Academia Española en dos diccionarios publicados en 2001 y 2006. El lenguaje periodístico del fútbol (1993), Diccionario terminológico del deporte (2004) y Más de 555 millones podemos leer este libro sin traducción (2019) figuran entre sus publicaciones. Félix Rodríguez González es catedrático emérito de Lingüística Inglesa en la Universidad de Alicante y doctor en Lingüística Románica por la Universidad de Alberta (Canadá). Entre sus publicaciones están Spanish Loanwords in the English Language (1996), Gran diccionario de anglicismos (2017) y Estudios sobre el anglicismo en el español actual (2023).

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