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El libro, de lo material a lo simbólico

by Fernando Fernando González Moreno (Volume editor) Alejandro Jaquero Esparcia (Volume editor) Margarita Rigal Aragón (Volume editor)
©2022 Edited Collection 328 Pages

Summary

El libro, más allá de ser un mero soporte textual, debe ser considerado como una obra de arte en sí misma y como un medio de comunicación a muy diferentes niveles. Es un artefacto físico en cuya materialidad intervienen las más variadas técnicas; pero también es un espacio en el que lo textual y lo icónico interactúan, posibilitando un ámbito de mutua influencia entre literatura y artes plásticas. Nuestro propósito es presentar el libro desde sus más variadas dimensiones, ofreciendo un recorrido lo más completo y novedoso: desde su carácter material hasta el valor simbólico que lo rodea; desde su concepción más práctica hasta la más artística; desde su función como medio para conocer otros espacios y tiempos hasta su capacidad para adaptarse a los retos de la era digital.

Table Of Contents

  • Cubierta
  • Título
  • Copyright
  • Sobre el editor
  • Sobre el libro
  • Esta edición en formato eBook puede ser citada
  • Índice
  • Introducción (Fernando González Moreno, Margarita Rigal Aragón y Alejandro Jaquero Esparcia)
  • El proceso de trasvase del De materia medica de Dioscórides desde la Antigüedad hasta el Renacimiento: texto e iconografía (Dana Zaben)
  • Del papel a la piedra y de la página al edificio: el empleo arquitectónico de la emblemática en la Casa Grande de Almansa (Óscar Juan Martínez García)
  • Relaciones de amistad y prestigio: Diego Hurtado de Mendoza y las Vidas que Vasari le regaló (Elena Escuredo)
  • El estado de conservación, los ex libris y los marginalia de ejemplares de la Bibliotheca Hispanica (1591) de Richard Perceval (David Carrascosa Cañego)
  • Las encuadernaciones del duque de Medina de las Torres en la Real Academia de la Historia: estudio de su tipología y marcas de propiedad (Antonio Carpallo Bautista, José María de Francisco Olmos, Marta Gutiérrez Quejido)
  • Del lienzo al papel. La interpretación mitológica en las escuelas de los Países Bajos y Flandes en el siglo xvii a través de la edición de las Metamorfosis de F. Foppens (Bruselas, 1677) (Nerea Senra Alonso)
  • Asia en Occidente a través de los libros ilustrados: estudio de la recepción de formas artísticas japonesas en el siglo xviii (Alejandro M. Sanz Guillén)
  • Los oficios del pintor y el poeta: William Blake y la impresión iluminada (Mónica Sánchez Tierraseca)
  • Francisco de Quevedo en la ilustración gráfica española del siglo xix (Pedro J. Martínez Plaza)
  • Walter Crane en contexto. Tradición y modernidad en su faceta de ilustrador (Sonia Ríos-Moyano)
  • Los cuentos de los hermanos Grimm y las ilustraciones de lo sórdido (Kateřina Valentová)
  • Diccionarios y manuales de conversación para los combatientes de la Gran Guerra (Alfonso González Quesada)
  • De la narrativa infantil a la lucha antifranquista: creación plástica y literaria en el entorno carcelario de Miguel Hernández (Pablo Sánchez Izquierdo)
  • Goya y Hemingway: historia de una afinidad trágica (Ricardo Marín Ruiz)
  • Orlando Pelayo y los libros del Siglo de Oro Español (Juan Carlos Aparicio Vega)
  • Dalí, el surrealista ilustrador ilustrado (Silvia Hermida Sánchez)
  • La relación entre texto e imagen en los álbumes ilustrados infantiles de Carlos Reviejo: el caso de los poemas pictográficos (Alberto Gutiérrez Gil)
  • El viaje a la Luna en los materiales efímeros (Luna Moyano Fernández)
  • “La place devient espace”. El cuaderno como dispositivo intermedial de escritura a partir de los carnets de Brion Gysin (Arantxa Romero González)
  • This Is What Hatred Did. Una sinfonía de imágenes delirantes con protagonistas de novela (Blanca Torralba Gállego)
  • De texto literario a objeto físico: la experiencia de lectura en la era digital (Berta Ferrer)

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Fernando González Moreno, Margarita Rigal Aragón y Alejandro Jaquero Esparcia (Departamentos de Historia del Arte y Filología Moderna, Universidad de Castilla-La Mancha)

Introducción

“¿Pensará vuesa merced ahora que es poco trabajo hacer un libro?” Se preguntaba Cervantes por boca de un loco en el prólogo de la segunda parte de su Don Quijote. Esta misma pregunta nos la hemos hecho quienes hemos tomado parte en la elaboración del presente volumen, el cual, ante todo, rinde homenaje al propio libro. Este, más allá de ser un mero soporte textual, un conjunto de páginas encuadernadas entre dos cubiertas, debe ser considerado como una obra de arte en sí misma y como un medio de comunicación a muy diferentes niveles. Es un artefacto físico en cuya materialidad intervienen las más variadas técnicas (elaboración del papel, encuadernación, tintas, artes gráficas, etc.), cuya correcta apreciación pasa por un mejor conocimiento de la complejidad artesanal de estos procesos; pero también es un espacio en el que lo textual y lo icónico interactúan, posibilitando un ámbito de mutua influencia entre literatura y artes plásticas. Nuestro propósito es presentar el libro desde sus más variadas dimensiones, ofreciendo un recorrido lo más completo y, en la medida de lo posible, novedoso: desde su carácter material hasta el valor simbólico que lo rodea; desde su concepción más práctica hasta la más artística; desde su función como medio para conocer otros espacios y tiempos hasta su capacidad para adaptarse a los retos de la era digital.

Este viaje comienza en el siglo i d. C., cuando la obra de Dioscórides, De materia medica, permite a la investigadora Dana Zaben introducirnos en los primeros pasos del libro y en su evolución de manuscrito a libro impreso. Como parte de esta evolución, nuevos soportes se abrieron paso –el papel se impuso frente al pergamino–, pero, además, al tratarse de un texto que nació para ser ilustrado, constatamos también cambios en los métodos de ilustración. Las iluminaciones manuales fueron progresivamente sustituidas por las imágenes producidas mediante técnicas gráficas, como la entalladura. Los grabados en madera de estos primeros impresos pronto serían sustituidos por otras técnicas de grabado de cuyo desarrollo darán debida cuenta posteriores autores.

De materia medica es un perfecto ejemplo, además, de cómo el libro puede ser considerado no solo como un medio para la transmisión del conocimiento –desde la Antigüedad hasta el Renacimiento y hasta la actualidad–, sino también ←11 | 12→como un punto de contacto entre culturas –entre Oriente y Occidente a través de la labor de los traductores–, y como un elemento simbólico de prestigio. Refuerza esta tesis el estudio de Elena Escuredo sobre el libro que marcó el arranque de la Historia del Arte: las Vidas de Giorgio Vasari. La investigadora se centra en el análisis del ejemplar que fue propiedad del poeta y diplomático Diego Hurtado de Mendoza, extrayendo conclusiones fundamentales sobre el libro como pieza esencial en la esfera de la diplomacia y del prestigio social. Dentro del propio discurso que los artistas pusieron en marcha en el Renacimiento para ennoblecer las artes y a sí mismos, el libro se alza también con un especial protagonismo. Primero, por el conocimiento reivindicativo que podía aportar –en este caso las biografías de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos florentinos– y, después, porque también hacía partícipes a estos artistas-escritores del ennoblecedor y erudito juego del intercambio y coleccionismo de libros. El libro se nos presenta ya como un elemento de comunicación en sí mismo más allá del contenido escrito en sus páginas. En este sentido, y en tanto que el libro debía “hablar” de su dueño y estar a la altura de su clase social, es fundamental entender el proceso de personalización que los libros sufrían en esta época. La encuadernación, los exlibris y los superlibros son algunos de los elementos que permitían que cada ejemplar, aunque salido del mismo tórculo, se convirtiera en único y “parlante” del rango social de su dueño. El trabajo de David Carrascosa Cañego, sobre los exlibris y los marginalia de ejemplares de la Bibliotheca Hispanica (1591) de Richard Perceval, y el de Antonio Carpallo Bautista, José María de Francisco Olmos y Marta Gutiérrez Quejido, sobre las encuadernaciones del duque de Medina de las Torres en la Real Academia de la Historia, nos dan cuenta de este proceso. El libro, en el marco del coleccionismo bibliófilo, actúa como un soporte artístico que se alza como símbolo de prestigio y estatus social.

Apuntábamos anteriormente la idea del libro como punto de contacto entre culturas. Recordemos una vez más a Cervantes y su conocida máxima: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. El libro, no obstante, puede llegar a suplir el viaje y ser nuestra puerta de contacto con otras culturas. Obviamente, el peligro de este tipo de intermediarios es la información tergiversada, tópica o subjetiva que nos quiera hacer llegar el escritor. Lo cual, una vez más, nos habla de la poca inocencia de algunos libros. Así nos lo recuerda Alejandro M. Sanz Guillén en su estudio sobre el proceso de recepción de Oriente, Japón, en Occidente a través de los libros ilustrados en el siglo xviii. El libro puede ser una vía para conocer al otro, pero también para la perpetuación de lugares comunes y de imágenes estereotipadas.←12 | 13→

Otra faceta del libro que no podemos olvidar es su capacidad para favorecer la confluencia y la integración de las artes. A lo largo de la Edad Moderna, el grabado se convirtió en la principal herramienta de los pintores para dar a conocer su producción de una manera amplia. En la época de su no reproductibilidad técnica, la obra de arte –especialmente la pintura– encontró en las artes gráficas un aliado con fines publicitarios, pero la relación era de mutuo beneficio. Los grabadores –en un momento en el que la producción de una estampa estaba perfectamente compartimentada, separando la labor del dibujante de la del abridor de planchas– se sirvieron sin reparos de reconocidas obras pictóricas para reproducirlas; los derechos de autor no existían. Nerea Senra Alonso estudia cómo se producen estos trasvases del lienzo al papel centrándose en la edición de las Metamorfosis del impresor François Foppens (Bruselas, 1677). El estudio, además, permite retomar la evolución de las artes gráficas y aproximarnos a una época, el siglo xvii, y a unas escuelas, Países Bajos y Flandes, que despuntaron en el empleo del grabado a buril y que marcaron las más altas cotas del grabado calcográfico de este periodo.

Del lienzo al papel y del papel a otros soportes como la propia arquitectura. La literatura emblemática se encuentra entre las creaciones que mejor sintetizan la confluencia de texto e imagen. Desde que fueran publicados los primeros Emblemas por Andrea Alciato (1531), esta fórmula literario-icónica acabó inundando todos los estratos de la cultura en la Edad Moderna, lo cual desbordó los límites del libro. Las fachadas de los palacios también podían convertirse en hojas en blanco destinadas a ser “leídas”. Así sucede en el caso estudiado por Óscar Juan Martínez García, la Casa Grande de Almansa, cuya portada presenta una serie de elementos iconográficos que son un reflejo de la literatura emblemática que una buena parte de la sociedad de la época había aprendido a “leer”.

Por otra parte, este juego de trasvases también puede suponer un viaje de ida y vuelta. En este sentido, Pedro J. Martínez Plaza nos ofrece un recorrido por las principales ediciones ilustradas que se publicaron a lo largo del siglo xix de la obra literaria de Francisco de Quevedo; las ilustraciones incluidas en estas publicaciones ejercieron una gran influencia en los pintores de la época y fueron utilizadas como modelos para diferentes pinturas con esta temática literaria.

Sin duda alguna, cuando nos enfrentamos al libro como un espacio en el que lo literario y lo visual se conforman y se entienden como un todo, el poeta, grabador y pintor William Blake ocupa un puesto de honor. Mónica Sánchez Tierraseca plantea un recorrido por algunas de sus obras más reconocidas incidiendo en la noción de “oficio”: el papel que jugó su formación artesanal como grabador para poder desarrollar las técnicas necesarias que le conducirían a la creación de obras únicas y totales. Blake desarrolló el libro como soporte para una obra ←13 | 14→total de arte y literatura, como la unión inseparable de imagen y palabra. El libro se nos presenta como una vía de expresión única en el que convergen diferentes lenguajes que no actúan como complementarios, sino perfectamente aunados. Proseguimos así explorando la relación entre imagen y texto que ya comenzáramos a analizar en la Antigüedad y a lo largo de la Edad Moderna; una relación que no va a parar de enriquecerse explorando nuevas fórmulas de mutua influencia.

Entendiendo el libro como una obra de arte total, según nos acercamos a la transición del siglo xix al xx, los pintores siguieron tomando conciencia de la necesidad de enfrentarse al libro como un objeto artístico en sí mismo; un espacio de creación en el que la intervención del artista no tenía por qué limitarse a las ilustraciones, sino que podía orientarse a todo él en su conjunto. Sonia Ríos-Moyano nos acerca a este periodo a través de la figura del artista Walter Crane. Su vinculación con la corriente de las Arts and Crafts, impulsada por William Morris, le permitió entender el libro como un objeto de diseño incluyendo ilustraciones, encuadernación, tipografía, cubiertas, sobrecubiertas, guardas, etc. Artistas como Crane comenzaron a involucrarse cada vez más en los proyectos editoriales en un momento en el que se gestan y desarrollan conceptos como mercado editorial, diseño gráfico o literatura infantil y juvenil. El libro ya no solo se considera como objeto de arte, sino como objeto de mercado; y aquí, el diseño desempeña una función fundamental: la de atraer la atención de un lector que ha pasado a ser considerado como cliente, incluyendo a jóvenes y niños. Este ámbito, el de la literatura infantil y juvenil, no ha dejado de ganar presencia hasta hoy en día, marcando en gran medida, tal y como seguiremos viendo, buena parte del devenir del libro ilustrado. Debemos prestar especial atención a algunos hitos fundamentales en este género; así, los cuentos de los hermanos Grimm. Kateřina Valentová nos plantea su estudio a través de la mirada del ilustrador y pintor checo Jaroslav Šerých. Este, a través de sus diseños, se ha encargado de devolver a estos textos parte del contenido original –especialmente conectado con lo sórdido o lo más tétrico– que progresivas ediciones se habían encargado de censurar para adecuarlos a los estándares decorosos de las últimas generaciones. Este estudio nos permite indagar sobre cuestiones relativas a cómo la ilustración modifica el texto, cómo lo adapta, actualiza o moderniza; hasta qué punto la ilustración nos ayuda a entender cómo se ha leído un texto en cada época o sociedad en tanto que se trata de una herramienta de interpretación, selección y transformación textual; e incluso, como es el caso de Jaroslav Šerých, qué capacidad tienen las ilustraciones para devolver al texto una lectura que tuvo en origen, pero que, con el tiempo y por diferentes procesos de edición textual, se había perdido. Todo ello, además, nos habla de textos que se han sometido a ←14 | 15→auténticas pruebas de fuego: ser capaces de fascinar y captar la atención generación tras generación de lectores e ilustradores manteniéndose vivos, actualizados y enriquecidos.

Llegado el periodo de las grandes guerras y de la propia Guerra Civil española, el desarrollo del mercado editorial que se había puesto en marcha se detiene; pero el libro, desde luego, no muere. Frente a las cuidadas ediciones de lujo que habían comenzado a producirse en torno a 1900, ante el panorama bélico el libro parece replegarse en su función más práctica: servir como pobre soporte textual. Sin embargo, el estudio de Alfonso González Quesada sobre los diccionarios y manuales de conversación para los combatientes de la Gran Guerra desvela una realidad más compleja. Estos libros, utilitarios y baratos, podían conllevar también una función más simbólica, propagandística, no tan inocente como la mera función lingüística. Ante la dura realidad de la guerra o de la represión, el libro incluso puede adoptar una función de refugio mental o salvavidas. Caso paradigmático es el de Miguel Hernández durante su encierro en el penal de Benalúa (Alicante). Pablo Sánchez Izquierdo nos presenta su estudio en torno a Dos cuentos para Manolillo, textos infantiles escritos –¿e ilustrados?– por el poeta para su propio hijo. La confluencia de escritores y artistas en este penal, como Ricardo Fuente, Eusebio Oca, Luis Giménez o el propio Miguel Hernández, dio lugar a una interesante producción de cuentos ilustrados que, a modo de cartas, los presos dirigían a sus familias e hijos; creaciones en las que se producía una estrecha colaboración entre los escritores y los ilustradores, quienes escribían y/o ilustraban tanto los trabajos propios como los ajenos. Pese a la guerra, la relación arte-literatura prosigue, mostrándosenos como un modo íntimo y secreto de comunicación con la familia e hijos. No obstante, la aparente inocencia de estos textos vuelve a ser tal, aparente, y esconde bajo las metáforas del cuento y de la ilustración duras reflexiones sobre el cautiverio, la soledad, la ausencia de los seres queridos y sobre aquellos que les mantienen encerrados.

Las consecuencias de la Guerra Civil española también pesan sobre la figura del pintor, ilustrador y grabador Orlando Pelayo, de cuyo análisis se ha encargado Juan Carlos Aparicio Vega. Con motivo de su obligado exilio, Orlando Pelayo se refugió en la lectura tanto de clásicos como de contemporáneos, que se acabarían convirtiendo en una constante fuente de inspiración para su pintura. Hasta cierto punto, este artista puede considerarse como un escritor que pinta; una concepción de su obra que surge de la participación en estrechos círculos de creación de pintores y literatos que acaban confundiendo sus lenguajes. El antiguo tópico horaciano del ut pictura poesis se nos manifiesta más renovado que nunca ante un panorama literario y pictórico de mutuas influencias. Todo lo cual, una vez más, nos conduce a la pregunta de cómo se enfrenta un ←15 | 16→pintor-ilustrador al texto. En el caso de Pelayo y sus ilustraciones sobre obras del Siglo de Oro español, queda claro que este pintor no lo considera como una obra menor, sino como una labor de íntima y profunda interpretación, una labor personal, con la que busca revisitar, complementar y reactualizar los clásicos. También el estudio de Silvia Hermida Sánchez sobre Salvador Dalí y sus ilustraciones para la Divina Comedia de Dante ahonda en este debate sobre cuánto añade un ilustrador-artista de propio al texto que está ilustrando. Hasta cierto punto, aportaciones como la de Dalí nos pueden parecer que toman el texto como un mero pretexto y que este queda completamente relegado ante la visión ilustrada del artista. No obstante, esta capacidad de apropiación nos demuestra hasta qué punto los clásicos de la literatura universal se han convertido en espejos en los que mirarnos y reflexionar sobre nosotros mismos. Retomando el concepto de opera aperta de Umberto Eco, Dalí se apropia del texto de Dante para devolvernos su personal lectura, una interpretación basada en su propia experiencia vital. Esta interpretación, a su vez, no se muestra cerrada, sino igualmente abierta para que el lector-espectador también se apropie de ella, la haga suya y genere una nueva lectura.

Los ilustradores-pintores cuentan con un bagaje literario que marca su manera de enfrentarse a la ilustración de un texto. No obstante, este libro no podría estar completo sin explorar la relación texto-imagen como un viaje de ida y vuelta, analizando la influencia de las artes plásticas, de la imagen, en el texto literario. Es el caso de la propuesta de Ricardo Marín Ruiz sobre Francisco de Goya y Ernest Hemingway. Con diferentes conflictos bélicos como trasfondo una vez más –la Guerra de Independencia en el caso del pintor español y las mundiales y la Civil española en el caso del escritor norteamericano–, Ricardo Marín profundiza en la influencia de la obra gráfica y pictórica de Goya en la literatura de Hemingway. Este se sirvió de recursos pictóricos del artista aragonés para asimilarlos y crear sus propios recursos literarios, dando lugar a nuevas formas de écfrasis. Se introduce así otra perspectiva más para entender el libro, que puede no estar ilustrado, pero ser pictórico. El texto puede llegar a asumir la visualidad del libro y lo plástico puede estar presente en él.

En las últimas décadas, el libro se ha enfrentado a continuos procesos de renovación y actualización. Como ya avanzábamos, muchos de estos procesos se han propiciado desde el ámbito de la literatura infantil y juvenil, donde el formato del libro tradicional se ha modificado para adaptarse a los gustos de este público. Entre los nuevos formatos se encuentra el álbum ilustrado, sobre el cual se centra el estudio de Alberto Gutiérrez Gil. El investigador indaga en torno a la relación entre texto e imagen presente en los álbumes ilustrados infantiles de Carlos Reviejo, autor de poemas pictográficos. En esta novedosa variante del ←16 | 17→libro de arte los límites entre lo textual y lo icónico se desdibujan, se funden y se vuelven inseparables. Los álbumes ilustrados no solo cuentan con una lectura verbal junto con otra visual –donde la ilustración “narra”–, sino con una lectura que es la suma de ambas. Podemos unir a este otros formatos más heterodoxos, pero que han colaborado igualmente en que el público infantil y juvenil se familiarice con los clásicos de la literatura a través de la unión de los lenguajes icónico-verbales. Hablamos de los tebeos, de los cromos y de otros productos de literatura efímera tal y como Luna Moyano Fernández expone en su estudio sobre cómo se recreó el viaje a la Luna en este tipo de materiales efímeros.

El libro de arte, si bien no es una novedad de nuestro tiempo más reciente, es otro de los formatos que han servido como espacio de experimentación para numerosos artistas y escritores. Como tal o, más bien, como libro de artista, Arantxa Romero González nos muestra el caso de los carnets del poeta, músico y escritor Brion Gysin. Aquí, el cuaderno se analiza como un dispositivo para la intermedialidad, un espacio único en el que la propia escritura, la grafía, el gesto del escritor –como una nueva forma de action painting– son más que nunca la parte gráfica del libro; lo gráfico se vuelve pictórico, la visualidad es no icónica y la palabra es la imagen. La influencia del valor ritual de la caligrafía oriental está presente en este tipo de obras que, nuevamente, entablan un diálogo entre Oriente y Occidente y que, además, sirven para reivindicar la materialidad de la escritura y del formato del libro; una reivindicación de absoluta vigencia en nuestra era digital. Otra variante actual del libro de arte es el fotolibro, en el cual se centra la investigadora Blanca Torralba Gállego. This Is What Hatred Did, fotolibro (2015) elaborado por Cristina de Middel a partir de la novela de Amos Tutuola My Life in the Bush of Ghosts (1954), supone un peculiar hito en las relaciones texto-imagen. Cristina de Middel es capaz de llevar a la realidad el texto mágico de Amos Tutuola sirviéndose tanto de la fotografía como de los dibujos preparatorios que elabora antes de cada instantánea. La fotografía, aunque concebida como pura creación, adquiere un aspecto documental y de denuncia social, y crea un poderoso contraste de verosimilitud con el texto que ilustra basado en la mitología africana yoruba.

Details

Pages
328
Year
2022
ISBN (PDF)
9783631871881
ISBN (ePUB)
9783631871898
ISBN (Hardcover)
9783631860090
DOI
10.3726/b19361
Language
Spanish; Castilian
Publication date
2022 (June)
Published
Berlin, Bern, Bruxelles, New York, Oxford, Warszawa, Wien, 2022. 328 p., 57 il. blanco/negro, 6 tablas.

Biographical notes

Fernando Fernando González Moreno (Volume editor) Alejandro Jaquero Esparcia (Volume editor) Margarita Rigal Aragón (Volume editor)

Fernando González Moreno es Profesor Titular de Historia del Arte en la Facultad de Humanidades de Albacete (Universidad de Castilla-La Mancha, España). Entre sus principales líneas de investigación se encuentra la historia del grabado, de la estampa y del libro ilustrado, en concreto, del Don Quijote. También ha trabajado la recepción ilustrada de la obra de Edgar A. Poe y de Frankenstein de Mary Shelley. Alejandro Jaquero Esparcia es Profesor Asociado de Historia del Arte en la Facultad de Humanidades de Albacete (Universidad de Castilla-La Mancha, España). Su línea principal de investigación es el estudio de la literatura artística en la Edad Moderna y sus correspondientes aplicaciones teóricas (poemas didácticos sobre las artes) o prácticas (pintura decorativa y arquitecturas fingidas). Margarita Rigal Aragón es Profesora Titular del Departamento de Filología Moderna en la Facultad de Humanidades de Albacete (Universidad de Castilla-La Mancha, España) especializada en literatura norteamericana y, en concreto, en la obra de Edgar A. Poe. Actualmente y desde su fundación es la Presidente de la «Edgar Allan Poe Spanish Association».

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