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Nueva poesía erótica de los Siglos de Oro

by Cristina Ruiz Urbón (Volume editor) Javier Blasco (Volume editor)
©2022 Others 336 Pages

Summary

Esta antología reúne ciento ochenta poemas eróticos del Siglo de Oro, organizados en siete núcleos temáticos, en los que el lector podrá reconocer una gran variedad de manifestaciones sexuales (lesbianismo y homosexualidad, onanismo, zoofilia, voyerismo, etc.) a través de una serie de juegos textuales muy diversos. Al contribuir a su divulgación, deseamos poner de relieve unos contenidos no siempre bien tratados en la historia oficial de nuestra literatura y llamar la atención sobre un lenguaje indirecto puesto al servicio del ingenio; un lenguaje que exige un lector cómplice, capaz de completar la funcionalidad del texto y de aportar al mismo una segunda (o tercera) interpretación.

Table Of Contents

  • Cubierta
  • Título
  • Copyright
  • Sobre el autor
  • Sobre el libro
  • Esta edición en formato eBook puede ser citada
  • ÍNDICE
  • PRÓLOGO
  • INTRODUCCIÓN
  • BIBLIOGRAFÍA
  • NOTA A ESTA EDICIÓN
  • ANTOLOGÍA
  • I. Descriptio puellae
  • II. Diferentes estados y condiciones de las mujeres
  • III. Diferentes estados y condiciones de los hombres
  • IV. Diversas formas discursivas
  • V. Campos semánticos de la poesía erótica
  • VI. Prácticas sexuales
  • VII. Juegos textuales
  • GLOSARIO
  • ÍNDICE TEMÁTICO
  • ÍNDICE ALFABÉTICO

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PRÓLOGO

Es cierto que hoy se han superado muchos de los tabúes que secularmente rodearon la escritura (y la lectura) ocupada en asuntos de sexo, y una antología como la que ahora el lector tiene ante sus ojos, si no es para todas las sensibilidades, sospecho que ya no levanta las ampollas que levantaba.

A la materia erótica (que ha dado textos verdaderamente notables en calidad estética) por mojigatería y afectación religiosa le costó mucho trabajo entrar en la historia de la literatura, siendo todavía piedra de escándalo en tiempos de don Marcelino Menéndez y Pelayo. No diré yo, a la vista de algunas de las hazañas recientes de las cristianas huestes togadas, que todavía no trastorne y alborote a algunos cerebros del “tú eres piedra”. Tampoco dudo que hoy provocarían querellas algunas manifestaciones populares de un vitalismo envidiable, tales como la procesión que se refiere en la notable “obra de un caballero, llamada visión deleitable”, donde las mujeres llevan en procesión a Matihuelo, un cumplido y generoso miembro masculino, al que rinden reverencia y al que cantan cosas como estas: “Tan adentro te querría, / cuan lejos estó del cielo, / Matihuelo”. Sin embargo, también es cierto que tan pías y judicializantes conciencias hoy no constituyen nada más que una anecdótica anomalía, una excrecencia cultural.

Hasta cierto punto, si más modernos, quizás somos también un poco más pacatos o, por decirlo con mayor precisión, somos menos vitalistas que aquellos antepasados que hicieron posible El libro de buen amor, La Celestina, La Lozana andaluza, o mucha de la poesía en la que este volumen se interesa. Hemos perdido arraigo con la materia que nos constituye y, sobre todo, con ese humor que celebra lo erótico, que en definitiva es —como se lee en “Al corral salió Lucía”— “el principio del mundo”. Algunos han querido ver en el hecho de que esta poesía se transmitiese principalmente en forma manuscrita una consecuencia de la censura o de la autocensura, sin recordar que el destino de estos textos no varía del que sigue la totalidad de la poesía, “florecillas que se les caen de las manos” en ratos de ocio a personas de más serias ocupaciones. El hecho de que se trasmitieran en códices en los que comparten folio incluso con poemas de carácter inequívocamente religioso nos permite conjeturar que estos materiales, al menos para aquellos entre los que se difundían, no eran piedra de escándalo, sino inofensivos juegos de ingenio y de provocación (con equilibrio del chiste y lo sexual) bien admitidos en los estudios universitarios y en los claustros de los conventos. De hecho, muchos de los textos de contenido erótico pasaron sin ←11 | 12→problemas a impresos, como el Cancionero de obras de burlas provocantes a risa (Valencia, 1519), o sirvieron de base para cancioneros cortesanos de música de cámara.

Más tarde, avanzado ya el siglo XVIII, sí que empezó a pesar sobre ellos un pudor aprendido. Solo a finales del siglo XIX cambia el viento y comienzan a darse pasos importantes para la naturalización de testimonios como los que conforman el corpus de la poesía erótica aurisecular. Así Eduardo Lustonó recuperó en 1872 el Cancionero de obras de burlas provocantes a risa; Raymond Foulché-Delbosc, en 1899 y en 1908, dio a conocer en la prestigiosa revista del hispanismo, Revue Hispanique, cerca de 400 sonetos, en una gran parte de naturaleza erótica; y, siguiendo los pasos de este último, Pierre Alzieu, Robert Jammes e Yvan Lissorgues, reunieron en modélica antología un centenar y medio de composiciones de idéntico tenor, limitando su selección solo a textos anónimos (1984). Finalmente, José J. Labrador Herraiz y Ralph A. DiFranco (2006) pusieron en letra de molde una selección de medio centenar de textos de los que aquí prologamos.

Como homenaje a los nombres que se acaban de citar, y en el marco del proyecto Eros&Logos, Juan Herrero Diéguez, María Martínez Deyros y Zoraida Sánchez Mateos reactivaron en 2018 la labor de recuperación de esta poesía con una nueva antología de textos, con la imagen de la mujer como centro de gravedad («Aquel coger a oscuras a la dama»: mujeres en la poesía erótica del Siglo de Oro). Continuando esta entrega, y también dentro del proyecto Eros&Logos, la presente antología recoge cerca de dos centenares de textos no seleccionados en las antologías que se acaban de citar (salvo alguna excepción justificada en textos únicos representativos de corrientes que, si no, hubieran quedado fuera de nuestra selección). Nuestro objetivo ha sido el de contribuir a la divulgación de estos textos, reunidos sin ningún tipo de censura, ni moral ni estética. Por lo demás, nuestra selección ha prestado idéntica atención a los textos cultos y a los populares; a los caracterizados por la expresión metafórica e ingeniosa y a los que, indisimuladamente, hacen exhibición descarnada y vulgar de aquellas voces que, por considerarlas groseras, los lexicógrafos de la época evitan o, como mucho, se atreven a definir en latín.

Por lo que se refiere al límite temporal, esta antología abarca desde el Cancionero General (1511) hasta finales del siglo XVII, salvo algún texto del siglo XV que hemos rescatado por su carácter inaugural de temas o de formas expresivas (bien juzgadas por Whinnom, 1981), y, por supuesto, canciones, seguidillas y coplas procedentes de una tradición popular a la que es difícil poner fecha. Hemos vencido la tentación de llegar hasta Samaniego, Iriarte y Moratín, pues ←12 | 13→la obra erótica de estos últimos autores creemos que responde a un paradigma diferente al del corpus que nosotros hemos reunido.

Esta antología, que rinde tributo (insisto) a las que la han precedido, reconoce y agradece el camino abierto por todas ellas, presentándose como un apéndice de las mismas. No obstante, para cumplir mejor la función que los antólogos quisimos darle, ofrece la novedad de una organización temática de los materiales, en un intento de que en nuestra selección estuvieran representados todos los temas y todas las formas discursivas y expresivas que es posible detectar en esta poesía, sin evitar las más crudas referencias a la rica variedad de prácticas sexuales que permiten documentar los textos, y con atención especial a la conexión entre juego sexual y juego textual, que es consustancial con una escritura basada en el ingenio.

Dentro de cada uno de los apartados que estructuran el contenido de esta antología, los poemas se presentan presididos por el número de orden dentro de la antología y, siempre que ello sea posible, se acompañan en nota de referencia al autor. No obstante, es necesario insistir en el hecho de que, a causa de la transmisión de la poesía en los siglos XVI y XVII, predominantemente manuscrita (incluso para los grandes autores), la anonimia o la inseguridad en la atribución afecta a no pocos de los poemas que componen esta tradición.

Respecto a la “Introducción” baste señalar que la misma sigue la estructura trazada para la reunión de los textos en nuestra selección antológica, y que es deudora de una notable nómina de estudios precedentes, además de los ya mencionados: Guillén (1993), Lara Garrido (1987), Vasvari (2010), Cacho (2001, 2006 y 2009), Cerezo (2001), Gómez Canseco, Zambrano Carballo y Alonso Gallo (1997), Infantes de Miguel (1989 y 1997), Ziolkowski (1998), Díez y Martín (2006); Díez Fernández y Cortijo Ocaña (2010); Blasco (2015); Marín Cepeda (2017) y, sobre todo, Díez Fernández (2003 y 2019) y Garrote Bernal (2010 y 2020).

Para más información sobre los textos que aquí se recogen y sobre otros muchos que, por no caer en repeticiones temáticas o discursivas no hemos incluido en nuestra selección, remitimos a la plataforma Eros&Logos (www.erosylogos.com), abierta para todos aquellos que quieran colaborar en la misma, bien aportando nuevos textos o nuevas versiones, bien comentando los poemas allí reunidos.

Javier Blasco (Universidad de Valladolid)

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INTRODUCCIÓN1

En la poesía de los Siglos de Oro, el discurso poético se nutre de muy variadas corrientes para verbalizar el erotismo, desde la literatura clásica, con notable importancia de Ovidio y Marcial, hasta la tradición popular de carácter oral. Por un lado, sigue viva la corriente que, heredera de los viejos cancioneros —sustentados en los varios géneros de lo trovadoresco (serventesio, tensón, sermón, planto, pleitos y debates, etc.)—, hace eclosión en el Cancionero de obras de burlas provocantes a risa (1519), con la Carajicomedia al frente, donde lo burlesco, lo satírico y lo obsceno confluyen con un abanico de temas que van desde el antisemitismo a la misoginia. Esta tradición, eminentemente culta a pesar de los contenidos, coincide con otra de raíz popular, en la que, casi siempre de forma oral, se mantienen durante siglos cancioncillas y coplas populares (villancicos, letrillas, seguidillas, adivinanzas, etc.) arraigadas en el folclore local y vinculadas a la celebración de la primavera y de otras festividades más o menos religiosas, o más o menos vinculadas a acontecimientos familiares, como bodas o nacimientos. Frente a la dominante en el Cancionero general, esta poesía se caracteriza por la brevedad, por la sencillez y, en muchos casos, por una dosis de ingenuidad que hace todavía más efectivo su picante. Muchos de los textos de esta tradición pasarán en los siglos XVI y XVII a la letra impresa, gracias a la pluma de autores cultos que los recogen y se divierten glosándolos.

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Durante décadas estas dos tradiciones conviven con la moda petrarquista. Pero la brillantez con la que Garcilaso transforma la expresión poética en sus versos condenó a un segundo plano a las dos corrientes que venían del siglo anterior. En la línea abierta por Boscán y Garcilaso son varios los poetas que, empeñados en renovar temas y tópicos, convierten su palabra en privilegiado vehículo de la doctrina neoplatónica que tan ajustadamente justificaba su existencia en el tratamiento de la materia amorosa. No obstante, coincidiendo con las cimas del petrarquismo y desde su mismo seno, y provocando su crisis en Cetina, Castillejo o Diego Hurtado de Mendoza, se observan ya ecos de un cambio que llega principalmente de Italia (Berni, el Aretino, Ariosto), pero también de Francia (Rabelais) y de la antigua Roma (los autores de epigramas). Y serán estas tendencias, todavía minoritarias en el petrarquismo que va de Garcilaso a su gran comentarista Herrera, las que en la década de los años 80 del siglo XVI mostrarán el agotamiento tanto del petrarquismo —que se ha fosilizado y topificado en gastadas metáforas— como del platonismo, en cuanto filosofía válida para interpretar la realidad.

La labor poética de dos frailes —fray Luis de León y fray Melchor de la Serna— que en los mismos años trabajan en la Universidad de Salamanca en la recuperación de Horacio, el uno, y del Ovidio de los tratados amorosos, el otro, hace evidente el común empeño por renovar la lengua y los contenidos de la poesía. En relación con esta voluntad de renovación, la impronta de fray Luis es innegable y ha sido suficientemente reconocida por los estudiosos; pero no es menos relevante para entender el proceso al que nos referimos la apuesta de fray Melchor por Ovidio.

Si para las décadas anteriores del siglo XVI solo existió el Ovidio de las Metamorfosis, la atención que ahora fray Melchor presta a las Heroidas, al Arte de amar o a los Remedios de amor viene a dar carta de normalidad, en la poesía, a la expresión de lo erótico (2016 y 2020). El prestigio de lo clásico y la consideración de las elegías ovidianas como discurso didáctico —de hecho, en la Edad Media los Remedios de amor son lectura obligada en medicina— contribuyen notablemente a la normalización de una consideración de lo amoroso muy alejada del gastado petrarquismo.

Por otro lado, el aristotelismo está cambiando radicalmente el paradigma y la visión de la realidad. Con la bendición de Aristóteles, no solo la medicina, sino también la retórica, el derecho, el pensamiento político y la filosofía en general, convierten la observación y el estudio de la materia en base del conocimiento de la realidad. Pronto la experiencia se convertirá en el único escenario válido para el conocimiento (Descartes, Cervantes), y en el laboratorio de la experiencia se someterá a prueba todo el saber adquirido.

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Con este doble impulso (el del prestigio del modelo clásico y el del aristotelismo), el erotismo irrumpe con fuerza en una poesía que, inicialmente, cambia el paradigma idealista por otro naturalista al encarar las cosas del amor; un naturalismo descarnado que se justifica en una supuesta intencionalidad didáctica (así en fray Melchor de la Serna), aunque con el tiempo el humor, el buen humor, se irá imponiendo a tal didactismo. Con estos avales, la poesía de las últimas décadas del siglo XVI, enriquecida por la tradición clásica, abre la puerta al renacimiento de las corrientes aparentemente agostadas por el petrarquismo y potencia la aparición de nuevos géneros, tales como el de la novela en verso (de inspiración bocacciana), el contrafacta erótico del romancero y la facecia picante.

Con las traducciones de fray Melchor de la Serna y con el revivir de las varias tradiciones eróticas, anunciadas en el Cancionero general y apoyadas en la auctoritas ovidiana, se inaugura hacia 1570 una época de esplendor para la poesía del tenor que nos ocupa, que mantendrá su pujanza al menos hasta 1640. Pocos serán los autores cultos que podrán ignorarla; y su ejemplo hará que la vitalidad de esta materia se prolongue en el Barroco tardío (fray Damián Cornejo, Manuel de León Marchante) y lleve su semilla más allá del siglo XVII a autores como Samaniego, Iriarte o Moratín.

***

El amor es cosa del alma, pero el cuerpo es el libro en que se lee. Esto, o algo muy parecido, es lo que se afirma en unos versos de John Donne, excelentemente glosados por Jaime Gil de Biedma en “Pandémica y celeste”. La sentencia, con razón bien conocida, nos interesa ahora por la puntualidad con la que refleja la esquizofrenia subyacente a todas las manifestaciones culturales surgidas a la sombra del catolicismo, pensamiento inepto e incompetente para entender, en términos racionalistas, nada que tuviera que ver con la realidad material, sobre todo si esa realidad estaba marcada por la sexualidad.

No es una casualidad el hecho de que, cuando de manera incontenible la cultura incipientemente burguesa y urbana de la Italia del quinientos vuelve los ojos a la vieja Roma en búsqueda de inspiración, sea la doctrina neoplatónica la que alimente la lectura de lo relativo a la pasión, recuperando las dos almas de la diosa del amor: la Venus Pandémica, potencia de engendrar, y la Venus Urania o Celeste, potencia de conocer, según Ficino, con notable preeminencia de la segunda sobre la primera.

La Venus Urania tiene escrito en su origen el destino al que la cultura católica la condenará. En efecto, según la tradición mitológica, esta Venus nace de la espuma del mar, adonde Cronos había arrojado los testículos de Urano. ←17 | 18→Y ese proceso de castración de todo aquello que tuviera que ver con el goce de los sentidos y de lo corporal es el que representará la Venus Urania o potencia del conocer, a la cual rinden culto exclusivo todas las expresiones del neoplatonismo (Ficino, 1994: 42). En los Diálogos de amor de León Hebreo (2002), Filón lo expresa muy bien:

Platón, en El Banquete, cita una frase de Pausanias que dice que el amor es doble porque, en realidad, hay dos amores, del mismo modo que existen dos Venus. Cada Venus es madre de amor; siendo dos las Venus es preciso que los amores sean dos. Como la primera es Venus magna, celeste y divina, su hijo es el amor honesto, mientras que la otra, Venus inferior y libidinosa, es madre del amor brutal. Por lo tanto, el amor es doble: honesto y deshonesto (Hebreo, 2002: 259–260).

A pesar de reconocer las dos formas de amor, la cultura que inspira el neoplatonismo renacentista está empeñada en la castración de todo aquello que tuviere algo que ver con el amor carnal, al que se califica de “brutal”, esto es, un amor reservado a los brutos, a los animales. El mito recibe así una lectura moralista, que le era ajena a la cultura clásica de la que procede:

Venus siente un odio profundísimo hacia la progenie del sol e hizo adulterar a sus hijas, inclinándolas a su propia naturaleza, porque el amor es enemigo de la razón y la lujuria es contraria a la prudencia, y no sólo no la obedece sino que incluso prevarica y adultera sus consejos y juicios, atrayéndola a su propia inclinación, considerando buenos y factibles la lujuria y sus efectos, por lo cual los ejecuta con suma diligencia (Hebreo, 2002: 143).

Por el contrario, en la Venus Celeste, el amor espiritual se eleva por encima de las pasiones materiales y la sexualidad:

De alguna manera, lo que refiere este texto que acabamos de citar es lo que se concluye de un análisis cultural de finales del siglo XV y comienzos del XVI. La virginal imagen de la Venus que Boticelli, reivindicando una supuesta naturaleza angelical del ser, convierte en icónica la sublimación de lo corporal. La supresión de lo que el amor tiene de instintivo, de visceral, literariamente se concreta en el silenciamiento del cuerpo y de todo lo que tiene que ver con los fluidos corporales. Así se concreta la muerte de la Gorgona a la que hace referencia el texto anterior.

Dándole la totalidad del mando en la expresión de lo erótico a la Venus Celeste, el cuerpo y sus fluidos, el placer y la pasión, se convierten en tabú. Se silencian o se ven condenados a un discurso basado en la expresión indirecta, en los juegos de palabras, en las perífrasis, en el eufemismo y en la metáfora. Aunque no faltan las excepciones de expresión directa (“Señora, flor de madroño”, en Foulché-Delbosc, 1915: II, 368):

Señora, flor de madroño,

yo querría sin sospecho

tener mi carajo arrecho

bien metido en vuestro coño.

Por ser señor de Logroño,

non deseo otro provecho

sinon foder coño estrecho

en estío o en otoño.

No resulta difícil imaginar el rechazo que, versos como los que acabamos de citar, despertarían en contextos acostumbrados al petrarquismo que guía los comentarios de Herrera.

***

Frente a la Gorgona, frente a lo obscenamente terrenal, la alta cultura tiene especial cuidado, al hilo de las doctrinas neoplatónicas, en la eliminación tanto de lo erótico picante como de lo escatológico y, en general, de todo aquello que ingenua o ingeniosamente está vivo en casi la totalidad de las manifestaciones culturales del folclore occidental (lo carnavalesco es buena muestra de ello). La espontánea expresión vitalista del cuerpo, tan importante en la cultura popular, sufre con el impulso del neoplatonismo un proceso de silenciamiento, de castración. Solo así puede ser asimilado por la cultura escrita.

Sin embargo, las pulsiones eróticas son difícilmente ajustables a doctrina, como muestra la anónima glosa de un epigrama de Marcial (“Stare iubes nostrum semper tibi, Lesbia, penem: / Crede mihi, non est mentula quod digitus. ←19 | 20→/ Tu licet et manibus blandis et vocibus instes, / Contra te facies imperiosa tua est”) que trata de la espontánea “resurrección de la carne” (BNE Ms. 3890: f. 172):

¿Cómo que el brazo cuando quiero bajo

y que levanto cuando quiero un dedo,

y sólo cuando quiero nunca puedo

hacer que se levante mi carajo?

¿Estoy devoto o tengo algún trabajo?

Aquesto es devoción o estoy con miedo:

arrecha adrede y estaráse quedo

cuando con buena moza me barajo.

Sin duda son república apartada

la pija y los hermanos compañones;

su voluntad se tiene el miembrecillo:

suele hoder entre sueños la frazaday

remojar la sábana y colchones,

y deja en seco a quien podrá sentillo.

Incluso el siempre contenido Garcilaso2 confiesa en el soneto XXVIII cómo “en la perfecta edad”, “armado” y “con los ojos abiertos”, hubo de rendirse “al niño que sabéis ciego y desnudo” (Garcilaso de la Vega, 2004: 142):

Boscán, vengado estáis, con mengua mía,

de mi rigor pasado y mi aspereza,

Details

Pages
336
Year
2022
ISBN (PDF)
9783631865941
ISBN (ePUB)
9783631865958
ISBN (Hardcover)
9783631865934
DOI
10.3726/b18950
Language
Spanish; Castilian
Publication date
2021 (December)
Published
Berlin, Bern, Bruxelles, New York, Oxford, Warszawa, Wien, 2022. 336 p.

Biographical notes

Cristina Ruiz Urbón (Volume editor) Javier Blasco (Volume editor)

Cristina Ruiz Urbón (Valladolid, 1981). Licenciada en Filología Hispánica (2004) y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (2010), con Premio Extraordinario de Licenciatura, por la Universidad de Valladolid. Máster en Lingüistica Forense (2014) por la Universidad Pompeu Fabra. Ha realizado estancias de investigación y formación en la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY), la Universidad de Florencia y la Universidad de Ginebra y ha publicado varios trabajos de investigación sobre literatura española del Siglo de Oro. En la actualidad es profesora asociada de la Universidad de Valladolid. Javier Blasco (Luesma, Zaragoza, 1954). Licenciado en Filología Románica por la Universidad de Zaragoza (1977) y doctor por la Universidad de Salamanca (1981), con una tesis sobre la poética de Juan Ramón Jiménez. Desde 1988 es catedrático de Literatura Española en la Universidad de Valladolid. Investigador español, experto en el Siglo de Oro y en literatura española del Modernismo. Ha sido profesor invitado de la Universidad de Montreal, de la Universidad de Cincinnati y de la Universidad de California en Davis.

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