Entre libros e hilvanes: Bartolomé Gutiérrez (1701-1758)
Summary
La segunda parte de la monografía ofrece importantes testimonios de la obra de Gutiérrez, en la que destaca la variedad de composiciones inéditas, así como el texto crítico íntegro del Poema histórico, las octavas proemiales de la Historia y las distintas redacciones paratextuales.
Nos encontramos, en definitiva, ante una sólida obra que desvela con rigor y amenidad los variados registros de Gutiérrez, a través de cuyas páginas desfilan importantes figuras de la centuria ilustrada como Mayans, Feijoo, Flórez o Campomanes, así como los inexcusables historiógrafos de la Antigüedad y del Siglo de Oro.
Excerpt
Table Of Contents
- Portada
- Página de medio título
- Página de título
- Página de derechos de autor
- Sumario
- Prefacio
- Primera parte
- 1. Genio, figura y escritos
- 2. En la onda del pliego de cordel
- 3. Del «salón» a la sacristía
- 4. Como «lechuza entre las águilas»
- 5. Un «humilde historiador poético»
- 6. La Historia: testimonios y paratexto
- 7. Gutiérrez y los académicos
- Segunda parte
- Criterios ecdóticos
- 1. La hermosa Arida
- 2. Versos «de repente»
- 1. Gutiérrez vs. Leal
- 2. Espinelas a un desmayo
- 3. Poesía religiosa
- 1. Descanso del Genio
- 2. Redondillas monacales
- 3. Relación de la procesión
- 4. La Historia en verso
- 1. Poema histórico de Xerez
- 2. Las octavas proemiales
- 5. Paratexto de la Historia
- 1. Libro primero
- 2. Libro segundo
- 3. Libro tercero
- 4. Libro cuarto
- Siglas
- Iconografía
- 1. Manuscritos
- 2. Impresos
- Bibliografía citada
- 1. Fuentes manuscritas
- 2. Fuentes impresas
- Índice onomástico
Prefacio
Bartolomé Gutiérrez (1701-1758),1 nacido en los albores del siglo xviii, pertenece en lo temporal a la generación de Sarmiento, Mayans, Montiano, Luzán, Flórez o Juan de Iriarte. Sin embargo y a diferencia de ellos, ni vivió en la corte ni la visitó jamás. Moró siempre en su ciudad natal, apenas sin salir de ella. Razón suficiente para entender, en sus circunstancias, que permaneció ajeno por completo a la nueva historiografía auspiciada por la Real Academia de la Historia durante la dirección de Montiano y, en consecuencia, a los nuevos aires renovadores (desde luego muy minoritarios) del Diario de los Literatos de España (1737-1742), del que no parece —al menos no hay constancia en sus escritos— que tuviera ni siquiera noticia. Por lo tanto y como no podría haber sido de otra forma, se mantuvo fiel a lo inmensamente mayoritario e imperante en las primeras décadas del siglo: a la poesía tardobarroca —en la doble vertiente cultista y conceptual, tan abundante en la primera mitad de la centuria—, a la literatura anticuaria2 de cuño apologético de décadas anteriores —a la manera de hacer historia de Espinosa de los Monteros,3 Rodrigo Caro4 o fray Jerónimo de la Concepción—,5 y al relato por anales tal como lo desarrolló en el siglo xvii Diego Ortiz de Zúñiga.6 Sobresale en esa segunda faceta el meditado primer libro de su reelaborada Historia de Xerez (1757), inconclusa y manuscrita a su muerte, así como el también inacabado Poema histórico de Xerez, piedra angular en octavas reales de los libros primero y parte del segundo de la Historia, inédito desde la fecha de su composición hasta hace apenas unas décadas.
Como no era extraño entonces, «autor, obra, verdad, luz y memoria» ingresaron en el vaporoso limbo del olvido tras el óbito repentino de nuestro autor en 1758. Pero una de sus obras impresas al final de su vida, el Año xericiense (1755), gozó de bastante popularidad por su carácter de prontuario cronológico de festividades y efemérides. Porque esta obrita, de un centenar largo de páginas —publicada gracias al patronazgo del marqués de Campofuerte—, cuya materia procede de la Historia, fue la que mantuvo vivo el recuerdo de nuestro literato en sus conciudadanos de la segunda mitad del siglo xviii y durante el xix, acostumbrados a leer en la prensa periódica artículos y extractos sacados de su rico acervo.
La publicación de la obra capital, un siglo largo más tarde,7 fue posible gracias al celo de Andrés Hidalgo Ortega († 1889), tenaz colaborador del semanario Tradiciones Jerezanas,8 fundado y dirigido por los jesuitas. Contó para ello con una copia de los autógrafos de los tres primeros libros de la segunda redacción (1757) y del cuarto de la primera (1754), conservados en la Biblioteca Capitular y Colombina de Sevilla. Había encargado la labor a un amanuense y, ya en 1854, se había hecho con los manuscritos «a fuerza de trabajo y dinero». Gracias a ello, poseemos, aunque con errores y omisiones de copia, la última voluntad redaccional del libro tercero,9 cuyo autógrafo se halla a día de hoy en paradero desconocido. Según consta, gastó Hidalgo de su propio bolsillo 15 000 reales en viajes, averiguaciones, copias y compras de manuscritos e impresos. Logró reeditar, además del Año xericiense (1888), el tratado de práctica ecuestre Bueltas de escaramuza, de gala, a la gineta (1889) de Bruno Josef de Morla Melgarejo († 1749),10 publicado por vez primera en 1737, e imprimir la Historia sagrada y política (1888) del canónigo Mesa Xinete, inédita desde 1754. Su muerte, por el contrario, le impidió pergeñar tanto la biografía de nuestro historiador como un «juicio crítico» de su obra, proyectos ambos que había anunciado a los suscriptores.11
No es la primera vez que me intereso por la obra del historiógrafo Bartolomé Gutiérrez, cronista además de festejos y poeta circunstancial de variados registros. Hace ya bastantes años publiqué el inédito Poema histórico de Xerez,12 en cuyo estudio preliminar ofrecí datos desconocidos sobre su vida y obra, desarrollada en su modesta morada entre libros e hilvanes. Más tarde di a conocer las octavas proemiales que encabezan los cuatro libros de la Historia;13 y luego, en fecha más reciente, dediqué unas páginas a su obra, elaborada en un extremo de la periferia peninsular, sin apenas mínimo influjo de las ideas que, a mediados de la centuria, iban cobrando cada vez mayor auge y relieve en los ambientes ilustrados de la corte y de las principales ciudades de España.14 A nuestro autor, tal como él mismo confesó, no le interesaba la erudición de sus contemporáneos.
Han transcurrido más de dos décadas desde ese último entonces y mucho tiempo más desde mis primeros acercamientos a Gutiérrez. Azares del destino y circunstancias en las que ni por asomo esperaba encontrarme han posibilitado, sin embargo, que me decidiese por fin a escribir una monografía; en la certeza y convencimiento de que no se trata sino de un nuevo y más completo acercamiento, que he tratado de arropar con abundante documentación, a los escritos del personaje y a sus relaciones —que me atrevería a llamar de dependencia— con el clero regular y la nobleza oligárquica, enmarcado todo ello en el contexto de su tiempo, similar al de cualquier otra ciudad de mediana población de la primera parte de la centuria. Cierto que Jerez era en las primeras décadas del siglo xviii una ciudad conventual. Pero ¿qué otras del reino no lo eran? En el Antiguo Régimen era timbre de rancia nobleza y orgullo barroco de las clases populares alardear del número de cenobios de su ciudad; tal como ponen de manifiesto, por ejemplo, los versos satíricos de un coplero de Sevilla, al servicio del poder local, que reprocha a un contendiente que los conventos de Cádiz solo «en once se encierran, / ni aun con esto puedes / entrar en docena».15 Sátira política, por lo demás, suscitada al calor de la rivalidad entre la oligarquía nobiliaria de la primera y la burguesía mercantil de la segunda, ya consolidada16 —«ville de commerce et une demeure de marchands, plutôt que de noblesse», como la percibiera a principios de siglo el padre Jean-Baptiste Labat (1663-1738)—,17 tras el traspaso de la Casa de la Contratación en 1717, los infructuosos manejos de la metrópoli hispalense por recuperarla18 y la visita a Cádiz del melancólico Felipe V en marzo de 1729, en un deambular de la corte por Sevilla, Jerez y Puerto de Santa María en un intento de Isabel de Farnesio por atemperar los «vapores» de su regio consorte.19
Sobre nuestro autor parece no existir a día de hoy demasiado interés, en buena medida por ser escasamente conocido más allá de los límites ciudadanos; salvo las repeticiones, omisiones de fuentes y errores de bulto a que nos tienen acostumbrados los divulgadores de lo ajeno en la prensa periódica local. A contextualizar la obra de Gutiérrez, empeñado en servir a la «patria» —entendida como lugar de nacimiento, extendida en lo sentimental a la región y al reino— aspira, en la medida de mis modestas posibilidades, este trabajo.
He optado por dividirlo en dos partes. En el primer capítulo de la primera, a modo de introducción, ofrezco una síntesis del conjunto de la obra de Gutiérrez, enriquecida con documentación inédita sobre su devenir vital. Doy cuenta también de algunos escritos suyos, hasta ahora perdidos, y de otros insertos en el conjunto de obras firmadas por otros escritores, sin que en ellas figure su nombre. Estudio en el segundo el primer romance que publicó Gutiérrez: una «relación nueva» en pliego de cordel titulada La hermosa Arida. Aunque adelanté gran parte,20 aporto en esta revisión crítica algunos pormenores y datos espigados de nuevas publicaciones y de nuevos hallazgos. La poesía ligera de «salón» y la nada despreciable de tema religioso —compuesta casi siempre por puntuales encargos— hallan cabida en el capítulo tercero, así como la narrativa de carácter historial —el Poema histórico y las octavas proemiales de la Historia— en el cuarto. Trato en el quinto y en amplio contexto la impugnación de Gutiérrez al tomo décimo de la España sagrada (1753) de fray Enrique Flórez,21 y añado a lo antes dicho nuevas consideraciones. Me ocupo en el sexto del paratexto de la Historia y de las filiaciones de los manuscritos, de extraordinaria importancia para la historia del texto; en el séptimo, por fin, reviso y afino las relaciones eruditas de nuestro personaje con ciertos individuos de la Real Academia de la Historia —expuestas en un reciente congreso— al calor de las Memorias del Viage de España (1752-1755) de Velázquez, de la planificada colección de inscripciones, de la epigrafía facilitada a la Academia por Mateos Murillo y de la Interpretación (1755) del joven Campomanes, avalada por el también académico Casiri.
Publico en la segunda parte varias de las obras de Gutiérrez convenientemente anotadas: el romance de La hermosa Arida, el intercambio de puyas chocarreras, entre bromas y veras, de nuestro poeta y cierto coplero mercedario —en parte inédito—, declamado en el palacio del Real Alcázar para solaz y diversión de los marqueses de Valhermoso; El descanso del Genio en varias obras de poesía, custodiado en la carpeta Papeles de Bartolomé Gutiérrez, «retazos» recopilados del «diezmo de las obras» que pudo salvar de la incuria y de la indolencia su hijo Pedro, inédito también, aunque por desgracia incompleto. Ofrezco asimismo la crónica en romance de un desfile procesional, compuesta por encargo de la congregación hospitalaria de San Juan de Dios e inserta en Descripción histórico-poética de la construcción y celebérrimas funciones de la iglesia nueva del Convento de N. Señora de la Candelaria y San Sebastián (1755), obra en la que Gutiérrez, sin señalarse como autor, sin duda por haberlo así convenido, se nos muestra como consumado poeta tardobarroco, de fácil y desembarazado manejo tanto de la prosa erudita como del concepto en variedad de metros y estrofas.
Reedito el Poema histórico de Xerez, pero de forma muy diferente a la realizada hace cuatro décadas. Incluyo ahora los paratextos inéditos en prosa: el extenso Prólogo apologético, las aún más dilatadas Varias seciones ilustrativas y las Adiciones finales. He sometido las octavas a una cuidadosa revisión. Las anotaciones, por otra parte, son completamente nuevas. Proporciono, en fin, texto y paratexto en su integridad dialéctica, entendiendo por tal el diálogo armónico entre los versos del epilio, las aclaraciones en prosa y la apología que los precede.
Volver sobre algo considerado décadas atrás, como escribí en otra ocasión para caso similar, «produce un jet-lag severo: malo a la ida, aún peor al regreso»,22 porque en ese ensamblar, una y otra vez, se forma toda obra que siempre está por superarse; pero ¡cuán cierto es que «lo que antes quisimos no podemos quererlo ahora con el mismo amor»!23 De ahí la notable diferencia entre aquella primera edición del Poema histórico, restringida y selectiva por exigencias ajenas, y esta segunda, libre, integral y sin ningún cortapisa. «The author himself is the best judge of his own performance; no one has so deeply meditated on the subject; no one is so sincerely interested in the event». Lo aseveraba Gibbon, refiriéndose a sí mismo, sin temor a que lo tuvieran sus contemporáneos por soberbio.24 Siendo así —dicho con la misma e irremediable ingenuidad—, las enmiendas y superaciones sobre uno mismo en el correr del tiempo, salvo el «espíritu de mejora»,25 tampoco tienen en este caso concreto «alguna gracia especial»26 que merezca mayor comentario.
Por último, doy cuenta del paratexto de los cuatro libros de la Historia —dedicatorias y prólogos—, en gran parte también inéditos, destinados a ser tenidos muy en cuenta a la hora de abordar, si alguien se atreve, la muy compleja y engorrosa edición crítica de esta obra.
Doy públicas gracias a la acogida que recibí por parte de los responsables de los acervos —todos ellos de España— en que hube de investigar, entre los que destaco el Archivo Histórico Nacional, la Biblioteca Nacional, la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, la Biblioteca Capitular y Colombina, la Biblioteca Municipal Central y Archivo Municipal de Jerez, el Archivo y Biblioteca de la Catedral de Córdoba, el Archivo de la Fundación Universitaria Española y los archivos históricos diocesanos de Sevilla y Jerez.
Pero no voy a pasar por alto el absoluto desinterés que suscitó esta obra por parte de determinados entes públicos de España, debatidos entre favoritismos e iniquidades; e incluso el de editoriales universitarias de aquel país, nutridas de fondos públicos, al igual que los aludidos, que proscriben y rechazan de un certero plumazo todo trabajo que sobrepase un cierto número de páginas… ¡sin contemplación alguna! El temido e inmisericorde Procrusto (Δαμαστής, ‘el subyugador’) somete en su lecho férreo a los viandantes desde tiempos remotos —en los que corren, sin temor alguno a un nuevo Teseo— y descarta, estirando o cercenando, lo que no se ajusta «a la medida». Aflige a quien no dé la talla convenida tan absurda exigencia, pues en casos conocidos nada tiene que ver con costos editoriales. Desde luego no hay de qué admirarse.27 Pues se trata, una vez más, de «the egalitarian mania of demagogues».28 Nil novum sub sole! Aquí vale también dejar claro, sin asomo de queja, que la publicación que entre sus manos tiene el lector ha sido posible «a fuerza de trabajo y dinero».
Cualquier dato que aporte alguna mejora a lo que viene a continuación será bien recibido y agradecido.
1 Genio, figura y escritos
Nuestro personaje vino al mundo en Jerez el 23 de agosto de 1701, siendo bautizado tres días más tarde en la parroquia de San Miguel extramuros con los nombres de Bartolomé Domingo Ramón.1 Fueron sus progenitores Pedro Gutiérrez Rodríguez del Campo y María Francisca de Acuña, que habitaban en una modesta casa de la calle de Alquiladores2 de aquella collación, una de las más populosas de la ciudad. En ella moró nuestro futuro historiador desde su nacimiento hasta 1724, poco después de contraer primeras nupcias.3 Tuvo dos hermanos: María Francisca, nacida el 4 de septiembre de 1703,4 y Francisco Josef, nacido a los dos años de su hermana. No debió de ser cómoda la infancia de los pequeños por la precariedad económica de la familia. Fueron además tiempos de malas cosechas, escasearon los víveres, se padeció una terrible hambruna y hubo una epidemia en 1709 que acabó con varios miles de personas5 y afectó a casi toda España.6 Por si no fuese poca desgracia, los hermanos perdieron a la madre aún pequeños, quedando el padre al cargo de los tres, mudándose al poco a una casa de la calle de San Miguel.7
Desde muy joven lo dedicó su progenitor, como veremos, a aprender el «ejercicio de sastre», empleo adecuado8 a las secuelas físicas que le dejó la probable poliomielitis que contrajo en su niñez. Invalidez que no le impidió conocer en su mocedad a una joven de nombre María Micaela Triano, nacida en 1703, hija de un tal Lucas Triano —«del ejercicio de tonelero»— y de María Leonor de Albarrán.9 Vivía en compañía de sus padres y de sus dos hermanos, María y Alonso, en la calle de la Corredera.10 Nuestro autor, que era ya a lo menos oficial de sastre, le propuso matrimonio. Ella le dio inmediata conformidad «en virtud de palabra recíproca». Pero el padre, acaso por la deformidad de Gutiérrez o por otras causas, se opuso rotundamente. Pero la joven, lejos de someterse a la autoridad paterna, enteró de la desavenencia al vicario capitular. No estaba dispuesta a obedecer a su progenitor, que era la norma habitual de las hijas desde siglos anteriores.11 El asunto pasó a manos del vicario general don Pedro Curiel (1697-1764), juez del arzobispado de Sevilla,12 quien por auto de 21 de agosto de 1723 ordenó al capitular que averiguase la veracidad de los esponsales per verba de futuro —el derecho canónico consideraba pecado el quebrantamiento de la palabra dada—,13 que ambos jóvenes habían celebrado, o sea, la veracidad y publicidad del acto, para lo que se le instó a acudir «a la parte o lugar donde estuviere y fuere hallada María Micaela Triano, y la saque y ponga en libertad». Nuestro menestral, por su parte, compareció ante el vicario capitular y declaró ser «hombre soltero, libre de matrimonio, hábil y capaz» para poder contraer matrimonio. Aportó como prueba de la palabra una testigo, quien depuso que en su casa y presencia la joven María Micaela le había dicho a su prometido que «el remedio que hay, por razón del embarazo de mi padre, es que usted me saque por orden del vicario», lo que aceptó él por parecerle el arreglo mejor. En prueba del compromiso, le regaló ella un cabete de plata «y este a ella le ha dado diferentes prendas, y una de ellas fue un jubón de ras celeste en corte». Realizadas las diligencias, el vicario enteró a la justicia, cuya ronda, a instancias del alcalde mayor, don Próspero Jurado Hidalgo, y orden del alguacil, se presentó en casa de Lucas Triano, liberó a la moza y la puso en custodia de un particular, sujeta al fuero civil, sin la posibilidad —durante el tiempo que durase el litigio por esponsales—, de recibir visitas de ninguna de las partes.14 Poco podía alegar en su derecho el padre, pues el título I de las decretales era rotundo a ese respecto: «Ad valorem sponsalium non requiritur consensus aut consilium parentum».15
Así que tanto el pleito como el encierro duraron poco. El 5 de septiembre, tras auto del juez eclesiástico, Bartolomé Domingo y María Micaela pudieron contraer matrimonio en San Miguel.16 Ella no pudo firmar por no saber escribir. En un principio la joven pareja fue a vivir a la casa de la calle de Alquiladores, en compañía del padre y de los hermanos de Gutiérrez.17 Pero poco más tarde establecieron su morada en la calle de la Corredera,18 seguramente en la finca en que radicaba el taller de corte y cosido de vestidos en que nuestro personaje figura, antes y esporádicamente, registrado.19 El maridaje no tuvo descendencia. María Micaela, además, debió de morir poco después, muy probablemente a principios de la década de 1730.
El joven Gutiérrez sí que sabía leer, escribir y mucho más. Había aprendido por sí mismo, a fuerza de amor propio y tenaz voluntad. Porque en su niñez no asistió a la escuela, sin duda por falta de medios materiales, al ser de familia «muy pobre». Una carencia —«el no haber cursado las clases», «lunar de mi aliento y tropiezo de mi afición»— que confesó alguna vez y por la que temió en su edad madura que sus detractores se la recordasen, por más que airease en alguna de sus obras que por tales reparos no se sentía afectado:
Y así, todos cuantos llegan a oír que yo escribo esta obra dicen: ¿Qué puede hacer quien tan poco sabe? No son voces estas que se dirigen a mi ausencia, que tal vez las ha oído (no con impaciencia) mi humildad; porque como sé que no sé, no me disgusta el que me lo prevengan: antes, si he de decir lo que siento, me regalan el oído esas voces, pues procuran dorar mis yerros.20
De su mala salud, corta talla, desgarbado físico y extraordinarias capacidades intelectuales nos ha dejado un fiel retrato el padre Jerónimo de Estrada (1693-1780), erudito anticuario y rector de la casa de la Compañía de Arcos de la Frontera, una de las personas de su entorno con la que, andando el tiempo, mantuvo intercambio epistolar y trato directo:
Fue un hombre en quien Dios ostentó su grandeza en levantar del polvo de su bajeza a los humildes. Nació en principio deste siglo, reinado de Felipe V, de familia muy pobre; y más pobre se portó con él Naturaleza en los bienes corporales: corta estatura y más corta su salud. Era contrecho de una pierna, tanto que ni asentaba el pie, y era preciso para sostenerse el uso de un entibo o muleta alta que afianzaba debajo del brazo.
Sus padres, para que buscase el pan, le dieron oficio de más proporción a sus fuerzas el de sastre, que en vida sedentaria solo necesita de manos sanas y expeditas. Pero si fue mezquina la naturaleza con Bartolo en lo corporal, fue muy larga y dadivosa en dotes y prendas del alma: un espíritu activo, vivo, penetrante, y juicio sólido y pronto; una mente con aptitud y facilidad para todo lo escible,21 que pasmaba a los más hábiles que le trataron.
Tuvo fecunda vena de poeta. Escribió muchos versos que eran estimados. Hizo varios dramas y loas para asuntos que le proponían. Dio a luz un poema heroico de la aparición y venida a Xerez de la sagrada imagen de Nuestra Señora de Consolación. Imprimió un discurso historial del legítimo asiento de la antigua ciudad de Asido; ítem un librito intitulado Año xerezano, obra de gran trabajo y mucha lección.
Escribió y dejó manuscrita a sus hijos una Historia de Xerez en dos tomos, donde muestra muy gran copia de su erudición de toda la Antigüedad. Pero aún fue más admirable su ingenio cuando, remoto de tales especies, oyó de la dificultad en cuya resolución trabajaban los mayores ingenios de la Europa. Era esta el descubrir el punto crítico de la navegación del océano.22 Procuró imponerse y tomó, impuesto ya, la pluma y trabajó una Disertación que puso a la estima de la Academia de Cádiz. Mereció esta aplauso común de aquellos doctos maestros, y el señor jefe Navarro23 prorrumpió en esta expresión: “He leído varios discursos de varios doctos de la Europa toda; y ninguno me ha sorprendido y parado como este papel deste sastre”.24
Hombre, en fin, de quien el apreciado fray Domingo Máximo Zacarías Abec (1704-1775) —aplaudido coplero durante sus años de manteísta, luego orador sagrado y prepósito de un convento de clérigos regulares menores— admiraba «en poco cuerpo mucho espíritu» y tenía por «grande en el ingenio» y «aunque de capa y espada, de muchas letras y aun de muchos libros».25
«En poco cuerpo mucho espíritu», en efecto; pero de genio jovial, bromista, dicharachero, locuaz y ocurrente que no le impedía referir con buen humor su cojera, su corta estatura y el oficio de cortar y coser vestidos en cierto cruce de conceptuosas décimas, «picantes» y galantes, de academia nobiliaria:
De repente con enojo
burlas encuentra mi fe,
pues en el genio y el pie
me habrán de notar de cojo.
Si alguno me hace del ojo,
a ciegas va mi rudeza,
pues con aquesta certeza
nadie me culpará aquí
si faltándome el pie a mí
reservo yo la cabeza.
····························
No doy más que discurrir
por ser en todo muy corto:
sí solo me tiene absorto
cuando de repente ensarto,
que voy a buscar un parto
y me hallo con un aborto.
«Métrico desenfado» al que respondió el contendiente —cierto donado de la Merced descalza, «reputado por su habilidad entre los nobles»— con no menor donaire:
Vienen las coplas surcidas
a lo que llevo entendido,
que cortas bien el vestido
del métrico desenfado;
coses más que un desplegado,
pliegas más que un descosido.26
El «pie quebrado» de Gutiérrez sale a relucir incluso en versos ligeros ajenos, de similar conceptismo, como las quintillas que le brindó en los preliminares del Panegiris lírico-sacro (1739) el militar y poeta Andrés Felipe del Alcázar y Zúñiga (1708-1768),27 autor, por cierto, de un pronóstico titulado Alcázar de la Verdad y muro de la Razón (1738) dedicado con prolijos y almibarados elogios —como veremos más adelante—, al segundo marqués de Valhermoso:
Que es un cisne soberano
por sus obras bien se ve,
pues siendo en sus letras llano,
para pies le falta el pie,
pero le sobra la mano.
·····························
Mi discurso poco diestro
tales surcidos aprueba,
aunque paresca siniestro
que yo le tome la prueba
al que ha sido mi maestro.28
Es más que probable que nuestro personaje se diese muy pronto a conocer como coplero en su ciudad. En aquellos años de juventud, debió sin duda de andar a la zaga del prolífico Lucas del Olmo Alfonso,29 ya entonces famoso, «vaquero (sin saber leer, como todos) de la campiña de Jerez», autor de «admirables corridos (romances de ocho sílabas)», cuya «erudición profana eran los casos de ajusticiados de guapos […]; y la sagrada consistía en algo de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, que retenía del sermón de las Caídas que oía en la plaza del Arenal la madrugada de los Viernes Santos, único día que pasaba en poblado».30 Que el Consejo denegase en varias ocasiones a Del Olmo los permisos o que la Inquisición de Valladolid prohibiese en 1756 algunos de sus romances por narrar «milagros fingidos» y contener proposiciones heréticas,31 no impidió que avispados impresores —amparados en el anonimato—, los publicasen sin las obligadas licencias. Su especialidad eran los romances religiosos, como el metafórico Las festividades del año, comparando cada santo con una flor, para cuya inspiración pide «sagrado auxilio» a lo divino a la Santa Trinidad y a «la Emperatriz del Cielo, / María, fuente de gracia, / que sin su ayuda no puedo / mover mi rústica lengua».32
Lo secundaron, ya mediado el siglo, Alonso de Morales y Juan Miguel del Fuego († 1776).33 El primero, menos prolífico, autor de un truculento romance en pliego de cordel sobre la «verdadera historia» de La cautiva de Sevilla o El hechizo de Sevilla, «en que se refiere cómo fue robada de Sevilla una muy noble señora, cuya fama de hermosura se había extendido por varias provincias»,34 del cuento en octosílabos Las princesas encantadas y deslealtad de hermanos35 y de otros, de interés más reducido, que no llegaron a imprimirse36 y corrieron de mano en mano, como los del Conde Partinuplés —inspirados en la comedia homónima (1653) de la «décima musa» Ana Caro de Mallén (h. 1590-1646)—, cuyas continuaciones abarcaron hasta nueve entregas.37 Y Del Fuego —al que, al igual que a Lucas del Olmo, cita Gutiérrez en 1754 como «olvidados»—, autor de los Romances de la Peregrina Doctora, reproducidos en diversas imprentas especializadas en pliegos de cordel.
La Relación nueva de la hermosa Arida38 es una de las primitivas composiciones en verso de Gutiérrez; la primera, con bastante probabilidad, que se difundió en letra impresa y hechura de pliego, destinada a ser recitada o cantada por los ciegos en esquinas y plazas a un público popular.39 No es posible datarla con exactitud, aunque Hermosilla, el impresor, debió de ponerla en letras de molde entre 1725 y 1738, quizá a mediados de esas fechas. Baste ahora con anticipar que encontraremos el estilo brillante, culto y conceptuoso a la vez de La hermosa Arida, muy en boga en la primera parte del siglo, en obras posteriores de temática muy distinta y de mayor empaque y alcance.
Como es sabido, durante la primera mitad de la centuria fueron innumerables las obras en verso de carácter circunstancial y temática religiosa impresas en España, un buen número de las cuales hallaron cabida publicista en la Gaceta.40 Pues bien, a esa clase de escritos pertenece la Descripción memorable (1739) al beneficio de haber concedido la lluvia, después de pertinaz sequía, «nuestro Dios y Señor mediante el patrocinio de María Santísima en su portentosa imagen de Consolación», elegida patrona por la nobleza, erigida en frustrada maestranza en enero de ese año—,41 tras procesión de rogativa promovida por ambos cabildos, escrita y costeada por encargo del caballero don Gil Josef Virués de Segovia, devoto de la imagen y benefactor de la hermandad de la Santa Caridad. Pero el cabildo, ante la «presente carencia de agua de que están tan necesitados los campos», no pudo llegar a acuerdo alguno el 5 de marzo por no haberse alcanzado el número necesario de asistentes, suceso que solía acontecer con relativa frecuencia.42
Gutiérrez encomia el fervor del patrono en un soneto acróstico por partida doble, pues «nadie con mayor celo vive y mora / hoy en esta ciudad, del mar amparo, / rogando con amor en tal reparo / día y noche al sagrado de esta Aurora».43 Que fuese él el designado para versificar en un epilio de cien octavas la efeméride,44 insinúa que se trataba ya de persona estimada por su religiosidad, por su vena erudita y por la facilidad con que metrificaba.
En los preliminares, además del soneto, otro en su loor, obra de su amigo Andrés Felipe del Alcázar, y un par de décimas a modo de prólogo en las que no falta la tópica captatio benevolentiæ en demanda del «crecido favor» del lector, al que suplica se apiade de su «tosco borrón», «si no por la admiración, / por el lleno de la historia». La narración historial, dividida en exordio,45 relato y final se ajusta a la preceptiva del poema épico y, en la modestia de su corta extensión, aúna «las dos calidades de lo maravilloso y lo verosímil».46
Pero lo más interesante de la Descripción memorable no radica, quizá, en el contenido, es decir, en la detallada crónica en verso del evento, sino en la forma narrativa adoptada por el autor. Porque estamos ante la expresión alambicada y conceptual, de rotunda filiación barroca, de la poesía y de la oratoria sagrada —sermones doctrinales, panegíricos, circunstanciales—47 de la primera mitad de la centuria, pródiga en perífrasis, alegorías cultistas, complicadas alusiones mitológicas y bíblicas y toda clase de tropos y licencias poéticas.
Esta retórica compleja que cultiva nuestro vate trata de impactar y conmover, de producir extrañeza —«pasmo»— en quien leyese la obra o la oyese recitada. No aspira a su inteligibilidad porque sabe que su arte no es para el vulgo. Se dirige, claro está, al interesado en conservar una crónica en verso del evento, pero su fin no radica sino en infundir asombro, arrebato y sorpresa —y desde luego fervor— al igual que los predicadores y panegiristas conventuales, cuyos sermones daban lustre a toda clase de festejos religiosos.48
¿Podría acaso averiguar un lector imperito en el arte de ingenio quién era «el dominante regio vitalicio, / Licurgo natural» que «desde el alfa a la omega en proprio auspicio» inspiraba «inclinación o horror a cuerda lira»? Aflora ahí —y en muchos otros pasos— un claro afán de oscurecer el lenguaje por medio de cultismos sintácticos y léxicos, aminorado, sobre todo en los escritos historiográficos, de años posteriores.49 Tan ornada y enrevesada perífrasis remitía a Dios: el soberano y natural legislador que desde el principio al fin de los tiempos protege a sus criaturas e inspira a cantar «con cuerda lira» a los poetas sacros. «Cuerda», en fin, en el sentido de bien acordada o sonorosa. Pero la Descripción memorable no ofrece solo un deliberado acopio retórico de complicado conceptismo cultista.50
En el relato, por el contrario, abundan las secuencias en que Gutiérrez pone a prueba su arte como poeta narrativo. No se trata ahora de acumular sintagmas aposicionales como en el apóstrofe —«Aurora divina, Luz radiante, / Madre del Sacro Amor, / hermosa Estrella, / Candor de eterna Luz, Iris triunfante»,51 etc.— sino de manejar, aquí y allá, el recurso artístico de las alusiones mitológicas en moderada intensidad estilística. Hay ahí un deseo inconfesable, por imposible, de que «lo que en historia va no cause historia», o sea, que no genere enredo por su origen legendario.52 No obstante, no renuncia al estilo pomposo de las perífrasis y alegorías mitologicas al referirse a los campos xericienses, «estrado hermoso que bordaba / Minerva cuando Aragnes contendía»:
En el año de mil y treinta y nueve
que une la conjunción de setecientos,
año a quien el otoño contar debe
por más feliz y lleno de portentos;
pues que tan a medida el cielo llueve,
que prometió al vivir nuevos alientos,
prescribiendo la muerte del pasado,
apóstol de la suerte aventurado.
Entró el invierno, seco, árido y frío,
y hurtando la humedad, que es propria suya,
negó a la planta y mies pluvia y rocío,
Details
- Pages
- 674
- Publication Year
- 2025
- ISBN (PDF)
- 9783631936030
- ISBN (ePUB)
- 9783631936047
- ISBN (Hardcover)
- 9783631936023
- DOI
- 10.3726/b22934
- Language
- Spanish; Castilian
- Publication date
- 2025 (November)
- Keywords
- Tardobarroco Historiografía preilustrada Literatura anticuaria Crónicas de festejos Romancero popular del siglo XVIII Poesía de “salón” Poesía religiosa Epilio Literatura apologética Enrique Flórez Benito Jerónimo Feijoo Antonio Mateos Murillo Pedro Rodríguez Campomanes Real Academia de la Historia Bartolomé Gutiérrez
- Published
- Berlin, Bruxelles, Chennai, Lausanne, New York, Oxford, 2025. 674 p., 43 il. blanco/negro.
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